CAPÍTULO XI
EL JUEGO DE BOTONES

Dos niños de la calle, Juanito y Carlitas, llegaron un día a nuestra cuadra y organizaron un juego de botones. Es un juego muy divertido. El que pierde debe pagar un botón y el que gana recibe de cada uno de los participantes un botón.

Juanito y Carlitos ya han ganado fortunas completas de botones.

A mí ya me han ganado diez botones y un juguete pequeño, que equivale a cinco botones. Esto me enojó muchísimo porque en realidad un juguete vale mucho más que cinco botones. Eso lo sabe todo el mundo. Yo se los dije, pero ellos me respondieron: «Entonces toma tu juguete y tráenos cinco botones».

¿Por qué están interesados en botones? No lo sé. Quizás su mamá es costurera.

—Esperen, amigos —dije—. Esperen. Les mostraré cómo se juega el juego de los botones de verdad. Ya verán que se los voy a quitar todos.

Me fui para la casa. Yo sé donde mamá tiene el costurero y una caja llena de botones. Así que la tomé y regresé a donde mis amigos.

—Ahora sí podemos seguir jugando —les dije a Juanito y a Carlitos—. Ya tengo bastantes botones.

Los dos se sorprendieron al ver mi caja de botones y presintieron su ruina. Sin embargo, dijeron: «Está bien, juguemos».

Rápidamente les gané tres botones y luego dos más. Juanito y Carlitos pusieron caras largas. Pero la suerte se me volteó después y la caja de botones de mamá quedó vacía.

El susto ahora era tener que devolver la caja de botones vacía. Mamá se enfadaría muchísimo, así que tenía que recuperar rápidamente los botones. ¿Pero cómo iba a seguir jugando sin botones?

—Les daré un soldadito de plomo —les propuse a Juanito y a Carlitos.

—Soldado, no —dijo Carlitos.

—Sólo botones —dijo Juanito.

—Les daré un carro por diez botones.

—¡Carro, no! ¡Sólo botones!

—Si no tienes botones, no hay juego.

Nunca había visto unos tipos tan tercos como ellos en toda mi vida. Ahora sí estaba seguro de que su mamá era costurera.

—Les daré otro juguete por cinco botones. ¿Qué opinan?

Los dos se miraron y luego dijeron en coro:

—Juguete no. Sólo botones.

¿Qué podía hacer, si ellos dos eran tan testarudos? No tuve más remedio que devolverme a la casa, tomar unas tijeras y empezar a desprender todos los botones de mi abrigo y de mi chaqueta.

Pero éstos también los perdí en menos de cinco minutos y me tocó regresar a casa a desprender otros botones. En ese momento Clara regresó del colegio y me sorprendió.

—¿Qué haces? —preguntó—. ¿Por qué estás desprendiendo los botones del abrigo de papá?

—Porque los necesito.

—¿Para qué?

—Para poder jugar y recuperar los otros botones.

Entonces Clara echó una mirada a su abrigo y a todas las demás prendas que colgaban en el ropero, ya sin botones.

—¡Santo Dios! —exclamó—. Cuando mamá y papá regresen se va a armar la grande. ¿Jugaste los botones con Carlitos y Juanito?

—Sí —le confesé—, y los perdí todos. ¿Qué voy a hacer ahora?

—Nada —dijo Clara—. Espera aquí. Voy a recuperar los botones.

—¡Ellos no te los devolverán por nada del mundo!

—¡Ya lo verás!

Mi hermana dejó su maleta en el piso, salió con Sabueso y, efectivamente, pronto regresó con todos nuestros botones.

No sabría decir cómo lo logró. Lo cierto es que Juanito y Carlitos no volvieron a jugar botones conmigo.