CAPÍTULO 7
Esa mañana, el sol golpeaba caliente como un horno, aunque estuviera empañado de un sutil velo de nubes.
Vera organizó una búsqueda de tesoro, dando a Bart la tarea de esconder un trébol de cuatro hojas dentro de papel celofánen el bosque y otro, en cambio, junto al lago.
Carlo y Vera recorrieron el bosque, mientras a Pippo y a Mímí les tocó el lago.
Se estaban divirtiendo muchísimo, cuando de improviso un trueno dio aviso de un mal tiempo. Filippo y Mimí se encontraron con Bart bajo el pórtico del instituto, para protegerse de la intemperie, mientras Vera convenció a Carlo para seguir la búsqueda.
Luego de algunos minutos encontraron el trébol, escondido a los pies de un poderoso nogal, detrás de un hongo no comestible.
Vera no tenía bolsillo, por lo que se puso el trébol en el sostén y se dirigieron triunfantes hacia los otros, mientras una ligera lluviecita lamía su piel.
Durante el camino, sin embargo, el temporal se encolerizó con toda su potencia.
A pesar de la protección y el repelente de los árboles, la lluvia caía con fuerza y las gotas de agua se volvieron granizo, tan grueso y pesado que provocaba escalofrío.
Ríos corrían por todos lados por el camino, todas las hojas y toda la hierba estaban empapadas por el agua, rumorosas corrientes se precipitaban incesantemente de los canales del hospital, formando charcos revueltos.
Un rayo seco los puso en pánico, existía un serio riesgo de que alguna gruesa rama cayera sobre sus cabezas.
Llegaron a la caseta de herramientas, donde se refugiaron en espera de que terminara el temporal.
La desgastada herramienta de trabajo estaba desordenada y tirada al azar por aquí y por allá, el pavimento de madera estaba cubierto de tierra, sobre la mesa había restos de comida maloliente y cartas de rummy esparcidas en desorden.
Vera temblaba.
— ¡Tengo frío!
—También yo, ¡me estoy congelando!
Le balbuceó a media voz, como si temiera ser escuchado:
—Quedémonos juntos, hay una cobija de lana bajo aquella silla.
Se cubrieron con la cobija y se cobijaron en una esquina vacía, ambos estaban en cuclillas y apretaban fuerte las rodillas y las oprimían contra el pecho, moviéndose hacia delante y atrás, tratando de crear más calor.
Sus caderas se oprimían, los cabellos mojados de Vera tocaban el rostro de Carlo, que sentía su perfume, un olor salvaje y ancestral.
Trató de calmarse, cerrar los ojos y pensar en Raquel, en la sonrisa de Ricardo, pero su mirada caía impertérrita sobre el pecho ansioso de Vera, que con cada respiración inflaba el suéter colorado.
Vera se dirigió a él con voz apasionada y ojos debidamente entrecerrados:
— ¡Todavía tengo frío! —Carlo le tomó las manos, las encerró en las suyas y comenzó a frotarlas. Bajo dos labios rosados, los dientes blanquísimos dibujaban una sonrisa provocante sobre su fascinante rostro —, gracias, está mejor.
Con cada palabra, nubes de vapor se formaban en el aire, sus rostros se acercaban lentamente, pero inexorables, los ojos reflejaban sus labios deseosos unos de los otros.
— ¡Tengo Miedo!
—También yo.
— ¡Te deseo!
—También yo.
Se besaron y sus labios se unieron con el miedo de un beso esperado desde hacía mucho tiempo, querido, deseado, voluptuoso, buscado. Un beso con sabor de amor verdadero.
Temblaban, no por el frío, sino por la emoción, como hacen dos chicos de trece años que intercambian el primer beso de sus vidas.
— ¡Vera, Carlo, Vera! —Los gritos gruesos de las dos enfermeras rompieron la magia del momento. — ¡Carlo, Vera! ¿Dónde están?
Los dos amantes se distanciaron, se recompusieron y se reunieron con los otros bajo el pórtico.
Esa noche, Carlo miró a Raquel dormir serena junto a él, y se sintió mal. Su consciencia lo atormentaba sin descanso.
‘Soy una serpiente resbalosa, un gusano asqueroso’— se reprochó Carlo— ‘¡Me avergüenzo de mí mismo! ¡Soy un hombre casado que traiciona a la mujer que está en su dulce espera, y lo hace con una mujer que se encuentra recluida en un manicomio!’
Se dio golpes en la cabeza, tratando de sacarse el pensamiento de Vera y de aquel beso, pero era imposible, porque Vera lo había hecho sentir vivo y deseado, le había hecho vibrar el corazón y los sentidos.
‘¿Qué habría ocurrido si no hubieran llegado aquellos gritos?’ se preguntó Carlo, sintiéndose culpable. ‘¡Seguramente habríamos hecho el amor!’ Se respondió ‘Tal vez el instinto había tomado la sartén por el mango en lugar de la razón. No sé si agradecer a esas dos enfermeras o maldecirlas. Amo con cada fibra de mi ser a mi mujer y a mi hijo, pero siento no poder más vivir sin Vera.’
Era cerca de media noche, cuando una falla en la electricidad provocó un apagón.
La oscuridad de la habitación se rompía por breves y repentinos centelleos de luz de los rayos mientras afuera, los truenos comenzaron a hacer gemir los vidrios de las ventanas.
Los árboles crepitaban golpeados por el fuerte viento que soplaba haciendo un sordo verso, como una bruja que grita a la luna.
Carlo trascurrió insomne el resto de la noche, rogando a Dios que lo ayudara, que le mostrara el camino correcto, la salida a tomar, para que las personas a las que amaba sufrieran lo menos posible.