7

Cuando convocaba una reunión, siempre procuraba llegar la primera a la sala, y a menudo perdía unos minutos mirando a través de la ventana que se abría hacia Pamplona, concentrada en ordenar sus ideas y arrullada por el murmullo creciente que iba en aumento a su espalda. Sólo se acercaba Jonan, silencioso, a traerle una taza de café que ella aceptaba siempre y que muchas veces abandonaba intacta tras calentarse las manos.

Se volvió hacia la sala cuando oyó la voz del inspector Iriarte, que saludaba sonriente a todos los presentes. Le acompañaba el subinspector Zabalza, que la saludó con un gesto de cabeza mientras musitaba algo inaudible y se sentaba junto a su superior. Esperó hasta que todos estuvieron sentados y comenzó a hablar justo cuando la puerta se abría y entraba el comisario, que se cruzó de brazos apoyándose contra la pared, y tras disculparse la invitó a proseguir.

—Como si no estuviera —dijo.

—Buenos días a todos. Como saben, el objeto de esta reunión es establecer una estrategia de actuación en torno al caso de las profanaciones que se han venido sucediendo en la iglesia de Arizkun. Acaban de llegar los resultados preliminares de los análisis efectuados a los huesos, y las conclusiones no aclaran gran cosa: que son humanos y que pertenecen a una criatura de menos de un año. El doctor San Martín nos mantendrá informados de los avances que se produzcan cuando tenga las analíticas, pero de momento empezaremos por establecer qué es exactamente una profanación y por qué lo es, sin lugar a dudas, en este caso… —Se puso en pie y caminó hasta situarse detrás del subinspector Etxaide.

»Profanar es tratar algo sagrado sin el debido respeto, deslucir, deshonrar o dar un trato indigno a cosas que deben ser respetadas. Partiendo de esta premisa, y teniendo en cuenta que el acto se ha cometido en un lugar de culto, utilizándose además restos humanos, estaríamos ante una profanación, pero antes de continuar y tomar decisiones sobre cómo vamos a proceder, hay unos cuantos aspectos que conviene aclarar. Existen tantos tipos de profanaciones como de comportamientos delictivos y comprender la mecánica de la profanación nos dará un perfil del tipo de individuo que estamos buscando.

»El tipo más frecuente es la profanación vandálica, normalmente relacionada con tribus urbanas y grupos marginales que manifiestan su repulsa hacia la sociedad atacando sus símbolos sagrados y religiosos. Pueden asaltar un monumento o una biblioteca, quemar una bandera o romper los escaparates de un gran centro comercial. Este tipo de profanación es la más común y la más fácil de identificar por los signos evidentes de violencia irracional. En el segundo grupo estarían los profanadores de iglesias y cementerios, bandas y grupos de delincuentes cuyo único objetivo al atacar estos lugares es robar objetos de valor. El cepillo de las iglesias, megafonías, equipos de sonido o iluminación, piezas de oro o plata como sagrarios, candelabros, copas y hasta herramientas de los enterradores. En casos más aberrantes, roban joyas o incluso dientes de oro de los cadáveres. Hace poco se detuvo a una banda que robaba los marcos de platino que en muchas tumbas adornan las fotografías de los difuntos. Algunos de estos delincuentes, y según se desprende de sus propias declaraciones, han optado últimamente por representar puestas en escena que sugieren ritos satánicos con el fin de despistar a los investigadores y desviar así la atención hacia las sectas, creando una gran alarma entre los vecinos. En estos casos, conviene no despistarse y tener claro que los satanistas no suelen tener interés en llevarse el móvil del cura. Y aquí es donde entraría otro tipo de profanación, la esotérica. Jonan…

Jonan se puso en pie y se dirigió a la pizarra.

—Se trata de rituales mágicos provenientes de distintas culturas. La mayoría de estas supuestas profanaciones son en realidad rituales de santería, vudú haitiano, candomblé brasileño o palo mayombe cubano —dijo, mientras escribía en la pizarra.

