23
Las tres hermanas ayudaron a Annie a vestirse para la cita con Brad. Se probó cuatro conjuntos, y cada una tenía una opinión diferente sobre qué se debía poner una en la primera cita. Tacones, zapatos bajos, algo sencillo, algo más arreglado, un jersey sexy, colores suaves, una flor en el cabello, aretes, sin aretes.
Al final, Candy eligió un jersey de suave cachemira color azul claro, una hermosa camisa gris, un par de botas bajas de ante, para que no corriera el riesgo de caerse con los tacones camino al restaurante, y unos aretes de perlas que habían sido de su madre. Estaba guapísima, juvenil, sencilla, y no parecía que tuviera la intención de impresionarlo o seducirlo. Todas estuvieron de acuerdo en que era el atuendo adecuado, y en ese momento sonó el timbre. Segundos más tarde, Brad se encontró rodeado por las cuatro hermanas y las tres perras.
—Qué comité de bienvenida —dijo, al tiempo que Annie comenzaba a presentarle a Tammy y a Sabrina. Dos minutos después, llegó Chris.
—Ahora los conoces a todos —dijo Annie alegremente, y en seguida se fueron rumbo a un pequeño restaurante italiano tan cercano que no necesitaron coger un taxi. Candy le había prestado a Annie su chaqueta corta de visón gris, así que estaba calentita y se sentía elegante en su primera cita real en meses. Era muy diferente de sus días de artista en Florencia junto a Charlie. Esta le parecía una situación más madura. En la cena, Brad le dijo que tenía treinta y nueve años.
—Pareces más joven —dijo ella, y ambos rieron—. O tal vez debería decir que suenas más joven.
—Tú tampoco aparentas la edad que tienes. —Ella percibía que su voz era risueña—. Al principio, pensé que eras más joven. —Parecía avergonzado—. He mirado los registros de la escuela.
— ¡Ahá! —Rió ella con satisfacción—. Información confidencial. No es justo; tú sabes mucho más sobre mí que yo sobre ti.
— ¿Qué quieres saber de mí?
—Todo. A qué escuela fuiste, qué estudiaste, dónde creciste, a quién odiabas en tercero, con quién te casaste, por qué te divorciaste. —Él parecía sorprendido.
—Tú también tienes información confidencial. ¿Cómo sabes eso?
—Me lo dijo alguien en la escuela —admitió ella. Tenía mucha curiosidad sobre él; como no podía verlo, quería saber todos los detalles. Y aunque no estuviese ciega, hubiera querido saberlos. Ahora no podía ver las expresiones de su rostro, fueran de tristeza, de culpa o de arrepentimiento. Esos gestos eran importantes. Así que tenía que confiar en lo que oía, en el modo en que él decía las cosas.
—Me casé con mi novia de la universidad y estuvimos casados tres años. Es una chica maravillosa. Ahora se ha vuelto a casar y tiene tres niños. Somos buenos amigos, pero queríamos cosas diferentes de la vida; ella deseaba una carrera en la televisión, como tu hermana, y yo quería una familia e hijos. Perdí a mis padres cuando era muy joven y anhelaba una familia. Ella no. Es gracioso que ahora ella tenga hijos, los ha tenido en los últimos cuatro años; cuando tuvo al primero ya llevábamos muchos años divorciados. Nos separamos cuando yo tenía veinticinco, hace catorce años. En aquel momento nos enfadamos bastante el uno con el otro, ella se sentía presionada y yo traicionado. Crecimos en Chicago, pero ella quería vivir en Los Ángeles y yo en Nueva York. Yo quería inaugurar la escuela y ella odiaba la idea. Fueron tres años muy duros para los dos.
— ¿Por qué no te has vuelto a casar?
—Miedo, cansancio, ajetreo. Comenzar con la escuela implicó muchísimo trabajo. Viví con una mujer durante cuatro años; era fantástica, pero era francesa y quería regresar a Francia; echaba mucho de menos a su familia. Y yo ya había empezado con la escuela y no quería mudarme. Supongo que he estado casado con la escuela dieciséis años. Ha sido mi esposa y mi bebé. Cuando te diviertes, el tiempo pasa volando; y yo me divierto.
