7

Los médicos dijeron que Annie no se despertaría esa noche; estaba muy sedada y necesitaban que permaneciera así para evitar movimientos en su cerebro.

Por tanto, no tenía sentido que se quedaran en la sala de espera toda la noche; Annie no corría ningún peligro inminente. Las enfermeras de la unidad de cuidados intensivos sugirieron que Sabrina y Tammy se fueran a descansar y regresasen por la mañana, y prometieron avisarles si surgía algún problema. Las hermanas estaban exhaustas cuando atravesaron la puerta de su casa; Sabrina no había vuelto desde la noticia del accidente, y Tammy había pasado largas horas en el hospital; era difícil creer que esa misma mañana habían dejado la casa, tras enterarse de la muerte de su madre, para ir a ver a Annie. El día había durado varios siglos, y eran siglos de completa oscuridad.

¿Cómo está Annie? —preguntó Candy apenas vio entrar a las chicas en la cocina. Estaba sentada junto a Chris, algo confusa, pues acababa de despertarse. La pastilla le había hecho muchísimo efecto. Su padre había vuelto a la cama después de que Chris le diera una segunda; Tammy había dejado todas las instrucciones antes de marcharse. A Jim le había venido bien hablar con Chris, y ambos habían llorado por Jane; Chris le había dicho cuánto lo sentía.

—Está mejor —respondió Sabrina—. Soportó muy bien la operación, por eso nos dijeron que volviéramos a casa. —Habían acordado no contar nada acerca de la ceguera todavía. Ya tenían bastante para asimilar como para recibir otro golpe a esas horas de la noche. Se habían puesto de acuerdo en esperar hasta el día siguiente para compartir la noticia de que su hermana se había quedado irreparablemente ciega. Sería difícil digerirlo, sobre todo para Annie, que necesitaría de todo el apoyo de su familia.

¿Cómo están sus ojos? —insistió Candy.

—Aún no lo sabemos —respondió Tammy rápidamente—. Mañana tendremos más información. —Chris miró su cara, y luego los ojos de Sabrina, pero no preguntó nada; Candy tampoco lo hizo, asintió con la cabeza y bebió de su botella de agua, mientras los perros correteaban por la cocina. Chris los había alimentado y los había dejado salir al jardín varias veces. No tenía mucho más que hacer, ya que Jim y Candy habían dormido la mayor parte del tiempo; se había quedado sentado pensando, y había jugado un rato con los perros. No llamó a Sabrina para no molestarla, esperó a que regresaran para tener noticias.

Oficialmente, sonaba bastante bien; personalmente, no estaba tan seguro, pero no dijo nada. Estaba allí para ayudar, no para hacer interrogatorios.

No preguntó más nada hasta que Sabrina y él estuvieron a solas en la habitación con la puerta cerrada. Candy dormiría con Tammy esa noche. Ambos necesitaban estar juntos y cómodos.

¿Tu hermana está realmente bien? —preguntó preocupado. Ella se quedó mirándolo durante unos instantes, en silencio.

—Cerebralmente, creo que sí. Todo lo bien que puede estar después de una cirugía así.

¿Y el resto? —preguntó él en voz baja, mirándola a los ojos.

Ella se sentó en su cama y suspiró. Ya no le quedaban más lágrimas. Estaba agotada y agradecida de que Annie hubiera sobrevivido a la cirugía. Le dolía la cabeza por haber llorado todo el día.

—Se ha quedado ciega. No pueden repararlo ni hacer nada al respecto. Si vive, será ciega para siempre. —No tenía nada más que decir. Solo miró a Chris desde la profundidad de la pena que sentía por Annie; era una pena inmensa, inconmensurable. No podía imaginar ninguna clase de vida para su hermana sin la vista, ni qué haría ahora. ¿Cómo podía ser una artista ciega? ¿No era una crueldad?

—Dios mío... ¿qué haremos? Supongo que es una bendición que esté viva, pero quizá ella no lo vea de ese modo. —Chris parecía tan deshecho como Sabrina.

