Capítulo 11

Los golpes en la puerta terminaron de despertar a Cooper.

—¿Katie? —murmuró cuando abrió los ojos y extendió la mano en la cama.

Pero ella no estaba allí.

Cooper volvió a cerrar los ojos cuando recordó que no, que ella no estaba allí.

Ya lo había descubierto hacía cinco días, cuando ella había desaparecido sin dejar rastro.

Luego volvió a abrir los ojos cuando siguió oyendo los golpes en la puerta. Se levantó de la cama más cansado que cuando se había acostado, se puso unos vaqueros y vio que eran las nueve. Lo cierto era que sólo había dormido una hora.

Desde el día en que Katie se había marchado había cambiado sus turnos de trabajo para por la noche. Le resultaba más fácil estar solo en su apartamento de día que por la noche y, además, había mucho más trabajo por las noches y eso ayudaba a no pensar en ella y en Andy.

—Ya voy —gritó mientras se dirigía a la puerta.

—¿Qué pasa? —ladró cuando la abrió.

Delante tenía un individuo pequeño, refinadamente vestido y con mucha gomina en el cabello.

—¿Qué quiere? —le preguntó.

—Estoy buscando a Katherine Brennan —dijo el hombre.

—Sí, bueno, lo mismo que mucha más gente. Incluyéndome a mí. ¿Qué quiere de ella?

El hombre sacó una tarjeta de visita que le ofreció.

—Soy Lowell Madison, abogado de William Winslow. Él quiere localizar a su hijo.

Cooper hizo como si leyera la tarjeta y se obligó a no reaccionar demasiado. No sabía cómo Winslow había hecho la conexión entre él y Katie ni si eso tenía algo que ver con la desaparición de ella. Le alivió pensar que, si Winslow supiera dónde estaba ella, ese individuo no habría ido a buscarla allí. Pero eso no cambiaba el hecho de que Katie hubiera desaparecido de su vida. Ni le daba ninguna idea de dónde podía estar.

—¿Y?

—La señorita Brennan es la madre de su hijo y tenemos razones para pensar que usted conoce el paradero de ambos.

Cooper suspiró y trató de recordar las clases de teatro del colegio, deseando no haber hecho novillos tan a menudo. Pero aún así, el profesor le había dicho que tenía un cierto talento para el teatro. Sólo esperaba que le quedara algo de eso después de tantos años.

Se enderezó y miró a Lowell Madison directamente a los ojos.

—Mire. Katie tiene un hijo, sí. Pero yo soy el padre de la criatura —dijo devolviéndole la tarjeta—. No sé quien es ese tal Winslow, pero… si piensa que Andy es su hijo, se equivoca. Lo siento.

—Pero…

—De todas formas, eso no tiene importancia, ya que Katie se marchó con Andy hace algunos días y no sé dónde está.

El abogado permaneció en silencio por un momento, sin que su expresión revelara sus pensamientos, pero no dejó de mirar a Cooper a los ojos.

Finalmente, dijo:

—Puede ser culpable de un rapto entonces.

—Es su hijo, así que ¿cómo lo va a raptar? Mire, esto ya nos ha pasado anteriormente. Katie y yo discutimos a veces y ella se va de casa una temporada.

Ahora que tenemos a Andy, se lo ha llevado, pero siempre vuelve y nos reconciliamos. Tal vez no seamos un modelo de armonía doméstica, pero lo hacemos lo mejor que podemos. Y, de todas formas, esto no es asunto suyo.

Madison pareció pensativo unos momentos más.

—Sí que es asunto mío, señor Dugan. El señor Winslow me ha contratado para asegurarse de que su hijo le sea devuelto.

—Bueno, entonces espero que lo encuentre —lo interrumpió Cooper—. Katie y Andy son mi familia y no veo dónde puede encajar su cliente.

—El señor Winslow y la señorita Brennan tuvieron una relación romántica hace algún tiempo y esa unión produjo un hijo que…

—Oh, ahora ya sé de lo que me está hablando. Ese es el tipo que Katie conoció en Las Vegas no mucho después de que nos conociéramos. El tipo rico y casado, ¿no?

