Capítulo 25
Rehén
Blanca abrió los ojos.
Seguía viva.
Sus pulmones aspiraron aire, un aire salpicado de agua violácea. Una tos bronca emergió de su garganta mientras se retorcía encima de una playa de arena blanca.
Carcosa estaba al pie del lago de Hali pero no tenía muelle. Ante la ciudad pálida había una desolada planicie salada y allí en medio, una figura oscura, arrodillada, vencida.
Jandro.
Cuando consiguió controlar su respiración Blanca se levantó a duras penas, con el cuerpo entumecido por el frío y contracturado por las brazadas. El buceo bajo las pútridas aguas había sido una experiencia aterradora. Blanca, acostumbrada por su vacaciones en las playas del este, había abierto los ojos para orientarse bajo el agua… se sorprendió que, aún a pesar del color macilento del lago, pudiera ver con total claridad. Veía el cielo salpicado de estrellas negras y monstruos voladores. Veía la figura de Jandro braceando unos metros por delante.
Y vio el fondo.
Había algo en las profundidades. Había muchas cosas y solo los calificativos como “cosas” o “algo” eran los únicos capaces de definir lo que vislumbró. El suelo del lago estaba cubierto por tentáculos violetas, negros y verdes, grandes y pequeños, retorcidos o agitándose. Y entre esos tentáculos se adivinaban cuerpos bulbosos, fauces plagadas de colmillos y grandes ojos ambarinos.
El terror le atenazó las entrañas y el airé desapareció de sus pulmones. Braceó hacia la superficie, hasta que asomó su cabeza y respiró una bocanada. Los byakhees continuaban sobrevolando la barca a su espalda y, ante ella, se acercaba la costa y la maldita ciudad de Carcosa. Volvió a bucear pero evitó mirar hacia abajó. Braceó. Braceó. Tomó aire, volvió a bucear. Cuando sus brazos y piernas comenzaron a cansarse, comenzó a nadar a braza. Desacostumbrada al ejercicio físico comenzó a agotarse, a perder fuerza. Todo se volvió borroso. Llamó a Jandro. No le veía. Solo veía estrellas negras, monstruos tentaculares en el fondo del lago, byakhees en el cielo, agua violeta. Se angustió. Tragó agua. Braceó. ¡Jandro! Carcosa. Carcosa. Estaba muy lejos, no iba a llegar. Se ahogaba. Carcosa. ¡Jandro!
Luego perdió la consciencia.
Abrazada a sí misma, arrastró los pies por la arena salada hasta la vencida figura de Jandro. Le rodeó y se dejó caer de rodillas ante él.
Jandro lloraba, las lágrimas corrían desde las comisuras de sus ojos, fuertemente cerrados, los labios apretados y el llanto atragantado. Clavaba sus uñas en las palmas y había rastros de sal en el canto de su mano… como si hubiera golpeado al suelo.
—Jandro —le llamó.
Jandro abrió los ojos.
—Los he matado —musitó. Su voz estaba llena de desprecio, de asco hacia él mismo.
Blanca le abrazó rápidamente. Pegó su cara contra el pecho de él y Jandro descargó su llanto sobre su hombro. Le dejó desahogarse.
—¡Iván tenía razón! ¡No lo hice adrede! ¡Lo juro! ¡Pero es verdad! Le estuve comiendo la cabeza para que matase a Jai… Ja… ¡Joder! A Máscara Bauta y sus matones. ¡Quería vengarme! ¡Y me aproveché de lo que le obligaron a hacer! ¡Me aproveché de su dolor! ¡Y lo han matado! ¡Les han matado a todos por mi culpa!
—Mírame, mírame —le obligó, mientras le tiraba del cabello y buscaba sus anegados ojillos—. Olvídate de esa mierda. ¡Olvídala! ¡Céntrate! —le abofeteó—. ¿¡Me oyes!? ¡Agárrate a lo que te ha… impuesto Volstagg! Tienes una misión. Tienes que ayudarme en esta misión.
—No hay esperanza, Blanca —gimoteó Jandro y alzó un tembloroso dedo hacia la ciudad blanca que se alzaba ante ellos— Nos enviará monstruos voladores o un ejército de zombis con máscaras y nos matarán. No vamos a conseguirlo.
—¿Viste el fondo?
—¿Qué?
—El fondo del lago. ¿Lo viste? —Jandro negó con la cabeza, aturdido—. En el fondo había monstruos. Pulpos enormes, pero peores. Se retorcían bajo el agua. Y mientras nadaba, pensaba que me iban a atrapar, pero no se movieron. Me veían pero no me atacaron. Esas cosas voladoras… Los monstruos que mataron a Volstagg y a Caty —las lágrimas afloraron en un torrente al recordar a esa chica valiente y decidida que la había sacado del baile de máscaras—. Podían haber volado hasta nosotros. Habernos pescado como lo hacen las gaviotas. No lo han hecho. Ni nos han matado en esa ciudad llena de enmascarados locos, en Ythill, en el templo del Innombrable… hemos podido morir varias veces pero hemos sobrevivido.
—¿Y qué? ¿Cómo hay vida, hay esperanza?
—No.
Blanca clavó sus ojos, normalmente grandes y serios, convertidos ahora en dos agujeros negros devoradores de compasión, en la mirada aterrorizada de Jandro. Sacó lo que llevaba en el bolsillo… un colmillo de byakhee. Un punzón de marfil largo y afilado que apoyó bajo la mandíbula de Jandro.
—El Rey Andrajoso quiere dejarte para el final —le auguró con los dientes apretados—, y si te corto el puto cuello no podrá hacer lo que quiera hacerte. Vamos a ir a verle y voy a cambiar tu vida por la de mi amiga.
Los ojos de Jandro dejaron de temer y se apagaron. Sus lágrimas se secaron y un rictus de desprecio se dibujó en sus crispados labios.
—Tendría que haber dejado que te ahogaras —le escupió.