—Lo sé. Y me da miedo. Necesitará mucho apoyo. —Él asintió. Apoyo era poco.

¿Cuándo se lo dirás a tu padre y a Candy?

—Mañana. Esta noche no podíamos hacerlo, era demasiado para todos — dijo con tristeza. Todavía no habían tenido tiempo de llorar a su madre, tan preocupados como estaban por Annie. Quizá esa imposibilidad era, en cierto modo, una bendición.

—Pero tú ya lo sabes, pobrecita —dijo Chris, abrazándola. La metió en la cama como si fuera una niña; era justo lo que necesitaba. Parecía que de pronto ella y Tammy se habían convertido en los padres. Su madre se había ido, su padre se había derrumbado y su hermana se había quedado ciega. Ella y Tammy cargaban con todo sobre sus hombros. Por un capricho del destino toda su familia se había roto, y nada volvería a ser igual; especialmente para Annie, si es que sobrevivía, lo cual todavía no era seguro. Ya nada era seguro.

Sabrina se durmió en los brazos de Chris. Jamás en su vida había sentido tanta gratitud hacia un ser humano, excepto hacia su madre; Chris era el segundo en la fila. La abrazó y la hizo sentirse protegida toda la noche. Ella supo que nunca lo olvidaría, y que le estaría agradecida de por vida.

A la mañana siguiente, Sabrina, Chris y Tammy se levantaron temprano.

Chris preparó el desayuno mientras ellas se duchaban y se preparaban para ir a la funeraria. Candy y su padre todavía dormían. Chris se encargó también de los perros, y luego se sentó a esperarlas en la cocina; había huevos revueltos con beicon y tostadas. Les dijo que debían comer para tener fuerzas. Al levantarse, Sabrina había llamado al hospital y le habían dicho que Annie había pasado bien la noche y que se recuperaba, aunque aún la tenían muy sedada para que no hiciera ningún movimiento que pudiera repercutir en su cerebro, pues la cirugía era todavía muy reciente. Comenzarían a reducir la sedación al día siguiente. Ella y Tammy planeaban ir a verla al hospital, pero antes tenían que hacer varios trámites. Tammy dijo que siempre había odiado la palabra «trámites» y todo lo que ella implicaba, y especialmente en un momento como ese.

Fueron a la funeraria y regresaron a casa dos horas más tarde. Habían hecho todos los horribles trámites: habían elegido el ataúd, las tarjetas del funeral y la sala de visitas a la que podrían asistir los amigos la noche anterior al funeral. Su madre sería velada con el ataúd cerrado y no habría rosario, pues era católica pero no practicante. Las chicas decidieron que todo fuera sencillo, y su padre sintió un gran alivio al dejarlas tomar las decisiones. No podía soportar la idea de tener que hacerlo él. Ambas estaban pálidas y cansadas cuando regresaron a casa; para entonces, su padre y Candy estaban sentados en la cocina, y Chris preparaba el mismo desayuno energético que había hecho para ellas, e incluso reñía a Candy para que comiera. Para su asombro, Jim se lo había comido todo y, por primera vez en veinticuatro horas, no estaba llorando.

Sabrina y Tammy decidieron que tenían que decirles lo de Annie; no podían dilatarlo más. Tenían derecho a saberlo. Después del desayuno, Sabrina intentó contárselo, pero no pudo. Dio media vuelta y Tammy ocupó su lugar: les contó todo lo que el oftalmólogo había dicho la noche anterior. Lo más importante era que Annie había quedado ciega. Se hizo un silencio de estupor en la cocina después de que lo dijera, y su padre la miró como si no la creyera o no lo hubiera entendido correctamente.

—Eso es ridículo —dijo enojado—. Ese hombre no tiene idea de lo que dice.

¿Sabe que ella es artista? —Todos habían tenido la misma reacción, así que no podían culparlo. De cualquier manera, eso no cambiaba nada. Sería un gran desafío para toda la familia, pero no era nada comparado con lo que significaría para Annie. Para ella sería catastrófico, una enorme tragedia. El momento en que tuvieran que decírselo sería el peor de sus vidas, y les quedaría grabado en la memoria para siempre, junto con la muerte de su madre. Eran dos hechos imposibles de comprender, especialmente en lo que se refería a Annie. Ciega. Para siempre. Era inconcebible, y solo pensarlo les partía el corazón. La única cosa más terrible era que su madre se había ido y no regresaría.

