8
22 de agosto de 1946
Tokio, 32º, muy buen tiempo
Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton…
Ya está amaneciendo y los primeros trenes ya han pasado. Me pica y me rasco. Gari-gari. Me seco la cara y me seco el cuello. Aquí no hay sombra. No hay donde cobijarse del calor. Estoy plantado al final de mi calle, mirando la puerta de mi casa…
Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton…
Echo a andar por la calle hasta mi casa. Me pica y me rasco. Gari-gari. Abro la verja de mi casa. Me seco la cara y me vuelvo a secar el cuello. Cojo el camino del jardín de mi casa. Me pica y me rasco. Gari-gari. Abro la puerta de mi casa. Me seco la cara y me seco el cuello. Me quedo de pie en el genkan de mi casa…
Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton…
La casa está en silencio. Las esterillas se están pudriendo. La casa sigue dormida. Las puertas están hechas jirones. Dejo el sobre del dinero y el fardo de comida en el suelo del recibidor. Las paredes se están cayendo. La casa huele a mis hijos…
Ton-ton. Ton-ton. Ton-ton…
Les doy la vuelta a sus zapatos hacia la puerta.
Ton-ton. Ton-ton…
Me doy la vuelta y me marcho, rascándome los picores, gari-gari, secándome la cara y secándome el cuello, y echo a correr, escapándome.
La última dirección conocida de Noriko Tominaga estaba en Ôimachi, cerca de donde se encontró el cadáver de Yoshiko Abe. Cerca de donde trabaja Yoshio Kodaira. Territorio de Kodaira. Cerca de donde fue asesinada Mitsuko Miyazaki. Cerca de donde vive Yuki. Mi territorio…
La casera de Noriko Tominaga me invita a entrar en la casa y luego me acompaña por la escalera que lleva al cuartito de alquiler de Noriko Tominaga, situado al final del pasillo de la segunda planta, al lado de un baño.
—Le saco el polvo —dice la mujer—. Pero aparte de eso, está tal como ella lo dejó.
—¿Y por qué? —le pregunto yo—. ¿Por qué no lo vuelve a alquilar?
—Por la misma razón que informé de la desaparición, supongo.
—¿Por qué? —le vuelvo a preguntar—. Era una simple inquilina más, ¿no?
La casera va hasta la ventanilla y la abre. Niega con la cabeza.
—Pero es que Noriko no era una simple inquilina más… Había perdido a sus padres y a su hermana pequeña en los bombardeos de marzo y su hermano mayor seguía desaparecido en China…
»Yo tampoco tengo a nadie, ¿sabe? Mi marido murió hace tiempo y mis dos hijos también han muerto, uno en el sur a principios de la guerra y el otro en el norte. El mayor estaba casado pero no tenía hijos, y su mujer ya se ha vuelto a casar. No le guardo rencor ni la culpo, pero ahora no tengo a nadie, salvo esta casa que sobrevivió a los bombardeos y a la gente que vive aquí…
»Noriko llevaba aquí poco más de seis meses, era una chica muy guapa, muy educada y muy simpática. Gracias a todas las pesquisas de ustedes sobre el asesinato de su amiga, ahora sé la clase de vida que llevaba Noriko, pero yo jamás me lo habría imaginado…
»Noriko era la primera en compartir cualquier comida o ropa extra que llegara a sus manos, no importaba lo que hubiera hecho por ella, no importaba cuánto le hubiera costado…
«¿Asobu? ¿Asobu?».
Asiento con la cabeza.
—¿Y cuándo desapareció la señorita Tominaga? —le pregunto.
—Creo que más o menos un mes después de que mataran a su amiga.
—O sea que debió de ser entre principios y mediados de julio, ¿no?
—Sí —confirma la casera—. Pero seguro que fue antes del quince de julio, porque en esa fecha me tenía que pagar el alquiler de la habitación. Y fue entonces cuando empecé a preocuparme…
—Así pues, ¿cuándo informó usted de la desaparición?
—Pues a principios de mes.
—¿Y por qué esperó tanto? —le pregunto.
—Pensé que a lo mejor se habría largado unos días, ya sabe. Por lo que le había pasado a su amiga, porque ustedes no paraban de investigarla a ella y a sus amigas, por todas las preguntas de ustedes, por todas sus insinuaciones…
—Y si la señorita Tominaga se hubiera marchado unos días, ¿adónde cree usted que se habría ido?
La casera de Noriko Tominaga mira para otro lado. La casera de Noriko Tominaga mira por la ventana y no contesta.
—Dice usted que le pareció posible que se hubiera marchado unos días, ¿adónde?
La casera niega con la cabeza.
—Demasiado tarde. Está muerta.
—Eso usted no lo sabe —le digo—. Tal vez esté asustada.
La casera vuelve a negar con la cabeza.
—Es demasiado tarde.
—Tal vez se haya asustado y se haya escapado.
La casera de Noriko Tominaga camina hasta una vieja cajonera. La casera de Noriko Tominaga abre los cajones. Y dice:
—Pero Noriko nunca dejaría aquí toda su ropa, ni todos sus cosméticos…
—Pero no puede estar usted segura —le vuelvo a decir—. Hoy día la gente puede cambiar de planes muy deprisa.
—Pero Noriko nunca se iría sin despedirse —me dice ella—. Nunca se marcharía así, ya sabe.
Camino hasta la cajonera. Toco la ropa de dentro. Camino hasta el tocador. Toco los frascos de cosméticos. Destapo el espejo. Toco el cristal…
«¿Me sienta bien esto…?».
—Había un hombre, ¿verdad? —le digo.
La casera de Noriko Tominaga reprime un sollozo en su garganta y se lleva una mano a la boca. Ahora la casera de Noriko Tominaga cierra los cajones, cubre el espejo y dice:
—Debería saberlo usted, detective.
—¿Qué quiere decir? —le pregunto—. ¿Cómo iba a saberlo yo?
—Era uno de los suyos, ¿verdad? —me susurra.
—¿Ella estaba viendo a un policía? —susurra.
—Y mire de cuánto le sirvió.
Ahora saco mi cuaderno pero no lo abro. Le pregunto:
—¿Alguna vez vio usted a la señorita Tominaga con un vestido de peto a rayas amarillas y azules por encima de una camiseta blanca de manga corta…?
La mujer está llorando. Ahora asiente con la cabeza.
—Calcetines teñidos de color rosa y zapatillas de lona blancas…
Asiente con la cabeza y llora sin parar.
—Con las suelas de goma roja…
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!
Ella sigue llorando mientras vuelve a abrir los cajones, sacando la ropa y lanzándola por los aires mientras busca frenéticamente un vestido de peto a rayas amarillas y azules, una camiseta blanca de manga corta y unos calcetines teñidos de rosa…
Pero esa ropa no está aquí, ni yo tampoco.
Nuestro cadáver ya tiene nombre. Nuestro caso está cerrado…
Vuelvo a bajar corriendo las escaleras.
¡Caso cerrado! ¡Caso cerrado! ¡Caso…!
Salgo de casa y me topo de narices con un policía uniformado que me pregunta:
—¿Es usted el inspector Minami?
—¿Qué pasa? —le pregunto—. ¿Qué pasa?
—Disculpe, señor —me dice—. Hay una reunión de todas las divisiones, secciones y unidades en la Jefatura Metropolitana…
—Pero ¿cómo ha sabido que me encontraría aquí?
—El inspector jefe Adachi es quien me ha dicho que lo encontraría aquí, señor.
