Capítulo Nueve
«¿Bailar"?», se repitió Pru, sin entenderlo al principio.
¿Seth estaba hablándole de bailar? ¿No de... la otra cosa? Pero, ¿cómo se entendía aquello?
En cuanto se hizo cargo de lo exagerado de sus propias expectativas, se dio un cachete mental en la cabeza, y se lo dio fuerte. Pero, ¿en qué estaba ella pensando? ¿Que se iban a ir los dos tranquilamente a la cama, para solucionar la tensión física que se producía entre ellos? ¿Que, como forma de garantizar que el fin de semana de Pittsburgh estuvieran cómodos, esta noche la iban a pasar en mutuo reconocimiento... sin ropa?; Pues sí, eso era, más o menos, lo que ella había creído. Y por eso, claro, se sentía ridícula. No solo por haber interpretado mal las palabras de Seth, sino, ante todo, porque había estado plenamente dispuesta a colaborar.
«Serás mema.» «Pedazo de... irresponsable.»
—Er... muy bien —le contestó—. Probemos.
Una cosa había que reconocer, y era que, cinco minutos antes, se habría puesto muy nerviosa, solo de pensar que Seth y ella iban a estar tan próximos; en aquel momento, en cambio, sentía alivio. Bailar era un paliativo relativamente inocente para la ansiedad que experimentaba ante la cercanía física. Tal vez él tuviera razón. Quizá con eso bastaría para empezar a sentir cierta comodidad al estar junto a él. A lo mejor, con bailar unas cuantas canciones con él, dejaba de sobresaltarse. Quién sabe si no se solucionaría así la desazón que la dominaba. Eso. Quién sabe. A lo mejor. Quizá. Tal vez.
—Voy a bañar a Tanner —dijo, ahuyentando esos pensamientos—. De todos modos, es casi su hora de acostarse. Y después podemos... bailar, si es eso lo que quieres.
—Ay, Prudence —contestó él, con una voz que era como una caricia—, eso es lo que quiero, con toda el alma.
A la hora de la verdad, fue Seth el que bañó a Tanner, Seth el que le puso después un pañal limpio, Seth el que luchó a brazo partido con el inquieto crío para enfundarlo en su mono de algodón, y el que le dio luego el biberón, le leyó un cuento y entonó «Cuá, cuá, cantaba la rana» mientras lo mecía para adormecerlo y, finalmente, depositarlo con cuidado en la cuna.
Tenía un increíble talento natural para todas esas cosas, se dijo Pru, viéndolo dejar entornada la puerta del dormitorio de Tanner. La mayoría de los hombres no mostraban ni la mitad de aptitud" con sus propios hijos. Lo cual volvía aún más sorprendente el que Seth no hubiera llegado a casarse, ni se hubiera planteado el tenerlos. Lo lógico sería que un hombre así sintiera inclinación por formar una familia. Pero él parecía empeñado en vivir de forma completamente opuesta a la que parecía llevarle su inclinación natural. A Pru le habría gustado poder preguntarle por todo ello, pero sabía que, al igual que el resto de las preguntas personales, él se la quitaría de encima encogiéndose de hombros con una broma.
—¿Hay algún disco de Robert Cray entre todos esos? —preguntó Seth en cuanto llegaron al cuarto
¿el estaba, señalando los CDs de Prudence—. Me apetece oír blues.
—Pues no. No hay ninguno de Robert Cray.
—¿B King?
—No, tampoco.
—Bueno, pues John Lee Hooker.
—Lo siento, tampoco tengo ninguno —se disculpó ella.
Y él la miró entristecido y desilusionado.
—Pero bueno. ¿Con quién cantas tú cuando tienes penas de amor?
—Oh —sonrió ella—. Entonces estoy demasiado bebida para enterarme.
—¿Qué? ¿Cuándo sucedió eso?
—Pues... verás... —Pru parecía hacer memoria— la última vez fue... con Bobby Norris.
—¿Bobby Norris?
—Ah, sí. Cómo lo quería —dijo ella, melancólicamente, dejando a Seth boquiabierto de asombro.