Annie lo entendía. Sus dos hermanas mayores sentían lo mismo en relación con su trabajo, y a ella le pasaba algo parecido con el arte. Aunque no había influido en su vida sentimental; sí en la de Tammy y, hasta cierto punto, en la de Sabrina. Ambas eran adictas al trabajo. Tal vez también él lo era. Se paga un precio muy alto por ello, y puedes terminar solo.
— ¿Y tú, Annie? ¿Hay algún hombre en tu vida? —Ella rió con cierta frialdad. No tenía ninguna cita desde que salía con Charlie en Florencia, y pensaba que jamás volvería a tenerla.
—Antes del accidente tenía un novio en Florencia. Me dejó por otra, pero no llegó a enterarse de que me había quedado ciega. —Siempre encontraba consuelo en eso—. Pensaba que teníamos algo serio, pero supongo que no era así; o al menos no era tan serio como yo pensaba. Y antes de eso, solo tuve un novio, después de la universidad. Siempre he estado muy comprometida con mi trabajo de artista como para poner energía en otra cosa. Ha sido un cambio terrible para mí el no poder tener ya mi arte. Ahora no sé qué seré cuando sea mayor. —Parecía desolada, luego se encogió de hombros y miró en dirección a Brad, aunque no podía verlo. Pero él sí podía ver lo hermosa que era, y le llegó al corazón su total franqueza. No había en ella ninguna afectación.
—Ya encontrarás algo —dijo él dulcemente. Era una chica aplicada, trabajadora, apasionada e inteligente; le parecía imposible que no encontrara tarde o temprano una actividad que le interesara. A Brad eso no le preocupaba en absoluto.
Pidieron la cena y continuaron conversando. Se quedaron allí hasta que el restaurante cerró y luego él la acompañó a casa. Esta vez Annie no lo invitó a pasar porque era tarde y no se sentía preparada para hacerlo; y probablemente sus hermanas estarían en pijama, relajadas. Le dio las gracias por la cena y entró en la casa. Antes de cerrar la puerta, se dio la vuelta, le sonrió y le deseó una feliz Navidad. Le hubiera encantado poder ver su rostro. Él era alto, rubio, y de hombros anchos. Los dos pensaron que hacían una buena pareja.
—Feliz Navidad para ti también, Annie —dijo Brad en voz baja—. Lo he pasado muy bien esta noche.
—Yo también —dijo ella, y cerró la puerta. En casa ya estaban todos durmiendo, así que entró en su habitación de puntillas, sintiéndose feliz. Había sido una primera cita muy hermosa, y valía cada centavo que había pagado a Sabrina por la apuesta.
El último día de programa antes del parón de Navidad fue previsiblemente delirante. Los invitados estaban histéricos y frenéticos por la inminencia de las vacaciones, y más crueles que de costumbre con sus compañeros sentimentales.
Una de las parejas empezó pegándose y tuvieron que ir a publicidad para salvar la situación. Y por primera vez en la historia del programa, golpearon en la cara a Désirée, la psicóloga, y tuvo un ataque de nervios. Se tomó un xanax, llamó a su abogado y amenazó con poner una demanda que, dijo, les saldría muy cara. Y, para completar el cuadro, la mayor parte del equipo estaba con resaca y dolor de cabeza por la fiesta de Navidad que habían organizado la noche anterior.
—La vida a tope —comentó Tammy a alguien mientras corría a buscar hielo para Désirée. La pareja de los golpes había hecho las paces en directo, y Tammy le dijo a la psicóloga que era una importantísima victoria para ella.
A toda esa locura, que por lo demás era frecuente, se sumaba el hecho de que ese día había en el estudio dos ejecutivos del canal que querían ver el programa. Deseaban saber a qué se debía tanto escándalo; desde que Tammy trabajaba allí, los patrocinadores hacían cola para participar y los índices de audiencia se habían disparado. En una de sus idas y venidas para llevar hielo a Désirée, fue interceptada para presentarle a los ejecutivos. Uno de ellos le preguntó si tomaba clases de defensa personal para trabajar en el programa.