Han venido los jefes de todas las divisiones. Los jefes de todas las secciones. Los jefes de todas las unidades. Los jefes de hasta la última comisaría.
Los Vencedores también han mandado a sus observadores y a sus espías; a sus traductores Nisei; a sus colaboradores chaqueteros; a esos traidores a su raza, a esos perrillos falderos, con sus pieles amarillas y sus corazones blancos.
«¿Asobu…? ¿Asobu…? ¿Asobu…? ¿Asobu…?».
Al frente de la sala, Yoshio Fujimoto, el jefe de la Oficina de Defensa de la Policía Metropolitana, se pone de pie e inicia su discurso sobre los acontecimientos de la noche pasada.
—Caballeros, tal como saben ustedes, aunque habían tenido lugar episodios parecidos en Osaka y en Kobe, este es el primer caso de formosanos que atacan abiertamente una comisaría de Tokio…
»De momento los detalles son poco claros; sin embargo, se informa de que aproximadamente unos quinientos formosanos, posiblemente ayudados por otros quinientos aliados chinos y coreanos, todos furiosos por lo que ellos perciben como su exclusión del Mercado de la Vida Nueva de Shimbashi, se subieron en por lo menos cinco camiones en la entrada de Yaesu de la estación de Tokio sobre las siete de la tarde de ayer. Luego condujeron hasta el emplazamiento del mencionado Mercado de la Vida Nueva de Shimbashi, donde protagonizaron una repetición de incidentes previos por el lugar, esperando enfrentarse con miembros del antiguo grupo de Matsuda. Sin embargo, como el mercado está cerrado de forma temporal, no había miembros del grupo de Matsuda presentes en aquellos momentos, de manera que no se produjo ningún enfrentamiento. Hay informes, sin embargo, de que se oyeron algunas ráfagas de ametralladora…
»Como no encontraron a ningún miembro del grupo de Matsuda en el Mercado de la Vida Nueva de Shimbashi, a continuación los formosanos fueron en sus camiones a la comisaría del distrito de Shibuya, y al llegar allí sobre las nueve de la noche, fueron recibidos por más de doscientos policías que habían sido asignados a la defensa de la comisaría…
»En un primer momento la policía detuvo los camiones, pero luego les permitió el paso cuando los formosanos insistieron en que solo estaban allí para visitar pacíficamente la sede de la Kakyô Sôkai, a petición de los representantes de la Misión China en Tokio. Sin embargo, mientras los camiones cruzaban el control policial, los ocupantes de por lo menos uno de los camiones abrieron fuego contra la policía, apuntando al jefe de la comisaría de Shibuya e hiriendo de gravedad a otros dos agentes…
¡Pum! ¡Pum!…
—A los agentes no les quedó más remedio que defenderse y responder con revólveres. De manera que se produjo un tiroteo de quince minutos de duración, en el cual fueron heridos cuatro agentes más, dos de ellos de gravedad, y resultaron muertos seis formosanos y heridos una veintena más. El tiroteo se llevó a cabo por medio de un mínimo de dos ametralladoras, que los formosanos habían montado en sus camiones, además de pistolas, cuchillos, duelas, porras, piquetas y otras armas. Un camión de los formosanos también se estrelló en la acera, hiriendo a muchos de sus pasajeros pero permitiéndonos detener a veintisiete de los ocupantes formosanos. Dentro del camión se encontraron revólveres, barras de hierro, palos y botellas con gasolina…
Esas mentiras que todo el mundo se cuenta a sí mismo…
—Por desgracia, la gran mayoría de los formosanos involucrados en el incidente escaparon en el curso del tiroteo y la refriega que se produjo después. Esos sospechosos formosanos siguen sueltos…
Hasta que todo el mundo se cree la historia…
—Además, a media tarde de ayer, la comisaría de Ôji también se vio rodeada y sufrió el ataque de un grupo de entre veinte y treinta coreanos, que resultó en la hospitalización del jefe de policía Hashioka y en la muerte de un coreano…
»Se cree que el incidente empezó sobre las cinco de la tarde de ayer y que tuvo su origen en una disputa entre vendedores callejeros japoneses y coreanos que tenían sus puestos delante de la estación de trenes de Ôji, y en la que unas cuarenta o cincuenta personas se vieron involucradas en una pelea a puñetazos…
»Se llamó a la policía para que restableciera el orden, detuviera a los culpables y los retuviera en la comisaría de Ôji. Fue llegado ese punto cuando el grupo de veinte o treinta coreanos rodeó la comisaría y empezó a arrojar piedras al edificio. El jefe de policía Hashioka de la comisaría de Ôji salió del edificio para reprender a la multitud y se vio él también rodeado y apedreado. Al jefe de policía Hashioka no le quedó más remedio que usar su pistola en defensa propia. Por desgracia, sus balas atravesaron el bajo vientre de uno de los coreanos, causándole la muerte…
¡Pum! ¡Pum!…
—Sin embargo, está claro que el disparo puso la disputa bajo control y así se restableció el orden. A continuación el jefe de policía Hashioka fue trasladado al Hospital Universitario Imperial, donde, según se nos ha dicho, tendrá que pasar diez días para recuperarse de sus heridas.
»Por fin, en el curso de anoche, también hubo cinco informes distintos de peleas entre bandas rivales coreanas, que causaron muchos heridos y abundantes desperfectos. La sede que la Liga Juvenil para la Promoción de la Independencia de Corea tienen en Denenchôfu, en el distrito de Ômori, fue atacada sobre las cinco de la mañana por unos trescientos coreanos a bordo de una serie de camiones y vehículos, rompiéndose ventanas, mesas y sillas…
»Como resultado de una información recibida, se ha ordenado una redada exhaustiva en busca de sospechosos por los distritos de Komatsugawa, Sunamachi y Kameido…
¡Pum! ¡Pum!…
—¡La cosa se tiene que acabar! —grita ahora el jefe Fujimoto.
»¡El restablecimiento y el mantenimiento del orden debe ser nuestra prioridad, como policías que somos y como japoneses!
»La Policía Metropolitana de Tokio asignará más guardias a todas las comisarías, con instrucciones de responder al fuego en caso de que se produzca una continuación o repetición del ataque de anoche…
¡Pum! ¡Pum!…
—Responder al fuego no con el propósito de matar ni de herir, sino para poder detener a los atacantes y restablecer el orden, puesto que el restablecimiento y el mantenimiento del orden deben ser nuestra prioridad…
»También se han asignado más guardias al mercado de Shimbashi y a otros mercados que se cree que pueden ser objetivos potenciales…
»Hoy también les pediremos a los propietarios de todos los mercados que refuercen su seguridad y que cooperen plenamente con la policía a fin de restablecer y mantener el orden en Tokio.
¡Pum! ¡Pum!…
—Pese a todo, les seguiremos pidiendo que permitan los negocios legales de comerciantes chinos, formosanos y coreanos dentro de sus mercados. También seguiremos ofreciéndonos en calidad de árbitros y mediadores en caso de que haya alguna disputa…
»¡Pero la cosa se tiene que acabar! —vuelve a gritar el jefe Fujimoto—. ¡Restablezcan el orden! ¡Mantengan el orden! ¡Rompan filas!