»Son rituales relacionados con la muerte y el espiritismo que se practican con preferencia en cementerios, pero no en templos ni iglesias. Sólo los satanistas eligen lugares de culto cristianos, por entender que en su práctica, además de adorar a Satán, deben ofender a Dios. Las profanaciones satánicas son poco comunes, aunque ayer en la reunión con el obispo se insinuó que a veces este tipo de acciones se silencian para evitar el efecto llamada. Lo más frecuente es que nos encontremos con símbolos sacros mancillados con heces, vómito, orina, sangre de animales, cenizas, con el objetivo de obtener una vistosa puesta en escena, decapitando santos, dibujando símbolos fálicos en las vírgenes, invirtiendo crucifijos y cosas por el estilo. Hace unos años, en una pequeña ermita de la localidad gallega de A Lanzada, unos satanistas penetraron en el templo durante la noche rompiendo la puerta a hachazos. Tomaron la figura de la virgen, muy venerada en aquella zona, le amputaron ambas manos y las arrojaron al acantilado. Es un perfecto ejemplo de puesta en escena: podían simplemente haber forzado la puerta, un portón macizo con cerradura antigua, sin alarmas, y podían haberse llevado la figura entera, pero lo que hicieron era mucho más vistoso y ofensivo.

Amaia tomó de nuevo la palabra.

—Y nos queda la profanación como protesta social, o así es como la justifican sus autores. Tuve la ocasión de estudiar de cerca este tipo de comportamientos cuando estuve con el FBI en Estados Unidos. Consiste en destrozar tumbas y desenterrar cuerpos de individuos concretos, y someter el cadáver a amputaciones y mutilaciones con el único objetivo de ser aberrantes. Requiere un considerable nivel de odio a la sociedad, y por su perfil se considera a este tipo de sujeto muy, muy peligroso, ya que éste es sólo un estadio de su conducta y puede acabar dirigiendo su ira hacia individuos vivos. Uno de los casos más conocidos fue el de un policía de los GEO que falleció en la explosión de un piso franco en Leganés en el que se escondían terroristas, tras los atentados del 11-M en Madrid. Después del entierro y en plena noche, un grupo de individuos desenterró el cuerpo, lo mutiló y le dio fuego. Debe entenderse que la incineración en la creencia musulmana supone la aniquilación total del alma del difunto, imposibilitando su resurrección en la vida eterna.

»En los estudios de conducta criminal, este comportamiento se considera en muchos casos un estadio de la psicopatía, con antecedentes de tortura de animales, incendios provocados, micción nocturna, grave retraso escolar, malos tratos y un marcado aspecto psicosexual, por las dificultades que tienen para relacionarse con el sexo de una manera sana.

»Tengo que decir que, en un primer momento, me incliné por la teoría de la profanación vandálica, y todavía no la descarto; pero hay aspectos relacionados con la historia de Arizkun (para los que no la conozcáis, Jonan ha preparado un dosier en el que expone las motivaciones históricas) que no nos permiten descartar la posibilidad de que se trate de un ataque de tipo social, quizás en su fase más embrionaria.

»Hay otro tipo de profanador que está descartado, el ladrón de arte. Entran en los templos que previamente han estudiado sin causar grandes daños, se llevan sólo piezas de gran valor, suelen trabajar por encargo y jamás obran de forma impetuosa o chapucera.

—Estoy de acuerdo —intervino el comisario—. ¿Qué acciones han puesto en marcha?

Iriarte abrió su agenda y comenzó a leer.

—De momento tenemos un coche patrulla las veinticuatro horas en la puerta de la iglesia, lo que parece haber tranquilizado un poco a los vecinos. Algunos se han acercado a dar las gracias y desde la otra noche, no ha vuelto a repetirse ningún incidente.

—¿Han interrogado a los vecinos de las casas más cercanas a la iglesia? —preguntó Amaia.

