CAPÍTULO 22

Los rayos de sol penetraban los vidrios de la ventana, golpeaban sobre las blancas paredes y sobre el candelabro apagado, hacían carambola en las baldosas pulidas del piso y salpicaban toda la estancia de brillante luz.

—Buen día, Señor Cavanda.

—Buen día, feliz de volverlo a ver, ¿puedo llamarle Leonardo?

—Sí, ¡ya que es mi único nombre!

El doctor concordó satisfecho.

Leonardo se sentó en el sillón de piel y, mirando por la ventana con cortinas color naranja, se dio cuenta que nubes de color humo minaban el azul del cielo.

—Usted, ¿todavía imagina a su mujer y a su hijo?

—No.

De la boca del doctor salía una voz nasal y vibrante.

—Bien, la amitriptilina funciona. Por seguridad, a partir de mañana aumentaremos la dosis a cinco píldoras al día. —Continuando, el doctor se levantó, hizo recorrer sus yemas sobre los volúmenes que llenaban su librero de nogal y sacó un libro con cubierta negra—.La terapia farmacológica será apoyada con la terapia cognitiva-conductual.

Esta misma tiene dos objetivos:

a)  Desarrollar la capacidad de transformar los pensamientos negativos en positivos.

b)  Desarrollar la capacidad de hablar a uno mismo de manera positiva.

Abrió el libro en frente de Leonardo—: ¿Qué ve?

—Una mancha.

—Veo que no ha perdido su ánimo.

— ¡Veo que no ha perdido su corbata azul!

El doctor se soltó a reír, emitiendo aquel su característico y fastidioso ruido estridente.

—Usted me hará morir de risa. Pero ahora volvamos a ser serios; todavía es el test de Rorschach que habíamos hecho la vez anterior, pero he elegido tarjetas diferentes, que me darán otros indicios útiles sobre el estado de su enfermedad mental. ¡Observe la mancha y dígame qué ve!

La voz de Leonardo se volvió áspera y ronca, como si no quisiera salir de la boca:

—Veo una familia que hace un pic-nic en el prado, pero la comida se echó a perder. —El doctor volteó a otras páginas, recibiendo estas respuestas—: Veo una familia decorando el árbol de Navidad, pero de pronto el árbol se incendia.  En esta veo una familia que toma un baño en el mar, pero el padre tiene calambres en el estómago y se va a ahogar. En esta, en cambio, veo una familia que está por ser atacada por...

El señor Cavando lo interrumpió.

—Basta, ¡con esto basta! —Se retiró los anteojos, tallándose los ojos y bufando impaciente, luego abrió el último cajón del escritorio, tomó una hoja en blanco y una pluma—.Tratemos de cambiar tu negatividad en positividad: dibuja tu sueño, lo que harías si ganaras la lotería. Por ejemplo, un paciente ayer se dibujó a sí mismo y una bellísima modelo, recostados en la playa de Río de Janeiro, en medio de un grupo de jóvenes felices, despreocupados con tantas mujeres que tomaban un baño en tanga. ¿Comprende la idea? — Leonardo pensó un momento y finalmente dibujó una mujer encinta que observaba al marido y al hijo jugar juntos futbol. El doctor Cavanda rompió la hoja en mil pedazos y lo tiró a la basura—. Por hoy es suficiente. ¡Será difícil pero te prometo que lo lograremos! ¿Quieres hacerme alguna pregunta antes de que nos despidamos?

—Sí, una: ¿Puedo regalarle una corbata gris para Navidad?

El doctor Cavanda lo observó furtivamente, al menos esta vez quería tratar de permanecer profesional, pero su nariz respingada, sus labios salidos y sus azules ojos avispados parecían darse por vencidos al deseo de soltar una carcajada.

Al final, no logró contener su ruidosa risa, que esta vez floreció similar al gruñido de un marrano.

En las cuatro semanas sucesivas, el doctor trató de curar a su paciente usando terapia cognitiva-conductual, pero obteniendo escasos resultados, decidió probar con otra táctica.

Fue a la habitación de Leonardo en la noche profunda.

Leonardo le preguntó jadeante:

— ¿Por qué nos reunimos a las dos de la madrugada?

El doctor estaba contento, convencido de que con esta terapia tendría éxito.

—Probaremos la terapia de hipnosis. No te dejes influenciar por la televisión, no se trata de un péndulo que se hace balancear delante de tus ojos, sino de un procedimiento mucho más complejo: en cuanto te duermas, comenzaré a hablarte en voz baja de Raquel, Ricardo, tu padre, tu hermana y de tu madre, tratando de confrontar, estimular y modificar tu memoria regresiva, haciéndote nacer las ganas de construirte un futuro, de vivir intensamente la realidad. Confía en mí, funcionará ¡te lo aseguro!

La composición del rostro de Leonardo no hizo más que torcerse en una mueca de perplejidad.

—Estoy listo, ¡probémosla!

Leonardo se acostó sobre la cama, mientras el doctor Cavanda apagó todas las luces, excepto una pequeña pantalla de luz que dejó la habitación en una “oscuridad” manchada de luz.

Para relajarse, Leonardo miró fuera de la ventana, admirando un cielo enjoyado con cautivantes estrellas de oro brillante, quedando cautivado por una soberbia luna de perla, cuya sombra plateada azotaba la oscuridad de la noche.

Sobrecogido de un gran cansancio, cerró los ojos.

Inmediatamente, pero en silencio, el doctor Cavanda se acercó a su oreja, comenzando a hablar con voz suave y dulce, como el rumor de un mar calmo:

— ¡La vida es bella! La vida es digna de ser vivida. Raquel no existe. La niña que lleva en el vientre no existe. Ricardo no existe. ¡Tú existes! Tú debes vivir. Tú debes realizar tus sueños. Tú debes enorgullecer a tus padres. Tú existes. ¡Tú existes! ¡Tú existes! —El psiquiatra continuó hablando hasta que la noche dejó su lugar a la aurora y apareció el espejo escarlata del disco solar. En cuanto despertó, Leonardo vio la sombra del candelabro que se esparcía por todo el techo como una densa red de araña. El doctor se dirigió a él con tono jovial—: ¿Cómo estás? ¿Sientes algo diferente?— Leonardo no respondió, pero movió la cabeza en señal de negación—. ¡Debemos insistir!

Los ojos azules del doctor estaban pálidos, cansados y llenos de venas rojas que se desenmarañaban por toda la esclerótica.  Apenado, Leonardo le dijo:

— ¿No sería más simple registrar en un audio su voz?

El doctor se masajeó los párpados:

—No, debo catalogar cada uno de tus cambios exteriores y cada una de las palabras que eventualmente digas en el sueño.

Por otras dos semanas el doctor expuso a Leonardo a la terapia de hipnosis, obteniendo alguna ligera mejora, intercalada con bruscos empeoramientos.

Una noche, de hecho, Leonardo tuvo una crisis terrible: gritaba y se retorcía en el sueño, comenzó a tirarse puños violentos en el rostro, a golpear su cabeza contra la pared.

El doctor estuvo obligado a llamar a los enfermeros de turno, que recluyeron a Leonardo en la celda de aislamiento, luego de haberle puesto la camisa de fuerza.