19
La llegada de Tammy cambió considerablemente la dinámica de la casa, pues era otra adulta que podía compartir las responsabilidades con Sabrina; había venido precisamente para eso. Sin embargo, y aunque Candy estaba de viaje, era una persona más en la casa, y todas sabían que cuando la hermana pequeña regresara el desorden sería aún mayor. Eran cuatro mujeres y tres perras en una casa relativamente pequeña. Chris dijo que se sentía superado por la cantidad de estrógeno, y no exageraba. Por todas partes había zapatos, sombreros, pieles, abrigos, sostenes y tangas. Después de estar allí una semana, Tammy llegó a la conclusión de que había dejado su trabajo para convertirse en criada.
—Esto no va conmigo —dijo finalmente un domingo por la mañana, después de poner la tercera lavadora de toallas. Candy había regresado la noche anterior con toda la ropa sucia; no había querido que se la lavaran en el hotel en el que se hospedaba, porque la última vez se la habían devuelto toda encogida, por lo que decidió que mejor la lavaría en casa; la diferencia era que ahora no estaba mamá, sino las hermanas. Y Tammy, como no estaba trabajando, se había convertido en la lavandera oficial.
—Chicas, yo os quiero mucho —anunció en el desayuno, y Chris se escabulló rápidamente. La semana anterior Annie lo había nombrado «hermana honoraria», pero a él no le había hecho ninguna gracia, aunque Annie lo había dicho como un cumplido. Chris dijo que se estaba empezando a sentir como Dustin Hoffman en Tootsie, o peor, como Robin Williams en Sra. Doubtfire—. Para ser completamente feliz necesito dos cosas: un trabajo y una señora de la limpieza.
—Se había dado cuenta de que si continuaba sin trabajar se convertiría también en la cocinera oficial, además de chófer, criada y lavandera. Necesitaba salir de la casa, retomar su vida laboral y buscar a alguien que hiciera el trabajo doméstico.
Jamás lo había hecho en su casa de Los Ángeles, ¿por qué debería hacerlo allí?
—Es una idea genial —dijo Sabrina distraída, mientras le pasaba el suplemento deportivo del Times del domingo a Chris. Estaban todos sentados alrededor de la mesa de la cocina y las tres hermanas mayores desayunaban bollos, pains au chocolat y magdalenas con arándanos. Chris ya había comido algo, y Candy no había tocado absolutamente nada. Todos lo habían notado, y también se habían dado cuenta de que había adelgazado en el viaje. Sin embargo, ninguno lo había mencionado; Sabrina pensaba hablarlo con Tammy más tarde.
—Veo que estáis muy entusiasmados con mi idea —dijo Tammy ofendida, mientras cogía otro bollo. A diferencia de Candy, ella estaba comiendo muy bien.
No tenía nada que hacer, salvo comer, estar sentada mirando las musarañas y llenar lavadoras. Estaban usando las que había dejado el dueño de la casa—. Está bien, no os preocupéis por mí. Buscaré yo misma a una señora de la limpieza. —Y también un trabajo, aunque quién sabe qué le depararía el destino en Nueva York.
Esa tarde fueron al cine los cinco. Tammy notó que Annie se manejaba mucho mejor con su bastón. Solo tres semanas en la escuela Parker y ya se notaba una gran diferencia: se movía por la casa con más comodidad, usaba el microondas sin problemas y había aprendido algunos trucos útiles. Se divertía con Baxter en la escuela, y él la telefoneaba con frecuencia los fines de semana. A Brad Parker no se lo había vuelto a encontrar; seguramente tenía gente más importante que ella con quien charlar.
Annie no estaba muy entusiasmada con la película que habían elegido, pero fue de todos modos para compartir la tarde con sus hermanas y Chris. Y, por lo menos, pudo seguirla oyendo los diálogos, aunque al salir dijo que le había parecido una tontería. Después del cine fueron a comer pizza, y Candy bromeó con Chris, diciéndole que era el jeque de un harén.
—La gente está empezando a pensar que soy un proxeneta de lujo —se quejó este. Pero las cuatro hermanas eran inseparables; ahora que vivían todas juntas, Chris apenas podía estar a solas con Sabrina. No se quejaba, pero cada tanto le hacía saber que lo notaba. Y antes de que Tammy llegara, con Annie a su cargo, era muy raro que Sabrina pasara una noche en casa de Chris.
