CAPÍTULO VIII
LA PRÁCTICA HACE AL MAESTRO

Me da risa pensar qué vas a hacer en el mar si no sabes nadar —me dijo mi hermana Clara al día siguiente.

Eso me disgustó.

—Yo sí sé nadar —dije—. Eso lo sabe todo el mundo.

—¿Ah, sí? ¿Y cuándo aprendiste?

—Un día.

—¿Cuándo?

—Antes.

—¡Y yo dónde estaba?

—Tú no estabas ahí, por eso no me viste nadar.

—Está bien. ¡Y dónde nadaste?

—En un lago. En un gran lago nadé den mil kilómetros.

—No —dijo ella—. No pudiste haber nadado porque no sabes nadar. Además tú le tienes miedo al agua. Eso lo sabe todo el mundo.

Eso me enojó aún más.

—¡Eso no es cierto! ¡No es cierto!

—¿Por qué lloras siempre que mamá te lava el cabello? ¡Porque le tienes miedo al agua!

—No, yo sólo le tengo miedo al champú porque me irrita los ojos.

—Pero tú no sabes nadar. Reconócelo.

Entonces lo reconocí:

—Es cierto. No sé nadar y nunca lo he intentado.

—Si no le tienes miedo al agua —dijo Clara—, aprenderás a nadar rápidamente. Te lo aseguro. Con flotadores en los brazos puedes nadar con mucha facilidad. Eso lo sabe todo el mundo. Simplemente hay que practicar.

—Sí, ¿pero dónde? —pregunté.

—En la bañera.

—¿De veras?

—Yo practicaba en la bañera —dijo Clara—. ¡Horas enteras!

—Pero nunca te vi.

—En ese entonces tú eras muy pequeño y tal vez por eso no te acuerdas.

—Sí, ya me acuerdo —dije—. Yo te vi practicando en la bañera horas enteras.

—Por eso ahora nado como un pez. —¡Clara?

—Sí.

—¿Me puedes enseñar a nadar? Yo también quisiera practicar en la bañera.

—Bien —dijo Clara—. Ponte tu traje de baño.

Me puse mi traje de baño y luego los flotadores nuevos. Clara los infló de manera que quedaran bien inflados. Luego llenamos la bañera hasta el borde. Sabueso y el gato Casimiro nos observaban mientras hacíamos todo esto.

—En lo profundo se puede nadar mejor —dijo Clara.

Salté en la bañera, aunque tenía un poco de miedo porque se hacían olas como en la playa.

—¡Y ahora mueve las piernas! —dijo Clara—. ¡Muévelas con fuerza para que no te hundas!

Seguí sus instrucciones y el agua saltó por todas partes. Sabueso y Casimiro salieron corriendo despavoridos.

—¡Ya sé nadar! ¡Ya sé nadar!

Nadé y nadé. Parecía que todo el cuarto del baño se movía conmigo.

Al poco tiempo Clara se salió porque no quería mojarse.

—¡Claaara! —grité—. ¡Mírame Clara! ¿Lo estoy haciendo bien?

Ella se asomó cuidadosamente por la puerta y me dio ánimo.

—Muy bien. Muy bien. Continúa practicando con dedicación. Nuestra profesora siempre dice que la práctica hace al maestro.

Cuando mamá regresó a casa preguntó asustada:

—¡Qué pasó aquí? ¡Por qué está inundado el pasillo? Por Dios, ¿qué pasó?

—Mi hermanito está aprendiendo a nadar en la bañera —le explicó Clara con toda la calma del mundo.