CAPÍTULO 6
Rayos dorados de sol en el cenit se filtraban a través de las nubes, cayendo rectos sobre la mesa de pic-nic, en la que Carlo y sus amigos estaban escuchando con atención la propuesta de Vera:
¡Traje lápiz y papel! Esta mañana disputaremos un duelo literario, así que cada uno de nosotros compondrá una poesía rimada y una poesía libre.
Las ideas de Vera eran siempre originales y divertidas, estaba a la constante búsqueda de estímulos para el físico o, como en este caso, para el intelecto.
Cada uno buscó inspiración a su modo:
Mimí se tiró sobre la suave hierba alta junto al lago, arrullado por el croar de dos batracios enamorados.
Bart se sentó con las piernas cruzadas bajo una granada, que alargaba su sombra con ramas cargadas de sus deliciosos frutos.
Filippo estaba de frente al campo de girasoles y los contemplaba con cariño.
Carlo y Vera se quedaron sentados en la mesita, uno de frente a la otra.
Esta vez, Carlo mantiene constantemente el contacto visual con los ojos de Vera, descubriendo el no poderse más esconder la dura verdad: tener sentimientos hacia ella.
Todo de Vera lo atraía y le fascinaba. Era una mujer encantadora, porque su belleza exterior se fundía con la interior, dando lugar a una criatura de fábula e inmensamente bella: sus labios carnosos expresaban deseo con cada sonrisa, sus ojos grises eran persuasivos y lograban penetrar una mirada hasta el alma, las mejillas se impregnaban de púrpura cuando se avergonzaba, la piel era lisa y sedosa como un durazno, tanto que a menudo con solo tocarla, mandaba a Carlo una sacudida de placer, sus cabellos negros que se rizaban ligeramente sobre los hombros eran lánguidos; su cuerpo ligero pero firme perturbaba los sentidos, sus movimientos eran agraciados como los de una bailarina clásica, pero el elemento más importante era que a todo esto agregaba también una inteligencia y una sensibilidad muy elevadas.
Carlo no lograba comprender por qué estaría recluida en un manicomio, habría querido preguntárselo pero cada vez que se acercaba a ella, la lengua se le pegaba.
Vera era la única mujer del grupo, usaba casi siempre faldas de varios largos y leggings variopintos y llenos de color, aunque se cubría siempre con aquella especie de bata blanca, larga y aséptica.
Los hombres, en cambio, bajo la bata blanca usaban pantalones de tejido pesado, playera, suéter blanco de lana merina y zapatos color marfil.
Después de una hora, el grupo se volvió a reunir y cada uno leyó su propia poesía en voz alta, esperando luego recibir un voto de los otros.
Las dos poesías de Bart recibieron los votos más altos.