CAPÍTULO XV
EL ARBOL DE NAVIDAD

Una semana antes de la Navidad mamá le preguntó a papá cuándo iba a comprar nuestro árbol de Navidad.

—Un árbol de Navidad siempre se debe comprar a última hora. Por ejemplo, el día de Nochebuena a la una de la tarde, es un buen momento porque a esa hora los árboles de Navidad son baratísimos —dijo papá.

—Pero entonces sólo quedan los más feítos porque la gente ya ha comprado los bonitos —se quejó mamá.

—Pero si todos los pinos de verdad son hermosos —dijo papá—. Y además lo podemos conseguir a mitad de precio. ¿Viste los precios este año? ¡Imposibles!

Entonces los dos acordaron comprar el árbol de Navidad a última hora, cuando estuvieran lo más baratos posible. Entre tanto mi hermana Clara se impacientaba cada vez más a medida que la Navidad se acercaba porque los árboles que vendían enfrente del colegio se estaban acabando poco a poco.

—Tengo miedo de que pronto se acaben los árboles —me dijo al oído.

—¿Y qué vamos a hacer?

—¡Preguntémosle a mamá!

Mamá dijo que todavía quedaban bastantes árboles.

—¿Y si no? —preguntó Clara—. ¿Qué vamos a hacer entonces?

—Pues entonces a papá le tocará ir al bosque a cortar un árbol de Navidad.

Eso nos tranquilizó un poco, pero no del todo. Cuanto más se acercaba la Navidad, más le preguntábamos a los chicos de nuestra cuadra si ya tenían un árbol de Navidad.

El día antes de Nochebuena todos tenían su árbol de Navidad. Nosotros éramos los únicos que no teníamos uno. Sin embargo, habíamos hecho muchas estrellas de paja y teníamos dos ángeles que Clara había traído del colegio para decorar el árbol. Ella decía que los había hecho sola, recortándolos de un trozo de papel dorado. Yo también intenté recortar un ángel de papel dorado pero no pude. Probablemente en el colegio tenían otras tijeras.

—¡Tenemos cosas tan bonitas! — dijo Clara—. Sólo nos falta el árbol.

Lo triste era que todavía no teníamos árbol de Navidad.

El día de Nochebuena, por la mañana, mamá le dijo a papá:

—Por favor, trae el árbol lo más temprano posible.

—Regreso a las dos —prometió papá y se marchó.

Yo y Clara esperábamos. Con nosotros esperaba también mamá, que de vez en cuando miraba por la ventana con mucha ilusión. Incluso Sabueso estaba a la espera y a ratos ladraba. Pasaron la una, las dos y las tres y ya se veían por las ventanas de todas las demás casas preciosos árboles de Navidad. Nosotros éramos los únicos que todavía no teníamos uno y papá no llegaba. De pronto mamá salió de casa y yo, Clara y Sabueso nos quedamos solos.

—Creo que papá olvidó traemos el árbol de Navidad —dijo Clara preocupada.

—¡No puede ser! ¿En verdad lo crees?

—Ya es tarde. Pronto van a ser las cuatro.

—¿Qué hacemos sin árbol? Mamá dijo que si papá no traía un árbol, tenía que ir al bosque a cortar uno.

—Pero... pero de aquí a que llegue a casa, vaya al bosque y regrese con el árbol ya habrá oscurecido. ¿Dónde colgaremos los dos ángeles cuando sea Nochebuena?

—¿Por qué no vamos rápidamente a comprar un árbol de Navidad? — propuse—. En mi marranito tengo setecientos pesos que quizás nos alcancen. Los árboles ya deben estar muy baratos.

Saqué el dinero y corrimos frente al colegio de Clara, donde vendían los árboles de Navidad. Nuestro perro Sabueso corrió detrás de nosotros alegremente. Por fortuna todavía había árboles para la venta. Yo le di al vendedor mis setecientos pesos, Clara sacó otros trescientos pesos y empezó a regatear, lo cual sabía hacer muy bien. El hombre sonrió y nos dio un árbol; uno muy bonito. Tomamos el árbol, Clara lo alzó de una punta y yo de la otra, y emprendimos camino a casa seguidos por Sabueso. Al llegar nos llevamos un tremendo susto cuando vimos a papá que bajaba del techo del carro un inmenso árbol de Navidad.

—¿De dónde sacaron ese árbol, niños? —preguntó sorprendido cuando nos vio—. Espero que no lo hayan comprado.

—¡Sí lo compramos!

—¿Pero por qué? ¿Por quéee?

—¡Porque pensamos que tú ya no ibas a traer uno!

—¡Por Dios! —exclamó papá, y de repente se quedó mirando hacia el fondo de la calle como si no pudiera creer lo que veía. Nosotros nos sorprendimos de que no siguiera regañándonos y miramos en la misma dirección.

Entonces vimos que mamá arrastraba, ya casi sin respiración, ¡un gran árbol de Navidad!