¿Quieren decir que llevará un bastón blanco? —dijo Candy, perpleja ante la situación de su hermana; otra vez parecía una niña de cinco años. Tras la muerte de su madre, parecía haber vuelto a la infancia o, como mínimo, a la adolescencia.

En contraste, sus dos hermanas mayores se sentían como si tuvieran cuatro mil años.

—Tal vez. Algo así —dijo Sabrina, exhausta. Habían recibido demasiadas malas noticias para una sola vida. Chris se acercó y tomó su mano—. Quizá un perro lazarillo, o un asistente. Todavía no sé cómo funciona eso. —Pero estaba segura de que todos aprenderían, si tenían la suerte de llegar a ello, lo cual aún no era seguro. Al menos, el dolor provocado por la ceguera de Annie les evitaba pensar en qué pasaría si esta moría.

El funeral de Jane se programó para el martes por la tarde, después del puente. Tammy contrató un catering para atender a la cantidad de gente que iría a su casa tras el funeral. El entierro sería privado; las hermanas habían decidido incinerar a la madre. El padre no se había opuesto, pues Jane no había manifestado sus preferencias en ese sentido.

—Annie odia a los perros —les recordó Candy. Sabrina no había pensado en eso.

—Es cierto. Tal vez ahora tenga que cambiar de idea. O no. Dependerá de ella.

Jim casi no opinó; pensaba que deberían llevarla a otros especialistas para que la vieran, pues estaba convencido de que el médico que la había operado estaba loco y que el diagnóstico estaba equivocado. Sabrina y Tammy dudaban de que ese fuera el caso, ya que el hospital Bridgeport era un centro de traumatismos muy famoso, pero estuvieron de acuerdo en pedirle al médico de la familia que les recomendara otro especialista. Con todo, el cirujano había sido muy claro y era difícil creer que estuviese equivocado. Ojalá lo estuviera, pero Sabrina pensaba que simplemente su padre no estaba preparado para perder la esperanza. Y no podía culparlo; la experiencia de esos dos días había sido espantosa. Y Annie no había comenzado aún a enfrentarse a los hechos, a lo que se sumaría el saber que pasaría el resto de su vida en la oscuridad.

Candy subió a darse una ducha y Jim a acostarse; no tenía buen aspecto, el rostro se le había puesto grisáceo. Cuando ambos se hubieron marchado, Sabrina volvió a mencionar a Charlie, el novio de Annie de Florencia. Esta vez Tammy estuvo de acuerdo en que debían llamarlo. Si había intentado llamar al móvil de Annie, seguramente estaría preocupado. Annie había desaparecido del mapa.

Afortunadamente, encontraron una agenda telefónica en su maleta, y en ella estaba apuntado el número de Charlie. Fue muy fácil encontrarlo. Sabrina dijo que ella haría la llamada; Chris y Tammy se sentaron a su lado en la cocina mientras lo hacía. Él contestó enseguida. Era la hora del almuerzo en Florencia. Sabrina le explicó quién era y él comprendió, y rió.

¿Eres la hermana mayor y quieres hacerme un examen? —Charlie no parecía nervioso ni sorprendido en lo más mínimo al escucharla, ni siquiera preocupado.

—No, en realidad no —dijo Sabrina con cautela, sin saber muy bien cómo decírselo. Hubiera sido más fácil si él se hubiera preocupado al recibir la llamada, si hubiera presentido que algo iba mal. No sospechaba en absoluto por qué razón ella lo podría estar llamando, lo cual le pareció raro a Sabrina.

¿Cómo fue el Cuatro de Julio? Annie no me llamó —dijo tranquilamente.