Era domingo por la noche, así que Chris, después de pasar un rato con Sabrina en su habitación, se marchó a su piso. En todas partes de la casa —ya fuera en la cocina, en el escritorio, en la sala, en el comedor o en la sala de juegos—, se encontraba uno con alguien. Era mucha gente viviendo bajo un mismo techo. Él era tolerante con la situación, pero Tammy le había sugerido a Sabrina que no abusara.
—Después de todo, Sabrina, es un chico. Debe de estar harto de vernos a todas nosotras cuando en realidad lo que quiere es estar contigo. ¿Por qué no te vas a su casa más a menudo?
—Es que cuando me voy os echo de menos. —Sabrina era muy consciente de que eso duraría solo un año, pero Tammy no estaba muy segura de que Chris lo tuviese tan claro; y a veces lo veía preocupado. Sabrina no estaba de acuerdo.
—Tú lo conoces mejor que yo —le dijo Tammy—, pero si fuera tú, no abusaría. Uno de estos días podría esfumarse.
A la mañana siguiente Tammy cumplió su promesa y llamó a una agencia para que le consiguieran una empleada de la limpieza; les explicó qué era lo que querían y la directora de la agencia le dijo que tenía a dos candidatas que podían irle bien. Una era una mujer que había trabajado en un hotel durante diez años y que no tenía problema en limpiar para varias personas. Sin embargo, solo estaba disponible dos días a la semana, lo cual no era suficiente. Con cuatro personas en la casa, más Chris que se apuntaba de vez en cuando, había demasiado que hacer.
La otra candidata era un poco más «inusual», comentó. Era japonesa y no hablaba inglés, pero era muy limpia y trabajaba como una troyana. La agencia tenía excelentes referencias de ella y venía muy recomendada.
— ¿Cómo nos entenderemos si solo habla japonés?
—Ella ya sabe lo que tiene que hacer; la familia para la que trabajaba tenía cuatro hijos, todos varones. Eso es mucho peor que limpiar la casa de cuatro mujeres adultas y tres perras.
—No estoy tan segura —comentó Tammy, pensando en su propia experiencia. Pero una empleada que no hablara inglés era mejor que nada, y mucho mejor que hacerlo ella.
—Su nombre es Hiroko Shibata. ¿Quieres que la envíe esta tarde y así la conocéis?
—Sí, claro —respondió Tammy. No tenía nada más que hacer.
La señora Shibata llegó puntual a la entrevista, vestida con un kimono.
Resultó que no desconocía totalmente el inglés: sabía unas diez palabras que repetía con frecuencia, fueran o no apropiadas. Realmente tenía un aspecto inmaculado; al entrar dejó los zapatos al lado de la puerta. El único dato que la agencia no había mencionado, y probablemente no quería hacerlo, era que tenía alrededor de setenta y cinco años y no le quedaba ni un diente. Se inclinaba hacia Tammy cada vez que esta le hablaba, y eso hacía que ella se inclinara también. No parecía que le molestaran las perras; algo era algo. Incluso varias veces dijo «perros muy guapos». Mejor todavía. Apelando al lenguaje de signos, hablando en voz muy alta —lo cual no servía para nada—, y señalando su reloj, Tammy se las arregló para convenir con la mujer que regresara la mañana siguiente para hacer una prueba. No tenía idea de si regresaría, así que le hizo mucha ilusión verla llegar el martes.
La señora Shibata entró por la puerta principal, se quitó los zapatos y saludó educadamente a cada una de las hermanas: a Candy, que iba en tanga y con una camiseta transparente; a Annie, que salía rumbo a la escuela; a Sabrina, que se marchaba a trabajar, y a las perras varias veces —siempre que se las cruzaba—, y comenzó a trabajar frenéticamente. Para alegría de Tammy, se quedó hasta las seis y cuando se marchó todo estaba impecable. Había limpiado la nevera, lavado la ropa, cambiado las sábanas y hecho las camas con precisión militar. Las toallas estaban limpias y dobladas. Incluso le había dado de comer a las perras; el único inconveniente era que les dio unas algas que le habían sobrado de su propia comida, consistente en pepinillos picantes con algas y pescado crudo. Todo olía muy mal y las algas habían hecho que las perras se descompusieran. Tammy pasó más tiempo limpiando el desastre que habían hecho estas del que le hubiera llevado limpiar la casa, así que al día siguiente, cuando la señora Shibata llegó a trabajar —tal como le había indicado mediante pantomimas—, Tammy le señaló el pote de comida de las perras, las perras, las algas, e hizo gestos dignos del kabuki, pidiéndole encarecidamente que no lo volviera a hacer. La señora Shibata se inclinó al menos dieciséis veces en todas las direcciones, haciéndole saber que había comprendido.
