Capítulo 5
Katie se despertó sin sentir miedo por primera vez en mucho tiempo, a pesar de que, al principio no recordaba muy bien dónde estaba. Andy estaba despierto a su lado. Los dos estaban en el suelo de lo que parecía ser un salón, evidentemente, era el piso de un hombre.
Cooper.
Se le apareció su rostro y la sensación de bienestar y alivio que lo acompañaba siempre la hizo sonreír. Andy y ella estaban ahora a salvo. Cooper se aseguraría de ello.
Se había pasado los últimos dos meses tratando de encontrar un lugar donde esconderse con su hijo. Después de abandonar el hospital, había vuelto con él a su antigua casa para hacer la maleta, luego había ido al banco y sacó unos cinco mil dólares de una cuenta que William había abierto a su nombre.
No tuvo remordimientos para sacar el dinero y, habría sacado más si lo hubiera habido.
Desde el banco fueron a la estación de autobuses, donde sacaron billetes para Las Vegas. Pero cuando pasaban por Colorado, Katie decidió que allí los podía encontrar William, ya que allí estaban sus amigos.
Así que se bajaron en Durango y tomaron otro autobús hacia su estado de origen, Kentucky. Pero cuando pasaban por Illinois, decidió que aquello era también demasiado evidente y, además, allí ya no conocía a casi nadie, a nadie en quien pudiera confiar.
Así que tomaron otro autobús hacia Philadelphia. Katie pensó que era una gran ciudad y conocía el sitio. Le pareció un buen sitio para perderse en la multitud. Y tal vez, a William no se le ocurriría buscarla allí, justo delante de sus narices.
Pero el dinero no le había durado mucho tiempo. Le quedaban apenas mil dólares, que llevaba en el fondo de la bolsa, junto con algunas joyas que, junto con el anillo, podía venderlas cuando se le terminara el dinero.
Pero en algún momento del viaje se dio cuenta de que tanto Andy como ella iban a necesitar algo mucho más desesperadamente que el dinero. Necesitaban ayuda, a alguien en quien poder confiar. Entonces pensó casi inmediatamente en Cooper Dugan. La verdad era que se trataba del único ser humano en quien podía confiar.
Pero precisamente por el tamaño de la ciudad, había tardado unos cuantos días en localizarlo. Nada más hacerlo, se fue directa a su apartamento.
Y allí estaba ahora, relajada por primera vez desde que la verdadera esposa de William había aparecido delante de su puerta. Pero estaba agotada y casi al final del camino. Darle de mamar y cuidar a Andy le había requerido un enorme esfuerzo físico y emocional.
Miró por la ventana y se sorprendió de que ya hubiera oscurecido. Se preguntó cuánto llevaría dormida. Se sentó en el suelo y se encontró con que Cooper estaba en la puerta, observándola.
Llevaba el uniforme de enfermero, unos pantalones gris oscuro y una bata blanca sobre una camisa también blanca con un cartel que le daba un aire de lo más profesional. Pero, como la noche en que lo conoció, no se sintió intimidada por su presencia, sino confortada.
—¿Qué hora es? —le preguntó sin hacer caso de lo rara que se sintió por volverlo a ver.
—Poco después de las nueve.
—Andy va a volver a tener hambre dentro de poco y será mejor que yo coma algo antes de darle de comer a él.
—Puedo hacerte alguna cosa. ¿Qué quieres?
Ella sonrió agradecida.
—Lo que sea.
—¿Un sándwich? ¿Vegetal? ¿De jamón y queso?
—De jamón.
—¿Mostaza o mayonesa?
—Mostaza.
Luego él desapareció y Katie se quedó pensando en lo normal que había sonado la conversación. Hacía meses que apenas hablaba con adultos y ahora que tenía la oportunidad, se ponía a hablar de un sándwich. Por alguna razón, eso la encantó.
Andy se agitó un poco y Katie se dirigió a la puerta entre la cocina y el salón, desde donde podía ver a los dos.