—No, solo entrenamiento de primeros auxilios de la Cruz Roja —dijo ella, con la barra de hielo en la mano—. Si se nos van de las manos, les practicamos terapia de electroshock. —Él se rió, y cuando Tammy salió del camerino de Désirée vio que todavía estaba allí. Finalmente, la tormenta se había calmado.
— ¿Hay alguna razón especial por la que quieras trabajar en un manicomio? —preguntó él. Pensaba que, aunque de un terrible mal gusto, el programa era hilarante. Había cierta humanidad y profundidad, pero, en líneas generales, hasta la propia Tammy era consciente de que era pésimo.
—Es una larga historia. He venido a Nueva York por un año, así que tuve que dejar mi trabajo en Los Ángeles. —Era más que un trabajo; él sabía en qué programa había estado y no podía creer que lo hubiese dejado. Nadie podía creerlo.
—Por un chico, supongo —dijo él con complicidad, pero ella negó con la cabeza, sonriendo.
—No, por mi hermana. Sufrió un grave accidente y otras hermanas y yo decidimos cuidarla durante un año. Nos mudamos todas juntas, y ha sido genial.
Así que aquí estoy, la enfermera Ratched en el manicomio, llevando y trayendo hielo y tranquilizantes. —Él se sintió inmediatamente intrigado, le parecía una mujer asombrosa; era un poco mayor que ella y acababa de mudarse a Nueva York desde Filadelfia. A Tammy también le gustó y pensó que era un hombre relativamente normal, es decir, un loco disfrazado.
—Mira... me voy a St. Bart’s con mi familia por Navidad, pero me encantaría verte a la vuelta, después de Nochevieja. Sería estupendo encontrarnos entonces.
—No te preocupes —dijo ella, sonriéndole—. No he tenido una cita en Nochevieja desde el parvulario. Y lloro cuando oigo «Auld Lang Syne». Que lo pases muy bien en St. Bart’s.
—Te llamaré cuando regrese —prometió. Ella sabía que esa era la fórmula educada de decir «espero no tener que verte nunca más y tiraré tu número de móvil al inodoro o se lo daré a mi gato con la comida». No tenía absolutamente ninguna expectativa de volver a oír noticias de él. Era demasiado guapo y parecía demasiado normal. No tenía aspecto de vegetariano ni de haberse hecho una limpieza de colon.
—Gracias por visitar el programa —dijo ella amablemente, y corrió a atender las crisis diarias, olvidándolo rápidamente. Él dijo que su nombre era John Sperry y ella estuvo completamente segura de que jamás volvería a saber de él.
Al día siguiente, las hermanas partieron hacia Connecticut. Chris fue con ellas, y todos asistieron a la misa del Gallo junto con Jim. Era un momento solemne para pensar en su madre, pues hasta entonces siempre habían ido todos juntos.
Tammy vio que su padre lloraba, así que lo rodeó con un brazo. Y en el momento de darse la paz, todos se abrazaron. Fue un momento tierno, lleno de recuerdos y de amor, y también, en cierto modo, de esperanza. Seguían estando juntos y, pasara lo que pasase, se tenían los unos a los otros.
Hacía frío en Connecticut y durante el fin de semana nevó varias veces. Las chicas y Chris hicieron batallas en la nieve y construyeron un muñeco. Finalmente, su padre comenzaba a ser un poco el de antes. Fue un fin de semana de Navidad perfecto. Al día siguiente comieron en la cocina un abundante almuerzo que habían preparado entre todos.
Sabrina notó que su padre estaba callado y asumió que era porque pronto se marcharían y se quedaría solo otra vez. Sabía que odiaba estar solo. Al terminar la comida, Jim carraspeó con incomodidad y les dijo que tenía algo que contarles.
Tammy temía que les comunicara que iba a vender la casa y a mudarse a la ciudad; ella adoraba esa casa y no quería que la vendiera, así que esperaba que no se tratara de eso.