—Sí, pero nadie vio ni oyó nada, y eso que por la noche Arizkun es puro silencio. Los hachazos destrozando el banco tuvieron que hacer bastante ruido.

—Los muros de esa iglesia son muy gruesos, amortiguarían bastante los golpes, eso sin contar con que los muros de las casas también lo son, y en una fría madrugada invernal las ventanas y portillos estarían cerrados a cal y canto.

Iriarte asintió.

—También hemos localizado a los grupos de jóvenes más activos y con tendencias más antisociales, pero no hemos obtenido resultados. Los chavales de Arizkun son bastante tranquilos, algo de independentismo y poco más. Para la mayoría, practicantes o no, la iglesia es un símbolo de Arizkun.

—¿Y el tema de los agotes? —inquirió Amaia.

Iriarte resopló.

—Jefa, éste es un tema muy delicado. Para la mayoría de la gente de Arizkun sigue siendo una de esas cosas de las que prefieren no hablar. Puedo decirle que hasta hace poco tiempo, si un forastero llegaba a Arizkun preguntando por los agotes se encontraba con un muro infranqueable de silencio.

—Hay un par de anécdotas graciosas sobre eso —intervino Zabalza—. Dicen que hace unos años un conocido escritor se presentó en Arizkun y tuvo que renunciar a su idea de escribir sobre los agotes porque la gente contestaba a sus preguntas como si fuesen lelos, o diciendo que nunca habían oído hablar de semejante cosa, que eran leyendas y que no creían que hubieran existido de verdad. Se cuenta también que el mismísimo Camilo José Cela se interesó por el tema y obtuvo idénticos resultados.

—Ésos son mis vecinos —dijo Amaia, sonriendo—. Supongo que las cosas habrán cambiado con las nuevas generaciones. Por norma, los jóvenes optan por sentirse orgullosos de sus raíces sin sentir la carga que llevan sus mayores. Como le comentaba ayer a Jonan, la historia de los agotes no difiere mucho de la de los judíos o los musulmanes; había distinciones por religión, sexo, ascendencia, nivel económico, vamos, casi como ahora… Ni las mujeres de noble cuna se libraban de matrimonios forzados o ingresos obligados en el convento.

—Puede que tenga razón. La mayoría de los jóvenes ven la historia, más allá de la guerra civil, como la era cuaternaria, pero aun así debemos ir con cuidado para no herir sensibilidades.

—Lo haremos —afirmó Amaia—. Esta misma tarde me trasladaré a Elizondo y estaré allí unos días para dirigir la investigación.

El comisario asentía mientras ella hablaba.

—Jonan se ocupará de buscar en la red grupos de acción contra los intereses católicos, además de todo lo relacionado con los agotes y los elementos dañados durante las profanaciones. Me gustaría que me concertasen una reunión con el párroco y el capellán de Arizkun, pero por separado: no podemos descartar la posibilidad de que estas acciones sean una especie de venganza dirigida contra uno de ellos. No olviden el reciente caso de la desaparición del Códice Calixtino, que ocultaba una venganza personal de un antiguo trabajador del templo contra el deán de la catedral de Santiago. Así que, antes de lanzarnos a montar teorías históricas y místicas, no estaría de más que investigásemos a los implicados, como en cualquier otro caso. Tengo un par de ideas sobre las que me gustaría trabajar. De momento nada más —dijo poniéndose en pie y saliendo tras el comisario—. Nos vemos allí mañana por la mañana.

El informe, que la había mantenido despierta hasta las tres de la madrugada, estaba sobre la mesa del comisario. Centró su atención en las tapas de cartón, tratando de descubrir algún signo de que se hubiese leído.

—Señor, ¿ha tenido ocasión de leer mi informe?

El comisario se volvió hacia ella y se demoró unos segundos mirándola, pensativo, antes de responder.