El que no paraba de perseguirla diciéndole eso tan famoso de que su esposa no lo comprendía y que le hizo toda clase de promesas si se acostaba con él, ¿no es él? Ella solía hablarme de él y de lo pesado que se ponía.

—Señor Dugan, no creo…

—Me contaba como iba a donde ella trabajaba de camarera y la molestaba insistentemente. Discretamente, por supuesto, para que nadie sospechara nada…

—Señor Dugan…

—También me contó las exigencias sexuales que quería a cambio de dinero y joyas.

—Mire, señor Dugan, usted sabe…

—Incluso llegó a ofrecerle dinero por su hijo cuando supo que estaba embarazada.

Cooper se quedó pasmado de su propia inventiva. No tenía ni idea de dónde había salido aquello, pero una vez soltado, sólo le quedaba adornarlo lo suficiente.

—¿Se lo imagina? —continuó—. Ese tipo no era más que un cerdo inmoral que estaba tratando de comprarse un hijo. Eso es ilegal, ¿no?

Finalmente el abogado pareció interesarse en lo que estaba diciendo Cooper. Su expresión cambió de una de aburrimiento a otra de especulación.

—Sí, Katie y yo podemos haber apresurado un poco nuestra relación —

continuó Cooper—. Y puede que la noche en que Andy fue concebido no tomáramos precauciones. Pero con el calor de la acción, ya sabe.

Cooper lo miró fijamente y añadió:

—Bueno, tal vez no, pero somos seres humanos y de sangre caliente, muy opuestos a los reptiles como ustedes.

Madison le dedicó una mirada llena de veneno, pero no dijo nada.

—Así que Andy fue un poco… no planeado y a Katie le entró un poco de pánico cuando descubrió que se había quedado embarazada. No me lo dijo inmediatamente, ya sabe. Creo que se le escapó un día mientras trataba de librarse de Winslow. Cuando me dijo que realmente él le había ofrecido dinero por nuestro hijo porque su esposa no podía tenerlos… Bueno, creo que le hubiera partido la boca a ese tipo. Es sorprendente el comportamiento de alguna gente y de lo que son capaces, ¿no? Y eso que parece ser que el tipo es un padre de la patria y un notable pilar de la sociedad, ¿no?

Madison continuó en silencio y parecía pensativo. Cooper como si estuviera haciendo el papel de su vida y, orgulloso de su vivida imaginación, continuó con su discurso.

—¿Se imagina el efecto que podría surtir semejante escándalo si saliera a la luz?

¿Y lo que haría la prensa si se oliera que un tipejo como ése trató primero de seducir a una chica inocente como Katie y, por si fuera poco, luego tratara de comprarle el hijo que había concebido con el hombre al que amaba realmente? Vaya, vaya… La verdad es que ese tal Winslow es un hijo de mala madre con suerte. Yo le habría partido la boca sólo por la forma en que estuvo persiguiendo a Katie.

Miró fijamente al abogado, esperando parecer suficientemente amenazador y luego añadió:

—Y se la seguiría partiendo ahora si me encuentro con él alguna vez. ¿Sabe lo que quiero decir?

Lowell Madison lo miró por un momento. Estaba claro que no se había creído nada de todo aquello y que no se sentía nada amenazado, pero ya no parecía tan seguro ante semejante giro de la situación. Finalmente, le preguntó:

—¿Me está diciendo que es usted al padre biológico del niño?

Cooper asintió.

—Sí. Eso es lo que dice en su certificado de nacimiento. Yo soy el único padre que ha conocido ese niño.

—¿Y está dispuesto a declarar eso en un juicio?

—Claro. Esta es mi historia y me voy a mantener en ella.

—Vamos a ver si he entendido esto correctamente, señor Dugan…

—Tómese el tiempo que necesite, Lowell.

—Su testimonio es que usted conoció a la señorita Brennan en Las Vegas y, después de un breve y turbulento romance, ella se quedó embarazada. Poco después de eso, ella conoció a mi cliente, el señor Winslow, que primero se acercó a ella con propósitos sexuales maliciosos y, cuando descubrió que estaba embarazada… y soltera, le ofreció comprarle el hijo porque su esposa era estéril.