Las cosas no cambian nunca. Hay guerras y hay restablecimientos. Las cosas no cambian nunca. Hay guerras y hay victorias. Las cosas no cambian nunca. Hay guerras y hay derrotas. Las cosas no cambian nunca. Hay ocupaciones y hay elecciones. Las cosas no cambian nunca. Porque siempre hay una segunda reunión. Las cosas no cambian nunca. Siempre hay una segunda reunión para discutir sobre la primera.
No cambian nunca. No cambian nunca. No cambian nunca…
Para que todo el mundo discuta la mejor manera de no hacer caso de las conclusiones de la primera reunión. Para que todo el mundo finja que la primera reunión nunca tuvo lugar. Para que todos prometan dejar las cosas exactamente tal como estaban antes de la primera reunión.
No cambian nunca. No cambian nunca…
—Qué desastre, qué desastre, qué desastre —está diciendo nuestro jefe sin parar, una y otra vez—. Los Vencedores van a empezar a hablar otra vez de la corrupción de la policía y del fracaso de la justicia, a lanzar advertencias sobre el crecimiento de las mafias y el poder del crimen organizado, a lloriquear sobre los malos tratos a las minorías y el renacimiento del nacionalismo. Los Vencedores van a querer más evaluaciones y más reformas, nos van a vigilar como halcones…
No cambian nunca…
—Pero los Vencedores tienen que dejar que se reabran los mercados —dice Adachi—. Toda esta situación es el resultado directo de la campaña de la Comandancia Aliada contra los mercados. Sé que quieren detener el acaparamiento y el robo de provisiones destinadas al racionamiento, mantener esas provisiones fuera de los mercados para que estén libres y se puedan distribuir como raciones a los precios oficiales…
»Pero los mercados y los vendedores solo están satisfaciendo una demanda. Al cerrar los mercados y dejar esa demanda sin satisfacer, lo que los Vencedores están haciendo es crear más hambre y frustración…
»Y luego, cuando obligan a los mercados a cambiar, limitando el número de tenderetes e insistiendo en lo de las licencias, lo que los Vencedores están haciendo es volver a crear frustración entre las minorías excluidas…
—El inspector jefe Adachi tiene toda la razón —afirma Kanehara—. Un colega de Chiba me estaba hablando de un cargamento enorme de sardinas que llegó a la costa. La organización normal del racionamiento no estaba equipada para manejar un cargamento tan grande. No había suficiente hielo para evitar que se echara a perder el pescado. No había suficientes camiones disponibles para llevar el cargamento a Tokio. Además, el precio oficial de aquel pescado era tan bajo que no podía cubrir el coste de las barcas, de los pescadores, de los almacenes ni del transporte…
—¿Y qué ocurrió, pues? —pregunta el inspector Kai.
—Bueno, pues a eso iba —dice el inspector jefe Kanehara—. Lo que habría ocurrido el mes pasado, cuando los mercados todavía estaban abiertos, es que la noticia de un cargamento tan enorme habría causado que descendiera sobre Chiba una horda de comerciantes. Les habrían comprado el cargamento entero directamente a los pescadores con dinero en metálico. Luego los comerciantes habrían cargado ellos mismos con el pescado, lo habrían hecho llegar a Tokio en un par de horas y habrían tenido esas sardinas en sus tenderetes el mismo día. Sí, el precio habría sido más alto que el oficial, pero habría habido tanta mercancía y tanta competencia entre los vendedores que tampoco habría subido demasiado…
—¿Y qué pasó al final? —vuelve a preguntar Kai.
—Que una parte muy pequeña del cargamento se vendió a precio muy alto a una de las bandas —dice Kanehara.
—¿Y el resto? —pregunta Kai.
—Lo dejaron pudrir —dice el inspector jefe Kanehara—. Y lo que se pudo aprovechar se usó de fertilizante.
Las cosas no cambian nunca. Las cosas no cambian nunca…
Se hace el silencio alrededor de la mesa.
No cambian nunca. No cambian nunca…
Reina el silencio hasta que el jefe Kita dice:
—El jefe Fujimoto quiere que nos mantengamos alejados de las zonas de Shibuya y Shimbashi. Por desgracia, por culpa de los casos de las señoritas Abe y Midorikawa, y por culpa del sospechoso Kodaira, no podemos evitar ir a la zona de Shibuya, aunque sí podemos evitar usar la comisaría de Shibuya. Además, debido a la proximidad del parque Shiba, no podemos evitar usar la comisaría de Atago. Sin embargo, antes de que ustedes o alguien de sus equipos entren en las zonas de los mercados de Shibuya o de Shimbashi, quiero que primero pidan permiso a la jefatura…
Las cosas no cambian nunca…
—¡No quiero que ninguno de mis hombres quede pillado en el fuego cruzado!
Me voy al cuarto de baño del final del pasillo. No vomito. Entro en un cubículo. No vomito. Cierro la puerta con pestillo. No vomito. Me quedo mirando la taza. No vomito. Me quedo mirando las manchas. No vomito. Los insectos y el calor. No vomito. Espero quince minutos dentro del cubículo. No vomito. Ahora abro el pestillo de la puerta del cubículo. No vomito. Me lavo la cara en la pileta. No vomito. No me miro en el espejo. No vomito…
Vuelvo por el pasillo. Llamo a la puerta del despacho del jefe. Abro la puerta. Entro. Me disculpo. Hago una reverencia.
—Siento volver a molestarlo —le digo al jefe—. Pero le agradecería mucho que me dedicara un momento…
Pero hoy el jefe no me invita a sentarme ni me ofrece un té. Hoy el jefe ni siquiera levanta la vista. Se limita a preguntarme:
—¿Qué pasa ahora…?
—No he tenido la oportunidad de informarle sobre el progreso de nuestra investigación…
Ahora sí que el jefe levanta la vista.
—¿Han hecho ustedes algún progreso?
—Creo que tenemos una pista sólida que quiero seguir.
—Adelante, detective, ¿cuál es esa pista sólida…?
—Bueno, como usted sabe, hemos conseguido localizar a Hisae Masaoka, que era una de las amigas de Yoshiko Abe. Pues bien, Masaoka me contó que la descripción del segundo cadáver encontrado en el parque Shiba se parecía a la de otra de sus amigas, Noriko Tominaga…
—Y a la de otros cientos de chicas…
—Pero esta tal Tominaga está desaparecida…
—¿Y quién informó de su desaparición?
—Su casera —le digo al jefe—. Y las fechas concuerdan porque, aunque la casera no informó de la desaparición de Tominaga hasta el primero de mes, me ha contado que Tominaga en realidad desapareció entre el nueve y el quince del mes anterior…
—¿Y eso es todo? —pregunta el jefe.
—Ni mucho menos —le cuento—. La casera también ha confirmado que Noriko Tominaga llevaba ropa idéntica a la que se le encontró al cadáver de Shiba. El registro de la habitación de la chica desaparecida y de sus posesiones ha revelado que esa ropa también está desaparecida…
Ahora el jefe sí que está interesado.
—Continúe, detective…
—Masaoka ha confirmado que Kodaira conocía a Yoshiko Abe. Pero también ha confirmado que conocía a Noriko Tominaga…
—Pero eso no quiere decir que ella sea el cadáver del parque Shiba.
—Cuando le pongamos delante estas pruebas, Kodaira confesará…
—¿Cuando le pongamos delante qué pruebas exactamente, detective? —pregunta el jefe—. ¿El hecho de que una chica desaparecida tenía el mismo vestido que una chica asesinada? ¿El que una chica desaparecida conocía a otra chica asesinada?
—Pero las fechas concuerdan del todo…
—Pues que la casera vea el cadáver —dice el jefe.