—Sí, Salazar. Es muy exhaustivo.

Amaia estudió su gesto impenetrable, mientras valoraba si lo exhaustivo era bueno o malo.

Tras unos segundos en silencio y sorpresivamente, el comisario añadió:

—Exhaustivo y muy interesante. Comprendo por qué ha llamado su atención. Entiendo que el teniente Padua viera indicios, pero estoy de acuerdo con sus superiores. Si usted me hubiera presentado este informe hace una semana le habría dicho lo mismo que sus jefes le dijeron a él. Los indicios, aunque existen, están bastante traídos por los pelos, podrían ser casualidades; incluso el hecho de que los presos mantengan correspondencia entre ellos y con admiradores de sus crímenes es más frecuente de lo que la gente se imagina.

Hizo una pausa mientras se sentaba frente a ella.

—Claro que los hechos de ayer le dan una nueva vuelta de tuerca a esta historia, cuando Quiralte la involucra al decidir confesarle a usted dónde estaba el cadáver. Lo he pensado mucho, inspectora, pero aun así no lo tengo claro. Todos los casos están oficialmente cerrados. Todos los asesinos están muertos, suicidados. Distintos casos en distintas provincias y llevados por diferentes cuerpos de policía, y usted me pide abrir una investigación.

Amaia permaneció en silencio, manteniendo su mirada.

—Creo en usted, confío en su instinto y sé que debe haber algo que ha llamado su atención…, pero no veo suficientes indicios como para autorizar la apertura de una investigación que además levantaría ampollas acerca de las competencias con otras policías.

Hizo una pausa y Amaia contuvo el aliento.

—A menos que se esté reservando alguna información…

Amaia sonrió. Aquel tipo no era comisario por casualidad. Sacó el sobre plastificado del bolsillo interior de su chaqueta y se lo tendió al comisario.

—El día que Jasón Medina se suicidó en los baños del juzgado llevaba este sobre.

Él lo tomó, estudió su aspecto y leyó a través del plástico.

—Va dirigido a usted —exclamó, sorprendido. Abrió un cajón de su mesa seguramente buscando unos guantes.

—Puede tocarlo, ya está procesado, no hallaron ni una sola huella.

El comisario sacó el sobre de su funda, extrajo la tarjeta, la leyó y miró a Amaia.

—Está bien —dijo—. Le autorizo a que abra una investigación basada en que dos de los asesinos se dirigieron expresamente a usted.

Amaia asintió.

—Deberá poner el máximo tacto y por supuesto conseguir el beneplácito del juez Markina, aunque no creo que le resulte difícil, parece tenerla en gran estima como investigadora: esta misma mañana me ha llamado para hablar del caso Aguirre y se ha deshecho en halagos hacia usted. No quiero conflictos con las otras policías, así que le pido cortesía y mano izquierda. —Hizo una pausa teatral—. A cambio, espero avances en el tema de la iglesia de Arizkun.

Amaia hizo un gesto de hastío.

—Sé lo que piensa al respecto, pero es importante para nosotros solucionar este tema cuanto antes, esta misma mañana me ha llamado el alcalde muy preocupado.

—Seguramente serán sólo unos gamberros.

—Pues deténgalos, y deme sus nombres para que el obispo deje de presionar. Ellos están muy alarmados con esto, y es verdad que suelen ser un poco exagerados para sus cosas, pero también es cierto que en otros casos más vistosos de profanación no se han agobiado tanto.

—Está bien. Me emplearé a fondo, ya sabe que tenemos una patrulla en la puerta del templo. Con esto, imagino que los ánimos se relajarán y le dejarán tranquilo.

—No estaría mal —admitió él.

Amaia se levantó y se dirigió hacia la puerta.

—Gracias, señor.

—Salazar, espere, hay una cosa más.

Amaia se detuvo y permaneció firme, esperando.

