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«… ME RESULTE MÁS FÁCIL MORIR…»

MIENTRAS yo vivía en el país del amor recién descubierto, Amaia, con un billete con el mismo destino en el bolsillo, se obligó a pensar que ese tren no era para ella.

Entró a trabajar diez minutos antes, como siempre. Se cambió, se tomó un café y fue a la sala de espera a por el primer paciente. Se cruzó con Javi en el quicio de la puerta y se sonrieron. Él con esperanza y ella con vergüenza. La noche anterior él se había marchado de su casa despidiéndose con un beso. Recordaba haberle mirado mientras se vestía después de pasar horas desnudo junto a ella en la cama. Por más que le pesara, Javi ya no era el Javi que había sido. Ahora era otro. Mejor o peor, no lo sabía.

Estuvo más allá que acá durante toda la mañana y en el descanso odió encontrárselo de cara. Quería evitar hacer frente a la situación, como si fuera una opción. Él sonrió y se acercó a ella con paso decidido. La besó en los labios delante de un par de compañeras y le preguntó cómo estaba. A Amaia le pareció escuchar un rumor pasando de boca a boca por todo el hospital y se sintió incómoda. Se alejó de él.

—No hagas eso —le susurró.

—¿El qué?

—Eso que has hecho.

—¿Besarte?

—Sí.

—¿Por qué no iba a hacerlo? —dijo él frunciendo el ceño.

—Porque no.

Una voz dentro de su cabeza la llamó ingrata. El mundo le ofrecía lo que siempre quiso. Algo mucho mejor incluso de lo que imaginó. ¿Habría en el mundo alguien que la quisiera mejor que Javi? Él ya conocía todas esas cosas que a otros parecían asustarles. Él la había visto desnuda y desde aquel día parecía incluso más cercano. No lo entendía. Podía arriesgarse, vivir el amor como si fuera una adolescente, como si no tuviera nada malo detrás, una cara oculta. Pero ella ya sabía lo que pasaba cuando se ilusionaba: nunca salía bien. Y arriesgarse a que le pasara con Javi le producía hasta náuseas. Y sobrepasada dio un par de pasos hacia atrás y se marchó. Y por primera vez, prefirió alejarse, salir del recinto y pasear al sol, lejos de él y de todas las cosas que le hacía sentir. Javi no la siguió. Hasta ese punto la conocía.

Mario la encontró cuando recogía su bolso de la taquilla a la hora de la salida y se acercó con las cejas levantadas y una expresión rara.

—Amaia.

—Hola, Mario. —Y de pronto sintió que un fin de semana la había hecho crecer el equivalente a varios años, como si se hubiera sujetado muy fuerte a un poste en mitad de una inundación, todo se hubiera movido y ella hubiera quedado durante un tiempo suspendida en un paisaje que solo era una imaginación suya. Ahora la corriente la había llevado mucho más lejos.

—¿Te vas?

—Sí.

—¿A casa?

—Sí —respondió con una sonrisa.

—¿Te apetece comer algo?

—Es que… —Se mordió el labio inferior.

—Tomamos algo rápido. Quiero hablar contigo.

La Amaia de antes de Javi aplaudió emocionada, pero la actual se mantuvo alerta. ¿Qué iban a necesitar hablar? «A lo mejor se ha dado cuenta de que te quiere». «A lo mejor eres imbécil». Conversaciones de Amaia con Amaia.

Se sentaron en su restaurante preferido. Él pidió lo de siempre y ella también, aunque estaba segura de que hasta la pasta con salmón ya no le sabría del mismo modo.

—Pensaba que estabas a dieta —murmuró él confuso después de que el camarero se marchara.

Antes Amaia se habría avergonzado, pero ahora aquello le fastidió.

—No. Ya te dije que no lo estoy. Yo no estoy gorda, Mario. Yo soy así.

—Oh, Dios. No dejo de cagarla contigo. —Y se tapó la cara.

Ella arqueó las cejas confusa.

—Perdona, Mario. No sé qué me pasa últimamente.

—Yo sí sé lo que te pasa. Y te comprendo. De eso mismo quería hablar. —Ella no contestó porque no tenía ni idea de por dónde iban los tiros y él siguió—. Cuando llegamos a casa el sábado, Ariadna y yo discutimos y me di cuenta de muchas cosas. Hay que ver lo listas que sois las mujeres… —Se rio sin ganas, sin mirarla—. Y tiene razón. Solo me queda disculparme.

—¿Por qué ibas a disculparte?

—No quiero hacerte daño y espero no equivocarme. —Estrujó entre sus manos la servilleta de tela—. Hace tiempo que me di cuenta de que…, va a sonar fatal.