—No sé muy bien cómo deciros esto —dijo con pena—. Vosotros sois muy buenos conmigo y os quiero muchísimo. No quiero parecer desagradecido. — Estaba al borde de las lágrimas, y todos sufrían por él—. Sin vuestra madre, los últimos seis meses han sido los peores de mi vida. Hubo un momento en que pensé que no sobreviviría; pero luego me di cuenta de que sí lo haría, y de que mi vida no había acabado. Y eso os lo debo a vosotros.
Sus hijas se conmovieron y sonrieron al oírlo.
—Y no creo que vuestra madre quisiera verme solo e infeliz; yo tampoco hubiese deseado eso para ella. La gente de nuestra edad no debería estar sola; se necesita compañía y alguien que esté pendiente de nosotros —explicaba él, y todos comenzaban a intuir de qué hablaba, aunque se estaba desviando en una dirección que cada vez tenía menos sentido; por un momento Tammy y Sabrina se preguntaron si no se estaría poniendo senil. Tenía solo cincuenta y nueve años, pero tal vez el impacto de perder a su madre había sido demasiado para él. Ambas fruncieron el ceño, y él continuó hacia la conclusión del discurso—. Estoy terriblemente solo; o más bien, lo estaba. Y sé que este será un golpe para vosotras, pero espero que entendáis que no es una falta de respeto hacia vuestra madre, a quien amé profundamente. Ha habido algunos cambios en mi vida... me casaré con Leslie Thompson. —Sus cuatro hijas mientras él hablaba iban asintiendo con la cabeza de modo complaciente, y de repente recibieron el golpe. Tammy fue la primera en oírlo.
— ¿Que harás qué? Mamá murió hace seis meses ¿y tú te casarás? ¿Es una broma? —Estaba senil, tenía que estarlo. Y luego se dio cuenta de con quién se casaría, y le pareció aun peor—. ¿Leslie? ¿La puta? —La palabra se le escapó, y él reaccionó con indignación.
—No vuelvas a referirte a ella de ese modo. ¡Ahora será mi mujer! —Los dos estaban sentados uno frente al otro mirándose fijamente, y los demás observaban horrorizados. Tammy se hundió en la silla con la cabeza entre las manos.
—Oh, Dios mío, por favor, dime que esto no está sucediendo. Estoy soñando. Es una pesadilla. —Miró directamente a su padre con los ojos llenos de angustia—. No es cierto que te casarás con Leslie Thompson, ¿verdad, papá? Solo estás bromeando. —Ella le suplicaba y él parecía devastado.
—Sí, me casaré con ella. Y espero que podáis al menos ser comprensivas. No sabéis lo que es perder a la mujer que has amado durante treinta y cinco años.
— ¿Por eso vas y buscas un reemplazo en seis meses? Papá, ¿cómo has podido? ¿Cómo puedes hacerte algo así a ti mismo, y a nosotras?
—Vosotras no estáis aquí; tenéis vuestras vidas. Y yo necesito tener la mía.
Leslie y yo nos queremos.
—Voy a vomitar —anunció Candy a la mesa en general. Se levantó y desapareció; Sabrina miraba fijamente a su padre.
— ¿No te parece que es un poco precipitado, papá? Ya sabes que se suele sugerir a la gente que ha sufrido grandes pérdidas que no tome decisiones importantes al menos durante un año. Tal vez te estás apresurando un poco. —Sin duda estaba fuera de sí por el dolor, o experimentaba algún tipo de locura. Y además, ¿Leslie Thompson? Oh, no... cualquiera menos ella... Sabrina tenía ganas de llorar. Todas tenían ganas de llorar. Y también su padre. Parecía amargamente decepcionado por la actitud de sus hijas; había soñado que estas celebrarían su matrimonio con otra mujer y que estarían felices por él—. ¿Cuándo piensas casarte? —Sabrina intentaba parecer tranquila, aunque no lo estaba; Chris se puso de pie sigilosamente y salió al jardín. Tenía la sensación de que no debía estar allí, y no se equivocaba. Era un asunto puramente familiar.
—Nos casaremos el día de San Valentín, dentro de siete semanas.
—Qué fantástico —dijo Tammy, con la cabeza aún entre las manos—. ¿Cuántos años tiene ella, papá?
