Capítulo 10
Foco de energías telúricas… y oscuras
—Repite eso en nuestro idioma, por favor —pidió Volstagg.
—Dijo el tipo que se apoda como un vikingo —espetó Jandro.
Jandro había llevado su bandolera hasta el salón y había comenzado a llenarla de cosas: Un puñado de hojas amarillentas que colgaban de un alfiler en el collage. Una gran linterna, junto a dos gruesas pilas. Una pareja de guantes de cuero negro. Un juego de ganzúas.
—Foco de energías telúricas —repitió mientras se internaba en los estrechos pasillos de su casa.
—¿El viejo teatro está sobre un foco de energía mística? —preguntó Caty, cruzada de brazos y con una ceja levantada.
—No —gruñó Jandro cuando volvió.
Arrojó dentro de la bandolera una pequeña caja de cartón. Una cajetilla de munición. En la otra mano llevaba el revólver del 38.
—El teatro entero lo es —sacó el tambor del arma y comprobó que estaba vacío a excepción de una bala. Se pasó una mano por la cara—. Joder, que colocado que estaba.
Jandro les ignoró y comenzó a llenar de balas la pistola. El resto de muchachos en la sala se dirigieron alucinadas miradas entre ellos. Blanca comenzó a impacientarse y se encaró con el gótico.
—¡Eh! ¡Jandro! —le gritó a la cara—. ¡Estate quieto un puto momento y dinos que está pasando!
Jandro le dirigió una áspera mirada y le enseñó un colmillo.
—Hace ochenta años hubo un incendio en ese teatro. Durante el estreno de una función de una obra de teatro prohibida por la iglesia hace cientos de años. Una obra impía y por lo que se dice… maldita —Jandro hizo una pausa y les miró luciendo una despectiva sonrisa—. Se trataba de una función en dos actos llamada: El Rey de Amarillo. Un ídolo pagano cuyo nombre fue maldito por el resto de las religiones y que comenzó a denominársele como “El Innombrable”. Un ser divino de otra estrella muy lejana a nuestro planeta. Una criatura a la que a veces llamaban el Rey Andrajoso.
El silencio llenó el salón. A todos se les cortó la respiración y miraban fijamente a Jandro, que seguía llenando su bandolera, con velas, cerillas, una colección de cuadernos garabateados…
—La leyenda cuenta que la obra de teatro poseía un conjuro, una forma para invocar al Rey Amarillo. Tal era la certeza que un grupo de radicales religiosos formaron una alianza dedicada a la quema de las copias de esa obra y otros tantos tomos paganos. Ese grupo de radicales incendió el teatro para impedir que nadie que hubiera escuchado o leído esas palabras malignas pudiera salir de allí. Murieron más de cien personas, incluido todo el reparto, el equipo técnico, los músicos, el coro… y cuatro de los seis fanáticos.
»Los dos supervivientes fueron ingresados en un manicomio. Completamente locos.
»Pero la leyenda del Palacio de Castaigne no acaba ahí. Durante veinte años estuvo vacío, convertido en las ruinas calcinadas de un edificio maldito… y entre sus negras paredes se sucedieron crímenes, asesinatos, violaciones, suicidios… El lugar era un hervidero de yonkis, putas y vagabundos que vagaban por sus corredores mientras las mafias enterraban sus secretos en el patio de butacas, o bajo los restos carbonizados del escenario…
»Y entonces, a principios de los treinta, un rico empresario llamado Castaigne lo compró. El tal Castaigne era extranjero y… extravagante. Rara vez se le veía en público, siempre acompañado de un mayordomo, el cual le representaba en todos los actos oficiales. Al inicio de la reconstrucción, obligó a los obreros a construir una habitación, un dormitorio, donde el señor Castaigne viviría durante las obras, y también donde residiría una vez estuviera el teatro acabado y en funcionamiento.
»Durante las obras tres personas murieron en diferentes accidentes horribles. El primero fue un guarda nocturno al que se halló colgando de una viga. El siguiente fue un albañil que se arrojó desde lo alto de las vigas, segundos después de haber gritado en un lenguaje indescriptible… y de haberse desgarrado la garganta con sus propias uñas. El último se apuñaló los ojos con clavos y un martillo.
