15

El domingo Sabrina volvió sola a buscar a Annie; Candy se quedó en la ciudad, pues se había acostado a las cuatro de la madrugada. Como Sabrina había predicho, se había ido de copas con su viejo amigo. Chris se fue a un partido de béisbol con unos amigos, tras la primera noche en la casa nueva. Se sentían cómodos en su habitación, y les encantó la cama, que era enorme, mucho más grande que la que ella tenía antes —una queensize dura y ruidosa—. La nueva era un sueño. Ambos estaban encantados con la casa en general; tenían una planta toda para ellos, así que ni siquiera habían oído llegar a Candy a las cuatro, y esta todavía dormía cuando Sabrina se marchó por la mañana.

Sabrina encontró a su padre y a Annie sentados junto a la piscina. Zoe y Beulah también estaban allí; se habían hecho grandes amigas. Candy había decidido no llevarse a Zoe el día anterior, pues temía que los hombres de la mudanza, con sus idas y venidas, la lastimaran. Sabrina le preguntó a su padre si le molestaba tener a las perras allí por un tiempo; ellas lo pasaban bien en el campo, eran una compañía para él, y además sus dueñas estarían ocupadas con la mudanza. Ya tenían bastante sin ocuparse de las perras. Su padre dijo que estaba encantado de ocuparse de sus perrinietas, así que ella y Annie volvieron a Nueva York solas después del almuerzo. Annie iba muy callada, y Sabrina la dejó en paz con sus pensamientos. Le ocurría con frecuencia: era una persona introspectiva y soñadora, con muchas cosas en las que pensar. Siempre había pasado largas y silenciosas horas reflexionando acerca de su arte.

Se encontraban ya a mitad de camino cuando Annie finalmente habló.

¿Te acuerdas de Leslie Thompson? —dijo inesperadamente, como si el nombre le hubiera venido de pronto a la cabeza.

—No. ¿Por qué? ¿Quién es?

—Tú la odiabas. Su hermano iba a la escuela con Tammy; ella intentó quitarte un novio.

¿En serio? ¿Cuándo? —Sabrina estaba perpleja, y Annie se rió.

—Creo que en el último curso del instituto. Yo tenía nueve años, pero me acuerdo bien de que dijiste que era una puta.

¿Eso dije? —Sabrina se rió con ganas—. ¡Madre mía! —Se giró para mirar a su hermana y luego volvió la vista hacia delante. Desde el accidente del Cuatro de Julio, conducía con mucha más tensión, especialmente cuando iba por la carretera. Tammy le había dicho que a ella le pasaba lo mismo—. ¡Ya sé quién es!

Era una furcia; guapa, pero hortera. Y muy astuta; mamá la llamaba «la irresistible». Irresistible y una mierda. ¿Por qué te has acordado de ella?

—Ayer fue a casa.

¿Por qué? Yo no la he vuelto a ver desde aquel día.

—Dijo que acababa de divorciarse y que había vuelto de California, y quería decirnos cuánto sentía lo de mamá. Le trajo una tarta a papá.

¿Lo dices en serio? —Sabrina puso una cara de absoluto disgusto, y luego miró a su hermana de reojo y deseó que esta pudiera verla y reconociera la complicidad de su gesto—.

Mierda, ya empezamos. El ataque. ¿Pero no es un poco joven? Debe de tener unos treinta y dos o treinta y tres años a lo sumo. Cuan do nos peleamos tenía quince, ahora la recuerdo perfectamente, y también me acuerdo de cuánto la odiaba. «La puta». Ojalá pudieras decirme qué aspecto tenía y cómo miraba a papá.

—Sonaba falsa, y llevaba un perfume barato, en cantidades industriales.

—Puaj.

—Exactamente. Y es lista, trajo la tarta en una fuente que papá tendrá que devolverle. Seguro que piensa que papá es un buen partido.

—No puede perseguir a un hombre tan mayor. Joder, casi le dobla la edad.

—Sí, pero tiene dinero, y ahora está libre.

—Esa chica no pierde el tiempo. —Sabrina parecía preocupada. Su madre había muerto hacía apenas un mes—. Tal vez sea sincera y solo sienta pena por nosotros.

—Y una mierda —dijo Annie sin darle demasiadas vueltas, y Sabrina rió.

—Sí, yo pienso lo mismo. Pero esperemos que papá no; el pobre no tiene idea de lo que le espera. Toda soltera que viva a cien kilómetros a la redonda llamará a su puerta. Tiene una edad razonable, es guapo, con éxito, y está solo.

¡Hay que tener cuidado! —Todas estaban preocupadas por él y querían protegerlo; era muy ingenuo y no estaba preparado para lo que se avecinaba.

—Intenté decírselo, pero me respondió que era una paranoica.

—Yo confío en tu percepción. ¿Qué te pareció?

—Falsa —dijo Annie—. ¿Qué esperas de una puta? —Ambas rieron.

Se quedaron pensativas unos instantes y luego hablaron de otros temas.