—Pero es que no hay cadáver —le digo yo—. Solo hay huesos.
—Tiene usted su ropa, ¿verdad, detective?
Yo asiento con la cabeza.
—Sigue en el Keiô —le digo.
—Bueno, pues si ella puede identificar esa ropa con seguridad, gracias a un arreglo o un roto o algo así, entonces esa será la prueba, ¿verdad?
—Gracias —le digo—. Y hay otra cosa…
—Rápido pues —dice el jefe—. ¿De qué se trata?
—Me gustaría saber el nombre del agente de uniforme que fue despedido durante la investigación oficial de Abe…
—¿Y para qué quiere saberlo?
—Puede que sepa adónde han ido el resto de las amigas de Abe, o hasta puede que nos ayude con una posible identificación…
—No —dice el jefe—. No es el momento indicado.
—Lo entiendo —le digo al jefe—. En ese caso, ¿me permitiría usted hablar con el antiguo inspector jefe Mori?
—¿Sabe usted dónde está Mori? —dice el jefe, riendo.
En el Hospital Mental de Matzuzawa…
—Sí, pero he pensado que tal vez todavía…
No me quiero acordar…
—Y yo pensaba que usted ya no querría ver más ese lugar…
El pergamino salpicado de sangre de la pared de detrás de su mesa…
—Puede que el inspector Mori sepa lo que pasó…
Pero en la penumbra no consigo olvidar…
—Lo que pasó está en el expediente. Lo que él sabía está en el expediente. Ya no hay atajos, detective. Se han acabado —dice el jefe.
El mejor amigo que mi padre tuvo nunca…
—Ahora vuelva con sus hombres.
»¡Vuelva con sus hombres! —me grita—. ¡Y lidérelos!
Hoy no cojo una ruta distinta para volver a Atago. Cojo la misma ruta que cogí hace un par de días. Cojo la misma ruta que pasa junto al bar situado en el sótano del edificio de cemento de tres pisos en ruinas…
No me quiero acordar. No me quiero…
Bajo la escalera pero hoy la puerta está cerrada. Giro la manecilla y la puerta se abre. Entro en el bar pero la sala está completamente a oscuras. Examino el lugar pero todo son escombros y ruinas. Doy media vuelta y vuelvo a subir la escalera. Me quedo de pie en lo alto de la escalera bajo la áspera luz diurna, orientándome.
Pero todo se ve igual…
El armazón de cemento, las habitaciones quemadas, las vigas al descubierto. El joven todavía uniformado que pregunta:
—¿Ha perdido usted algo?
—Aquí había un bar —le digo—. ¿Qué le ha pasado?
—¿No lo adivina? —dice el hombre, riendo—. Que le cayó una bomba encima.
—No, no, no —le digo—. Si yo estuve aquí hace dos días…
—Entonces se equivoca de sitio —dice—. Éste era uno de aquellos Bares del Pueblo. Más de cien personas se quedaron atrapadas aquí y se quemaron vivas cuando al edificio le cayó una bomba justo encima…
—Pero si yo estuve aquí hace dos días —le vuelvo a decir.
—Bueno, pues entonces estuvo bebiendo con los fantasmas.
Estoy plantado bajo una áspera luz del día.
Bajo la áspera luz del día.
¿Tiene usted el reloj roto, señor?
Esa luz del día que parece gotas de lluvia. Las gotas de lluvia me resultan agradables sobre la cara. Mi cara hacia el cielo. El cielo no gris sino azul, no está encapotado sino despejado en toda la ciudad. La ciudad muy erguida y resplandeciendo en una noche de neón. Las gotas de lluvia que no son más que mis lágrimas. Mis lágrimas a plena luz del día. La ciudad caída y apagada, el cielo gris y encapotado.
Pues entonces estuvo bebiendo con los fantasmas.
Caída y apagada, gris y encapotada.
A continuación me enseña el reloj.
Bajo esa áspera luz del día.
Sigue señalando las doce en punto.
Vuelvo a llegar tarde. Me estoy mirando en un espejo. El detective Nishi está plantado en la escalera de entrada de la comisaría de Atago. Me estoy mirando en un espejo. El detective Nishi me está buscando. Me estoy mirando en un espejo. El detective Nishi me está esperando. Me estoy mirando en un espejo. El detective Nishi quiere hablar un momento conmigo. Me estoy mirando en un espejo. El detective Nishi tiene una pinta espantosa. Me estoy mirando en un espejo. El detective Nishi tiene pinta de no haber dormido. Me estoy mirando en un espejo. El detective Nishi me dice:
—Yoshio Kodaira tiene una amante. Cerca de Meguro.
—¿Y cómo se ha enterado usted?
—Me lo ha dicho la señorita Masaoka.
—¿Cuándo se lo ha dicho?
—Anoche —dice—. Cuando la llevé de vuelta a su habitación.
—¿Y por qué no lo mencionó antes? En la comisaría…
—Porque no se le ocurrió que pudiera ser importante.
Yo lo miro.
—¿Se la ha follado usted? —le pregunto.
Él aparta la vista. Niega con la cabeza.
—Miente usted muy mal, Nishi-kun.
Él empieza a decir algo. Se detiene.
—¿Le pagó usted?
—La invité a cenar —dice Nishi—. La invité a unas copas. Le regalé un paquete de cigarrillos.
—Y ahora se ha quedado usted sin dinero hasta final de mes —le digo—. Sin comida y sin cigarrillos…
Nishi vuelve a apartar la vista. Nishi asiente con la cabeza.
Me saco cien yenes del bolsillo del pantalón. Se los meto en el bolsillo de la camisa.
—Y ha conseguido usted un polvo y averiguar un dato importante para el caso. Buen trabajo, detective…
—Gracias —dice él—. ¿Les va a contar lo de la amante al inspector jefe Kanehara y al inspector Kai?
—No —le respondo—. Iremos a buscarla y la traeremos nosotros mismos.
—Gracias, señor —dice Nishi, y añade—. Hay otra cosa; sobre el expediente de Mitsuko Miyazaki…
—¿Qué le pasa? —le digo en tono cortante—. ¿Qué?
—Creo que sé quién se lo llevó…
—¿Quién? —le pregunto—. ¿Quién?
—He estado pensando en aquel día —me dice—. En el día del caso, el día de la rendición del año pasado. Solo el detective Fujita y…
—¿Cree usted que el expediente se lo llevó el detective Fujita?
—Bueno, yo ni siquiera fui a la escena del crimen —dice él—. De manera que ni siquiera tenía idea de que existiera un expediente de la metropolitana sobre el caso. Pero el detective Fujita estuvo presente. El detective Fujita sí que lo sabía…
—¿De manera que cree usted que Fujita sacó el expediente usando el nombre de usted?
Nishi asiente con la cabeza.
—¿Quién más pudo ser?
—Al detective Fujita lo conoce todo el mundo —le digo yo—. El funcionario de guardia no habría puesto el nombre de usted…
—A menos que tuviera un incentivo —dice Nishi—. O a menos que Fujita usara a un secuaz para que sacara el expediente usando mi nombre.
—¿Un secuaz? —le pregunto yo—. ¿Como quién?
—El detective Ishida, tal vez.
—¿Y ya le ha sacado usted el tema al detective Ishida?
Nishi niega con la cabeza.
—Quería hablar primero con usted.
—Así me gusta —le digo yo—. Ahora déjelo en mis manos.
Pero Nishi no piensa dejarlo en mis manos. Lo que hace es preguntarme:
—Pero todavía no entiendo por qué iba el detective Fujita a querer ese expediente…
—Ya lo averiguaré —le digo—. Ahora olvídese de ese expediente.
—Pero ¿cree usted que no fui yo quien lo cogió?
Yo asiento con la cabeza.
—Pero solamente por lo mal que miente usted, detective —le digo.
De vuelta al piso de arriba. Lidere a sus hombres. Lidere a sus hombres. De vuelta a la sala prestada de la segunda planta. Tengo que ver a Ishida. De vuelta a las preguntas y al recelo en las miradas de mis hombres. Lidere a sus hombres. Lidere a sus hombres. De vuelta a la disensión y al odio. Tengo que encontrar ese expediente. Pero aquí no baja la temperatura. Lidere a sus hombres. Lidere a sus hombres. No cambian las circunstancias. Ni rastro de Ishida. Ni rastro del expediente. Esta sala sigue siendo un horno, el desayuno de los hombres sigue siendo zôsui; el zôsui sigue siendo lo único que comen. Lidere a sus hombres. Lidere a sus hombres. Sucios y sin afeitar, hace más de una semana que no ven a sus mujeres ni a sus hijos, ni a sus amantes ni a sus bastardos.
¡Lidere a sus hombres! ¡Lidere a sus hombres! Lidere a sus hombres…
Sanada, Hattori, Takeda, Shimoda, Nishi y Kimura; vuelvo a contar a mis hombres y les pregunto:
—¿Dónde está el detective Ishida?
Ellos se encogen de hombros. Niegan con la cabeza.
—Pensaba que estaba con usted —le digo a Takeda.
—Estuvo conmigo ayer —dice Takeda.
—¿Estuvo con usted todo el día?
—Ayer, estuvo…
—¿Y qué me dice de hoy?
El detective Takeda niega con la cabeza. Takeda mira a los demás.
—Hoy no —me dice.
Los demás detectives vuelven a negar con la cabeza. Los demás lo confirman:
—Hoy no lo hemos visto.
—Tal vez esté buscando al detective Fujita —dice ahora Hattori.
—¿Qué quiere decir con ese comentario, detective? —le pregunto.
Hattori se encoge de hombros.
—Nada —dice.
—Olvídense de Ishida —les digo a todos—. Pero si lo ven, díganle que no se mueva de aquí hasta que haya hablado conmigo. Y díganle que como se vuelva a marchar, será la última vez que lo haga…
Los detectives asienten con la cabeza.
—En todo caso, les traigo noticias mucho mejores —les digo—. Tengo un nombre posible para nuestro cadáver: Noriko Tominaga.
»Tominaga era amiga de Yoshiko Abe, que, como saben, también creemos que ha sido asesinada por el sospechoso Kodaira. Tominaga lleva desaparecida desde la segunda semana de julio y se sabe que llevaba la misma ropa que se encontró en nuestro cadáver…
Pero no hay aplausos. Sigue sin haber nada más que recelo.
¡Lidere a sus hombres! ¡Lidere a sus hombres! Lidere a sus hombres…
Ahora los vuelvo a dividir en parejas. Lidere a sus hombres. A los detectives Takeda y Kimura los mando de vuelta a ver a la casera de Noriko Tominaga en Ôimachi. Lidere a sus hombres. Los mando de vuelta a averiguar hasta el último detalle que ella pueda conocer de la vida de su antigua inquilina. Lidere a sus hombres. Los mando de vuelta para que la avisen de que vaya mañana al Hospital Universitario de Keiô y examine la ropa que se encontró en el cadáver.
¡Lidere a sus hombres! Lidere a sus hombres…
A los detectives Sanada y Shimoda los mando de vuelta a ver a Hisae Masaoka en Shibuya. Lidere a sus hombres. Los mando de vuelta a que averigüen hasta el último detalle que ella pueda conocer de la vida de su amiga.
Lidere a sus hombres…
Dejo a Hattori en la sala prestada de la segunda planta para que espere allí a Ishida. Lidere a sus hombres. Luego le digo al detective Nishi que venga conmigo.
—Disculpe, señor —dice el detective Hattori—. Pero ¿qué pasa con Michiko Ishihara y Hiromi Ôzeki? ¿Qué pasa con Shimeko Tanabe y Fumiko Honma? ¿Qué pasa con Yasuyo Konuma y Seiko Sugai?
¡Lidere a sus hombres! ¡Lidere a sus hombres! Lidere a sus hombres…
—Por supuesto —le digo—. ¿Qué han averiguado?
¡Lidere a sus hombres! Lidere a sus hombres…
—Nada —escupe Hattori.
¡Lidere a sus hombres… !
—Gracias, detective —le digo—. Muchas gracias.
Hisae Masaoka le ha dicho al detective Nishi que la amante de Kodaira es una tal Hisayo Okayama y que reside en las inmediaciones de Meguro, cerca de la comisaría donde ahora está detenido Kodaira. El detective Nishi ha trabajado deprisa y ha encontrado la dirección actual de alguien llamado Hisayo Okayama, que consta que está viviendo en un edificio de apartamentos a medio camino entre Meguro y Gotanda, de manera que vamos andando hasta la estación de Hamamatsu-chô, cogemos otra vez la línea circular de Yamate y nos bajamos en la estación de Gotanda.
Otro vecindario destartalado, otro edificio destartalado…
La amante de Yoshio Kodaira vive en un edificio de apartamentos situado en un barranco que da al río Meguro. Cerca de aquí hay casas de estilo occidental, pero los Vencedores las han requisado todas y ahora están fuertemente protegidas. El edificio de Hisayo Okayama está en el borde mismo del barranco, al mismo nivel que la línea elevada del ferrocarril estatal, al mismo nivel que el ruido de los trenes. Y mientras subimos las escaleras que llevan a su apartamento, por fin caigo en la cuenta de que este edificio es una de las direcciones que tenemos registradas como domicilios anteriores de Yoshio Kodaira, que él y su mujer habían vivido en este mismo edificio.
Otro apartamento destartalado…
Nishi y yo llamamos a la puerta del apartamento de Hisayo Okayama, abrimos y nos disculpamos por molestarla, por venir a verla sin avisar, y nos presentamos.
Otra habitación destartalada…
Hisayo Okayama es una mujer pálida y poco atractiva de cuarenta y tantos años. Ella se arrodilla en la entrada de su apartamento. Nos hace una reverencia. Nos da la bienvenida. Pide perdón por el estado de su apartamento. Nos invita a entrar. Nos ha estado esperando.
Ni siquiera nos pregunta por qué venimos.
Nishi y yo nos sentamos frente a la mesa baja y llena de manchas de su habitación calurosa y mal iluminada. Rechazamos el té que nos ofrece. Nos volvemos a disculpar por molestarla, por visitarla sin avisar.
Pero ella insiste en darnos té, se disculpa por no tener aperitivos y nos deja a solas en su habitación mientras se agacha por detrás de una cortina para traernos el té.
Yo me giro para mirar por su ventana, pero la vista queda parcialmente obstruida por una espesa arboleda que hay en el borde del barranco: pese a ello, puedo ver los altos de Togoshi-Ebara elevándose más allá del río Meguro, puedo ver los barracones que se yerguen y la industria ligera que regresa, aunque todo lo demás está quemado y en ruinas; las antiguas villas feudales, con los jardines convertidos en parques invadidos por la maleza y sus estanques en balsas contaminadas.
—Esto empezó siendo un sitio para amantes —dice Hisayo Okayama, colocando dos vasos de té frío sobre la mesilla—. Fue el fundador de la Compañía Shibaura quien compró originalmente esta tierra para construirle un apartamento a su amante. Solía estar de moda vivir aquí, pero el edificio ha cambiado tantas veces de manos que ya está bastante venido a menos…
—Todavía le debe de quedar algo de suerte, sin embargo —le digo yo—. Para haber escapado de todas las bombas y los incendios.
—Porque está en lo alto de una colina —dice ella—. Y también gracias a la línea ferroviaria y al río…
—¿Ve usted mucho a los demás inquilinos? —le pregunto—. ¿Conoce usted a sus vecinos?
—Pues no —dice ella—. Antes los propietarios eran muy selectivos a la hora de elegir inquilinos. Pero la guerra lo cambió todo. Hizo que se retrocediera en el tiempo. Ahora todos vuelven a ser camareras y amantes, cantantes de baladas y gángsters que subalquilan las habitaciones por horas…
—¿O sea que el edificio también se usa como hotel? —le pregunta Nishi—. ¿Para prostitutas y sus clientes?
—Todas las noches —dice ella—. Mujeres distintas y hombres distintos.
—¿Y sabe usted dónde encuentran a sus clientes?
—Trabajan en esos cafés baratos que hay cerca de la estación de Gotanda.
—¿Todas las noches? —pregunta Nishi—. ¿Con hombres distintos?
—Se oyen risas —dice ella—. Y luego llantos.
—¿Y a qué se dedica usted, señora Okayama? —le pregunto yo.
—Trabajo en esos cafés baratos que hay cerca de la estación de Gotanda.
Otra mujer poco atractiva, otra habitación destartalada, otro apartamento destartalado, otro edificio destartalado, otro vecindario destartalado.
—¿Es así como conoció usted a Yoshio Kodaira?
La señora Okayama niega con la cabeza.
—Ahora estoy viuda, pero mi marido era conductor de autobuses. Lo conocí cuando yo trabajaba de azafata de autobús. La mujer del señor Kodaira también era azafata de autobús. Fue así como me hice amiga suya y fue a ella a quien conocí primero. Luego, cuando se quedó vacío el apartamento de abajo, les sugerí a la señora Kodaira y a su marido que se mudaran aquí. Luego ella se quedó embarazada y se volvió a la casa de su familia en Toyama para tener al niño. Por culpa de la situación de guerra, la señora Kodaira y el bebé se quedaron en Toyama…
—Así pues, ¿fue al ser evacuada su mujer a Toyama cuando usted empezó a tener relaciones íntimas con Kodaira? —pregunta Nishi.
—El señor Kodaira tuvo que quedarse en Tokio —dice la viuda—. De manera que su mujer nos pidió a mi hija y a mí que cuidáramos de él. Pero en realidad fue el señor Kodaira el que cuidó de nosotras, porque siempre tenía algo de comida extra, y siempre tenía dulces y tabaco…
—¿Y qué pidió a cambio de todo eso? —pregunta Nishi—. A cambio de la comida extra y los dulces y el tabaco…
—Su mujer había estado embarazada —dice ella—. Y luego la evacuaron. Él estaba solo y yo…
—¿Alguna vez Kodaira mencionó a una tal Noriko Tominaga? —le pregunto a la viuda Okayama—. ¿Alguna vez mencionó a una tal Yoshiko Abe?
—Sé que yo no era la única —dice ella—. Sé que hasta había otras en este mismo edificio. Otras que no eran viudas como yo. Otras cuyos maridos eran soldados…
—Pero ¿alguna vez oyó a Kodaira hablar de una chica de unos diecisiete o dieciocho años, o tal vez lo vio usted en compañía de una chica de esa edad y con un vestido de peto a rayas amarillas y azul marino por encima de una camiseta blanca de manga corta? —le pregunto.
Pienso en ella todo el tiempo…
—Mi hija Kazuko tenía un vestido exactamente así —dice ella.
—¿Y dónde está su hija? —le pregunto—. ¿Vive aquí?
La señora Okayama niega con la cabeza.
—La mandé lejos de aquí.
—¿Adónde la mandó? ¿Y cuándo?
—En mayo del año pasado —dice ella—. A Tochigi.
El sitio del que es originario Kodaira…
—¿Y su hija conocía a Kodaira? —pregunta el detective Nishi—. ¿Llegó a conocerlo?
La señora Okayama asiente con la cabeza.
—¿Por qué cree usted que la mandé lejos?
—¿La mandó usted lejos por Kodaira? —pregunta Nishi—. ¿Por qué?
—Porque yo sabía que a él le gustaba mi hija, no yo. Lo que pasaba era que ella no estaba dispuesta a dormir con él y yo sí. Él me follaba a mí mientras ella dormía a nuestro lado. Me follaba a mí pero la miraba a ella…
—¿Con qué frecuencia venía él por aquí? —pregunta el detective Nishi—. ¿Con qué frecuencia dejaba usted que Kodaira se acostara con usted?
—El señor Kodaira tenía buen apetito —dice la viuda Okayama—. El señor Kodaira siempre tenía hambre…
—¿Y era Kodaira violento en eso? —le pregunto a la viuda—. ¿Con su apetito, con su hambre?
Ella me tiene hechizado…
La señora Okayama niega con la cabeza.
—Siempre y cuando una se quedara quieta.
—¿Nunca la forzó a usted a tener relaciones sexuales con él? —le pregunto.
—Teníamos que evitar hacer ruido para no despertar a mi hija.
—¿Y Kodaira alguna vez le puso a usted las manos en el cuello?
—Yo le dije que era como fingir que estábamos muertos.
—¿Alguna vez intentó estrangularla?
—Y él me dijo que ya lo estábamos.
Ya estamos muertos…
Y a continuación ella, rompiendo de repente el silencio, me dice:
—Creo que la muerte lo sigue, debe de seguirlo a donde quiera que vaya.
La muerte nos sigue a nosotros y nosotros seguimos a la muerte.
—¿Qué quiere decir? —le pregunto.
—Después de que yo mandara a mi hija a la prefectura de Tochigi, a vivir con mi madre, con su abuela, el señor Kodaira no paraba nunca de preguntar por ella, de decirme que teníamos que ir a visitarla, que teníamos que ir a ver cómo estaba, que podíamos ir allí a buscar kaidashi, a abastecernos de provisiones. Ustedes no lo conocen, pero el señor Kodaira es un hombre incansable y también muy persuasivo, de manera que el pasado junio, más o menos un mes después de que mi hija se marchara, el señor Kodaira y yo acabamos yendo a Tochigi a visitar a mi madre y a mi hija…
La muerte está en todas partes, la muerte está en todas partes…
Pero Nishi no puede esperar. No la puede dejar terminar.
—Dice usted que la muerte sigue a Kodaira —dice Nishi—; ¿qué quiere decir con eso?
—Bueno, yo solo acompañé al señor Kodaira a Tochigi aquella vez —dice—. Pero por mi madre y por mi hija me enteré que él después volvió allí varias veces…
Nishi sigue sin poder esperar. Nishi le vuelve a preguntar:
—Pero ¿su madre y su hija siguen vivas?
—Claro que sí —dice la señora Okayama—, pero mi hija me ha contado que una mujer fue asesinada…
—¿Asesinada dónde? —pregunta Nishi.
