Capítulo 20- A la mañana siguiente

—La señorita Pío ha estado piando toda la mañana —anunció Chatín al día siguiente—. La policía la ha estado interrogando, y está terriblemente excitada. Dice que le han hecho toda clase de preguntas.

—Entonces, apuesto a que no le habrán sacado ni una palabra sensata —exclamó Roger—. Ojalá nos interrogaran a nosotros. No es que tengamos gran cosa que contarles, pero han hablado con Nabé, y no veo por qué han de excluirnos.

—Fue porque Nabé ha trabajado en la feria —replicó Chatín—. Y la policía supuso que habría oído alguna conversación sospechosa. Escuchad… quisiera saber a dónde habrá ido Cazurro. Lo echo de menos.

—¡Supongo que habrá salido a todo correr, y ahora está ya al otro extremo del país! —dijo Roger—. Nabé dice que la gente de circo siempre procura apartarse de la policía. Tal vez Cazurro haya pensado que van tras él por alguna cosa.

—El camarero me ha dicho que ha dejado aquí todas sus cosas —replicó Chatín—. Pobre Cazurro. Me es muy simpático.

Llegó la señorita Pío acompañada de los tintineos de costumbre y el fuerte rastro de perfume… esta vez con olor a gardenia.

—¡Puaf…! —exclamó Chatín al aspirar el aroma en toda su potencia, y marchándose en el acto de la habitación seguido del perro. Contuvo el aliento hasta hallarse en el exterior donde respiró a sus anchas. La señorita Pimienta, que se disponía a entrar en aquel momento, le contempló sorprendida.

—¿Qué te ocurre, Chatín? ¿No te encuentras bien?

—Un poco mareado… nada más —contestó Chatín apoyándose contra la pared mientras se daba aire con las manos—. ¡La señorita Pío está ahí… con un nuevo perfume! Apesta de mala manera.

—Oh, no seas tan exagerado, Chatín —replicó el aya—. A mí también me gustaría que no usara esos perfumes… ¡pero no es necesario hacer tantos aspavientos, ni tantas cantinelas!

—¡Buena idea! —replicó Chatín sacando su banjo imaginario que empezó a tocar produciendo su tuang-tuang característico, y bailando un zapateado ridículo por todo el vestíbulo. La señorita Pimienta no pudo por menos que echarse a reír.

—Eres un payaso innato —le dijo—. Oh, Dios mío, no me siento con ánimos de volver a escuchar a la señorita Pío contando su entrevista con la policía. Yo también acabo de hablar con ellos.

—¡Troncho! ¿De veras? —exclamó Chatín olvidando su banjo—. Vaya… ¿por qué interrogan a todo el mundo en la posada? ¿Es que creen que alguno ha tenido que ver con ese sabotaje?

—No lo sé —repuso la señorita Pimienta—. Al parecer tienen alguna pista y la van siguiendo. Creo que tratan de averiguar cómo se transmiten las informaciones y las órdenes en la base submarina. Ya sabes que prácticamente está separada del mundo exterior, y registran a todos antes de salir de ella. Pero no puede ser nadie de los de aquí… ninguno tiene que ver con la base submarina.

—Apuesto a que sé quién es —dijo Chatín con aire misterioso y recordando la noche de la explosión—. ¡Apuesto a que lo sé!

—No, tú no lo sabes —dijo el aya—. Sólo dices tonterías. Oh… buenos días, señor Maravillas. ¿También le han interrogado? ¡Chatín cree saber más que la policía!

—¿Y qué es lo que sabes tú, jovencito? —preguntó el mago sonriendo sólo con los labios—. ¿Quién de nosotros es el saboteador?

—¿Qué es eso? —preguntó Chatín—. ¡Oh… el individuo que provocó el accidente! ¡Ajá! ¡Ése es mi secreto!

Y se alejó tocando de nuevo el banjo. No pensaba comunicar a la señorita Pimienta ni al señor Maravillas que sospechaba del profesor James. Se reirían de él. ¿Pero acaso no era el profesor la persona indicada para intervenir en grandes secretos? Debía saber muchas cosas científicas… y tendría cualquier información que le transmitieran… luego sé la aprendería de memoria y remitiría el mensaje.

¿Pero cómo llegaban hasta él las noticias? Tal vez él, Chatín, pudiera espiar un poquito, y remitiría el mensaje.

«¿Y si me subiera al tejado y atisbara por su ventana para ver si hace alguna cosa sospechosa? —pensó el niño sintiéndose invadir por la excitación—. ¡Vaya… sería estupendo! Se lo diré a Roger para que venga conmigo.»

Roger no quedó muy convencido. Estaba de acuerdo en que la persona más sospechosa de toda la posada era el profesor. Ya le había contado a Chatín cómo un par de noches antes le vio completamente despierto a través del espejo y escuchando su conversación, aunque luego se hizo el dormido.

Pero de todas formas subir al tejado de noche, para espiar por la ventana, no le parecía una idea muy aceptable ni correcta.

—Eso no está bien —le dijo Roger.

—Caramba —exclamó Chatín—. Si es un traidor merece que le espíen. Y si no estás dispuesto a hacerlo, iré con Nabé. Él duerme en el ático y le será fácil vigilar por la noche.

—No te creas que Nabé y tú vais a ser los únicos en divertiros —replicó Roger celoso—. Yo también iré con vosotros.

Se lo dijeron a Nabé, a quien le pareció muy emocionante realizar un poco de espionaje por su cuenta. También él pensaba que el profesor tramaba algo.

—No es tan viejo como quiere aparentar —dijo Nabé—. ¡Ni tan sordo como todos se imaginan!