Candy había traído amigos la noche anterior y la casa estaba patas arriba, así que había mucho trabajo que hacer. El arreglo estaba funcionando bien. Tammy le dijo a la agencia que contrataban a la señora Shibata y esta comenzó a encargarse de que todo estuviera limpio y en orden, y la ex productora se sintió una mujer libre. Nunca más tendría que lavar toallas o sacar la basura, lo cual era reconfortante, ya que solo ella lo hacía.
El primer problema estaba resuelto, ahora le tocaba resolver otro más importante antes de ponerse a buscar un trabajo. Había acordado con Sabrina que debían tomar medidas respecto al desorden alimenticio de Candy antes de que la destruyera por completo, así que esa noche la abordaron. Era el momento perfecto para hacerlo, ya que Chris estaba en un partido de baloncesto con unos amigos y esto les venía bien, pues seguramente los gritos de indignación y negación de Candy se oirían hasta Brooklyn. Sus hermanas mayores le dijeron que no les importaba cuál era la excusa que justificaba la pérdida de peso; tenía dos opciones: un hospital o un psiquiatra. Candy estaba muy sorprendida.
— ¿Habláis en serio? ¿Cómo podéis ser tan crueles? Es muy desagradable que hagáis una escena por mi peso. Mamá jamás hubiera hecho algo así; ella era mucho más buena que vosotras.
—Es cierto —aceptó Tammy—. Pero nosotras estamos aquí y ella no, y tú tampoco estarás por mucho tiempo si no haces algo. Candy, te queremos y nos parece que si continúas así enfermarás. Ya perdimos a mamá, no queremos perderte a ti también. —Eran afectuosas, pero firmes. Candy se encerró en su cuarto dando un portazo, se echó en la cama y lloró durante horas. Pero sus hermanas no se dejaron conmover. Ambas sabían que Candy tenía suficiente dinero como para mudarse a su propio piso, pero no lo hizo. No les dirigió la palabra durante dos días, en los que reflexionó sobre el asunto, y, finalmente, para asombro de todos, se dio por vencida y eligió la opción del psiquiatra. Decía que no tenía ningún problema alimenticio, que simplemente ellas no la veían cuando comía, y que lo que comía era saludable. Tal vez lo era para un canario, o para un hámster, pero no para una mujer que medía un metro ochenta y seis descalza. Las hermanas le aseguraron que no hacía falta que se pusiera gorda para complacerlas, y que no, no estaban celosas de ella. Candy incluso dijo que Tammy estaba engordando y lo cierto era que, aunque no estaba gorda, al ser bastante más baja, el peso que ganaba se le notaba. Había engordado unos dos kilos desde que había llegado a Nueva York. Pero eso no tenía importancia, ahora lo único que podía tener consecuencias, hasta donde ellas sabían, era que el problema alimenticio de Candy estaba fuera de control.
Tammy pidió cita con el psiquiatra y la acompañó a la primera entrevista.
No entró con ella en el consultorio, pero llamó antes al médico y habló con él.
Candy salió furiosa de la consulta, pero les dio una lista con alimentos, al menos ahora la veían comer y todos eran conscientes del problema. Para eso estaban allí.
Se suponía que lo más importante era Annie, pero Candy también necesitaba apoyo. Y afortunadamente era mucho más fácil ocuparse de todo viviendo bajo un mismo techo.
— ¿No tienes a veces la sensación de que este verano hemos dado a luz a dos niñas? —le preguntó Sabrina a Tammy, echada en el sofá tras un largo y duro día de trabajo. Había tenido tres comparecencias en el tribunal.
—Sí —sonrió Tammy—. Ahora siento más respeto que nunca por mamá; no sé cómo hizo para criarnos a todas.
