6

Aquella tarde, mientras volvían de Central Park a casa, Josh y Zack habían encontrado el túnel de Midtown cerrado (unos sijs que iban en una caravana que se convertía en floristería; una falsa alarma de atentado terrorista provocada por el miedo), de modo que bajo una lluvia cada vez más intensa se habían dirigido a Bowery, habían cruzado por el puente de Williamsburg y habían dejado atrás el motel Starline, que era el albergue para vagabundos donde vivía el padre de la doctora Stokes.

Cuando Josh pasó junto al Starline, Intelligent Muhammad no se encontraba en su cubículo de 6,50 dólares la noche, con un catre, sin teléfono, una taquilla y un alambre de púas que cubría el hueco que había entre la pared y el techo. Tal vez fuera diez centímetros más estrecho, pero era exactamente igual de largo que su celda de la cárcel.

Intelligent Muhammad estaba utilizando el teléfono público del vestíbulo. Mientras hablaba, contempló el tabique antibalas del cajero y la pared cubierta de cortes y de nombres grabados.

Intelligent Muhammad estaba hablando con Alice Davis, la madre de su hija.

—Es que no entiendo por qué te tomas siquiera la molestia —dijo Alice. Aquello era un verdadero acertijo: ¿por qué de repente, después de varios años sin hablar con ella, Intelligent Muhammad la llamaba tan a menudo?—. Iba a decir que es como un mecanismo de relojería, pero no es así —añadió—. O a lo mejor es como el mecanismo de relojería de un recluso, porque no marca la hora. Y ahora ha llegado el momento de que cambie de número de teléfono.

—Vale. Primero: soy un hombre nuevo —dijo Intelligent Muhammad—. Los reclusos están en la cárcel, ¿entiendes? ¿Lo captas? Y yo no estoy en ninguna cárcel, ¿vale? —Asintió, pues estaba de acuerdo consigo mismo—. Y en segundo lugar, sólo quiero que me des un poco de información.

Tenía un montón de monedas de un cuarto de dólar encima del estante metálico de la cabina.

—Es el mecanismo de relojería de un recluso —repitió ella—. Y ahora te voy a colgar.

Un hombre de mediana edad entró cojeando en el albergue, empapado por la lluvia: un tipo flacucho y débil rodeado de tipos más grandes que él en aquella jaula de leones para seres humanos. Una figura anónima y calada hasta los huesos, no tan imponente como las demás, desde luego, pero desconocida... y, precisamente por eso, un hombre del que no podía uno fiarse.

—Ya lo leerás por ahí. Y entonces, cuando me llames y me digas: «He estado equivocada todo este tiempo», yo me reiré y te contestaré: «¡Oye, yo ya te lo dije!». Aparecieron dos tipos con una pistola y yo salvé a un tipo blanco. Yo salvé a un tipo blanco, ¿te imaginas? Para flipar...

—Sí, me lo has contado varias veces, pero aún no he visto nada.

—Están esperando a publicar la historia completa..., o eso es lo que me dijeron. Pero soy un héroe, en serio —se rió—. No es por nada, pero esto va a salir en la revista Time, o en The New York Times, o no sé dónde.

—Charles, todo eso está muy bien —dijo ella. (Intelligent Muhammad no le había contado que ya no se llamaba Charles Stokes.)—. Pero ahora voy a...

—Bueno, bueno, pero mira cómo hablas: «Todo eso está muy bien» —dijo—. Yo te conozco, conozco esa forma de hablar.

—No, no me conoces —respondió ella con voz firme.

—Que sí.

Quería ser educado, pero los modales se le resistían del mismo modo en que un idioma extranjero se te resiste al principio.

—Si me vieras no me reconocerías, ¿vale? —dijo ella, con voz serena—. Estoy como una foca.

—Lo que tú digas. Pero en serio, quiero que me des algo de información. —Quería desmarcarse de la ordinariez con que le había hablado antes y por eso abandonó aquel tono de ligón—. Darlene no vive en California, Alice; lo he mirado.

—Pues yo te digo que sí —mintió Alice—. Ya lo creo que vive en California.

—Y dime, ¿cómo piensas impedir que un hombre vea a su propia hija?

Intelligent Muhammad se dio cuenta de que la respuesta tardaba demasiado en llegar (se descubrió a sí mismo escrutando un silencio hecho de dudas) y aquello le hizo concebir esperanzas.

—Yo no..., no quiero impedir que la veas —dijo Alice, hablando más rápido—. En serio que no. Ya te dije que vive en el condado de Marin y que no he hablado con ella desde hace años. Te lo dije.

—¿Cómo? —preguntó él—. Porque, espera..., dijiste Mili Valley —añadió él y carraspeó—. Joder, ¿me estás tomando el pelo?

—Mili Valley está en el condado de Marin —dijo ella con un tono condescendiente muy poco persuasivo. Tal vez no tuviera la verdad de su lado, pero sabía cosas que él desconocía. Había estado preparándose para aquello—. Te dije que vivía cerca de Mili Valley, Charles. Prueba a llamar a información otra vez. No intento mantenerte alejado de nadie, ¿vale? —dijo entonces con más amabilidad—. Yo tampoco hablo con ella. Si quieres buscarla e ir a verla, adelante —añadió. A Alice le dio tristeza su propia mentira y le tembló la voz—. Ojalá pudiera hablar con ella yo también.

Intelligent Muhammad bajó la mirada y contempló su propio barrigón; también él estaba gordo. Pensó que tal vez podría intentar convencer a Alice.

—En ese caso —dijo y alzó la barbilla con gesto pensativo—, tal vez podríamos intentarlo juntos, ya sabes.

Pero el teléfono hizo un sonido como cuando se te destapan los oídos; tenía que introducir más dinero. El auricular olía a fideos ramen. ¿Debía echar más monedas? No; aquella voz grabada de mujer blanca lo interrumpió y él dejó que la conexión se cortara. Sus esperanzas se desvanecieron.

Cogió el cambio que quedó con gesto de fastidio; las monedas arañaron la caja del teléfono y sonaron como cuando se afila un cuchillo.

Llamar al teléfono de información de California le costaría un montón de monedas.

—Pero bueno, Intel, no pasa nada —se dijo; así era como estoicamente se daba ánimos últimamente.

—Ya era hora de que saliera —dijo el hombre que había sentado en una silla de plástico junto a la cabina. Era un tipo de unos cuarenta años, asiático, con una barba rala que parecía un puñado de limaduras de hierro que se hubieran adherido allí por puro magnetismo. No se levantó para utilizar el teléfono, se limitó a observar a Muhammad con la concentración furiosa del pistolero.

Muhammad se sintió triste. «Mi vida es un círculo de injusticias», pensó. Aunque, ¿cómo habría sido su vida si se hubiera mantenido en contacto con su hija, que era doctora? Seguramente ella no le habría prestado ninguna atención.

«Ahora lo hará», se dijo.

Más me duele a mí
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004_split_000.xhtml
sec_0004_split_001.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml