Capítulo 4

Valhalla

Había muchas zonas en la ciudad de Leonado por las que salir de bares y El Valhalla, el antro de Volstagg, estaba en los bajos del barrio Arbueyes. Se trataba de dos subsótanos ubicados entre dos viejos bloques de edificios de oficinas casi abandonados, donde había una docena de garitos en los que se escuchaba el mejor rock nacional e internacional, el de moda y el que nunca dejaría de estarlo.

Volstagg tenía el local alquilado a un viejo motero amigo de su tío. Lo había pintado y remodelado, añadiendo un nuevo y mejor sistema de audio conectado a su portátil. Le había dado el aspecto de un gran salón vikingo: postes y arcadas de madera oscura decorados con runas grabadas y, en las paredes, pinturas sobre los dioses nórdicos: Odín sentado en su trono con un cuervo a su hombro, Thor alzando su martillo para llamar a las tormentas de rayos y Loki llevándose el dedo a sus labios, pidiendo silencio, que le guardaras el secreto.

La barra del Valhalla era de la misma madera que la decoración, tras la cual había una gran estantería con casi cualquier bebida alcohólica que uno pudiera buscar. Volstagg habituaba a hacer cócteles, según el día y la época del año, todos con nombres como Bifrost, Raganarok ó Jotunheim. Pero si en algo destacaba el Valhalla era por poseer una amplia selección de cerveza internacional, con botellines y barriles de excelentes calidades.

Por rutina Volstagg abría el Valhalla de jueves a domingo y con el paso del tiempo había adoptado a una clientela fiel, aunque con muchos curiosos y visitantes ocasionales. Pero ese jueves el Valhalla estaba cerrado de puertas afuera, puesto que se celebraba una fiesta privada.

Rammstrein tronaba en los altavoces y la iluminación de la discoteca bañaba con destellos naranjas, rojos y amarillos la penumbra. En medio de la pista de baile Caty y Amanda bailaban desenfrenadas, apasionadas, descocadas, mientras unas grandes sonrisas iluminaban sus rostros, agitaban brazos y melenas al son de la música, enseñando los dientes mientras cantaban y berreaban poseídas por la adrenalina y la emoción.

Sentados en los taburetes, frente a la barra, estaban Joystick, Blanca e Iván, los tres con una bebida entre las manos, la mirada perdida en la pareja de chicas y los hombros caídos.

Volstagg se asomó desde el otro lado de la barra.

—Vamos a ver. Yo tengo el deber del anfitrión: Servir la bebida, estar atento a que la música siempre suene y evitar que el trasgo se abalance sobre uno de mis barriles de cerveza —señaló a Joystick con un dedo—. De no ser así, estaría ahí bailando con esas dos bellezas. Así que, de veras que sí, me encantaría que alguno me explicase por qué vosotros no lo estáis haciendo.

Joystick se giró en el taburete, le dedicó una borrosa mirada, una embobada sonrisa de borracho y alzó una mano.

—Chervhezah.

—Cabronazo. Qué gran respuesta —admitió Volstagg mientras comenzaba a llenarle otra jarra—. ¿Y vosotros? ¿Cuál es vuestra excusa?

Blanca e Iván se miraron de reojo con cierta incomodidad, luego clavaron de nuevo su avergonzada vista en sus bebidas, mientras murmuraban.

—Timidez —dijo él.

—Miedo al ridículo —musitó ella.

Volstagg resopló y le acercó la jarra llena de espumosa cerveza a Joystick que dio buena cuenta de ella. Mientras tanto, en la pista de baile con el inicio de otra canción, Caty le pasó el brazo por encima del hombro a Amanda y le susurró algo al oído. La muchacha estalló en carcajadas y continuó bailando, pero sola, mientras Caty se acercaba a la barra.

—Anda, Volsty —pidió poniendo morritos—. Se bueno y ponme un chupito de lo que tú ya sabes.