—¿Cómo? ¿Que lo querías? ¿De verdad?
—Por supuesto —contestó ella, con expresión soñadora—. Con toda mi alma y todo mi corazón.
—No es posible.
—Era muy posible —le aseguró Pru—. Bobby era —?... guapo, bueno y simpático. Un chico maravillosamente bien educado, y que, por si algo le faltaba, quería ser abogado de mayor.
—¿De mayor? Esto... Prudence, ¿de hace cuánto estamos hablando?
—De segundo de primaria —le contestó ella, con un suspiro—. Entonces fue cuando acabé con las existencias de enjuague bucal de mi familia. Bebí para olvidar —le explicó, pero, cuando miró a Seth, él había dejado de mirarla, y, sin comentar nada sobre tan enternecedora historia, estaba revisando los CDs.
—Algo tiene que haber aquí —murmuraba— que sirva para bailar. Para bailar —subrayó—, no para dar saltos, como todo este «heavy metal». ¡Ah, claro! —recordó al fin— El disco de Gershwin. Lo pondremos de nuevo.
—Me lo regaló mi madre.
—Menos mal que hay alguien en tu familia con gusto musical —y eligió, del disco, Our Lave is Here to Stay, que era la canción preferida de Pru. Muy bonita, muy romántica, muy, pero que muy lenta.
Es decir, muy peligrosa. Para que no le cupieran dudas, en cuanto las primeras notas del piano brotaron de los altavoces, Seth se volvió hacia ella, abriendo los brazos.
—Baila conmigo.
No serviría de nada tratar desnegarse, no porque Seth la fuera a persuadir, sino porque su propio corazón traidor se le adelantaría. Prudence se dirigió hacia él, pero, en mitad de la habitación, perdió el valor, y, al verla titubear, también él se desanimo, y dejó caer los brazos.
—Tranquila, Prudence —le dijo—. Solo vamos a bailar.
—Ya lo sé —le contestó, pero no estaba totalmente segura.
—Y entonces, ¿qué pasa? ¿Por qué estás tan incómoda cuando estás junto a mí?
Cómo contestarle. Lo único que hacía llevadera su situación era que él no supiera que estaba medio enamorada de él, y que llevaba así bastante tiempo. Y
que, cada momento pasado en su compañía, no hacía más que acelerar el proceso. Ella misma había tardado meses en reconocerlo, por puro pavor, porque no se le ocurría nada más irresponsable que irse a enamorar de un hombre como él. Y ahora estaba despavorida, al pensar que cada paso que diera hacia él no tenía vuelta atrás.
—Es solo... —suspiró— que... llevo tanto tiempo sin salir con nadie —le explicó—. Desde que acabé con el padre de Tanner.
Él la miró fijamente, pero sin que fuera posible escrutar su expresión.
—¿Llevas año y medio sin salir con ningún hombre? —le preguntó.
—Sí, claro. ¿Por qué pones esa cara de sorpresa? Él se rió sin ganas.
—Porque estoy sorprendido.
—¿Y qué tiene de sorprendente? No te habrás imaginado que me voy con el primero que llega. Ser madre soltera no es lo mismo que ser promiscua.
—Ni yo he dicho que lo sea.
—A Kevin lo quería. Quizá no lo quería lo suficiente para fundar con él una familia, pero lo quería. Y, para tu información, solo ha habido con otro chico en mi vida antes de él. Años antes —agregó—. Y a ese chico también lo quería.
¿Me explico, Seth?
—Sí. Me estás diciendo que te enamoras de los hombres que te atraen sexualmente.
—No, no es eso lo que te estoy diciendo. Lo que digo es que, para entregarme a un hombre, tengo primero que amarlo.
—Y, al parecer, te enamoras con relativa facilidad.
—Pues no, no es así. Y es justo eso lo que necesito que entiendas.
Seth seguía inmutable.
—Lo entiendo.
Ella bajó entonces la vista.