—La semana pasada cumplió treinta y tres. Sé que hay una gran diferencia de edad, pero no nos importa. Somos almas gemelas, y sé que vuestra madre lo aprobaría.
Tammy se enderezó en la silla y se quitó los guantes. Estaba furiosa con su padre.
—Mamá se moriría de un ataque al corazón si no estuviera muerta ya. ¿Estás loco? ¡Ella jamás te hubiera hecho algo así! ¡Jamás! ¿Cómo puedes hacerle algo así a ella y a su memoria? Es muy desagradable.
—Lamento que lo veas de ese modo —dijo él con la mirada fría. Planeaba casarse con una mujer veintiséis años menor que él y solo siete meses después de la muerte de su mujer, y esperaba que sus hijas se alegraran. Pero eso no sucedería ni en cien millones de años. Tammy se puso de pie indignada y lo mismo hizo Sabrina, justo cuando Candy volvía a entrar en la cocina. Todos notaron que había estado llorando después de vomitar.
—Papi, ¿cómo puedes hacer algo así? —dijo con tristeza, rodeando el cuello de su padre con sus brazos—. Es más pequeña que Sabrina.
—Cuando quieres a alguien, la edad no tiene importancia —dijo él, y sus hijas se preguntaron cómo era posible que su padre hiciera el tonto de esa manera.
No sabían si Leslie lo quería, pero realmente no les importaba. Querían que desapareciera. Candy dio un paso atrás y miró a su padre con total desesperación.
—Papá, ¿por qué no lo pospones un poco? —Sabrina intentaba razonar con él y evitar que hiciera una locura—. ¿Por qué no esperas un año?
De pronto Tammy pensó en otra cosa y le dio pánico:
— ¿Está embarazada?
—Por supuesto que no. —Su padre parecía muy ofendido. Finalmente, Annie abrió la boca. Los había estado escuchando a todos; podía percibir la furia en la voz de Tammy, el miedo en la de Sabrina, el dolor en la de Candy y la desilusión en la de su padre.
—No sé si te interesa mi opinión —dijo Annie, mirando en dirección a Jim —. Lo dudo, pero pienso que probablemente esta es la estupidez más grande que has hecho en tu vida; y no por nosotras, sino por ti. Es algo horrible hacia mamá, papá. Y nos acostumbraremos, si tenemos que hacerlo; pero casarte siete meses después de la muerte de mamá de esa forma tan apresurada te hace quedar como un tonto. ¿Por qué tiene tanta prisa Leslie? ¿No se da cuenta de que es el modo más seguro de hacer que la odiemos? ¿Por qué no podéis esperar un año, por respeto a mamá? Casarse tan pronto es como un gran «que os jodan» a todas nosotras, y en especial a mamá. —Luego se puso de pie y dijo lo que realmente sentía—. Estoy muy decepcionada. Siempre pensé que eras mejor que esto. Lo eras cuando te casaste con mamá. Supongo que a Leslie le importa una mierda cómo nos sintamos nosotras, o cómo quedes tú. Dice mucho sobre ella y también sobre ti.
—Annie cogió su bastón blanco y salió de la habitación. En la sala se encontró con Chris, que estaba sentado, en silencio. Había sido un modo espantoso de acabar la Navidad.
Sabrina quitó la mesa, puso los platos en el lavavajillas y, tan pronto como hubo terminado, todos se despidieron de su padre y se marcharon rumbo a Nueva York sin hacer ningún otro comentario.
En el coche, todo explotó. Tammy juró que no lo volvería a ver, Sabrina temía que su padre tuviera Alzheimer y que Leslie estuviese aprovechándose de él, Candy dijo que sentía que estaba perdiendo a su padre en manos de una puta y lloró todo el camino a casa, y Annie dijo en voz baja que era el tonto más tonto del planeta y que nadie podría convencerla de asistir a la boda. En todo caso, como señaló Sabrina, él no se lo había pedido. Ni siquiera sabían dónde se celebraría; lo único que sabían era que odiaban a la novia y que estaban furiosas con su padre. Y Chris, sabiamente, no pronunció una sola palabra en todo el viaje.