Todavía estaban preocupadas por su padre, y no habían podido verlo en los últimos fines de semana. Estaban demasiado ocupadas, excepto Tammy, que se pasaba el día dando indicaciones a la señora Shibata con sus gestos de kabuki y llevando a Candy y a Annie a sus respectivos psiquiatras. Se sentía una madre de los suburbios con dos hijas adolescentes; y eso la motivó a ocuparse del tercer proyecto: conseguir trabajo. Sabía que no podría encontrar uno como el que tenía en California; no se hacía ilusiones, pero necesitaba encontrar algo, de lo contrario Candy tendría razón y lo único que haría sería estar sentada y comer. Necesitaba más que eso. Candy y Sabrina trabajaban, y Annie estaba yendo a la escuela; ella era la única que no tenía nada importante que hacer, excepto estar allí cuando todas llegaban por la noche. Se sentía un ama de casa y le parecía estar perdiendo su identidad.
El tercer proyecto le llevó más tiempo que los otros dos; hasta mediados de octubre no pudo conseguir algunas entrevistas. Habló con los responsables de varias telenovelas y le pareció que estaban muy mal estructuradas; comparadas con lo que había hecho antes, eran producciones de segunda línea. Finalmente, contactó con los realizadores de un programa del que había oído hablar, pero que jamás había visto. Era un reality show de pura cepa, escandaloso y absolutamente cursi, sobre parejas con problemas que tenían que pelearse por televisión. Excepto puñetazos, todo estaba permitido. Una psicóloga seguía los casos; era una mujer horrorosa con aspecto de travesti. El programa se llamaba ¿Se puede salvar esta relación? ¡Depende de ti! Sonaba tan horrible que, pese a sí misma, a Tammy le causó curiosidad. Profesionalmente, sería una vergüenza estar ligada a ese programa, pero los índices de audiencia eran buenos, y estaban buscando un productor desesperadamente. Habían comenzado con uno que los había dejado a medio camino por un programa de máxima audiencia en otra cadena, y no podían creer que alguien con el currículo de Tammy pensase siquiera sentarse a hablar con ellos. A ella también le costaba creerlo.
Tammy no les contó a sus hermanas que haría una entrevista para trabajar en ese programa; sabía que se horrorizarían tanto como ella, pero estaba harta de pasar el día en casa sin hacer nada, esperando que todos regresaran por la noche. Y
Annie, después de cinco semanas en la escuela Parker, ya se manejaba muy bien sola. Y, sin embargo, Annie era ahora la única que no tenía un propósito en la vida; aunque no estaba arrepentida de haberse mudado para pasar un año junto a sus hermanas. Sentía que la necesitaban y que su presencia les hacía bien; así como a ella le hacía bien tenerlas cerca cuando apenas habían pasado tres meses y medio de la muerte de su madre.
Tammy fue a la entrevista un jueves por la tarde. Unos días antes les había enviado su currículo, por lo que estaban al tanto de que había creado un programa en Los Ángeles. Era una profesional de primera línea. Creían que, si estaba dispuesta a trabajar con ellos, podría darles algunas ideas para mantener el programa con vida. Este había comenzado a decaer un poco aunque, para sorpresa de Tammy, los índices de audiencia todavía eran altos y el tema fascinaba a sus espectadores. Parecía representar, o al menos reflejar, los problemas que la gente afrontaba en sus relaciones, desde los engaños hasta la impotencia, pasando por el abuso emocional o las intrusiones de las suegras. El abuso de sustancias prohibidas y los hijos delincuentes también encabezaban la lista de problemas que acercaban a la gente al programa. Era un catálogo de todo aquello que uno no desearía saber de la vida y las relaciones de los demás. Solo que a los espectadores del programa sí parecía interesarles. Las mediciones de audiencia de Nielsen así lo atestiguaban.
Tammy fue con inquietud a la entrevista con el productor ejecutivo. Para su sorpresa, parecía un ser humano normal; era psicólogo de profesión, formado en Columbia, pero había decidido trabajar en televisión. Llevaba treinta años casado y tenía seis hijos. Había sido consejero matrimonial durante algunos años, antes de dedicarse a la televisión. Se había iniciado con los deportes, y, luego, con el advenimiento de los reality shows, había empezado a trabajar en lo que realmente le interesaba. El programa era para él un sueño hecho realidad, tal como el de Los Ángeles lo había sido para Tammy. Solo que era un tipo de programa muy diferente. Y, como la mayor parte de los reality, apuntaba a los instintos más bajos de las personas. Aunque algunas de las parejas que habían participado eran bastante razonables, incluso para Tammy, la mayoría mostraba un comportamiento lamentable; y eso era, precisamente, lo que la audiencia prefería.