—Tener un hijo cambia muchas cosas, Seth. Al menos, para mí las ha cambiado. No quiero salir con cualquier chico. Que, además, no hay ninguno que me lo haya pedido, pero, aunque lo hubiera... —dejó esa cuestión, y siguió
—. Si ahora saliera con un hombre, lo estaría considerando además como un posible padre para Tanner. Tal vez no haya tenido un criterio demasiado exigente para mí, antes de que él naciera, pero te aseguro que ahora no me conformaría fácilmente.
—Te creo.
—No voy a salir con nadie solo porque sea simpático.
—Ya veo.
—No me voy a enredar con nadie solo porque lo encuentre atractivo —siguió ella.
—Es lógico.
—Y no me voy a complicar la vida con nadie solo porque me sienta sola.
Él vaciló un momento al oírla..
—¿Te sientes sola, Prudence? Ojalá no le hubiera dicho eso. Pero le contestó de todos modos.
—Sí. Pero no es razón suficiente para... para...
—¿Para qué?
—Para salir a bailar con el primero que me lo pida.
Él sonrió de nuevo enigmáticamente, y volvió a abrirle los brazos. Pru no pudo evitar el reírse.
—Vamos —dijo Seth, suavemente—. Sé que tienes muchas ganas. Estoy seguro, o casi. Bailemos una pieza. Solo bailar. Nada más, a no ser que quieras más.
Era realmente irresistible. Claro que, pensó Pru, en eso era en lo que se convertían las personas de las que uno se enamoraba. No pudo evitar el sonreírle, ni el dar un paso hacia él. Y luego otro. Y otro. Hasta que estuvo a menos de un metro de él, y él dio el último paso, y la rodeó con sus brazos. Sin dudarlo lo más mínimo, le puso las manos en las caderas, como si tuviera un largo hábito de hacerlo. Y se la acercó, aunque sin pasarse. Ella titubeó, puso después ambas palmas abiertas sobre el pecho de Seth, y las deslizó luego hacia arriba, hasta apoyar los dedos en sus hombros. Al contacto de sus manos, él dio un suspiro, cerró los ojos, y se aproximó un poco más a ella.
La postura de ambos no tenía nada de atrevida. Había sus buenos cinco centímetros de espacio entre el pecho de ambos, y las caderas solo entraban en contacto de vez en cuando, fugazmente. Pero, a pesar de todo, Pru sentía arder cada fibra de su cuerpo. Era un crepitar lánguido por el momento, pero que, en cualquier instante, podía convertirse en un incendio de proporciones devastadoras. Más valía no pensar en ello.
Por desgracia, su cuerpo no le iba a dejar olvidarse de ello, porque, con cada movimiento de ella, su percepción del hombre con el que bailaba, ya de por sí obsesiva, se hacía más intensa. Y, con cada movimiento de él, la distancia entre ambos se iba reduciendo. Y, cuanto menor era, menor deseaba ella que fuese, y más difícil le resultaba pensar siquiera en resistirse. Siguieron bailando, canción tras canción, y, en algún momento, las manos de Seth pasaron a la cintura de Pru, Con lo que sus cuerpos quedaron, al fin, pegados. Él le empujó
«suavemente la coronilla con el mentón, para que le pusiera la cabeza de lado, y ella, sin poder contenerse, llevó la mano a la nuca de él, acariciándola, y siguió subiendo, deslizando los dedos suavemente; entre sus cabellos. Notó cómo abría él la palma sobre su cintura, y la estrechaba levemente contra él. Ella correspondió a la acción, y sus senos se comprimieron contra el pecho de él, donde se sentía latir su corazón tan deprisa como el de ella. Ninguno habló. Se limitaron a moverse en indolentes círculos por la habitación. Pero, en el interior de Pru, se estaba gestando una tormenta, con nubes que le nublarían el juicio, vientos huracanados que arrastrarían las defensas mentales que había erigido, relámpagos que alterarían para siempre lo que se había acostumbrado a considerar su realidad, sir que pudiera volver a su vida habitual sin haber dejado que cayera la lluvia que lo calmaría todo.
