Capítulo Ocho

–Yo os declaro marido y mujer.

Angie oyó el anuncio como a través de una densa niebla y se preguntó una vez más cómo Ethan Zorn se las habría arreglado para convencerla de cometer una locura como aquella, y qué demonios estaba haciendo casándose con él.

«Pues salvar el pellejo; eso es lo que estás haciendo», se dijo a sí misma. «Hacer lo necesario para evitar que la mafia te liquide».

¿Cómo diablos habría llegado a meterse en aquel lío? Ah, sí. Quince años atrás le había pedido a un cometa que ocurriese algo excitante en aquella ciudad. Y Bob, que el diablo le confundiera, le había concedido el deseo a través de Ethan Zorn. Qué considerado. Qué amable.

De vez en cuando, mientras era pequeña, había soñado con el día de su boda. Solía vestir a su Barbie con el traje de novia de encaje que su tía Emma le había hecho a mano, al G.I.

Joe de su hermano con su uniforme de gala de marine de los Estados Unidos, espada incluida, y con los dos muñecos se había dirigido a la abadía de Westminster, que era el distribuidor del piso de arriba en casa de sus padres, y allí, con Christie, la mejor amiga de Barbie, actuando como obispo, Angie había preparado la escena de boda más hermosa que el mundo conociera jamás.

Y aquella particular escena no había tenido nada en común con la que Angie acababa de vivir en el papel de novia. En lugar de un precioso vestido de encaje hecho a mano, había tenido que comprar el único vestido de su talla que había encontrado en Novias Hildy, que consistía en una falda ajustada en satén color marfil, con un cuerpo del tamaño de Argentina y un escote hasta Tierra del Fuego. El tocado era aún más surrealista, una enorme creación con perlas más adecuada para un espectáculo en Las Vegas que para la capilla de una pequeña ciudad.

Ethan, por otro lado, parecía tranquilo y frío, oscuro y peligroso, y tremendamente cómodo en el papel del novio. Su esmoquin negro era sobrio y elegante, y como único adorno llevaba una pequeña rosa roja en la solapa. En lugar de la tradicional pajarita, había elegido una camisa blanca sin cuello abrochada con un solo botón dorado, de tal modo que Angie tenía que contener un suspiro cada vez que le miraba, tan atractivo y tan sexy como estaba.

Al menos una parte de su fantasía infantil había salido bien. Incluso mejor de lo que cabría esperar. G.I. Joe con su uniforme azul no tenía nada que hacer frente a Ethan Zorn en su esmoquin negro.

–Puedes besar a la novia.

La frase despertó a Angie de sus sueños con la fuerza de un camión. Se había olvidado de lo del beso público para sellar su unión, pero evidentemente Ethan no.

Antes de que pudiese decir nada, él la besó con la intensidad y la destreza de un hombre que está poniendo su sello de aprobación. Se separó un instante, justo para que ella tuviese tiempo de tomar aire, y la besó una segunda vez, si cabe con más gusto. Gritos y silbidos de ánimo y deleite surgieron de entre los invitados del novio, y tímidas risillas y aplausos inciertos del lado de la novia.

Cuando Ethan la soltó al fin, Angie se tambaleó hacia atrás, y a punto estuvo de caerse por las escaleras del altar. Ethan se echó a reír y la tomó en brazos, y mientras el órgano empezaba a tocar, él bajó las escaleras del altar con ella en brazos y acompañado por los aplausos de los invitados.

Y durante todo el camino, ella sólo fue capaz de mirarlo asombrada. A partir de aquel momento, todo el mundo le iba a considerar su marido. Su marido. Su marido. Y un pensamiento se abrió paso entre todos los demás: aquella noche, a todos los efectos, iba a ser su noche de bodas.

Para completar la charada de aquel matrimonio, Ethan había reservado una suite en el Admiralty Inn, la versión en Endicott del Hotel Cuatro Estaciones... eso, siendo bastante generosos. Ya pesar de que le había prometido no volver a tocarla, a menos que ella se lo pidiera, lo cual no iba a ocurrir, Angie se preguntó hasta qué punto estaría dispuesto a llevar aquella farsa.