Tuvieron una conversación excelente, y Tammy tuvo que admitir que el hombre le caía bien, aunque el productor asociado era un imbécil y tenía una actitud muy desagradable hacia ella. Defendía su espacio, pues era evidente que quería que el puesto fuera para él, y ni siquiera había sido considerado.
—Entonces, ¿qué te parece? —le preguntó Irving Solomon, el productor ejecutivo, cuando la entrevista llegaba a su fin.
—Creo que es un programa interesante —respondió ella, con cierta sinceridad. No dijo que le encantaba, porque le estaría mintiendo. La verdad era que, en muchos aspectos, no le parecía nada atractivo; nunca le había gustado explotar los problemas de la gente ni rebajarse a ese tipo de corrupción emocional, pero, por otro lado, necesitaba trabajar. Y parecía que eso era todo lo que había disponible por el momento. Las opciones en Nueva York eran pocas—. ¿No han pensado en hacerlo un poquito más serio? —preguntó reflexiva. No estaba muy segura de cómo hacerlo, pero deseaba reflexionar sobre la idea.
—Nuestra audiencia no quiere algo serio. Ya tienen bastante dolor en sus vidas. Quieren ver a gente dándose de palos —verbalmente, por supuesto, no físicamente— del modo en que imaginan que lo harían con sus compañeros si se atreviesen. Nosotros somos su álter ego, y tenemos las agallas que ellos no tienen.
—Era un modo de verlo, aunque Tammy no lo compartía del todo. Pero ellos no la contrataban para que cambiara el programa, ni para que lo mejorara, sino para que lo mantuviera en el aire, y para que, si podía, elevara los índices de audiencia. Esa era siempre la clave con los programas de televisión. ¡Cómo aumentar la audiencia! Lo que ellos querían era más de lo mismo—. Por cierto, ¿qué te trajo a Nueva York? Te has marchado de un programa magnífico en Los Ángeles. —A Tammy le pareció oír un tono de reproche en la pregunta y negó con la cabeza.
—No me he marchado de repente —aclaró—, anuncié mi renuncia con antelación. Este verano mi familia sufrió una tragedia, y quería estar aquí —lo dijo con dignidad, y él asintió con la cabeza.
—Lo siento. ¿Las cosas se han resuelto? —preguntó con cierta preocupación.
—Están mejorando; pero quiero quedarme para poder controlarlas.
— ¿Tienes tiempo para trabajar en el programa?
—Sí —respondió Tammy con seguridad, y él pareció aliviado. Era una verdadera profesional, y sabía que no estaría allí hablando con él si no estuviera interesada. Deseaba que lo estuviera, pues ya sabía que la quería en el programa; no entrevistaría a nadie más, y se lo dijo a Tammy. Le dio algunas grabaciones del reality y le pidió que las viera, lo pensara y volviera. No querían cambiar algo que ya funcionaba, y quería que ella respetara eso.
—Volveré en un par de días —prometió ella. Quería ver las grabaciones. Al salir se cruzó con la psicóloga; tenía un aspecto inverosímil. Extravagante era decir poco: llevaba unas gafas con imitaciones de piedras preciosas y un vestido ajustado del que emanaban unos pechos enormes. Parecía la madame de un burdel de baja estofa; sin embargo, la audiencia y las parejas la adoraban. Su nombre era Désirée Lafayette, pero era evidente que no era su nombre real. Parecía un transexual; Tammy se preguntó si realmente lo sería. Tratándose de ese programa, nada la sorprendía, y menos que nada una psicóloga que alguna vez había sido un hombre.
Regresó a casa y puso el primer vídeo. Lo miraba muy concentrada cuando Annie llegó de la escuela. Esta se quedó unos instantes en el estudio y oyó lo que Tammy estaba viendo; luego preguntó con una amplia sonrisa:
— ¿Qué coño es eso?
—Un programa que estoy analizando —respondió, todavía concentrada en la pareja que había en la pantalla. Eran unos impresentables, y se estaban diciendo de todo.