»Pero el dinero de Castaigne tapó las habladurías y contrató a más obreros, y más guardas, y el teatro se finalizó… Por entonces estaba de moda un tipo de teatro obsceno y de mal gusto llamado Grand Guignol… las snuff movies de nuestro tiempo. Y mientras el teatro se llenaba de curiosos, viciosos y morbosos, Leonado fue objeto de los ataques de un asesino de… niñas.
»Las investigaciones policiales no tardaron en seguir unos rumores que afirmaban que el señor Castaigne tenía predilección por las mujeres jóvenes. Muy jóvenes. Era habitual que su mayordomo contratase meretrices de corta edad… y que estas no volvieran a aparecer. Y no solo eso. También atraía con el vil metal a chicas de orfanatos, vendedoras callejeras, mendigas… El detective que llevaba el caso acabó obteniendo los permisos para entrar en los aposentos del Palacio de Castaigne donde encontraron evidencias de que Castaigne, su mayordomo y otras media docena de sus lacayos practicaban cultos “innombrables” —Jandro hizo otra marcada pausa, junto a otra demencial sonrisa en ese momento—, en los que sacrificaban a las jóvenes.
»El mayordomo de Castaigne y los lacayos fueron detenidos, juzgados y ahorcados. A Castagine nunca se le encontró.
»El teatro tuvo muchos dueños desde entonces. En el treinta y tres, a Roberto Aposentos lo encontraron en el escenario tras haberse tragado una espada de noventa centímetros. Se había cercenado la otra mano a la altura del codo, una pierna a la altura de la rodilla, y el tobillo de la otra. El actor Ambrosio Bierzo se ahorcó entre bambalinas durante una función en el cuarenta y dos. En su boca había cuatro páginas del manuscrito de la obra de teatro, El Rey de Amarillo… pero no encontraron los restos de la obra. Y Agustín de Erlez asesinó a todo el reparto de “El Sueño de una Noche de Verano” con una hoz en 1971. Y luego se cortó la garganta…
—Jandro —cortó Blanca que estaba pálida como un hueso—, lo hemos pillado. Ese sitio mata a la gente. No es necesario que nos des más detalles escabrosos.
—Sobre todo si vamos a ir allí —sentenció Joystick, pálido.
—Pero… no termino de coger lo de las energías taumatúrgicas… —comentó Volstagg.
—Telúricas. Foco de energías telúricas… y oscuras. Energías terrestres. Algo pasó cuando lo del incendio. Un evento mágico, que dejó unas cicatrices en ese lugar. Envenenó esa tierra. La maldijo. Llamadlo como queráis, pero atrae energía maligna, muerte, asesinatos, suicidios…
—Y piensas que, como ese sitio está… maldito —continuó Iván—, pueda ser el refugio de… del Rey Andrajoso y sus… enmascarados.
—Oye, hasta que tu colega el pajillero…
—¡Eh! —protestó Joystick—. ¡Soy el señor Onanista para ti, comemierdas!
—…no lo ha marcado en el mapa —continuó Jandro ajeno a Joystick—. Ni tan siquiera me había parado a pensarlo.
—¡Un momento!, ¿y por qué te sabes tantas… —Blanca tardó unos segundos en encontrar las palabras adecuadas— historias morbosas de ese sitio?
—¿Quieres que te cuente “historias morbosas” sobre la escuela de cine? ¿O sobre la universidad de Leonado? Me sé de pueblos perdidos en las montañas, y de ciudades cercanas. De países al otro lado del océano. Sé sobre magia de sangre y sexo. Sobre los kanjis orientales que invocan demonios y fantasmas a costa de robarte recuerdos y vísceras. De la magia de las máscaras que roban caras y almas. De los sangrientos sacrificios en altares a dioses impronunciables. Del poder de los nombres de ángeles caídos. De la invocación de…
—Toda tuyas —cortó Blanca con desprecio.