—Tengo que trabajar esta noche —le dijo Cooper—. No siempre trabajo por las noches, sólo a veces. Lo siento, pero esta noche no lo puedo evitar.
Ella sonrió.
—No te preocupes, Cooper. No tienes que disculparte. No esperaba que reorganizaras tu vida por Andy y por mí.
—Cualquiera lo diría —dijo él sin levantar la mirada.
La sonrisa murió en los labios de ella. Estaba claro que él no la iba a perdonar por haber dicho que era su padre. Y no podía culparlo por ello. Fue una cosa muy desagradable para hacérsela a un hombre de lo más amable y generoso.
—Te prometo que lo corregiré todo tan pronto como pueda. Haré lo que sea necesario.
Él asintió, pero no dijo nada más y se limitó a terminar el sándwich.
—No es mucho, pero es que no como en casa muy a menudo —dijo mientras le pasaba el plato—. Lo siento.
—Deja de disculparte. ¿Estás de broma? Esto es mucho mejor que la mayor parte de las cosas que he comido en estos últimos dos meses. ¿Tienes leche para acompañarlo?
Él le sirvió un vaso y luego se quedó mirándola en silencio mientras comía.
—Y ¿dónde has estado estos dos meses? —le preguntó él por fin—. Volví a buscarte a tu casa en Chestnut Hill, pero me equivoqué de casa. No pude recordar la dirección correcta. La gente que vivía en la que pensé que era tu casa no te conocía. Y
la dirección en Las Vegas que diste en el hospital no era verdadera. Eso fue otra cosa más que me preocupaba de tu desaparición. Mucho…
Katie le dio un mordisco al sándwich.
—Como te dije, no tenía la cabeza muy clara el día que me marché del hospital.
Les di mi última dirección en Las Vegas en vez de la de William y mía en Chestnut Hill, pero supongo que no recordé bien los números o algo así.
Ella se dio cuenta de que esa explicación era tan poco creíble como todo lo demás que le había contado, pero no se le ocurrió nada mejor, aunque se daba cuenta de que él no se lo había creído.
—Entonces, ¿dónde estabas?
—En casa —mintió ella—. Con mi… con William. Tratando de arreglar las cosas. Por un tiempo pareció como si pudiéramos hacerlo, pero ahora… No lo sé.
—Vaya, esto es curioso. Casi hubiera podido jurar que no has pasado por tu casa desde que nos separamos hace dos meses. Un hombre menos confiado que yo podría pensar que me estás mintiendo en eso.
Cuando ella no dijo nada, continuó hablando.
—Un hombre menos confiado que yo podría pensar que llevas de un lado para otro desde entonces. Francamente, Katie, no pareces una mujer que haya estado tratando de arreglar su matrimonio. Tienes un aspecto horrible.
—De acuerdo, hace tiempo que no estoy en casa. Desde que William se marchó de viaje hace unas semanas. Últimamente he estado todo el tiempo en autobuses y hoteles. Como te he dicho, he estado tratando de encontrar un lugar seguro con alguien en quien pudiera confiar. Pero no hay nadie —dijo mirándolo a los ojos—.
Nadie excepto tú.
—Me gustaría que dejaras de decir eso.
—¿Por qué?
—Porque no soy un tipo en el que se pueda confiar, por eso.
—Eso es ridículo, por supuesto que tú…
—No me sobreestimes, Katie.
El tono de su voz la alarmó. Lo había dicho como si le doliera pronunciar esas palabras y, no por primera vez, se dio cuenta de lo poco que sabía de ese hombre.
Bien era cierto que le había parecido un buen hombre y sí, la había rescatado. Pero rescatar a la gente era su trabajo. Realmente, ¿qué sabía ella de él como persona?
No mucho.
—Mira, si quieres que me marche…
—No —respondió él rápidamente—. No es eso. Es sólo que… no esperes mucho de mí, Katie, ¿de acuerdo?
—Pero…
—Haré lo que pueda para ayudaros, pero… no esperes demasiado.