—No... por eso te llamo. Ayer hubo un accidente aquí. La fiesta no se celebró —explicó. Se hizo un silencio al otro lado de la línea. Finalmente, él estaba entendiendo, y Sabrina continuó—. Mi madre y Annie chocaron de frente con dos coches y un camión. Nuestra madre murió en el acto, y Annie resultó gravemente herida, pero está viva. —Quería darle primero las buenas noticias sobre Annie. Él se quedó anonadado.

¿Cómo está? Siento mucho la pérdida. —Era una frase que Sabrina estaba empezando a odiar. La había oído en la funeraria, en el hospital, en la floristería.

Era la frase hecha que todos usaban, aunque estaba segura de que él lo sentía realmente. Era difícil encontrar las palabras ante un golpe tan enorme. Ella misma no hubiera sabido qué decir, y además, después de todo, el novio de Annie y ella eran dos desconocidos. Lo único que tenían en común era a su hermana, y no era poco. Especialmente ahora. Sin embargo, Charlie no parecía tan perturbado como Sabrina hubiera esperado. Estaba más bien sorprendido.

—Muy grave —dijo Sabrina honestamente—. Todavía está en estado crítico, y anoche le hicieron cirugía cerebral. Parece que mejora, pero aún no está fuera de peligro. Pensé que deberías saberlo; sé por Annie que estáis unidos, y muy enamorados. Quería que lo supieras, sobre todo por si quieres venir. Todavía está muy sedada y lo estará durante los próximos días, si todo va bien. Está conectada a un respirador, pero esperan poder quitárselo mañana.

—Por Dios, ¿quedará en estado vegetativo, con muerte cerebral o algo así?

—El modo en que lo dijo molestó a Sabrina. Le pareció cruel, en especial teniendo en cuenta a lo que Annie estaba a punto de enfrentarse. Pero él no lo sabía todavía.

—No hay motivos para pensar eso, y la operación para reducir el traumatismo en su cerebro fue bien. Pasó una buena noche.

—Me has asustado. No puedo imaginar a Annie incapacitada o en estado vegetativo. Si ese fuera el caso, sería mejor que muriera. —Era asombrosamente insensible, especialmente tratándose de un hombre al que le acababan de decir que la mujer que amaba había estado al borde de la muerte. A Sabrina no le gustó Charlie, pero no hizo ningún comentario. Era el hombre que su hermana amaba y le debía cierto respeto, o al menos cierta tolerancia, además del beneficio de la duda, que decidió concederle.

—No estoy de acuerdo contigo —dijo Sabrina en voz baja—. No queremos perderla, sea cual fuere su estado. Es nuestra hermana y la queremos. —Se suponía que él también.

¿Eso quiere decir que si quedara en estado vegetativo no la desenchufarían? —A Sabrina ya no solo no le gustaba, sino que empezaba a odiarlo por las cosas horribles que decía. Tenía la sensibilidad de un pato de goma.

—Esa no es la cuestión —dijo Sabrina. Tenía que contarle todo lo demás, y sentía curiosidad ante su reacción, siendo él también un artista y habiendo compartido ese mundo con Annie—. El impacto del accidente causó otros daños bastante importantes. Anoche le operaron también los ojos, pero no tuvo tan buenos resultados como con el cerebro. —Tomó aire y terminó de decirlo, mientras Tammy y Chris la observaban atentos. Podían leer el desagrado en su cara—. Charlie, si Annie sobrevive, se quedará ciega. De hecho ya lo es. No hay nada que los médicos puedan hacer para que recobre la vista. Será un enorme cambio para ella, y pensé que deberías saberlo para poder ayudarla.

¿Ayudarla? ¿Cómo? —Parecía como si le hubiera dado un ataque de pánico. Él sabía que los padres de Annie tenían dinero, pero quizá, se dijo a sí mismo, no querían mantener a una chica ciega y esperaban poder endilgársela a él.

Si ese era el caso, habían llamado al número equivocado. Sabrina pensó que lo había hecho de todos modos, y en todos los sentidos. Sintió una profunda pena por su hermana; no todas tenían la suerte de encontrar a un hombre como Chris. Era una joya.