Cooper asintió.

—Sí, ese es mi testimonio. Y puede añadirle esto: Por suerte, Katie tenía una moralidad mucho más fuerte que la que posee su cliente. Lo mismo que yo. Cuando ella me dijo que estaba embarazada, yo le dije que debíamos casarnos, pero ella no estaba segura de que fuera acertado, pero estuvo de acuerdo en vivir conmigo un año para ver cómo nos iba. Para serle sincero, Lowell, hemos tenido nuestros altibajos. Pero ¿qué pareja no los tiene? Pero creo que ella está entrando en razón.

Quiere lo mejor para Andy, lo mismo que yo, así que es seguro que acabaremos casándonos en un futuro no muy lejano y tendremos una muy feliz vida conyugal juntos.

Madison agitó la cabeza casi imperceptiblemente.

—¿De verdad que se va a poner delante de un juez y le va a decir que eso es la verdad?

—Como ya le he dicho, ésta es mi historia y me voy a atener a ella.

—Ya veo.

—Muy bien.

—Entonces, supongo que el señor Winslow y yo nos veremos con usted y la señorita Brennan en el juzgado.

—Perfecto, háganos saber dónde y cuándo. Oh, claro, eso si la puede encontrar.

—La encontraremos.

Cooper se llevó una mano a la cara y luego se rascó el pecho negligentemente.

—Sí, bueno, cuando lo haga, ¿podría decirle que traiga unos huevos, leche y una hogaza de pan? Se nos están acabando las provisiones.

Estaba claro que Lowell Madison no le vio la gracia a aquello. Así que Cooper sonrió esperando que eso le mostrara a ese tipo lo seriamente que se estaba tomando su amenaza.

—Señor Dugan, por muy entretenida que sea, sé perfectamente que se ha inventado toda esta historia. El señor Winslow volvió a la casa que compartió con la señorita Brennan después de un viaje de negocios y allí, en la cesta de la basura, se encontró con una camiseta de hombre manchada de sangre. Estaba claro que esa sangre no era producto de ningún homicidio y que la camiseta en cuestión debió pertenecer al que hubiera ayudado a dar a luz a su hijo durante la tormenta de nieve.

Cooper apretó la mandíbula, pero no dijo nada.

—El señor Winslow descubrió también que la cuenta corriente que había abierto a nombre de la señorita Brennan había sido… limpiada, por la misma señorita Brennan. Pero allí se acabaron las pistas. Hasta que investigamos un poco y descubrimos que es usted el enfermero que la ayudó a dar a luz. Lo encontramos a usted buscando en todos los hospitales de Philadelphia hasta que localizamos aquel donde la señorita Brennan registró a su hijo. Buscando un poco más, llegamos hasta su casa.

Cooper entornó los párpados.

—Oh, muy bien, si es usted tan listo, entonces seguramente sabrá que la señorita Brennan me inscribió a mí como el padre de la criatura.

—Sí, lo sabemos también. Pero una sencilla prueba de paternidad demostrará que no es así.

Cooper asintió.

—Sí, pero ¿qué juez va a ordenar una cuando yo estoy completamente deseoso de aceptar esa paternidad? Esas cosas sólo entran en juego cuando un tipo trata de escaparse de sus responsabilidades, pero es que yo no lo estoy haciendo. Mire, Lowell, la cosa sucedió así. Katie y yo tuvimos una pelea el día antes de que Andy naciera y ella se fue a la casa de Winslow en Chestnut Hill pensando que eso me haría enfadar lo suficiente como para ir a buscarla. Sí, así es. Y resulta que funcionó, porque la fui a buscar. Winslow no estaba en casa, pero nos pilló allí la tormenta, así que nos metimos en la casa para resguardarnos de la nieve. La puerta principal estaba forzada, ¿no es así? Como si alguien hubiera roto el picaporte con un botiquín muy pesado. ¿A que sí?

Lowell Madison asintió levemente.

Cooper sonrió.