Sabrina le contó que había descubierto algunas cosas nuevas de la casa, y le dijo que era muy cómoda. Ambas estuvieron de acuerdo en que era una pena que Tammy no fuera a estar allí con ellas, pero no podía dejar su trabajo. Era una renuncia demasiado grande.

Cuando llegaron a la casa, Candy todavía dormía. Más tarde apareció en lo alto de las escaleras con un tanga de satén rosa y una camiseta transparente, bostezando, y feliz de verlas.

—Bienvenida a casa —le dijo a Annie, mientras su hermana comenzaba a situarse. Era importante que localizara dónde estaban los muebles para así poder moverse de un lugar a otro sin problemas. Después de pasar por la sala y el estudio, muy concentrada, subió las escaleras, pero en lugar de entrar a su cuarto entró en el de Candy, tropezó con una maleta y estuvo a punto de caer.

¡Mierda! —dijo en voz alta, tratando de orientarse, mientras se frotaba la pierna—. Qué vaga eres.

—Lo siento. —Candy dio un salto para recoger la maleta y dejarle paso libre a Annie—. ¿Quieres que te muestre dónde está tu habitación? —le preguntó, tratando de ser servicial, y Annie le respondió bruscamente. La alteraba mucho tratar de ubicarse en la casa, pero una vez que lo hiciera todo sería más fácil.

—No, puedo encontrarla yo sola —dijo, ladrando. Encontró su habitación un minuto después; Sabrina había puesto su maleta encima de la cama. Sabía que Annie querría deshacerla ella misma. Un rato después fue a la habitación para comprobar que todo estuviera bien—. Gracias por no deshacer mi maleta —dijo Annie amablemente. Era importante para ella que no la trataran como a una niña.

—Pensé que era mejor que tú colocaras tus cosas, así luego sabrás dónde están. Pero si necesitas ayuda...

—No, está bien así —dijo Annie con firmeza, y luego comenzó a moverse por la habitación, inspeccionando los armarios y abriendo los cajones. Localizó dónde estaba el baño y colocó sus cosméticos. Su nuevo corte de pelo le facilitaba el lavado y el peinado.

A la hora de la cena, Sabrina fue a ver cómo estaba Annie, y Candy también entró en la habitación. Era el momento perfecto para contarle a Candy que una chica que conocía del instituto había ido a la caza de su padre.

¿Lo dices en serio? —Candy estaba sorprendida; Annie rió y se sentó en su cama. Estaba exhausta, pero había terminado de ordenar sus cosas. No había traído mucho de Florencia, eso era todo lo que tenía—. ¿Cuántos años tiene?

—Treinta y dos, treinta y tres como mucho —respondió Sabrina.

—Qué desagradable. ¿Quién es?

—«La puta» —respondió Annie, pronunciando cada sílaba con regocijo, lo cual hizo reír a sus hermanas.

¿Y papá qué dijo? —preguntó Candy interesada. Era divertido hablar de eso con sus hermanas, pues todas sabían que no pasaría nada. Conocían a su padre.

—Él insistía en que la chica era inocente —respondió Annie—. Es como un niño. Ella llevaba un perfume barato apestoso.

—Qué horror. Daría lo que fuera por verle la cara.

—Yo también —dijo Annie con tristeza, y Sabrina hizo un gesto de advertencia a Candy—. Apuesto a que es rubia y tiene tetas de silicona —dijo, olvidando que describía a su propia hermana menor—. Ay... lo siento... no quise decir como tú... quise decir que debe ser hortera.

Candy rió bondadosa.

—Te perdono. Estoy segura de que estás en lo cierto.

Esa noche, cuando Tammy llamó, se contaron todo; y después a Chris, cuando volvió del partido de béisbol con un amigo. Era un abogado que trabajaba con él, joven y guapo, que casi se cae de espaldas al ver a Candy con unos shorts cortísimos y un top minúsculo. Estaba de infarto. Para Chris la visita de Leslie era inocente.

—No, de ningún modo —disintió Sabrina—. ¿Cómo puedes decir eso? ¿Por qué una chica de su edad va a llevar una tarta a papá?

—Probablemente porque es una buena persona. Que te intentara robar un novio en el instituto no la hace una bestia depredadora.

—Yo estaba en el último año y ella tenía quince años, ¡y era una puta! Y al parecer lo sigue siendo.

—Qué duras sois —dijo él, riéndose. Todas parecían estar de buen humor, y felices con la nueva casa. A él también le gustaba.

—Eres tan cándido como mi padre —dijo Sabrina, poniendo los ojos en blanco.

Decidieron ir a cenar fuera, a un pequeño restaurante italiano en la parte baja de la ciudad. Al principio Annie no quería salir, pero todos insistieron en que lo hiciera. Se puso unas gafas oscuras y se aferró fuertemente al brazo de Candy.

Era todo bastante confuso para ella, pero luego admitió que lo había pasado bien y que el amigo de Chris le parecía agradable.

¿Qué aspecto tiene?

—Alto, guapo —dijo Candy—, afroamericano. Tiene los ojos de un azul verdoso.