—Ya ha pasado un año desde que el inspector Montes causó baja tras lo que ocurrió en el transcurso de la investigación del caso Basajaun. La comisión de asuntos internos que lo investigó ha recomendado su reincorporación. Como sabe, para que ésta se produzca el inspector Montes deberá obtener informes favorables de todos los agentes involucrados, en este caso el inspector Iriarte y usted.

Amaia permaneció en silencio, esperando ver qué rumbo tomaba la conversación.

—Las circunstancias han cambiado. Entonces usted era la inspectora asignada para dirigir aquel caso y ahora es la jefa de homicidios, por lo que el inspector Montes estaría a sus órdenes, como los demás. Si se decide por su reincorporación, puede asignarlo a su equipo o a otro turno, pero de cualquier manera debe tomar una decisión definitiva. Su equipo está cojo, si no es Montes deberá asignar a otro agente a su unidad de modo permanente.

—Lo pensaré —respondió ella fríamente.

El comisario captó su hostilidad.

—Inspectora, no pretendo influir en su decisión, sólo le estoy informando.

—Gracias, señor —contestó.

—Puede retirarse.

Amaia cerró la puerta a su espalda y susurró:

—Sí, claro.

El Instituto Navarro de Medicina Legal estaba desierto a mediodía. Entre los chubascos, un sol titubeante hacía brillar las superficies mojadas por la lluvia caída apenas una hora antes, y las numerosas plazas vacías en el aparcamiento delataban la hora de la comida. Aun así, no le sorprendió ver mientras se acercaba a dos mujeres que arrojaban los cigarrillos que habían estado fumando y salían a su encuentro nada más verla. Hizo un ejercicio de nemotecnia intentando recordar sus nombres, «como las hermanas de Lázaro».

—Marta, María —las saludó—. No deberíais estar aquí —dijo sabiendo de antemano que los familiares no tienen otro lugar lógico al que ir, y que seguirían en la puerta o en la pequeña salita hasta que les devolviesen a su ser querido—. Estaríais mejor en casa, os avisarán cuando… —La palabra autopsia, con toda la carga siniestra que encerraba, le resultaba siempre impronunciable ante las familias. Era sólo una palabra más, y ellos sabían para qué estaban allí, incluso algunos la pronunciaban sin reparo, pero para ella, que sabía lo que aquella palabra encerraba, resultaba tan hiriente como el escalpelo abriendo en y griega el cuerpo del ser que amaban—. Cuando hayan terminado con todas las pruebas —dijo.

—Inspectora. —Habló la mayor, no estaba segura de si era Marta o María—. Entendemos que hay que realizar la autopsia, porque mi madre ha sido víctima de una muerte violenta, pero hoy nos han dicho que quizá tarden unos días más en entregarnos…, bueno, el cuerpo.

Su hermana empezó a llorar, y al intentar contener el llanto, emitía un sonido sofocado como si se ahogara.

—Dígame, ¿por qué?, ya saben quién la mató, ya saben lo que le hizo ese bestia. Pero ahora él está muerto, y, Dios me perdone, me alegro porque ha muerto como la rata inmunda que era.

De sus ojos también brotaron gruesas lágrimas que se limpió del rostro con furia, porque a diferencia de las de su hermana, las suyas eran de ira.

—… Y a la vez querría que siguiese vivo, encerrado, pudriéndose. ¿Me entiende? Querría poder matarle con mis manos, querría poder hacerle todo lo que él le hizo a nuestra madre.

Amaia asintió.

—Y aun así, no conseguirías sentirte mejor.

—No quiero sentirme mejor, inspectora, no creo que nada en este mundo pueda hacer que me sienta bien en este momento. Yo sólo querría hacerle daño, tan básico como eso.

—No hables así —rogó su hermana.

Amaia le puso una mano sobre el hombro.

—No, no lo harías, sé que piensas que sí, que eso es lo que te gustaría y hasta cierto punto es normal, pero tú no le harías a nadie nada semejante, lo sé.