Ella asintió.
—Ahora he de irme a trabajar —continuó él—. Os he cambiado las sábanas de mi cama, pero no tengo una cuna ni nada parecido para Andy.
—Puede dormir conmigo en la cama. O le puedo acomodar en el suelo.
De alguna manera ella pensó que Cooper se sentiría ofendido si rehusaba su cama, así que no lo hizo.
—¿Quieres que le compre algo en la tienda? ¿Comida? ¿Pañales?
Ella agitó la cabeza.
—Le estoy dando de mamar. Y me quedan pañales para un par de días. De momento estará bien. Lo estaremos los dos. Vete a trabajar.
Él asintió y se dirigió a la puerta. Katie hubiera jurado que trató deliberadamente de no rozarla cuando pasó por su lado. Pero aquello era una tontería, se dijo a sí misma. ¿Por qué iba él a hacer algo así? A no ser que la encontrara demasiado repulsiva como para tocarla.
—Volveré antes de amanecer —le dijo él por encima del hombro, sin mirarla.
Y luego se marchó. Katie se quedó mirándolo y deseó poder sentirse mejor por el lío en que los había metido a los dos.
Todavía estaba oscuro cuando Cooper volvió a su casa. Se detuvo en la puerta de su dormitorio y miró su cama, incapaz de reconocerla. En el centro, entre la penumbra, una mujer morena estaba tumbada de lado, rodeando con un brazo a su bebé, como protegiéndolo. La noche era calurosa y ella había apartado las sábanas. El niño sólo llevaba encima el pañal y ella una camiseta que se le había subido y dejaba ver sus bragas de algodón. No se veía casi nada con esa luz, pero se lo podía imaginar.
Se lo podía imaginar muy bien.
Ninguna mujer había dormido antes en su cama. Nunca. Algunas habían hecho el amor con él allí, pero nunca habían dormido. Siempre le había parecido algo demasiado íntimo. Dormir con alguien le parecía que requería un nivel de confianza que él no estaba dispuesto a dar hasta ese momento. O quizás era incapaz de darla. Y
aún así, le había ofrecido su cama a Katie sin pensárselo dos veces, como si fuera lo más natural del mundo, como si fuera realmente donde ella perteneciera. Tanto ella como su hijo. ¿En qué se había metido?
Desde que apareció por la puerta había querido tocarla, abrazarla y no dejarla marchar nunca más. Lo que no sabía era por qué. Katie no era ni más guapa, ni más atractiva, divertida o lo que fuera que cualquier otra mujer que conociera. Y además estaba casada con otro y tenía un hijo. Estaba en problemas. Era todo lo que él evitaba en una mujer. Pero nada de eso evitaba que la deseara. De mala manera.
A pesar de todo lo que ella le había dicho al principio de su marido, cuando desapareció él pensó que había vuelto con él. Pero ahora no sabía qué pensar. ¿Por qué necesitaba un lugar donde quedarse? ¿De qué estaba huyendo? ¿Por qué tenía problemas? Y, sobre todo, ¿por qué había vuelto a él en vez de acudir a su marido en busca de ayuda? No comprendía nada y estaba seguro de estar haciendo el tonto dejando que esa mujer le afectara de aquella manera.
Se apartó de la puerta y la cerró con cuidado. Lo sorprendente de todo eso era que Katie confiara en él, no sólo por ella, sino por el bienestar de su hijo. Cuando le dijo que no lo sobreestimara, lo había dicho en serio, lo mismo que cuando le dijo también que no era de fiar.
Su vida había sido tan caótica como la de ella. Lo que pasaba era que se le daba un poco mejor organizar ese caos. Y, por supuesto, llevaba mucho más tiempo haciéndolo que ella. Desde los quince años. Suponía que, en su momento, Katie se acostumbraría a estar sola y a manejar sus problemas. Sólo necesitaba un poco de práctica.
