Estoy tirado entre los cadáveres, los cuerpos empapados y el aire fétido. Nos dirigimos a Shanghai. Dos niveles de literas baratas en las cubiertas inferiores. Nos dirigimos a Cantón. Los hombres gritan y los hombres aplauden mientras Yamazaki se pone a recitar «El pañuelo ensangrentado de la Colina de Kioi». Más gritos, más aplausos, mientras Shimizu cuenta la historia de «Konya, la Ramera». Te quiero, te quiero y te quiero, le dice Konya a su cliente. Suena el timbre de la cena. Los caballos de guerra que tienen sus caballerizas en la bodega de carga relinchan, con los costillares a la vista. El cabrestante hidráulico iza sus cadáveres y se los lleva a las barcas que los esperan. En sus literas, los hombres agarran con fuerza sus sennin-bari, sus cinturones con mil costuras, tocando los amuletos y talismanes cosidos a la seda. Las Ocho Miríadas de Deidades y el Buda de los Tres Mil Mundos. Yo estoy tirado entre los cadáveres, con una imagen de Buda de tres pulgadas en las manos. Al hombre que la llevaba no lo tocó ni una bala, me dijo mi padre. Pasó por la guerra con China, la rebelión de los Boxers y la Guerra con Rusia sin recibir ni un arañazo. Bolsas de monedas de cinco senes o de diez senes, chalecos hechos de sepia seca, todo el mundo tiene su amuleto. Cuánto nos hemos alejado de la Patria. El barco de transporte avanza pesadamente por el negro océano. Hasta la tierra de Manchuria, tan y tan lejos de casa. Estoy tirado entre los cadáveres y escucho cómo lloran. Treinta Calmotin, treinta y uno. A mi padre: espero que estés bien. Desembarcamos mañana. Lo haré lo mejor que pueda, tal como tú deseas. A mi mujer: ha llegado el gran momento. Para mí el mañana no existe. Sé muy bien lo que estarás pensando, mi querida esposa. Pero ten calma y serenidad. Cuida de nuestros hijos. A mi hijo: Masaki, querido, tu padre va a combatir pronto contra los soldados japoneses. ¿Te acuerdas de aquella espada tan grande que me regaló tu abuelo? Con ella, voy a rajar y ensartar y derribar a soldados enemigos, igual que tu héroe, Jutaro Iwami. Papá te va a llevar a casa una espada y un casco de acero chinos para que los tengas de recuerdo. Pero Masaki, querido, quiero que siempre seas buen chico. Sé amable con tu madre y tu abuela y con todos tus maestros. Quiere a tu hermana y estudia mucho para que puedas llegar a ser un gran hombre. Me acuerdo de tu pequeña figura…