—En Kanuma —dice ella—. Cerca de la casa donde viven mi madre y mi hija…
El detective Nishi y yo nos llevamos a la señora Okayama a la comisaría de Meguro. La llevamos al piso de arriba. La sentamos en una silla ante una mesa en una sala de interrogatorios. Le damos un vaso de té frío. Le ofrecemos un cigarrillo. Luego le pedimos que nos vuelva a contar todo lo que ya nos ha contado. Le preguntamos por su difunto marido. Le preguntamos por su madre. Le preguntamos por su hija. Le preguntamos por la casa de Kanuma. Le preguntamos por las fechas. Le preguntamos por los lugares.
Cosas personales. Cosas privadas…
Le preguntamos por su amante. Le preguntamos por sus relaciones sexuales.
Cosas sucias…
Le hacemos una reverencia. Le damos las gracias. La mandamos de vuelta a su casa. No le contamos que su antiguo amante está sentado en la sala de interrogatorios de al lado, fumando nuestros cigarrillos y contando chistes.
Chistes sucios.
Yoshio Kodaira está sentado a la mesa de interrogatorios, disfrutando de un cigarrillo y de unos chistes con el inspector jefe Kanehara y el inspector Kai, chistes sucios que salen de una boca sucia. Pero Kodaira nos ve cuando Adachi y yo ocupamos nuestros asientos en el fondo de la sala, y también ve cómo se sienta el estenógrafo; desde el otro lado de las sonrisas y el humo Kodaira lo ve todo.
—Venga, señor Kodaira —dice Kanehara, entre risas—. Cuéntenoslo.
Kodaira se encoge de hombros. Kodaira sonríe.
—¿El qué?
—¿Cuál es la zorrita más joven que se ha tirado?
Kodaira se vuelve a encoger de hombros. Su sonrisa se ensancha.
—Un hombre como usted se debe de haber tirado a tantas…
Ahora Kodaira se echa a reír y niega con la cabeza.
—No sea humilde, está usted entre amigos.
Kodaira deja de reírse y suspira.
—Tiene usted razón —dice—. Es verdad que me he tirado a muchas, y además de todas las clases; japonesas, chinas, coreanas, filipinas, rusas, francesas, australianas, americanas…
—¿Se ha follado usted a una americana? —exclama el inspector Kai—. ¿Y eso cuándo fue?
—Cuando estuve en la Marina Imperial Japonesa —dice Kodaira, riendo—. Una puta en cada puerto.
—Adelante pues, cuéntenoslo —dice Kai—. ¿Cómo es un coño blanco?
—Es grande y peludo a saco —dice Kodaira, riendo—. Muy grande.
—Entonces, ¿prefiere usted los coños pequeños? —pregunta Kai—. ¿Muy pequeños?
—¿A qué hombre japonés de verdad no le gustan? —dice Kodaira, entre risas—. ¿Prefiere usted menear esa polla diminuta que tiene en un coño enorme como un cubo, inspector Kai? ¿Lo prefiere usted…?
Y todos nos reímos con él. Todos nos reímos, babeando y con las pollas duras…
—Yo prefiero meterla en un frasco nuevo. —Nos guiña el ojo—. En un frasco limpio.
—O sea que cuanto más pequeño el coño, mejor, ¿no? —pregunta Kanehara.
Kodaira levanta una copa imaginaria y asiente con la cabeza.
—O sea que cuanto más joven la zorrita, mejor, ¿no?
—Me gusta que mi polla pruebe sangre —dice Kodaira, riendo otra vez—. ¿A qué japonés de verdad no le gusta admirar los primeros capullos del cerezo y luego ver cómo caen las flores?
—Eso le ha salido muy poético —dice Kanehara—. Muy poético.
—¿Y quién de los presentes no está de acuerdo conmigo? —pregunta Kodaira.
Y todos asentimos con él. Todos asentimos con él…
—¿Y cuál es el capullo más temprano que ha admirado usted?
Kodaira levanta la vista para mirar a Kanehara y le guiña el ojo.
—Venga —dice Kanehara—. Se está haciendo usted el interesante…
—La verdad es que no me gustan demasiado jóvenes —admite Kodaira—. Soy un hombre a quien también le gusta un poco de pecho, ¿saben? Un poco de teta que chupar y mordisquear, ya me entienden ustedes, caballeros…
Y todos volvemos a asentir…
—De manera que por lo general mi límite suelen ser los dieciséis años…
—Y eso no tiene nada de malo —dice Kai.
Pero Kodaira no le contesta. Kodaira se queda mirando a Kai y luego examina la sala; ha dejado de reírse. Ha dejado de sonreír. Y de repente susurra:
—Pero en China uno puede conseguir cualquier edad que quiera. La que sea…
—¿Y consiguió usted todas las edades que quiso? —le pregunto yo.
Y Kodaira se gira para mirarme. Y me reconoce. Kodaira se echa a reír y me dice:
—Usted estuvo allí, detective. Estoy seguro de que vio usted lo mismo que yo. Estoy seguro de que hizo lo mismo que yo…
Ahora nadie se ríe con él, nadie asiente con él…
Adachi se pone de pie.
—Basta de esta mierda —dice.
Kodaira deja de mirarme a mí. Kodaira mira a Adachi.
—Conoció usted a una chica de quince años llamada Yoshiko Abe. Yoshiko Abe rondaba el cuartel donde usted trabajaba. Yoshiko Abe y tres de sus amigas estaban vendiendo sus coños a la Shinchû Gun a cambio de sobras y restos. Usted se folló a Yoshiko Abe y le dio sobras. El nueve de junio del presente año, día arriba o día abajo, usted la violó, la estranguló y luego escondió su cadáver debajo de un camión quemado en la chatarrería de la Compañía de Transporte de Shiba, ¿verdad…?
Kodaira niega con la cabeza. Kodaira susurra para sí mismo.
—Tenemos testigos —dice Adachi—. Tenemos declaraciones.
Ahora Kodaira niega con la cabeza y se pone a murmurar.
—¡Sea un hombre! —le grita Adachi—. ¡Y confiese!
Kodaira no se mueve.
—Muy bien, lo hice yo —dice ahora Kodaira.
—¿Qué es lo que hizo? —pregunta Adachi—. Cuéntenos todos los detalles.
—Yo maté a Abe —dice—. Pero no la violé.
—¿En serio? —pregunta Adachi—. Cuéntenos por qué no.
Kodaira se ríe.
—Porque era demasiado joven.
—Un trabajo excelente, inspector Minami —dice Adachi—. Excelente.
—Si quiere usted algo —le digo yo—, solo tiene que pedírmelo.
—Ya sabe usted lo que quiero —me dice en voz baja—. Se lo dije anoche. Quiero hablar con Fujita; quiero hablar con él del asesinato de Jo Hayashi.
—Se lo dije —replico—. Fujita se ha ido y no sé adónde.
—¿En serio? —dice él—. Pensaba que una noche de reposo le habría despejado la mente y le habría ayudado a acordarse de quiénes son sus amigos de verdad; que le habría ayudado a ver las cosas con más claridad, a ver las cosas a mi manera, a la manera inteligente, que es la única…
—Anoche no pegué ojo y sigo sin saber dónde está.
—Es una gran lástima —dice él—. Una lástima tremenda.
—Puede que sea una gran lástima, pero también es la verdad.