Y más importante aún: ¿hasta dónde estaba ella dispuesta a llevarla? Después de cómo había sucumbido a su propuesta hacía ahora una semana, eso sin mencionar lo rápido y fácil que se había derretido en sus brazos las ocasiones en las que la había besado, no estaba muy segura.

Todo debía ser culpa de Bob. Al fin y al cabo, aquel fin de semana iba a ser el momento en el que más cerca iba a pasar del planeta, así que, si aguantaba unos cuantos días más, los efectos de Bob empezarían a desvanecerse y ella podría volver a ser la de siempre. Es decir, una mujer a quien los hombres como Ethan no la afectaban de ningún modo.

Sólo unos días más, se dijo. Seguro que podría resistírsele sólo unos días más.

Cuando atravesaron las puertas del santuario al vestíbulo, Ethan la dejó en el suelo.

Angie tardó un instante en recuperar el equilibrio, pero aún después de hacerlo, él siguió con una mano sujetando su cintura. Y al mirarlo, le encontró sonriendo y el corazón se le puso a galope en el pecho.

Era increíble, pero parecía feliz. Era como si estuviese verdaderamente complacido por lo que acababa de ocurrir. Pero antes de que pudiese decir una palabra, se encontraron rodeados de los invitados que querían darles la enhorabuena, y tuvo que volver a entrar en el papel de la novia feliz, lo que, curiosamente, no le costó demasiado.

Para cuando llegaron a Elks' Lodge para la recepción, a Angie empezaban a dolerle las mejillas de tanta foto. Había tenido que volver a fingir la felicidad por su nuevo estado, y de nuevo había descubierto una facilidad y una comodidad que le había sorprendido. Y

cuando el fotógrafo les pidió que repitieran el beso, hasta llegó a creer que estaba viviendo el día más feliz de su vida.

Por lo menos era el más excitante, eso sí.

Estaban los dos en la línea de recepción cuando Angie le preguntó a Ethan por uno de sus invitados.

–¿Cómo has dicho que se llama ese tipo? –le preguntó, señalando discretamente a un hombre bajito y gordo sentado junto a una mujer que llevaba tantos pájaros en el sombrero como los que salían en la película de Hitchcock–. ¿Ganso Lucy?

Ethan siguió la dirección que ella le indicaba, pero parecía distraído.

–Algo así.

–¿Qué clase de nombre es ése? –le preguntó–. Y esos otros tipos que me has presentado... Dos Dedos Nick. Eddie el Napias. Y Lenny... ¿Lenny el qué?

–Lenny el Salvaje.

–Eso es. Oye, Ethan...

–¿Qué?

–¿Cómo se supone que voy a presentar a tus amigos a mis padres? Ninguno tiene un nombre normal.

Él frunció el ceño.

–Hombre, pues no deja de ser curioso que me digas eso cuando entre tus conocidos están Boomer y Tippy.

Ella lo miró a modo de advertencia y él suspiró.

–Vamos, Ángel, quiero que conozcas a alguien.

–¿A quién?

–A mi jefe.

Angie se quedó clavada en el suelo. La última persona a la que quería conocer era a su jefe. ¿Cuál sería el protocolo tratando a los mandamases del crimen? ¿Debería arrodillarse y besar su anillo? ¿Preguntarle si iba a necesitar alguna cabeza de caballo mientras estuviese en la ciudad?

–Ethan, no me parece buena idea –dijo, intentando ralentizar su avance.

–¿Por qué no? Quiere conocerte.

–Sí, pero está ese asuntillo de que me quería fuera de la circulación –le recordó.

–Ah, sí – contestó Ethan, deteniéndose–. Me había olvidado de eso.

–¿Que te habías olvidado de que tu jefe quería liquidadme?