—Sigue.

—Hace tiempo que me di cuenta de que yo te gustaba. Al principio pensé que solo éramos buenos amigos, pero allí estaba Javi, que también era tu amigo y al que no dedicabas las mismas atenciones que a mí. Es egoísta, pero siempre me sentí muy bien contigo, quizá porque me hacías sentir más seguro de mí mismo. Ariadna dice que eso es horrible…

Amaia puso los ojos en blanco y se tapó la cara. Lo que le faltaba.

—No, a ver, Amaia. Escúchame. Me he prometido ser muy sincero. Dicen que las cosas que escuecen curan, y tú y yo necesitamos curar nuestra relación porque no quiero alejarme de ti.

—Vale. —Se quitó las manos de la cara y suspiró—. Sigue.

—Quizá tenía que haberte dejado claro que yo no quería…, que no quería estar contigo de ese modo. Pero a ratos tampoco lo tenía muy claro, ¿sabes? Dios… —Resopló—. Soy una persona horrible y te voy a hacer daño.

—No me lo vas a hacer. Yo también hace tiempo que sé que a lo mejor no era amor, pero que tú también sentías algo, pero yo no cumplía con ciertas expectativas tuyas sobre la mujer con la que compartir tu vida.

—Me conoces mejor que yo. —Sonrió resignado—. Y eres preciosa. Lo sabes, ¿verdad?

—Bueno. —Otro suspiro—. Sigue.

—El caso es que yo conocí a Ariadna y enseguida lo tuve claro con ella, pero me costaba dejarte ir. Yo te quiero mucho, Amaia, y fui muy egoísta. Y un día apareces diciendo que Javi y tú estáis juntos…

—Mario…

—No, déjame hablar. Me jodió. Me jodió tanto que estaba convencido de que era una mentira con la que protegerte de la situación. Ariadna me decía que tú no tenías ninguna necesidad de mentir sobre eso, pero es que nunca le he contado que tú…, bueno, que yo te gustaba. Y me fastidiaba que te escondieras detrás de Javi, como si él pudiera protegerte de mí. Me sentí… celoso. Pero no porque yo…

—Ya, ya. —Amaia quería morirse de vergüenza—. Ya sé que tú y yo no…

—El sábado lo vi claro, ¿sabes? Los dos hemos tenido mucha suerte. Porque en un momento dado podríamos haber tomado una decisión equivocada y haber acabado juntos. Pero yo encontré a Ariadna y tú a Javi. Solo hay que veros…, eso es amor. Es lo que quiero que los demás vean cuando nos miran a Ariadna y a mí.

Amaia se apartó para que el camarero dejara su plato de pasta humeante delante de ella y… otra vez aquel ardor. Un ardor que siempre significaba no estar haciendo las cosas bien con Javi. No estar siendo sincera consigo misma. Psicosomatizar un sentimiento para hacerlo oír.

—He sido un mal amigo y tengo que pedirte perdón, Amaia. Solo quiero que seas feliz y acepto que he sido egoísta al querer, muy en el fondo, que él no te quisiera para así poder tenerte más para mí. Eres buena y quiero compartir mi vida, todo lo que me pase, contigo. Yo te quiero de verdad. En el fondo no soy malo.

Le tocaba hablar. Mario manejaba sus cubiertos con nerviosismo mientras esperaba una reacción por su parte. Era hora de actuar en consonancia con todo lo que había aprendido.

—Estaba muy enamorada de ti. —Después de decirlo necesitó tragar—. Siempre tuve la tonta esperanza de que tú te dieras cuenta de que nadie te querría como yo, pero ahora… casi agradezco que no fuera así porque, sencillamente, no eres para mí. Ni yo para ti.

—Pero yo…

—Ya, ya lo sé. Eres un buen chico; de otra forma no estarías diciéndome esto. Y dale también las gracias a Ariadna por darte el empujón para hacerlo. Esto me ha servido para ver muchas cosas sobre mí misma que estaba apartando. Tenía mucha ansiedad…, no me encontraba, ¿sabes?

—Sí. Siempre lo noté pero no sabía cómo actuar. Pero ahora está Javi. Y estoy contento y tranquilo de que lo tengas en tu vida; os complementáis a la perfección.

—Bueno…

—¿Por qué «bueno»?

—Es que…

Mario alargó la mano y cogió la de Amaia. Ella levantó la mirada del mantel y lo miró a los ojos.

—Él te quiere como siempre has merecido que te quieran.