—Necesitará de todo tu amor y tu apoyo. Este será un gran cambio de vida para ella, el más grande que haya afrontado jamás. No es justo, y es espantoso, y lo único que podemos hacer es estar a su lado para ayudarla. Si la quieres, serás muy importante para ella. —Se hizo un largo silencio al otro lado del teléfono.

—Espera un momento. No nos volvamos locos. Solo hemos estado saliendo durante seis meses; casi no la conozco. Nos divertimos, compartimos la pasión por el arte, es una chica fantástica y la quiero, pero tú estás hablando de un asunto totalmente diferente. El arte para ella pasó a la historia. Su carrera como pintora está acabada. Mierda, su vida podría estar acabada. ¿Y se quedará ciega para el resto de su vida? ¿Qué se supone que debo hacer yo al respecto? —Se estaba asustando, y Sabrina se daba cuenta.

—Dímelo tú —dijo Sabrina fríamente—, cómo te ves formando parte de su vida. —Chris frunció el ceño cuando oyó la pregunta; ambos veían que la conversación no iba nada bien. Solo escuchando esa frase Tammy había decidido que era un gilipollas. Chris se inclinaba más a otorgarle el beneficio de la duda, como había hecho Sabrina, pero era evidente que el chico no estaba conmovido.

Sabrina no había tenido que decir nada para consolarlo, lo cual lo decía todo acerca de él.

¿Cómo esperas que forme parte de su vida? —preguntó Charlie—; por Dios, no soy un perro lazarillo. Nunca tuve una novia ciega; no sé de qué se trata ni qué se siente, y suena demasiado duro para mí. ¿Por qué me llamas? ¿Qué quieres de mí? —Había pasado velozmente del miedo al enfado.

—Nada, en realidad. —Sabrina lanzó las palabras con dureza, aunque tratando de mantener la calma. Hubiera querido decirle todo lo que sentía, pero pensó en Annie y se detuvo. No quería empeorar más las cosas, ni terminar de ahuyentar a Charlie para siempre. Parecía que, de todos modos, él ya estaba huyendo, pero Sabrina no quería ser la causante de su prematura desaparición; en todo caso, debía ser una decisión de Annie, y ella lo necesitaba más que nunca en ese momento. No era tarea de Sabrina decirle cómo debía sentirse o comportarse —. Te he llamado porque mi hermana cree que estás enamorado de ella. Ella está enamorada de ti. Ayer tuvo un accidente terrible y estuvo al borde de la muerte.

Nuestra madre murió. Anoche supimos que, a causa del accidente, Annie se quedará ciega el resto de su vida. Y pensé que, si la querías, estarías interesado en saber lo que ocurrió. No sé qué es lo que harás al respecto; depende de ti. Puedes enviarle una tarjeta que diga «espero que te mejores pronto», puedes venir a visitarla, acompañarla, o alejarte de ella porque es demasiado para ti. Es tu decisión, y estoy segura de que no es fácil. Solo creí que querrías saber qué estaba pasando. Annie tendrá que enfrentarse a algo terriblemente difícil; y, hasta donde sé, tú eres importante para ella.

Charlie suspiró mientras la escuchaba y deseó no haber oído nada. Pero había oído, y sabía que no tenía más remedio que tomar una decisión. No era fácil; no tenía dinero, había conseguido un año sabático en su trabajo en Nueva York y estaba comprometido con su vocación artística. Había pasado buenos momentos junto a Annie y creía estar enamorado de ella, pero ¿qué iba a hacer con una chica ciega cuya carrera artística y talento se habían ido al demonio? No podría soportarlo. Era demasiado duro para la vida que se había imaginado; realmente era más de lo que podía manejar. Decidió ser honesto con Sabrina, tal como lo era consigo mismo.

—No sé qué decirte.

—No tienes que decirme nada. Solo llamé para informarte; pensé que querrías saberlo, o que quizá estarías preocupado al no tener noticias de Annie.

—En realidad, lo estaba, pero no podía imaginar que le sucediera algo así.