—No, es una gran lástima porque quiere decir que va a tener que ir usted al mercado de Shimbashi y preguntarle a su nuevo amigo Akira Senju si sabe adónde se puede haber ido su viejo amigo Fujita…
Yo lo maldigo y lo maldigo y lo maldigo…
—Si tanto quiere saberlo, entonces vaya usted a preguntarle a Senju.
—Pero es que Akira Senju no es amigo mío, es amigo de usted.
Yo lo maldigo y a continuación me maldigo a mí mismo…
—Pero ¿por qué iba a saber nada Senju?
—Tiene usted razón —dice Adachi con una sonrisa—. Puede que Senju no sepa nada, pero sabrá mucho más cuando haya terminado de leer la carta…
Yo maldigo y maldigo y maldigo y maldigo…
—¿Qué carta? —le pregunto—. ¿De qué está hablando usted?
—De la carta que habla de Fujita —dice él con una sonrisa—. Y de usted.
Maldigo y maldigo y maldigo…
Me lo quedo mirando. Y le vuelvo a preguntar:
—¿Qué carta?
—¿No se lo imagina, inspector Minami? —dice Adachi ahora, riendo—. La carta que Jo Hayashi dejó en el cajón de su escritorio; la carta que habla del detective Fujita y de Tomiji y de su conjura para matar a Giichi Matsuda; la carta que declara que Hayashi le contó esa conjura a usted…
—Entonces soy hombre muerto —le digo—. Eso es una sentencia de muerte.
—¿Quién dice que usted no siempre consigue lo que busca?
—Senju me va a matar —le digo—. No puedo acudir a él.
—Sí que puede —dice él—. No le va a pasar nada.
—Me matará y usted lo sabe.
Adachi se saca un sobre del bolsillo de la chaqueta. Lo sostiene en alto y se ríe.
—Solo si llega a leer la carta…
Quiero matarlo, aquí mismo, en el pasillo del piso de arriba de la comisaría de Meguro, quiero apuñalarlo, sin parar.
Sangre en la hoja del cuchillo…
Adachi me da unas palmaditas en la cara.
—Acuérdese de quiénes son sus amigos de verdad, cabo. Y recuerde: ¡quiero a Fujita!
No tendría que haber vuelto aquí. Necesito una copa. No tendría que haberme sentado a esta mesa. Necesito un cigarrillo. Tendría que haber ido directamente a ver a Senju. Necesito pastillas. Tendría que haber vuelto a Atago. Necesito ver a Ishida. Tendría que haber ido a ver a mi familia. Necesito ese expediente. Tendría que haber vuelto con Yuki. Necesito dormir un poco. A donde fuera salvo aquí, sentado a esta mesa, delante de Yoshio Kodaira.
Yoshio Kodaira se inclina sobre la mesa, me vuelve a sonreír y dice:
—Como le digo, nunca he oído hablar de esa Noriko Tominaga, soldado.
—Pero sí conocía usted a Abe y conocía a su amiga Masaoka.
—Sí, conocía a Masaoka, y sí, conocí a Yoshiko Abe.
—Pues Noriko Tominaga estaba en el mismo grupo.
Él se ríe.
—No había ningún grupo, soldado.
—Pero todas estaban en el mismo fûten…
Yoshio Kodaira suspira, estira los brazos por encima de la cabeza y por fin dice:
—No había más que esas dos, soldado…
—Eran cuatro —le digo yo—. Eran una cuadrilla.
—El único sitio donde he visto grupos de fûten es en China —dice él—. Pero usted debió de conocerlos tan bien como yo, soldado…
No tendría que haber venido. No me tendría que haber sentado a esta mesa.
No me quiero acordar. No me quiero acordar…
—En Jinan —dice él, riendo— vi una vez a un hombre que se parecía mucho a usted. Pero era kempei y no se llamaba Minami.
Me pica y me pica. Territorio de Kodaira. Me rasco y me rasco. Territorio de Kodaira. Camino y camino. Territorio de Kodaira. Sudo y sudo. De Meguro a Shimbashi. Territorio de Kodaira. La ruta me lleva cerca de la comisaría de Takanawa. Territorio de Kodaira. Cerca de Shinagawa. Territorio de Kodaira. Fue aquí donde tuvo su centro de operaciones la investigación original del asesinato de Yoshiko Abe. Territorio de Kodaira. La siguiente comisaría, la que viene antes de la de Atago, es la comisaría de Mita.
Territorio de Kodaira. Territorio de Kodaira. Territorio de Kodaira…
Subo la escalera y cruzo las puertas de la comisaría de Mita. Enseño mi acreditación del DPMT en la recepción. Pido ver al sargento de guardia; un hombre mayor y receloso, receloso de la jefatura y receloso de mí.
Ya no es su país, ahora es el mío…
Le cuento quién soy, por qué estoy aquí y qué es lo que quiero.
—Viene usted de la jefatura —dice—, así que no tengo más remedio que darle su nombre. Pero una cosa le digo; ya no tengo su dirección, pero no se la daría a usted ni aunque la tuviera, porque ustedes ya le arruinaron una vez la vida y no hay duda de que serían capaces de volver a hacerlo…
—Entonces limítese a decirme cómo se llamaba —le digo—. Y me largaré.
El sargento aparta la vista mientras escupe:
—Murota…
Me doy la vuelta, rascándome los picores, gari-gari, mientras vuelvo a cruzar las puertas, bajando la escalera otra vez y saliendo a la calle.
Me pica y me rasco. Gari-gari. Me pica y me rasco.
Ya es oscuro. Ya es tarde. Pero estoy cerca.
Me pica y me rasco. Gari-gari. Los brazos y las piernas. Les doy la vuelta a sus zapatos hacia la puerta. Me pica y me rasco. Gari-gari. La espalda y el torso. Les doy la vuelta a sus zapatos hacia la puerta. Me pica y me rasco. Gari-gari. El cuero cabelludo y la entrepierna. Les doy la vuelta a sus zapatos hacia la puerta. Me pica y me rasco. Gari-gari. Sangre en las uñas y sangre en las manos.
La muerte está en todas partes. La muerte está en todas partes.
Cojo las tijeras del tocador. Veo piojos negros. Destapo el espejo. Veo piojos marrones. Empiezo a cortar. Veo piojos amarillos. Me corto los pelos más largos de la cabeza. Veo piojos grises. Me corto los pelos más largos del cuerpo. Veo piojos blancos. Luego cojo la navaja de su tocador. Veo piojos negros. Abro la hoja de la navaja. Veo piojos marrones. Mojo la hoja en el cuenco de agua que hay junto a su cama. Veo piojos amarillos. No tengo jabón pero aun así me afeito. Veo piojos grises. Me afeito el pelo. Veo piojos blancos. El pelo de la cabeza. Veo piojos negros. El pelo del cuerpo. Veo piojos marrones. Pelo a pelo. Veo piojos amarillos. Hasta el último mechón. Veo piojos grises. Los del cuero cabelludo. Veo piojos blancos. Los de la entrepierna. Veo piojos negros. La piel de debajo está irritada. Veo piojos marrones. La piel de debajo está raspada.
Veo piojos amarillos, veo piojos grises, veo piojos blancos…
La navaja en mi mano, la hoja ya ha perdido el filo.
La muerte está en todas partes. La muerte está en todas partes…
Piojos negros. Piojos negros. Piojos negros.
La muerte nos sigue a nosotros y nosotros seguimos a la muerte…
Yuki está despierta. Tiene los ojos abiertos.
Pero ya estamos muertos…