CAPÍTULO V
LA BUENA ACCIÓN

Un buen día mi hermana Clara se me acercó y me dijo:

—¿Sabes? Hoy tenemos que hacer una buena acción.

Yo quería saber por qué teníamos que hacer una buena acción y le pregunté:

—¿Por qué, Clara?

—Para que después podamos ir al cielo —me dijo.

Yo reflexioné un momento y dije:

—Clara, pero yo no quiero hacer una buena acción hoy, sólo quiero jugar contigo.

—Bien —dijo ella—, pero antes debemos hacer algo bueno y ya sé qué puede ser. Le regalaremos algunos de nuestros vestidos a personas pobres. Tú regalarás uno de tus pantalones y yo un vestido. Ésa es una buena acción.

—¿Pero dónde encontraremos una persona pobre? —le pregunté a Clara.

—No tenemos que buscar una persona pobre.

—¿Cómo que no? Tendrá que ser un niño que no tenga pantalones y yo no conozco a ninguno. A lo mejor tú conoces a alguien...

—No.

—¿Lo ves? No es tan fácil.

—Es muy fácil —replicó mi hermana—. Sólo tenemos que poner tu pantalón y mi vestido en una bolsa de plástico, enfrente de la puerta. Allí los recogerá un hombre. ¿No has visto un papel que está pegado en la puerta? ¿Un papel de la Cruz Roja?

—Sí, claro que lo he visto.

—Ahí dice que hoy recogerán ropa vieja y se la darán a la gente pobre. Eso lo sabe todo el mundo.

Buscamos una bolsa de plástico y metimos en ella uno de mis pantalones y uno de los vestidos de Clara. Luego pensamos que los dos niños pobres que recibirían mi pantalón y el vestido de Clara también tendrían padres pobres, por lo tanto metimos en la bolsa un suéter de papá y el vestido verde de mamá. Después Clara dijo que la gente también necesitaba zapatos, así que cuatro pares de zapatos fueron a parar en la bolsa.

La bolsa estaba tan llena que estaba a punto de reventar. Con mucho cuidado la llevamos abajo y la pusimos frente a la puerta, donde ya había muchas otras bolsas. Al parecer había mucha gente que quería irse al cielo, pero nuestra bolsa era, sin duda, la más grande de todas.

—Y en ella también están las cosas más bonitas —dijo Clara.

—¿Ya hicimos nuestra buena acción? —pregunté.

—¡Sí! ¡Una magnífica acción! —dijo Clara.

Pero papá no pensó lo mismo cuando buscó sus zapatos y no los encontró.

—¿Dónde están mis zapatos negros? —preguntó—. ¿Dónde están mis zapatos negros?

Y no pasó mucho tiempo antes de que mamá también se diera cuenta de que le faltaba el vestido verde.

—Mi vestido verde también desapareció. ¡Esta mañana lo tuve en las manos!

Luego papá y mamá nos preguntaron:

—¿Dónde están nuestras cosas, niños? ¿Ustedes las escondieron?

—No —dijo Clara—. No las escondimos. Las regalamos.

—¿Qué hicieron? —preguntó papá horrorizado.

—Hicimos una buena acción —respondimos ambos en coro, y luego les contamos lo que había sucedido.

—¡Bajemos rápido! —exclamó papá—. ¡Quizás todavía estén las cosas ahí!

Papá corrió escaleras abajo tan rápido como pudo y mamá corrió detrás. Luego Clara, luego yo y finalmente Sabueso. Infortunadamente las bolsas ya no estaban ahí. Ya se las habían llevado.

Cuando regresamos al apartamento jadeando, papá preguntó:

—¿Cómo se les ocurrió regalar mis zapatos nuevos, niños? ¿Cómo es posible?

—¿Por qué la gente pobre tiene que ponerse cosas viejas siempre? —respondió Clara devolviéndole la pregunta.

—Es verdad —dije yo—. Así se ven más pobres de lo que son.

Papá suspiró profundamente y dijo:

—¡No sé si reír o llorar!

Finalmente hizo un gesto agitando la cabeza, miró a mamá y... se rió.