Y qué miedo da la promesa de haber conseguido todo lo que siempre quisiste en la vida. Uno se plantea si podrá sostenerlo. Si podrá mantenerlo. Si será capaz de no estropearlo. Si será digna. Pobre Amaia…, con ese miedo tomó una decisión.

El autobús la dejó a una manzana de casa de Javi y anduvo muy despacio, a pesar del calor que hacía, esperando no llegar nunca. Cuando lo hizo, como siempre, perdió el tiempo mirando los artesonados, las balaustradas; se maravilló como siempre con el ascensor antiguo y se preguntó si alguna vez Javi olvidaría que allí se dio cuenta de que era una decepción para sus padres, si alguna vez podría sentir aquella casa como suya y no como un soborno para mantenerse callado y alejado.

Llamó al timbre y oyó un «ya voy» al otro lado. El sonido de las zapatillas de Javi sobre el viejo suelo de madera precedieron el movimiento con el que abrió la puerta. La miró sorprendido.

—Hola, Javi. Tenemos que hablar.

—No. En realidad no hay nada que hablar —respondió él—. Ya está todo dicho. Lo que hay que hacer es…

Amaia entró y él cerró la puerta.

—No estoy preparada para quererte como tú quieres que te quiera. Ni siquiera estoy segura de que me quieras como crees quererme. —Tragó una bola de lágrimas en su garganta—. Porque creo que vamos a estropear lo más bonito que tenemos en nuestras vidas por dos meses de sexo cariñoso. Me dijiste que me querías más de lo que podías permitirte como mejor amigo y yo te digo que no, que lo que no podemos permitirnos es arriesgarnos a que no salga bien y perdernos para siempre. Nunca he conocido a nadie como tú y quiero tenerte en mi vida siempre, pase lo que pase, hasta que me haga vieja y me muera. El amor no nos puede asegurar eso, pero como amiga sí puedo prometértelo.

Javi se apoyó en la pared y suspiró mirando al suelo.

—¿Entonces? —le preguntó él.

—Entonces vamos a dejarlo como está. Yo te quiero, tú me quieres. Hagámoslo bien. Por nosotros.

—Sabes que no estoy de acuerdo, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y?

—Un día te darás cuenta de que es la verdad y todo volverá a ser como antes.

—¿Y si no es así?

—Lo será —aseguró Amaia.

—¿Crees que un día se me olvidarán las ganas de besarte? ¿O es que un día me conformaré con no volver a sentir con nadie lo que siento contigo?

—Es más sencillo que todo eso.

—Claro que lo es, Amaia. A mí también me asusta.

—No estoy asustada.

—¡Estás muerta de miedo! ¿Y quieres saber algo más? No eres tú la que habla. Es tu puta inseguridad que te está diciendo que nadie puede quererte y desearte como lo hago yo. ¿Te castigas, Amaia? —Su voz empezó a temblar, cargada de una mezcla entre rabia y emoción—. ¿Te castigas por no ser todo lo buena que crees que debes ser? ¡¡Dime qué es lo que has hecho mal, qué he hecho yo mal para que no podamos merecer esto!! ¿Tampoco soy suficiente para ti? ¿Tampoco puedo darte lo que esperas? ¿O es que no te has parado un puto segundo a verte como te veo yo?

—Javi…

—No, Amaia. No voy a…, no voy a cometer el error de conformarme con menos de lo que quiero. Yo te quiero a ti, entera. No habrá medias tintas.

—Y eso ¿qué quiere decir?

—Que ya sabes lo que hay. Que no quiero ser tu amigo. Que quiero serlo todo. Y estar a tu lado como tú quieres que lo esté me dolerá demasiado. Tú eliges. Yo ya lo he hecho. Sé valiente y consecuente. Yo no puedo…, no puedo ser cobarde. Ni siquiera por ti.

—¿No quieres…?

—No quiero migajas. Ya las he tenido y nunca fue suficiente. No quiero volver a besar a nadie que no seas tú y no quiero sentarme a tu lado y fingir lo contrario. Si no puedes dármelo…, si no quieres arriesgarte, solo puedo pedirte que te vayas, Amaia. Estoy harto de decepciones y deudas morales. Contigo es diferente, pero si no quieres aceptarlo, vete. Porque me harás sufrir y no quiero odiarte por ello.

Todos los fantasmas de su vida se presentaron encerrados en aquella frase. Todos los miedos. El desarraigo y la soledad. La inseguridad de no sentirse suficiente. El miedo a perderse dentro de aquello que siempre la superó. No podía quererlo por encima de sí misma. No podía. Y lo único para lo que encontró fuerzas entonces fue para marcharse y no mirar atrás.