Él se encogió de hombros.

–Bueno, es que entonces no eras mi mujer.

–Será mejor que vayamos a la mesa. Los invitados tienen que tener hambre.

Pero cuando Angie dio la vuelta para hacer precisamente eso, se encontró cara a cara con sus dos mejores amigas, que la miraban desilusionadas. Rosemary y Kirby no le habían ocultado sus sospechas ni su temor por su seguridad con aquella boda tan rápida. Y seguían pareciendo muy preocupadas. Ethan debió percibirlo también, porque se excusó y acudió a saludar a su jefe.

–Aún estás a tiempo– dijo Rosemary sin más preámbulo en cuanto Ethan se alejó–.

Kirby y yo podemos esconderte. Ese tío no te encontrará nunca.

–Sí me encontrará –contestó Angie apesadumbrada–. O peor, sus socios me encontrarían. Esa gente sabe cómo hacerlo.

–Hay alguien que podría ayudarnos –dijo Kirby–. James tiene mucho dinero y propiedades por todo el mundo. Podría llamarlo y...

–Vaya, así que ahora es James –interrumpió a su amiga–. ¿Qué ha sido de «ese playboy mirón y promiscuo», eh?

Kirby tuvo la decencia de parecer azorada.

–Las cosas han cambiado un poco –dijo, mirando al suelo.

Angie y Rosemary intercambiaron miradas.

–¿En qué sentido? –preguntó Angie.

Kirby cambió de postura.

–Yo, eh... no quiero hablar del tema.

Angie fue a contestar, pero Rosemary lo impidió al añadir:

–Willis piensa que estás haciendo una tontería.

Angie elevó la mirada al cielo.

–Willis piensa que todo el mundo es idiota excepto él, Rosemary, por si lo has olvidado.

Especialmente tus amigas y tú.

–Ya no es como era antes –dijo a la defensiva–. Ha cambiado. Al menos en algunas cosas.

Rosemary jamás había sacado la cara por Willis Random, sino que había sido su crítica más mordaz.

–¿En qué cosas? –preguntó Angie, que no podía imaginárselo de otro modo que siendo el cara de pizza que había torturado a Rosemary durante todo el instituto.

–Compruébalo tú misma –contestó Rosemary, mirando por encima de su hombro–. Ha venido a la boda como... mi acompañante.

–¿Que estás saliendo con Willis? –exclamó Angie–. ¿Dónde está?

–Hablando con el cura y tu madre.

Angie se volvió y vio a su madre de pie entre el guía espiritual socio en el crimen y un hombre guapísimo que no se parecía para nada al recuerdo que ella tenía de Willis Random.

Aquel hombre medía más de uno ochenta y cinco, tenía unos hombros impresionantes y llevaba gafas de montura metálica que le hacían parecer serio, inteligente y extrañamente sexy al estilo Clark Kent.

–¿Ése es Willis?

Rosemary asintió en silencio y si no la conociera mejor, hubiera jurado que su amiga parecía enamorada del chico hecho hombre que siempre la había hecho sentir tan pequeña e insignificante.

–Oye, Angie –dijo Rosemary, que estaba deseando cambiar de tema–: ¿qué piensan tus padres de que te hayas casado con un criminal?

–¿Estás de broma? Mi madre y mi padre están locos de contento. Creen que Ethan es el mejor yerno que podrían tener, porque no saben a qué se dedica, claro. Mi padre está entusiasmado con los beneficios que va a obtener por tener un yerno que trabaje para una compañía química. Creen que va a venirse a trabajar a¡Endicótt, que vamos a comprar una casa en su misma calle y que empezaremos inmediatamente a tener hijos.

–¿Todo eso se lo has dicho tú? –preguntó Rosemary, horrorizada.

–No, Ethan. Le hubiera estrangulado con mis propias manos.

Pero antes de que pudiera seguir hablando del tema, sintió que alguien la sujetaba por el brazo. Ethan estaba a su lado, y de no haberle conocido bien, diría que la estaba utilizando como escudo contra sus dos amigas.