—Así que Katie y yo entramos y Andy nació allí. Yo llamé a una ambulancia a la mañana siguiente y llegamos juntos al hospital. Luego Katie rellenó todos los impresos necesarios con los datos requeridos, incluyendo el nombre del padre, aquí presente, en el certificado de nacimiento de Andy.

Cooper calló por un momento, tratando de recordar si se había dejado algún cabo suelto. Satisfecho con el buen trabajo que había llevado a cabo desarrollando ese cuento, miró de nuevo a los ojos a Madison.

—Le desafío a que demuestre lo contrario —añadió—. Es cierto que algunos detalles los tengo un poco borrosos en la memoria, pero para cuando vayamos a juicio, le garantizo que van a estar más claros que el agua. Es mi palabra y la de Katie contra la de Winslow. Puede que él sea un tipo muy poderoso, rico y con influencias; capaz de engañar a todo el sistema judicial. Pero según ese sistema, usted tendrá que demostrar más allá de cualquier duda razonable que Andy no es de Katie y mío. Las dos personas que más lo aman en el mundo y que lo podrán cuidar mejor que nadie.

¿Cree que puede hacer eso, Lowell? Porque Winslow no va a poder engañar a un jurado de gente normal, como Katie y yo, un jurado que, seguramente, tendrá la misma animadversión que todo el mundo hacia los tramposos ricos como Winslow.

En vez de responder directamente a esa pregunta, Madison le hizo otra.

—¿Quiere usted criar al hijo de otro hombre como si fuera el suyo?

Por supuesto que Cooper estaba dispuesto a eso, pero no se lo iba a decir a ese reptil.

—Andy no es el hijo de otro hombre. Es mío.

Lowell Madison pareció pensativo por un momento, luego se volvió a meter en el bolsillo la tarjeta de visita y dijo:

—Bueno, entonces señor Dugan, supongo que los dos tenemos un evidente interés en encontrar a la señorita Brennan y a su hijo.

Cooper asintió lentamente.

—Sí, eso supongo.

Cuando se hubo marchado el abogado, Cooper volvió a su habitación y, como siempre, casi se tropezó con la mecedora. Entonces se dio una palmada en la frente.

Por supuesto. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Por suerte para él, sabía dónde podían estar Katie y Andy. Y, afortunadamente para todos ellos, podía estar allí en un momento.

—Conrad, sé que Katie y Andy están ahí, así que déjalo.

—Ella me ha dicho que no quiere verte.

—Mala suerte porque no me voy a ir hasta que no hable con ella.

Cooper y Conrad Di Stefano se miraron a los ojos en la entrada de la casa de los Di Stefano. Los dos estaban procurando el bienestar y la seguridad de Katie, pero ninguno iba a ceder.

—No estoy bromeando, Conrad —continuó—. No me voy a ir hasta que no hable con Katie.

—Como ya te he dicho, Katie no te quiere ver.

—Te puedes quedar con nosotros mientras hablamos, maldita sea. No voy a hacerle nada malo. Sólo quiero hablar con ella.

Conrad lo miró fijamente, pero se relajó un poco.

—Mira, le he dicho que, probablemente pueda confiar en ti. No pareces mala persona. Pero ella me ha dicho que no puede confiar en nadie más que en Ginny y en mí.

Cooper apretó la mandíbula. Hubo un tiempo en que Katie no confiaba en nadie salvo en él. ¿Qué había pasado para que eso cambiara?

Conrad se estiró todo lo grande que era.

—Y yo no traiciono la confianza de nadie.

Cooper se estiró también.

—Yo tampoco.

Los dos hombres siguieron con su duelo silencioso hasta que un leve movimiento detrás de Conrad le llamó la atención a Cooper. Katie asomó la cabeza por la puerta y miró a Cooper fijamente.

—Hola —dijo ella suavemente.

—Hola. ¿Podemos hablar?

Ella le puso una mano en el brazo a Conrad y el gigante se apartó un poco.

—Está bien, Conrad, hablaré con él.

Conrad asintió, pero no se marchó.

—¿Puedo entrar? —preguntó Cooper.

Ella agitó la cabeza.

—No, saldré yo.

—¿Dónde está Andy?

Ella lo miró indecisa por un momento.

—Con Ginny.