O eso o volverse a casa con su marido, pensó. Un marido que se lo arreglaría todo, que la amara lo suficiente como para que nunca más volviera a tener problemas. A no ser, por supuesto, que ese marido fuera el origen de todo aquel lío, una posibilidad que él no podía ignorar, porque era la única que tenía sentido.
Una oleada de esperanza empezó a acomodarse en su corazón, pero la apartó inmediatamente. A pesar de todo, Katie Brennan era una mujer casada, aunque su matrimonio no fuera ideal, seguía existiendo. Cooper no se consideraba precisamente un tipo muy moral, pero no estaba dispuesto a ir a por la esposa de otro.
Odiaba trabajar por las noches, pensó. Siempre hacía que al día siguiente se sintiera fatal, pensó mientras se quitaba la camisa. Estaba ya a punto de bajarse los pantalones cuando oyó un ruido tras él. Se dio la vuelta y se encontró con Katie iluminada por la lámpara que había encendido para desnudarse.
La camiseta le tapaba ahora hasta la mitad de los muslos, pero eso no le importó a Cooper, porque tenía al descubierto todo el resto del cuerpo, brazos, piernas, el rostro, los ojos… y el ansia con que lo estaba mirando.
—¿Cooper? —dijo mientras se frotaba los ojos soñolientos.
O tal vez estaba tratando de esconderlos, pensó él.
Entonces sintió que una parte de él entraba en actividad. Una parte que no tenía nada que ver con todo aquello.
—Te has despertado pronto.
Ella bajó los brazos y los cruzó. Ese gesto hizo que se le elevaran los senos, cosa que consiguió poner más nervioso todavía a Cooper.
—Te oí entrar.
—¿Andy?
—Sigue durmiendo. Está de lo más cómodo.
Cooper dudó por un momento, sintiéndose incómodo. Le resultaba imposible apartar la mirada de ella. Tenía un aspecto cálido, suave e incitador. Acababa de salir de su cama.
Y estaba casada con otro, se recordó a sí mismo.
—¿Y tú? —le preguntó—. ¿Estás bien también?
Ella asintió.
—Ha sido el sueño más profundo que he tenido desde hace tiempo. Lo necesitaba mucho. ¿Cómo te ha ido el trabajo?
Mientras hablaban se habían dirigido a la cocina. Con esa luz a él le pareció que tenía menos ojeras y que algo de color le había vuelto a las mejillas. Parecía mucho más descansada que cuando había aparecido…
Y bajo la fina tela de la camiseta él pudo ver señalarse dos perfectos senos, llenos, pesados y culminados por unos círculos más oscuros y redondos.
Cerró los ojos, contó hasta diez y esperó con todas sus ganas que ella no se diera cuenta de como estaba.
—¿Cooper?
—¿Qué?
—¿Cómo te ha ido el trabajo?
—Bien.
—¿Estás tú bien?
—Sí.
—No lo pareces.
—Lo estoy.
—Pero…
—Lo estoy.
—Bueno…
Cuando él abrió los ojos descubrió para su desesperación que Katie estaba mucho más cerca de él que antes. Y en esa cocina tan pequeña, cerca era muy cerca.
Nervioso, Cooper abrió un bote de café y el contenido se desparramó por el suelo.
—Maldita sea —murmuró y se dispuso a recogerlo.
Katie se agachó también para ayudarlo, tan nerviosamente como él. Su posición le proporcionó a Cooper una magnífica perspectiva de lo que se veía por el escote de su camiseta, aunque él no quisiera mirar. Pero no lo pudo evitar. Cuando ella se arrodilló delante de él, él levantó al momento la mirada, pero la volvió a bajar como atraído por un imán. Recordó vagamente haber oído o leído en alguna parte sobre las transformaciones de los senos de las embarazadas después de dar a luz. Pero no tenía ni idea de que pudieran ser tan…
Fue incapaz de completar ese pensamiento porque entonces Katie levantó la mirada y lo pilló mirándola fijamente. Sus ojos se encontraron por un momento.
Estaba muy ruborizada, con las pupilas muy dilatadas y los labios entreabiertos.