La mujer la miró y Amaia supo que estaba a punto de romperse.

—¿Cómo puede estar segura?

—Porque para hacer algo así hace falta ser como él.

La mujer se cubrió la boca con las manos, y por la expresión aterrorizada de su rostro supo que lo había entendido. La otra chica, que había parecido más débil e indefensa, rodeó a su hermana con el brazo, puso la otra mano en su cuello, y con un movimiento suave que no encontró resistencia llevó la cabeza de su hermana hasta su hombro en un gesto de consuelo y ternura que, Amaia estuvo segura, había aprendido de su madre.

—¿Cuándo nos la devolverán? Pensábamos que tras la autopsia. ¿Por qué tardar más?

—Mi madre ha estado cinco meses abandonada en un campo helado, ahora queremos tener nuestro tiempo, tiempo para despedirnos, para poder enterrarla.

Amaia las estudió, calibrando su resistencia, no era baladí tenerlo en cuenta. Las familias de las víctimas desaparecidas mostraban una gran fuerza alimentada por la esperanza de que sus familiares estuviesen vivos contra todo pronóstico, y a pesar de las pruebas que apuntaban hacia un desenlace fatal. Pero en el momento en que aparecía el cuerpo, toda esa energía que les había mantenido en pie se desmoronaba como un castillo de arena en mitad de una tormenta.

—Está bien, escuchadme y tened en cuenta que lo que voy a contaros forma parte de una investigación, por lo que confío en vuestra discreción.

Ambas la miraron, expectantes.

—He sido sincera con vosotras desde el principio, desde que me pedisteis que buscara a vuestra madre porque estabais seguras de que ella no se había ido voluntariamente. Os he informado de cada uno de los pasos. Y ahora necesito que continuéis confiando en mí. Está probado que vuestra madre fue víctima de Quiralte, pero no estoy segura de que él fuera la única persona que intervino.

El gesto de las dos mudó hacia la sorpresa.

—¿Tenía un cómplice?

—Aún no estoy segura, pero este caso me recuerda a otro en el que participé como asesora y en el que se sospechó de un segundo implicado. Fue competencia de otro cuerpo de policía, y para comparar aspectos y pruebas el proceso va a ser un poco más largo y complicado. Ya está todo solicitado pero puede llevar horas, incluso días, no lo puedo saber con seguridad. Sé que ha sido muy duro para vosotras, pero vuestra madre ya no está en un campo helado, está aquí, y está aquí para ayudarnos a resolver su propio crimen. Estaré ahí dentro con ella, y os aseguro que nadie respeta tanto cada cosa que pueda contarnos como las personas que se dedican a la ciencia forense. Creedme, ellos son la voz de las víctimas.

Por sus gestos resignados supo que estaban convencidas, y aunque no necesitaba su autorización ni su permiso, tener a los familiares indignados entorpeciendo su trabajo tampoco iba a sumar puntos.

—Al menos podremos celebrar un funeral por su alma —murmuró Marta.

—Claro que sí, os hará bien, y sabéis que a ella le habría gustado.

Les tendió una mano segura que ambas estrecharon.

—Trabajo en esto, intentaré acelerar las cosas y en cuanto sea posible, os llamaré.

Amaia entró en la sala después de cambiar su abrigo por la bata aséptica. El doctor San Martín, inclinado sobre un mostrador de acero, indicaba a sus dos ayudantes algo que aparecía en la pantalla del ordenador.

—Buenos días. ¿O debo decir buenas tardes? —saludó ella.

—Para nosotros buenas tardes, ya hemos comido —contestó uno de los técnicos.

Amaia reprimió la mueca de incredulidad que ya comenzaba a dibujarse en su rostro. Tenía todo el aguante estomacal que se suponía que debía tener, pero imaginarse a aquellos tres comiendo antes de una autopsia le parecía… impropio.

San Martín comenzó a enfundarse los guantes.