Como si notara el tumulto que se agitaba dentro de ella, Seth le puso los labios en la sien, en un gesto que habría resultado simplemente tierno en cualquier otra circunstancia. Pero la levedad de la caricia solo sirvió para inflamarla, haciéndole desear más. Tiró con más fuerza del cabello de Seth, y le pasó la mano que reposaba por su hombro por la espalda. Él, entonces, recorrió con la boca entreabierta su frente, haciendo revolotear sus rizos con su aliento húmedo y caliente.
Completamente alterada, Pru echó hacia atrás la cabeza para mirarlo a los ojos, y se encontró con sus pupilas totalmente dilatadas. Tenía, además, la cara congestionada y seguía con los labios separados, como si le costara respirar. Y
su pecho subía y bajaba como un fuelle.
Solo entonces se dio cuenta de que había cesado la música, y de que sus cuerpos se habían detenido, aunque los corazones continuaban latiendo a un ritmo brioso. Después dejó de pensar, sencillamente, porque Seth bajaba la cabeza hacia ella y Pru se alzaba de puntillas a su encuentro. Cuando la boca de él cubrió la suya, Pru supo que lo que tanto tiempo había sospechado era cierto: estaba enamorada de Seth, y no tenía ni idea de lo que iba a hacer al respecto.
Se le ocurrió que era una suerte ser tan irresponsable, porque así tenía una excusa para no tener que pensar demasiado. No pensó más: se limitó a actuar como el instinto y la emoción conjuntamente le ordenaban hacerlo.
Seth volvió a enlazarla por la cintura, pero esta vez, en lugar de cruzar los dedos, tomó con ambas manos el tejido de su blusa y comenzó a tirar para sacarla de la cinturilla del pantalón vaquero de Pru, que no puso reparo alguno, pues se hallaba concentrada en desabrochar los botones de la camisa de Seth.
Los soltó uno tras otro, tan deprisa como pudo, y, una vez abierto, apartó la tela y metió ambas manos.
Sintió el pecho masculino cálido y vibrante bajo sus dedos, satinado bajo el fino vello rubio claro que cubría la robusta musculatura. Aquel torso era profundamente distinto del suyo: era todo firme lisura y rígidas protuberancias.
Pru lo exploró con avidez en todas direcciones, cubriendo en su investigación hasta el último centímetro.
Seth, por su parte, parecía tan impaciente como ella, pues le estaba quitando la ropa a la mayor velocidad posible. Al desabrocharle ella la camisa, él le bajó la cremallera de los pantalones, y, sin andarse con reparos, sumergió las manos bajo la cinturilla, y por debajo del frágil encaje de algodón, hasta tomar en sus manos la carne desnuda de las nalgas. Las estrujó suavemente, y Pru contuvo la respiración, alzándose hacia Seth cuando este aumentó la presión. Al hacerlo, puso en contacto la pelvis con la de él y pudo sentirlo duro y preparado contra su vientre.
Como si aquel contacto íntimo no bastase, Seth balanceó hacia delante las caderas, frotando su envergadura contra Pru. Esta emitió, con los ojos cerrados, un suave gemido de sorpresa, de placer, de deseo. Así que Seth repitió la operación, atrayéndola hacia él esta vez mientras él empujaba hacia delante, una y otra vez, escenificando así a través de su ropa lo que deseaba hacer con ella desnuda.
Pru gimió suavemente, al tiempo que sus puños se cerraban contra el pecho de Seth, que dijo, con los ojos clavados en la boca de ella:
—Quiero hacerte el amor —la miró a los ojos, antes de añadir—: aquí y ahora, si me dejas.
Ella se dio cuenta de que Seth estaba lejos de tener tanta confianza en sí mismo como aparentaba ante los demás. Y saber aquello hizo que lo amara aún más. Asintió, incapaz de otra respuesta que no fuera su consentimiento:
—Sí —dijo suavemente—. Yo también lo quiero.
Seth no dijo nada más, y Pru se preguntó si le preocuparía tanto como a ella el hablar de más, que podía llevar a pensar de más, y, por consiguiente, a hacer de menos.
Estaba a punto de dirigirse al pasillo, en dirección al dormitorio, pero Seth tiró de su mano y la condujo hacia el sofá. Él se sentó y la dejó a ella en pie, enfrente de él. E, inmediatamente, empezó a desabrocharle la camisa.