Respiraba agitadamente. Parecía una mujer al borde del clímax. A Cooper le costó un esfuerzo monumental contenerse, no abrazarla y no hacer que aquello fuera realidad.
Mientras lo miraba, Katie se dio cuenta de que no era la primera vez que pensaba que había cometido un error yendo allí en busca de ayuda. La primera vez fue nada más verlo cuando le abrió la puerta. Durante esos dos meses no había parado de pensar en él, pero cuando lo vio pensó que era incluso más atractivo de lo que recordaba. Desde ese momento, no había parado de llamarse idiota por haber pensado alguna vez que esa situación pudiera funcionar.
Pero ahora ya era demasiado tarde como para hacer algo al respecto, y pensó que casi se había enamorado del recuerdo de él.
De rodillas en el suelo de la cocina, observando la reacción de Cooper a su semidesnudez, se dio cuenta horrorizada de que lo único que quería era quitarse la camiseta. Él también estaba semidesnudo, un hecho que le resultaba imposible de pasar por alto, así que, ¿por qué no lo hacía? En un momento estarían los dos haciendo el amor como locos allí mismo, en el suelo de la cocina. Cerró los ojos e, instantáneamente, se le pasó por la cabeza una imagen de lo más realista de lo que podía ser estar debajo de Cooper mientras él se introducía profundamente en ella, una y otra vez.
Inmediatamente abrió mucho los ojos y la alivió ver que él se había levantado.
Pero ese alivio se evaporó cuando se percató de que seguía de rodillas delante de él, muy cerca, lo que hacía que tuviera fija la vista en una parte de su cuerpo que no debería mirar con tanta atención. Por lo que veía, comprendió entonces que él también debía haber pensado algo parecido a lo que acababa de ocurrírsele a ella. Era un hombre alto, fuerte, de hombros anchos. No debería sorprenderle que también tuviera…
Oh, cielos, pensó.
Se levantó lentamente y dejó lo que había recogido en la bolsa de la basura antes de darse la vuelta. Estaba a punto de salir de allí cuando unos fuertes dedos agarrándole la muñeca la detuvieron. Sin mirar atrás, trató de soltarse, pero él se la apretó más aún y tiró de ella.
Pero en vez de abrazarla y besarla, algo que ambos deseaban y temían al mismo tiempo, Cooper se limitó a hacerla que se acercara. Bajó la cabeza y le rozó la mejilla con la suya, una vez, dos, tres, hasta que Katie notó que le fallaban las rodillas.
Entonces fue cuando él la abrazó e hizo que apoyara la cabeza en su hombro con toda suavidad. Luego la besó levemente en el cuello y los hombros. Una caricia tan cálida y cariñosa como el roce de su aliento contra la piel. Katie casi gimió entonces.
Luego, tan rápidamente como la había abrazado, Cooper la apartó.
—Lo único que me contiene de tomarte aquí mismo, en el suelo, es que estás casada —le dijo secamente—. Y, mientras sigas viviendo bajo el mismo techo que yo, Katie, vas a tener que ocuparte tú de recordarme eso, porque…
Tomó aire profundamente y luego lo soltó con un suspiro. Luego, de mala gana, la soltó del todo y bajó los brazos.
—Porque ¿qué? —lo animó ella suavemente.
Él se llevó una mano a la cara y pasó a su lado para salir de la cocina. Pero se detuvo en la puerta y agarró el picaporte con toda su fuerza.
—Porque temo que, mientras estés viviendo bajo mi mismo techo, el que estés casada va a ser algo que me va a costar trabajo mantener presente todo el tiempo. He hecho cosas muy variadas en lo que se refiere a las chicas, pero nunca he tenido nada que ver con la esposa de otro hombre —añadió él mirándola a los ojos—. Por lo menos, todavía no.
Luego salió por la puerta y entró en el salón. A Katie le costó una enormidad no decirle que ella no estaba casada en absoluto con su supuesto marido.