—Espero que no lo digas en serio.
—Me temo que sí. Me río un poco, al menos. ¿Cómo te fue en la escuela?
—Bien —nunca decía «genial», pero tampoco decía que lo había pasado mal, y sus hermanas sospechaban que le gustaba. Tammy miró su reloj; tenía que llevar a Annie a la psiquiatra y se lo recordó por si quería comer algo antes de salir.
—Tengo veintiséis años, no dos. Puedo ir en taxi si quieres quedarte viendo esa basura.
—Puedo verlo después —dijo Tammy, mientras lo apagaba. Ya había tomado la decisión. Era horrible, pero a fin de cuentas, ¿por qué no intentarlo?
Désirée Lafayette era espantosamente ridícula, pero el programa tenía algo bueno: mostraba que tras toda esa miseria triste y sucia podía haber quizá una luz de esperanza. Y eso le gustaba a Tammy. Raramente le decían a la gente que se diera por vencida y rompiera la relación; Désirée trataba de darles ideas de cómo mejorar la pareja, aunque generalmente eran propuestas absurdas y la gente que participaba en el programa solía ser muy vulgar. La dignidad no era algo que estuviera muy presente.
—Debes de estar desesperada por trabajar —comentó Annie cuando salían de casa.
—Sí, debo de estarlo —admitió Tammy. Y pensó en ello mientras esperaba a Annie en el consultorio de la doctora Steinberg. Las entrevistas con la psiquiatra parecían estar haciéndole bien a su hermana; aceptaba mejor su situación y estaba notablemente menos enfadada. Y a Tammy le gustaba pensar que el hecho de vivir con ellas, a quienes quería apasionadamente, también la ayudaba.
Esa noche Tammy vio el resto de los vídeos en su habitación. Algunos eran mejores que otros. Iba a resultar raro en su currículo, especialmente después de los otros programas en los que había trabajado, que eran de muy alta calidad. Pero era el único trabajo que había conseguido en Nueva York. Había llamado a toda la gente que conocía, y por el momento nadie más necesitaba una productora. Y no tenía nada mejor que hacer.
Al día siguiente llamó a Irving Solomon y le dijo que estaba interesada. Él mencionó algunas cifras, y ella le pidió que lo hablara con su agente; este lo llamaría en breve. Ahora Tammy tenía que llamar a su abogado de Los Ángeles; le iba a costar explicarle por qué quería trabajar en ese programa. En su último contrato había una cláusula de «no puede trabajar para la competencia» que era válida por un año más, pero nada de este programa delirante competía con el anterior. Eso estaba muy claro. El salario que le habían ofrecido era razonable, y era un trabajo honrado, aunque el programa fuese bastante sórdido. Y además, después de todo, era un trabajo. Ella no era una persona a la que le agradara vaguear, pasar el día de compras o almorzar con amigas; además, no tenía amigas en Nueva York y sus hermanas trabajaban. Ella también quería hacerlo. Irving le dijo que si podían llegar a un arreglo rápidamente, le gustaría que comenzara a trabajar la semana siguiente. Ella le dijo que haría lo que pudiera para que su agente se pusiera en marcha enseguida.
Esa noche durante la cena anunció la noticia y sus hermanas se quedaron mirándola asombradas. Annie ya lo sabía, y Sabrina pensó que se había vuelto loca. Candy dijo que había visto el programa y que era bastante escabroso.
— ¿Estás segura? —le preguntó Sabrina con preocupación—. ¿No te perjudicará después?
—Espero que no —dijo Tammy honestamente—. No lo creo; tal vez pueda parecer un poco extraño, pero no tiene nada de malo probar de nuevo con los reality. Ya lo hice hace algunos años, y no afectó mi carrera. Mientras no me dedique a esto para siempre...
Sabrina se sintió un poco culpable de que Tammy hubiera te nido que terminar en algo así solo por ayudarla a ella. Pero también lo había hecho para ayudar a Annie, que era lo importante. Sin embargo, Tammy no parecía lamentar haber dejado Los Ángeles; había cerrado la puerta de su programa y no había vuelto a mirar atrás. Y ahora estaba abriendo una puerta nueva, con parejas enfadadas y una psicóloga llamada Désirée Lafayette que estaba ansiosa por conocerla, algo que horrorizó a Sabrina e hizo reír a Tammy.