Cuando se apartaron un poco de Conrad, Cooper le dijo:

—Tienes buen aspecto. Más descansada. Más relajada. Como si estuvieras comiendo y durmiendo bien.

Ella sonrió.

—Ginny es una gran cocinera. Si me quedo más tiempo aquí no me voy a poder levantar de la mesa. Esa mujer no me deja hacer nada para ayudarla con la casa. Lo único que me permite hacer es quedarme sentada en el sofá con Andy viendo películas en el vídeo. Y, por supuesto, me da de comer a cada hora.

—Katie, yo…

—Cooper, yo…

Los dos hablaron a la vez y luego se miraron y se rieron.

—Tú primero —volvieron a decir a la vez y se rieron de nuevo.

—No, tú —dijo Cooper por fin.

Ella dudó un momento y luego dijo suavemente:

—Siento haberme marchado de esa manera.

—Y yo. ¿Por qué lo hiciste?

—Porque William fue a tu casa esa mañana.

La expresión de él fue como si le hubieran dado un puñetazo.

—¿Qué?

Ella asintió y se miró las manos.

—Me levanté para darle de comer a Andy y vi el coche de William aparcado afuera.

—¿Cómo sabes que era su coche?

—Lo sé.

—¿Lo viste?

Katie agitó la cabeza.

—No. Pero sé que estaba allí. No salió del coche, estaba allí sentado, observando el apartamento. Era como si supiera que yo lo estaba mirando.

—Pero si estaba afuera, ¿por qué no llamó a la puerta?

—No lo sé. Me imaginé que estaba esperando a que yo saliera con Andy. O que estaba esperando a que tú te marcharas para luego venir a por nosotros.

—O te imaginaste que, tal vez, Winslow y yo estábamos juntos en esto —añadió él—. Y que sólo estaba esperando a que yo te llevara a él. Eso fue lo que pensaste,

¿no?

En vez de responder directamente a su pregunta, ella le dijo:

—Realmente no me paré a pensar. Me limité a tomar a Andy y marcharme.

—Sin decírmelo.

Ella asintió en silencio.

—Porque pensaste que fui yo el que le había dicho donde estabas.

Se produjo un momento de silencio y ella volvió a asentir.

—Sí, tal vez. No lo sabía con seguridad, pero no podía arriesgarme.

—Katie, no fui yo. Yo no le dije a Winslow donde encontrarte. ¿Cómo pudiste creerme capaz de algo así?

Ella volvió a bajar la mirada, incapaz de mirarle a los ojos.

—¿Cómo podía saber yo con seguridad de lo que eras capaz? Tú eras el único que sabías donde estaba. ¿Quién más podía haber sido?

—Oh, claro, yo y todos los vecinos. Y cualquier otro que te hubiera visto entrar y salir. ¿Y el abogado al que fuiste a ver? ¿Y el conductor del autobús? ¿Y los Di Stefano? ¿Cómo sabes que no fue Conrad el que te denunció a tu marido?

—No seas ridículo. Conrad no podía ser.

—Pero yo sí, ¿no?

Ella se quedó en silencio un momento.

—¿Qué pasa con la noche en que nació Andy?

—Eso, ¿qué pasa?

—Apareciste en el momento más oportuno, Cooper. Justo a tiempo. ¿Cómo podía saber yo si William no te había contratado por si Andy nacía prematuramente?

¿Cómo sé que no te ha estado pagando desde hace meses? ¿Cómo sé que no estás ahora para controlarme hasta que los abogados de William no lo tengan todo preparado?

Cooper agitó la cabeza con una expresión de incredulidad.

—Ya te lo dije. El que yo apareciera esa noche fue una casualidad.

—Vaya una casualidad. Mira, Cooper, la verdad es que cuando William apareció en tu casa no pensé que trabajaras para él. Pero no podía saberlo con seguridad. Y no podía arriesgar el bienestar de Andy.

—No podías confiar en mí.

Katie agitó la cabeza lentamente.

—No.

—¿Y ahora?

—¿Qué quieres decir?

—¿Confías en mí ahora? ¿Confías lo suficiente como para volver conmigo a mi casa? ¿Lo suficiente como para saber que nunca te venderé a Winslow y sus lacayos?