Para serte honesto, Sabrina, no sé si puedo hacerlo, ni si quiero. Annie es una mujer fantástica, y era una gran artista. Pero necesitará apoyo y muchos cuidados.

Seguramente estará deprimida o fuera de sí los próximos años, o quizá para siempre, y eso es demasiada responsabilidad para mí. No puedo. No quiero convertirme en un enfermero psiquiátrico, o en un perro lazarillo. Apenas puedo hacerme cargo de mi vida, no podría ocuparme también de la de ella. Es demasiada carga. No quiero que se haga ilusiones pensando que podrá contar conmigo, está claro que necesita gente en la que pueda confiar, y no creo que yo sea uno de ellos. Lo siento, no está en mi naturaleza. —Parecía triste, y sorprendentemente franco—. Creo que necesita a alguien más fuerte y menos egoísta que yo. —Sabrina comenzaba a pensar lo mismo. Él se conocía bien, y era lo suficientemente valiente para decirlo. Había sumado algunos puntos, aunque no demasiados. Ella esperaba mucho más de él y, por todo lo que Annie había contado, pensaba que estaba enamorado. Ahora daba la impresión de que no, o al menos no lo suficiente como para sobreponerse a lo que había pasado—. ¿Qué le dirás? —preguntó Charlie, preocupado.

—Todavía no puedo decirle nada. Está inconsciente. Pero cuando se despierte, si es que llega a hacerlo, ¿qué quieres que le diga? No es necesario que le cuente que te he llamado. Cuando esté mejor, puedes llamarla tú y decirle lo que quieras, aunque seguramente será un momento muy difícil para ella. —Sabrina temía el impacto que podría causarle a Annie que Charlie la dejara.

—Sí, lo sé. —Se quedó unos instantes en silencio, considerando la situación —. Quizá debería escribirle una carta, o decirle que conocí a otra persona. Quedaré como un cabrón, que supongo que es lo que soy, pero al menos no pensará que tiene que ver con su ceguera, y eso, creo, la aliviará un poco. —Parecía esperanzado, como si hubiera encontrado una buena solución para él, aunque seguramente no para Annie. Al oírlo, Sabrina sufría por su hermana. Pensaba que Charlie era un egoísta, un cabrón y un cobarde.

—De todos modos será un golpe durísimo. Creo que estaba considerando volver a Nueva York para estar contigo; la relación era muy importante para ella.

—Para mí también lo era... hasta ahora. Qué accidente de mierda. —Vaya novedad—. No sé, supongo que le escribiré. Te enviaré la carta a ti para que se la des cuando creas que esté lista para recibirla. —¿Qué tal nunca?, tuvo ganas de decir Sabrina.

—Se dará cuenta de todas maneras al ver que no llamas ni apareces.

—Sí, supongo que sí. Tal vez eso sea lo mejor; simplemente desaparecer de su vida. —Sabrina no daba crédito a lo que oía. Él parecía aliviado.

—No me parece muy noble de tu parte —dijo Sabrina, directamente. De hecho, le parecía el modo más cobarde, pero ya no la sorprendía. El Príncipe Azul florentino de Annie había resultado un fiasco.

—Nunca dije que fuera noble. En cualquier caso, la semana que viene me voy a Grecia. Quizá le escriba al regresar y le diga que conocí a alguien o que me reencontré con una ex.

—Estoy segura de que se te ocurrirá algo. Gracias por tu tiempo —dijo Sabrina, deseosa de colgar. Ya había oído suficiente. Lo único que quería era clavarle un puñal en el corazón en nombre de Annie. Tal vez dos, para estar segura. Se merecía más que eso por lo que estaba a punto de hacerle a su hermana, cualquiera que fuera la excusa que inventara.

—Gracias por llamar, lamento no poder hacer más.

—Yo también lo lamento por Annie —dijo Sabrina—. Te estás perdiendo a una de las grandes mujeres de nuestro tiempo, ciega o no.

—Estoy seguro de que encontrará a alguien.

—Gracias —dijo Sabrina, y colgó antes de que pudiera pronunciar otra palabra. Estaba indignada; Tammy y Chris lo habían oído todo.