—Pero...
—Ahora, Prudence —repitió él—. Aquí.
Pero no la miraba a ella. Estaba febrilmente concentrado en quitarle la ropa.
La intensidad de su mirada estuvo a punto de colapsar el corazón de Pru, quien, sin pensar en lo que sucedería después, acabó de quitarle a él la camisa, y le plantó las manos en los hombros, para no perder el equilibrio. Seth le bajó a ella los pantalones hasta los tobillos, y Prudence dio un pasito, para apartarlos luego de una patada, enviándolos al montón donde su blusa y la camisa de Seth yacían en el suelo.
Entonces se irguió ante él, vestida solamente con su ropa interior, aferrándose al duro acero de los hombros masculinos, como si le fuera la vida en ello. Pero, en lugar de sentirse vulnerable o inhibida, se sentía sorprendentemente fuerte. La forma en que él la miraba la hacía sentirse poderosa y casi omnipotente, como si con solo una palabra pudiera deshacer a aquel hombre.
Seth colocó ambas manos a cada lado de las caderas de ella, deslizando luego los pulgares a lo largo del vientre. Luego, sin previo aviso, sin haberlo planeado y sin preguntar, se inclinó hacia ella para saborearla.
Para saborearla completamente. Pasó la lengua a lo largo del vientre desnudo, introdujo la punta en el ombligo, antes de adoptar una nueva ruta, ascendente. Movió una mano para desabrocharle el sujetador y llenarse la palma con un seno, mientras la otra mano tomaba una dirección mucho más meridional. Sin más preámbulos, Seth le separó las piernas, colocando tres dedos entre ellas para empezar a curvarlos y extenderlos en el interior de las bragas apretando las yemas contra su carne excitada.
Los pulmones de Pru se quedaron sin aire y las piernas amenazaron con dejar de sostenerla. Seth se anticipó, llevando ambas manos a las caderas para sostenerla; pero cuando ella se volvió a enderezar, él volvió a deslizar los dedos bajo sus bragas, y las llevó a los tobillos. Pru salió de ellas dócilmente, para volver a encontrarse en poder de Seth, que, con las manos sobre su trasero desnudo, la atrajo hacia sí para saborearla aún con mayor intimidad que antes,
—Oh —murmuró ella—. Oh, Seth. Se dijo vagamente que debía protestar, disuadirlo de lo que tan claramente intentaba hacer, mas el sentir el cálido aliento de Seth sobre su húmeda y hambrienta piel atajó la formación de cualquiera que fuese la objeción que iba a haber formulado. Y, al punto, ya se le había unido su lengua... su lengua... desplazándose en línea recta, en círculo...
con rapidez un minuto y lentamente al siguiente, con premura y languidez a un tiempo, curiosa y experta.
Nunca se había sentido tan próxima al abismo, tan necesitada de satisfacción.
No tenía ni idea de cuánto tiempo permaneció allí, en pie, permitiéndole hacer aquello; solo sabía que parecía prolongarse de manera indefinida. Y, justo cuando se convenció de que estaba a punto de convertirse en un charquito que se derramaría sobre él, notó que
Seth se apartaba.
Cuando reunió energía suficiente para abrir los ojos, vio que volvía a acercársele, solo que en esa ocasión él se encontraba desnudo y rígido: claramente dispuesto a hundirse en ella.
—Acostúmbrate a mí, Prudence —murmuró, con voz opaca—. Acostúmbrate a mi sabor y mi tacto. Y acostúmbrate a que yo te toque... del todo. Porque voy a recorrerte entera, cariño, y no me voy a despegar de ti.
«No, esta noche no», pensó ella, por lo menos.
Pero no tuvo ocasión de entristecerse, porque él hizo inmediato honor a su promesa. Nuevamente con las manos en las caderas de Pru, la atrajo hacia delante y Pru se arrodilló sobre los almohadones del sofá, a horcajadas sobre él.