¿Lo suficiente como para saber que haré lo que sea para manteneros a salvo a Andy y a ti?

—Yo… no lo sé.

—¿Vendrás a casa conmigo, Katie?

Ella lo miró por un largo instante y se dijo a sí misma que no podía creerlo capaz de hacer algo en contra de ella o de su hijo. Se dijo a sí misma que le estaba diciendo la verdad y que Andy y ella estarían perfectamente a salvo mientras estuvieran con Cooper.

Entonces se dijo también que la confianza era un lujo que no se podía permitir en esos momentos. No mientras el bienestar de su hijo estuviera en juego.

Finalmente, de mala gana, agitó la cabeza y vio que Cooper se desinflaba como si se hubiera quedado sin esperanzas.

—Lo siento, Cooper. Pero creo que me voy a quedar aquí.

Él asintió y apretó la mandíbula, pero no la volvió a mirar.

—Sí, bueno, ten cuidado porque Winslow ha mandado a uno de sus mensajeros a mi casa hoy. Un tipo llamado Lowell Madison.

El corazón le dio un salto a Katie. Conocía a ese hombre. Era uno de los pocos asociados de William que había conocido. No era un tipo muy agradable, pero era efectivo. El hecho de que Cooper lo mencionara podía verificar dos cosas. O le estaba diciendo la verdad y William lo había mandado al apartamento de él para ver si ella estaba allí, o Cooper ya conocía de antes a Madison y eso confirmaría que trabajaba para William.

—¿Cómo… cómo supo dónde encontrarme?

Cooper se frotó la mandíbula.

—Winslow encontró mi camiseta manchada de sangre en su casa y se imaginó que Andy había nacido allí. También pensó que tú debías haber ido a un hospital, así que los investigó hasta que descubrió aquel donde estuviste y registraste a Andy.

Alguien le debió decir que fui yo el que llegó contigo y luego me buscaron a mí.

Katie tragó saliva. Quería creerlo. Lo quería de verdad.

—¿Qué… qué le dijiste a Lowell de mí? ¿De Andy? ¿De nosotros?

Cooper se rió sin humor.

—Le dije que yo era el padre de Andy. Que tú y yo llevábamos meses viviendo juntos. Que si Winslow trataba de quitarte a Andy iríamos a juicio y que yo juraría sobre cualquier cosa que Andy y tú sois mi familia. La mía.

Entonces él la miró directamente a la cara.

—Eso es lo que le dije de nosotros. Es la verdad, Katie. Si te lo crees o no, eso es cosa tuya.

Luego empezó a alejarse, pero un momento después se detuvo y se volvió de nuevo.

—Yo nunca haría nada que os causara daño a Andy o a ti. Lucharía hasta la muerte antes de permitir que alguien os pusiera la mano encima. Creía que, después de todo lo que hemos… Pensé que ya te habrías dado cuenta de eso por ti misma en estos momentos. Pero me imagino que me equivocaba.

Luego se volvió de nuevo y Katie lo vio alejarse hacia su coche y siguió allí hasta que desapareció tras una esquina.

La confianza era algo precioso y precario, se dijo a sí misma. No había que darla nunca a la ligera. Y tampoco había que aceptarla nunca a la ligera. Ella había acudido a Cooper principalmente porque había estado segura de que él era la única persona en la que podía confiar. ¿Cómo y por qué había olvidado eso?

Se dijo a sí misma que todavía era posible que Cooper se parara en la próxima cabina de teléfonos para llamar a William y decirle donde estaban Andy y ella. O

bien podía volver a su casa, solo. Tenía que tomar una decisión y, cualquier duda por su parte podía tener resultados funestos.

Si elegía mal, podía perder a su hijo. O podía mantener a su hijo y perder a Cooper. O, tal vez, si hacía lo correcto, podía tenerlos a los dos para siempre. Pero si hacía algo equivocado, podía quedarse más sola de lo que había estado en toda su vida. Las apuestas eran muy grandes en ese juego, eso era seguro. Pero, si ganaba, le esperaba el premio gordo.

Si ganaba…