—Qué cabrón —farfulló Chris entre dientes; Tammy y Sabrina estaban desoladas por su hermana. Las cosas no habían salido como esperaban.

Esa tarde visitaron a Annie en el hospital. Todavía estaba inconsciente, y estaría así uno o dos días más por la sedación. Pasaría el funeral de su madre durmiendo, lo cual a las hermanas les parecía una envidiable bendición.

Por la noche, Sabrina y Chris cocinaron y todos cenaron en la casa. Estaban cansados y tristes; el padre apenas pronunció dos palabras y volvió a la cama.

Candy al menos permaneció levantada, y se quedaron los cuatro hasta tarde recordando los sueños y las esperanzas de la infancia, resucitando esa memoria extraña y remota que se despierta en los momentos más difíciles.

El lunes los médicos desconectaron a Annie del respirador. Tammy y Sabrina estuvieron a su lado; Candy y Chris permanecieron en la sala de espera por si algo iba mal. Fue un momento tenso, pero lo superaron. Las hermanas mayores se cogieron de las manos y gritaron cuando Annie respiró sola por primera vez. Sabrina le dijo a Tammy que había sentido que su hermana volvía a nacer, y que se había dado a luz a sí misma. Los médicos redujeron la sedación, esperando que la joven despertara en los próximos días.

Esa noche velaron a la madre. Fue espantoso. Cientos de personas — parientes, amigos de la infancia, gente con la que Jane había trabajado e incluso algunos que ellas ni siquiera conocían— estuvieron allí. Las chicas pasaron tres horas saludando y aceptando condolencias. Habían puesto hermosas fotografías de su madre en toda la habitación. Regresaron a casa extenuadas y se fueron directamente a la cama; estaban demasiado cansadas para hablar, pensar o moverse. Era difícil creer que dos días atrás su madre estaba viva. En el velatorio todo el mundo preguntaba por Annie, y ellas tenían que explicar lo que le había sucedido, aunque aún no le decían a nadie que se había quedado ciega. Por respeto a su dignidad, y a su persona, las hermanas habían decidido que Annie fuera la primera en saberlo.

Al día siguiente, a las tres de la tarde, tuvo lugar el funeral. Por la mañana, Tammy y Sabrina visitaron a Annie, que dormía profundamente. En cierto modo, ambas sintieron alivio. Hubiera sido demasiado que Annie descubriera su ceguera el mismo día que enterraban a su madre. Tenían un día más de prórroga.

El funeral fue un sufrimiento exquisito: sencillo, bello, elegante y de buen gusto. Había lirios de los valles y orquídeas blancas por todas partes; parecía más bien una boda. La iglesia estuvo repleta de gente, y luego todos se trasladaron a la casa. Trescientas personas asistieron para recordarla, beber y comer del bufé. Al terminar, Sabrina le confesó a Chris que nunca en su vida se había sentido tan cansada. Ambos estaban a punto de sentarse en la sala cuando llamaron del hospital; al contestar, el corazón de Tammy se detuvo, y, cuando el residente se identificó, solo atinó a pensar que, si Annie moría, todos morirían con ella. Se habían enfrentado a más de lo que podían.

—Quería darles la buena noticia yo mismo —dijo el residente a Tammy mientras esta contenía la respiración. ¿Era posible? ¿Existían todavía las buenas noticias? Le parecía difícil creerlo. Le habían quitado el respirador y había superado la fase crítica, lo cual era un paso enorme; pero además había hecho otro gran progreso esa noche—. Pensé que querrían venir a verla —dijo él en voz baja, justo cuando Tammy estaba a punto de decirle que no creía que ninguno de ellos pudiera juntar las energías tras las emociones de los últimos días y el funeral de su madre esa tarde, pero no llegó a pronunciarlo—. Annie está despierta —dijo él victorioso; Tammy cerró los ojos y por sus mejillas rodaron lágrimas de dolor y de gratitud.

—Estaremos allí en media hora —prometió, y le agradeció la llamada. Y al colgar supo que para Annie acababa de comenzar la parte más difícil del camino.