Mientras el cuerpo de Pru descendía hacia él, Seth observaba la unión, entreabriendo la boca un instante en el momento en que entró en su lubricado canal. Ella lo fue absorbiendo centímetro a centímetro; su cuerpo la dilataba y la llenaba, de una manera en que nunca antes lo había estado. Era tan... perfecto.
Sí, perfecto. Encajaban el uno en el otro con tanta facilidad como si nunca hubiesen estado separados.
Cuando la hubo llenado tanto como le era posible, Seth la miró a la cara. Él tenía el cabello húmedo y oscuro, y los ojos fieros y enloquecidos de deseo.
Llevó las manos a sus senos, cubriéndolos, moviéndolos, juntándolos. Después, sin dejar de mirarla al rostro, avanzó la cabeza para llenarse la boca de ella.
Seth sorbió con fuerza y a fondo y, aunque ella hubiera jurado que era imposible, lo sintió crecer aún más en su interior. Pru lo tomó de los cabellos, en una muda orden de no detenerse jamás.
Seth empujó la pelvis contra la de ella, que cerró los ojos ante la oleada de calor que la recorrió. Deseosa de sentir la plena extensión de su erección, se alzó sobre las rodillas, para volver luego a deslizarse sobre él. Entonces fue Seth quien cerró los ojos y gimió, y la oleada caliente de su aliento sobre el pezón mojado hizo que algo se endureciera todavía más en el interior de ella.
De nuevo Seth llevó las manos a su trasero, elevándola y dejándola bajar sobre él, una, otra y otra vez. La fricción de sus cuerpos desencadenaba un infierno de deseo entre ellos. Los pechos de Pru se apretaban contra el de Seth, y la casi imperceptible rudeza de su vello provocaba incendios en la ya enfebrecida piel de ella. Entonces, con un inesperado y fluido movimiento, Pru se recostó de espaldas bajo él, rodeándole la cintura con las piernas y apretándose con todo el cuerpo.
Pru no era capaz de concebir otro lugar en el que deseara estar: se retorcía salvaje contra él y, con la misma animalidad, Seth volvía a empujarla hacia abajo. Cuando ya creía que no podría contenerse más, el muelle en tensión que eran sus entrañas saltó, dando un dulce alivio a su cuerpo, al tiempo que el cálido líquido de la culminación de Seth la inundaba.
Ambos cuerpos se relajaron, y Seth los cambió de posición torpemente, hasta que los dos yacieron de costado, con la espalda de ella contra su pecho. Un millón de cosas se derramaban por la mente de Pru, sin que ella pudiera retenerlas lo suficiente como para saber lo que estaba sintiendo. Justo detrás de ella, el pecho de Seth subía y bajaba, tratando de recuperar un ritmo de respiración regular, pero él alargó posesivo, casi tierno, una mano hacia el seno de Pru. Ella puso, a su vez, una mano sobre la suya, pero no supo qué decir.
Seth, en cambio, habló con gran claridad:
—No me he puesto preservativo:—dijo, con suavidad—. Podrías quedarte embarazada.
Pero Pru se maravilló al darse cuenta de que Seth parecía casi feliz ante el descubrimiento. Supuso que, una vez acabado lo que habían estado compartiendo, no debía ser infrecuente que un hombre se sintiera contento y despreocupado ante lo que pudiera suceder más adelante.
—No —contestó ella—. Llevo tomando la píldora, para recuperar los niveles hormonales normales, desde que Tanner cumplió tres meses. Además, solo hace unos días que tuve el período. Hay muy pocas probabilidades de que me quede en estado.
De lo contrario, no se encontraría allí con él en semejante situación. Podía ser irresponsable, pero no iba a cometer dos veces el mismo error. Ni siquiera confiaba en los preservativos, que era el método que había usado con Kevin. Y, aunque la píldora no llegase a ser efectiva en un cien por cien de los casos, pensó que, aquella vez, al menos, las probabilidades estaban claramente a su favor. Esperaba oír un murmullo de alivio por parte de Seth, pero todo lo que dijo fue:
—Oh.
Y Pru se dijo que debía estar equivocada, porque habría jurado que lo decía con desilusión.