—Lo sabemos —exclamó Roger—. Bien… le vigilaremos… ¿Y cuándo escalaremos el tejado?

—Aguarda a que se marchen los policías —repuso Nabé—. No me cabe duda de que también ellos vigilan. Ayer vi salir a uno de la habitación del profesor… apuesto a que la estuvo registrando.

—De acuerdo. Esperaremos un par de días —dijo Chatín—. No estarán aquí mucho tiempo. Oye, ¿qué tal le va a «Miranda» sólita en tu habitación?

—Es más buena que el pan —replicó Nabé—. Sabe que tengo trabajo, y se tumba sobre un almohadón que le he puesto junto a la ventana y espera a que termine y vaya a buscarla.

—Ya sabes que podemos tenerla nosotros mientras tú estás ocupado —contestó Roger—. ¿Podemos llevarla ahora a la playa?

—Bueno. Llevárosla —replicó Nabé agradecido—. Tengo muchísimo que hacer. ¡Cazurro tal vez estuviera un poco mal de la cabeza, pero desde luego trabajaba de lo lindo! ¡He de apresurarme o nunca terminaré!

«Miranda» estuvo muy contenta de ir con Roger y los otros. Sabía que Nabé estaba ocupado y no podía llevarla todo el tiempo sobre su hombro, de manera que jugó feliz en la playa. Diana le llevó una palita pequeña y «Miranda» estuvo haciendo hoyos en la arena y tirándola encima de «Ciclón» siempre que se le acercaba.

«Ciclón» continuaba presentándoles nuevos amigos, y aquel día les llevó un pequinés diminuto, con un gracioso hocico respingon.

—¿Verdad que se parece a Chatín? —exclamó la niña—. Señorita Pimienta, mírele… es igual que Chatín, el mismo cabello desaliñado, la misma nariz respingona, el mismo…

Chatín, hecho una furia, le echó un cubo de agua por encima mientras ella gritaba:

—¡No, bruto! ¡Estoy caliente del sol y el agua está muy helada!

—Te está bien empleado —replicó su primo apartando al chato pequinés—. Lárgate. No eres mi hermanito pequeño, aunque te lo figures después de las tonterías que ha dicho Diana.

«Ciclón» desenterró un hueso que había guardado el día anterior y se dispuso a roerlo. El pequinés se le acercó en seguida, y «Ciclón» le gruñó.

—Ándate con cuidado, peque —le dijo Roger—. ¡Las únicas veces que «Ciclón» se siente bravo es cuando tiene un hueso que defender!

Pero el pequinés, agarrando de repente el hueso, ante el mismo hocico de «Ciclón» echó a correr con él. «Ciclón» ladró furioso saliendo en su persecución, mas el pequinés, dando media vuelta y dejando el hueso, hizo cara a «Ciclón» gruñendo fieramente.

—¡Miradle —exclamó la niña asombrada—; tan pequeño y tiene el corazón de león!

«Ciclón» quiso volver a perseguirle, pero le hizo cara y se abalanzó sobre él mordiéndole y gruñendo.

¡Y «Ciclón», escondiendo el rabo entre las piernas, huyó despavorido, mientras el pequinés cogía el hueso y se alejaba triunfante para no volver a aparecer!

—¡Vaya! ¡«Ciclón» debiera avergonzarse! —exclamó Roger con disgusto.

—Oh, más de un perro mayor que «Ciclón» ha sido ahuyentado por un pequinés —dijo la señorita Pimienta divertida—. No tienen miedo de nada ni a nadie. ¡Pobre «Ciclón»!

«Ciclón» regresó al cabo de unos veinte minutos muy avergonzado, y sentándose junto a su amo le miró tristemente. Chatín le rodeó con su brazo.

—Está bien, «Ciclón». Aún te quiero a pesar de que eres un tonto —le dijo el niño tirándole cariñosamente de las orejas—. ¡Pero no traigas más extraños… con un perro tenemos suficiente!

Nabé pasó por delante de ellos, pues iba a hacer algunos recados para el señor Maravillas. Tenía que ir al camerino de la sala de espectáculos para preparar lo necesario para la próxima representación, y silbaba alegremente.

«Miranda» salió a su encuentro saltando al punto sobre su hombro.

—Me voy al muelle —le gritó Nabé desde el paseo—. Cuando regrese podré quedarme unos minutos con vosotros.

—Iremos contigo —replicó Roger.

—No. Yo puedo pasar sin pagar, pero vosotros no —le volvió a gritar Nabé—. ¡Sería tirar el dinero! Os veré luego.

Nabé parecía atareado y feliz. Había tenido un gran éxito al presentarse con el señor Maravillas en el espectáculo. Le proporcionaron una capa de seda con estrellas y lunas incrustadas, y un gorro también de seda, bastante parecido al que llevaban los payasos, pero con una estrella brillante en la parte delantera. Estaba muy guapo con su capa y su gorro, una sencilla casaca negra y calzones largos.

—Es un ayudante mejor que yo —les dijo Iris a los niños—. Además se lleva muy bien con el señor Maravillas.

Y debo confesar que éste se porta muy bien con él… mucho más de lo que se portaba conmigo. Tal vez Nabé sea más listo que yo para ayudarle en sus trucos. Ahora tiene algunos nuevos.

¡Nabé, por primera vez, había ascendido de categoría! Tenía un empleo en la posada cerca de sus amigos… un trabajo en la escena que le proporcionaba buena ropa… y además trajes nuevos para él… ¡y un sueldo espléndido! La verdad es que estaba muy satisfecho de la vida.