—Bueno, inspectora, usted dirá por cuál de los dos quiere empezar.

—¿Qué dos? —preguntó, confusa.

—Lucía Aguirre —dijo señalando el cuerpo cubierto por una sábana sobre la mesa—. O Ramón Quiralte —añadió apuntando a una mesa más alejada sobre la que se veía un bulto aún dentro de la bolsa de transporte.

Amaia le miró sorprendida.

—Tengo programadas las dos autopsias para hoy, empezaremos por el que usted prefiera.

Amaia se acercó hasta el bulto que formaba el cuerpo de Quiralte sobre la mesa, abrió la cremallera y estudió su rostro. La muerte había borrado por completo cualquier clase de atractivo que hubiera podido tener. Alrededor de los ojos se habían formado oscuras petequias que indicaban otros tantos capilares rotos en el esfuerzo de vomitar. La boca entreabierta, detenida en un espasmo, dejaba ver los dientes y la punta de la lengua, que como un tercer labio asomaba completamente cubierta de una película blanquecina. Las quemaduras del ácido se extendían por sus labios tumefactos, aún con restos de vómito que habían resbalado hasta la oreja formando mechones resecos y sucios en su pelo. Amaia miró hacia el lugar donde yacía la mujer y negó con la cabeza. Víctima y verdugo a sólo dos metros en la misma sala de autopsias, hasta era probable que el mismo escalpelo abriera ambos pechos.

—No debería estar aquí —pensó en voz alta.

—¿Qué ha dicho? —contestó San Martín.

—No debería estar aquí… Con ella. —Los técnicos la miraban extrañados—. No a la vez —explicó haciendo un gesto hacia el otro cuerpo.

—No creo que a ninguno de los dos les importe ya, ¿no cree?

Les miró y supo que no lo entenderían por más que lo explicase.

—No estoy tan segura —susurró para sí.

—Bueno, entonces, ¿por cuál de los dos se decide?

—No tengo ningún interés en él —contestó fríamente—, suicidio y punto. —Subió la cremallera haciendo desaparecer el rostro de Quiralte.

San Martín se encogió de hombros y destapó el primer cuerpo. Amaia se detuvo frente a la mesa, inclinó brevemente la cabeza en una rápida plegaria y por fin miró el cuerpo. Desprovista de su jersey rojo y blanco, apenas pudo reconocer en aquel cuerpo a la sonriente mujer que presidía la entrada de su casa con rostro alegre. El cadáver ya había sido lavado, aun así evidenciaba tantos golpes, erosiones y moraduras que el cuerpo parecía sucio.

—Doctor —dijo Amaia acercándose a él—, en realidad tengo que pedirle un favor. Ya sé que es usted muy meticuloso en cuanto al procedimiento, pero en lo que realmente estoy interesada es, como supondrá, en la amputación. He conseguido las fotos de los restos óseos hallados en la cueva de Elizondo por la Guardia Civil —dijo mostrándole a San Martín un grueso sobre—. De momento es todo lo que me han cedido, y lo que necesito es que compare las secciones de los cortes en los huesos. Si pudiéramos establecer relación entre éste y el caso de Johana Márquez, el juez autorizaría otras acciones que podrían llevarnos a avanzar en el caso. Tengo una reunión con él esta tarde y espero poder llevarle algo más que teorías.

San Martín asintió.

—De acuerdo, comencemos.

Encendió una potente lámpara sobre el cuerpo, centró una lupa sobre la herida del brazo y fotografió la lesión. Después se inclinó, acercándose hasta que su nariz casi rozó la herida.

—Un corte limpio, post mórtem, el corazón ya se había detenido y la sangre se había empezado a coagular. Se efectuó con un objeto dentado, similar a una sierra eléctrica de cortar madera, pero diferente; me recuerda mucho al caso de Johana Márquez, porque, la dirección del corte también sugiere un cuchillo eléctrico o una amoladora. Como en el caso Márquez se dio por sentado que había sido el padre, no se indagó más sobre el objeto que pudo haber utilizado; se compararon algunas herramientas que tenía en casa y en su coche, sin resultado positivo.