Le dedicó un sensual guiño al vikingo que, tras piropearla, comenzó a buscar los vasos y la bebida. Caty comprobó que Joystick importunaba a Blanca con uno de sus incómodos monólogos en favor del onanismo y aprovechó para acercarse a Iván.

—O te la ligas tú o, juro por Tutatis, que me la ligaré yo.

Iván se volvió hacia ella con el rostro contraído en una tierna máscara de aflicción. Volstagg se cruzó entre la felina mirada de Caty y la de cachorrillo abandonado del chico y le tendió un chupito de un brebaje verde.

—De un trago.

Iván les miró dubitativo, nervioso, tomó el vasito e ingirió el ardiente fuego verde de un trago. Volstagg se lo rellenó.

—Hazle caso, chico. Es una depredadora.

—Oh, sí. Lo soy —contestó Caty—. Y ella te pone ojitos, Iván.

Iván le lanzó una tímida mirada a Amanda que se mecía, despacio, pasándose los largos dedos por su alborotada melena mientras su cabeza oscilaba lenta y sensualmente. Durante un instante, los verdes ojos de Amanda le miraron, sonrió y siguió bailando. El muchacho ingirió otro chupito.

—A la mierda —dijo tras expeler un suspiro—. Ponme otro y voy.

Iván se llevó a los labios el tercer absenta, apuró su contenido de un solo trago y eructó suavemente contra su puño cerrado.

—¡A la mierda! —le imitó Joystick alzando su jarra. Blanca le contemplaba espantada.

Mientras Iván se encaminaba con paso decidido hacia Amanda, Volstagg se llenó dos chupitos, uno de los cuales tomó Caty.

—¿Estás segura? —le preguntó—. Quiero a ese chaval, pero me parece muy pardillo para esa chica.

—Créeme, Volsty. No sé por qué, pero esa chica está loca por él.

Iván se plantó frente a Amanda, que le rodeó el cuello con los brazos y pegó su frente contra la del chico. Primero, le miró con candidez, y luego, cerró los ojos mientras se relamía.

—Estoy muy pedo Iván. Muy, muy pedo.

Cortado, Iván envolvió la cintura de la chica con sus brazos, inundó sus fosas nasales con su fragancia y acompañó con pasos torpes y desmañados el baile de Amanda.

—Pues… borracha o no… bailas muy bien.

—Gracias —dijo ella sonriendo beoda.

Amanda se pegó a él. Sus pechos bien apretados contra el enjuto tórax de Iván, donde su corazón percutía enloquecido contra el esternón.

—Has tardado mucho.

—¿Cómo?

—En venir aquí. A mí. Has tardado mucho en venir.

Iván se hundió en los profundos ojos verdes de Amanda, que lo contemplaban como si no hubiera nadie más en el planeta, como si todo el mundo se hubiera esfumado en un suspiro y solo quedaran ellos.

—Lo siento —se disculpó Iván—. Tenía miedo. Tengo miedo —le reconoció—. Eres tan… bonita, tan… impresionante. No creía tener ninguna oportunidad contigo, ning…

Amanda le tapó la boca y luego deslizó sus dedos por los labios del chico.

—Calla y bésame.

Iván se arrojó sobre ella. La apretó entre sus brazos y la besó con decisión, con deseo, con ansia. Ella era un oasis del que beber en medio de un desierto. Era el grial, era el tesoro enterrado. La lengua de ella le buscó y encontró. Las manos de él recorrieron sus nalgas, la curva lumbar, su espalda y la nuca. Los dedos de ella se enterraban en sus rizos.

—Nuestro chico se ha hecho un hombre —comentó Volstagg mientras brindaba con Caty que le dedicó una traviesa sonrisa.

Joystick alzó su jarra y se lanzó en solitario en un espontáneo ¡Hurha!, mientras la pareja continuaba besándose en medio del garito.

Blanca les contemplaba con las comisuras de los labios caídas y el cejo mucho más fruncido de lo habitual.

Máscaras de Carcosa
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