—Estudió en Harvard —agregó Sabrina—. Pero creo que tiene una novia que está fuera de la ciudad. Si quieres le pregunto a Chris. —Él había decidido dormir en su piso esa noche para dejar que se acomodaran tranquilas. Le hubiera gustado quedarse, pero no quería molestar a Candy y a Annie. Eso era lo único que no le gustaba de la nueva vida de Sabrina: temía molestar a sus hermanas, aunque las dos habían insistido en que no lo hacía y en que lo adoraban. Sea como fuere, había decidido irse a casa. Le dijo a Sabrina que se quedaría a dormir el martes, cuando Candy y Annie se fueran a Connecticut a visitar a su padre. Sabrina se quedaría en la ciudad toda la semana—. Averiguaré si Phillip tiene novia —dijo Sabrina, con su habitual pragmatismo.

—No te molestes —respondió Annie rápidamente. No estaba interesada en los hombres en ese momento, y quizá ya no lo estaría nunca—. Solo me pareció agradable y quise saber cómo era. Odio no poder relacionar una voz con una cara.

—Al decirlo en voz alta les recordó a sus hermanas lo desesperante que era su situación. Todo era terrible para ella y había que admitir que lo estaba llevando bastante bien—. No saldré con nadie —dijo con firmeza.

—No seas tonta —dijo Candy directamente—. Claro que saldrás con chicos.

Eres guapísima.

—No, y eso no tiene nada que ver. Nadie querrá salir conmigo así. Sería patético.

—No —dijo Sabrina con tranquilidad—. Lo patético es que a tu edad abandones la vida. Tienes veintiséis años; eres inteligente, guapísima, con talento, has sido bien educada, has viajado y eres divertida. Cualquier chico estaría agradecido de poder salir contigo, con o sin vista. Tienes suficientes virtudes como para compensarlo. A cualquier hombre que valga la pena le dará igual si puedes ver o no. Y a los otros que les den.

—Sí, quizá sí —dijo Annie, no muy convencida. Había estado hablando de eso con la doctora Steinberg. No podía imaginarse saliendo con nadie, ni a ningún hombre que la quisiera en esas condiciones.

—Date tiempo, Annie —dijo Sabrina con delicadeza—. Acabas de romper con alguien, hemos perdido a mamá, has padecido un accidente. Es demasiado. —

Y además, la carrera que había estudiado durante años ya no le servía de nada.

Todas eran conscientes de eso, y del desafío que suponía adaptarse a esa nueva realidad; un desafío al que la mayor parte de la gente no tenía que enfrentarse en toda su vida. Y todo había sucedido tan de repente.

Esa noche cada una se instaló en su habitación. Cuando Annie ya estaba acostada, sonó su móvil, que estaba en la mesilla de noche. Por un instante deseó que fuera Charlie diciendo que se había arrepentido, que había dejado a la otra chica y que quería volver con ella. Pero, en ese caso, ¿qué le diría? Estuvo a punto de no responder, pero al final lo hizo. Ya no podía ver el identificador de llamadas.

¿Hola? —dijo dubitativa, y se asombró al descubrir que era Sabrina, llamándola desde su habitación.

—Llamaba solo para darte las buenas noches y decirte que te quiero —dijo, bostezando. Había estado pensando en ella, y había decidido llamarla antes de irse a dormir.

—Estás loca; yo también te quiero. Por un segundo pensé que era Charlie.

Me alegro de que no fuera él. —Probablemente no era cierto, pero a Sabrina la conmovió que lo dijera, y sintió pena de que su hermana tuviera que pasar por eso.

Simplemente no era justo—. Me gusta nuestra nueva casa —dijo Annie contenta y feliz de tener a alguien con quien hablar. Se sentía un poco sola.

—A mí también —dijo Sabrina. Echaba de menos tener a Chris a su lado, pero le divertía estar allí con sus hermanas.

¿Con quién estás hablando? —preguntó Candy, asomando la cabeza en la habitación de Annie.

Con Sabrina —rió Annie.

¡Buenas noches! —gritó Candy a su hermana que estaba en la segunda planta—. ¿Por qué no me has llamado a mí también? —agregó bromeando, y luego se inclinó para besar a Annie—. Te quiero, Annie —dijo en voz baja, y la cubrió con la sábana.

—Y yo a ti. Os quiero a las dos —dijo Annie en voz alta, de modo que ambas pudieran oírla, una en el móvil y la otra en la habitación—. Gracias por hacer esto por mí.

—Nos encanta —dijo Candy, y al oírla, Sabrina estuvo de acuerdo.

—Buenas noches, que tengas dulces sueños —dijo Sabrina, y colgó. Sus voces retumbaban en la casa. Candy regresó a su habitación y Annie se quedó pensando que, pese a todo lo que le había pasado, era una persona afortunada. Al final, no importaba qué sucediera, qué tragedia las golpeara; tenían mucha suerte de poder contar unas con otras. Eran hermanas y las mejores amigas. Eso era lo que importaba, y por ahora era suficiente.