Amaia colocó en el negatoscopio las fotografías que Padua le había proporcionado y encendió la luz blanca mientras San Martín ponía junto a las otras la foto que la impresora acababa de escupir.

Las observó largamente cambiándolas de orden y hasta superponiéndolas mientras emitía unos ruiditos rítmicos y casi inaudibles que sacaban de quicio a Amaia y provocaban jocosos comentarios entre sus ayudantes.

—¿Diría que todos los cortes fueron realizados con el mismo objeto? —inquirió Amaia, sacando al doctor de su ensimismamiento.

—¡Ah! —exclamó—, eso sería mucho decir. Lo que sí puedo afirmar es que todos los cortes se realizaron siguiendo la misma técnica, que todos fueron efectuados por una persona diestra, con gran seguridad y fuerza similar.

Amaia le miró, insatisfecha.

—Aunque —continuó él sonriendo ante el atisbo de esperanza que vio en los ojos de la inspectora— con las fotos no puedo precisar la edad ni el sexo, todos pertenecieron a adultos, pero son huesos pelados, sin restos de tejido, y no se puede precisar la antigüedad del hueso a ojo, y desde luego con una foto no puedo decirle si proceden de una amputación quirúrgica o de una profanación de tumbas. Es innegable que a primera vista los cortes son muy parecidos y todos son antebrazos… Pero para que fuera definitivo necesitaría el objeto que se utilizó. Podríamos sacar moldes directamente de los huesos para poder escanearlos y superponerlos. Lo siento, inspectora, con fotografías es todo lo que puedo hacer, sería distinto si tuviésemos las muestras.

—La Guardia Civil tiene su propio laboratorio, allí es donde las tienen, ya sabe lo reticentes que son los mandos a compartir información. Llevo años diciéndolo, hasta que no se cree una brigada criminal independiente, formada por miembros de todas las policías, incluso con participación de la Interpol, que colaboren en un mismo laboratorio, estaremos dando palos de ciego en cuanto a investigación criminal —se lamentó Amaia—. Menos mal que hay policías como Padua a los que realmente les interesa resolver crímenes y no apuntarse tantos.

Amaia regresó junto al cuerpo y se inclinó como antes lo había hecho el doctor San Martín para ver de cerca la herida.

El tejido aparecía sumido y cuarteado, muy desecado. Presentaba un color claro, casi descolorido en comparación con el resto del cuerpo. Apreció los pequeños surcos que la hoja había dibujado en el hueso y entonces le pareció ver un punto oscuro y agudo incrustado en el tejido.

—¿Doctor?, venga por favor. ¿Qué le parece que puede ser esto? —preguntó cediendo su sitio frente a la lupa.

Él levantó la mirada, sorprendido.

—No me había dado cuenta, muy bien, Salazar —dijo, con satisfacción—. Probablemente será hueso desprendido durante el corte —apuntó mientras extraía la esquirla con unas pinzas. Observó el trocito triangular bajo la lupa y lo depositó en una bandeja, donde cayó con un inconfundible ruido metálico. Lo llevó, presto, hasta el microscopio y levantó la mirada sonriente mientras le cedía el puesto a Amaia—. Jefa Salazar, lo que tenemos aquí es el diente de una sierra metálica, la sierra que se utilizó para amputar el brazo de esta mujer. Repitiendo el patrón de este diente podemos establecer con bastante aproximación el tipo de sierra, y de su pericia para convencer al juez Markina va a depender que podamos realizar las pruebas para constatar si es la misma que se utilizó en los casos de la cueva de Elizondo. Ahora, si me permite, continuaré con la autopsia —dijo mientras le tendía la bandeja con la muestra a la técnica, que se ponía de inmediato a trabajar.