–Creo que deberíamos ir a la mesa –le dijo–. Algunos de mis... asociados se están empezando a inquietar. Y será mejor que no estén mucho tiempo sin comida, te lo aseguro

–y tras un instante, añadió–: habrá carne roja, ¿verdad?

Los recién casados llegaron a la mesa del bufé y se sirvieron langosta, salchichas estilo Viena y delicias de zanahoria antes de verse asaltados por otro grupo de personas que quería darles la enhorabuena. Cuando por fin consiguieron llegar a la mesa y sentarse a comer, el encargado de la música se acercó al micrófono y presentó a la nueva pareja, invitándoles a abrir el baile como marido y mujer.

Ethan dejó el trozo de langosta que se había llevado a la boca, sonrió a Angie y con un suspiro de resignación, le ofreció la mano. Ella se obligó a sonreír y juntos salieron al centro de la pista, y con una sensación en el vientre que nunca antes había experimentado, apoyó la cabeza en su pecho y le rodeó la cintura con los brazos.

No sabía qué pensar. Su parte racional le decía que aquel hombre era malo, alguien con quien mantener las distancias a cualquier precio, pero su corazón le decía otra cosa completamente distinta. Ethan Zorn era un enigma, simple y llano. Su ocupación era la de un hombre cruel, sin escrúpulos y sin moral, pero en el fondo sabía que no era ninguna de las tres cosas. Pero ¿cómo descubrir al verdadero Ethan Zorn?

Algo excitante era lo que le había pedido a Bob quince años antes. Y vaya si le había concedido el deseo. Si tuviera que volver a hacerlo...

Angie cerró los ojos y contuvo un suspiro de satisfacción que le llegó de Dios sabe dónde. El corazón de Ethan latía con firmeza bajo su oído, sus brazos la rodeaban con una ternura que no podía estar fingiendo, y siendo sincera consigo misma, tenía que admitir que nunca en toda su vida se había sentido más viva, más llena de deseos, jnás... feliz.

Claro que todo eso podía ser culpa de Bob, pero aún así... si tuviera que volver a hacerlo...

Lo haría exactamente del mismo modo.

Porque lo que más deseaba en el mundo era averiguar qué había detrás de Ethan Zorn, de lo que él dejaba ver de sí mismo. Afortunadamente ahora era su mujer, al menos, en lo concerniente al resto del mundo. Y las esposas tenían un acceso a sus maridos que nadie más podía tener. Simplemente iba a tener que trabajar un poco más duro que la mayoría de las mujeres para descubrir la verdadera naturaleza de sus maridos.

Pero no le importaba. Al fin y al cabo, iban a pasar mucho tiempo juntos. Y sólo por el hecho de que Ethan hubiera decidido casarse con ella, no pensaba renunciar a descubrir qué le había traído de verdad a Endicott. Puede que no pudiese publicar el resultado de sus averiguaciones en el periódico, al menos hasta que fuese seguro hacerlo, pero si se creía que le había cortado las alas casándose con ella, estaba listo.

Así que Angie se guardó aquel secretillo para sí misma con una sonrisa y se acurrucó un poco más en los brazos de su marido. En cuestión de horas, estarían en el hotel, dispuestos a pasar la noche de bodas. Y, como cualquier novia en esa ocasión, estaba segura de que iba a descubrir toda clase de cosas sobre su marido.

Desgraciadamente, añadió después, eso también significaría descubrir toda clase de cosas sobre sí misma; cosas que ni siquiera habría sospechado, entre ellas la razón de que un hombre llamado Ethan Zorn hubiese sido capaz de tenerla muchas noches sin dormir últimamente.

Y ahora que esas noches iban a estar compartidas con el mismísimo Ethan, no pudo evitar preguntarse si un vaso de leche caliente y un buen libro bastarían para satisfacerla.

Aquella misma noche lo descubriría.