Volstagg y Joystick intercambiaron una mirada recelosa… las palabras de Jandro no parecían una oportunidad para lucir sus conocimientos, sino que más bien habían sonado a amenaza, una que había derribado a Caty dejándola sentada en el sofá, lívida y tiesa como una estaca.
—Vale —comenzó Volstagg, con un ojo puesto en Caty—, el teatro es un sitio muy chungo. Está abandonado y es siniestro de cojones. Y hace años se representó una obra de teatro sobre un tipo que se hacía llamar el Rey Andrajoso, justo lo mismo que el secuestrador. Y es, según TU plano… el centro para formar un dibujo similar al que lucían los locos de las máscaras. Acepto la teoría, ¿vale? Me la trago… es rara, pero la mastico y me la como. Pero, ¿de veras estáis hablando de ir allí?
Iván y Jandro se volvieron rápidamente hacia Volstagg.
—Por supuesto —contestó Iván—. Nonono podemos dejar a Amanda…
—¡Claro que no! —aclaró Volstagg—. Lo que te digo es que no somos los SWAT. Somos cinco estudiantes de cine que hemos pasado por una experiencia traumática… y otro que está colocado y que juega con pistolas —Jandro le dedicó un gesto obsceno—. Me entendéis, ¿no? No es por joder, pero partir en plan kamikaze a ese teatro no me parece muy razonable.
—¿Y qué pretendes? ¿Llamar a la poli? —preguntó Jandró con desdén.
—Coño, pues sí.
—Coño, pues pasarán de ti —Jandro se colocó junto a su oreja el puño derecho, con el pulgar y el índice extendidos imitando un auricular—. Disculpe, ¿es la policía? Con el agente Fuentesauco, por favor. Verá agente, creemos que a mi amiga Amanda, la hipster, la están violando el Rey Andrajoso y sus lacayos enmascarados en el teatro El Palacio Castaigne… —Iván y Blanca le chillaron un improperio, pero Jandro continuó con su numerito—. Hemos llegado a esa conclusión después de estar de borrachera en el bar de mi colega Volstagg, el Valhalla, un antro de mierda donde un montón de enmascarados nos tumbaron al lucir un signo que daba vueltas y… no, no, no estoy colocado, bueno lo estaba, pero ahora no, se lo juro agente. Me he tomado un café y todo. ¿Que cómo sé que están en el teatro? No, no les hemos seguido, es que fuimos a casa de Jandro, un reconocido drogadicto que ya ha estado en sus calabozos más de una vez, y tenía un collage de recortes y fotos del caso del Rey Andrajoso y sus hilos formaban ese mismo signo, y ¿sabe qué? En el centro de ese mismo signo está el Palacio Castaigne…
—Eres gilipollas, Jandro —le insultó Volstagg. Jandro se pasó la lengua por los labios y sonrió.
—Lo sé… pero tengo razón —sacó la pistola de la bolsa—. Esto lo llevo por si no queda otra que liarse a tiros… pero mi idea es entrar y asegurarme que hay cinco zumbados parecidos a los tarados que nos pegaban en el instituto secuestrando chicas para slaveporn.
—¿Y si son… Jaime y su pandilla? —preguntó Iván.
—Pues como dije… esos cabrones no merecieron morir solo una vez —Jandro agarró su bandolera, les dio la espalda y salió de su casa.
El resto se miraron, con los ojos muy abiertos y las ojeras aún más marcadas en sus rostros descoloridos.
—Iván… —comenzó Volstagg.
—Yo voy —sentenció Iván y persiguió a Jandro.
—¡Mierda! Iván, espera… —gimoteó Joystick—. ¡Volstagg!
—¿Qué quieres que hagamos?
—Yo… —comenzó Blanca—. ¡Oh, Dios mío! Me voy con ellos.
—¡Pero, Blanca!
—Tengo que asegurarme que Amanda está viva —Blanca se encogió de hombros y salió por la puerta ante la atónita mirada de Volstagg y Joystick.
—¿Estáis de coña? —chilló Joystick—. Voy a llamar a la poli.
—No podemos dejar que se vayan solos —dijo Caty con la vista perdida en la nada.
—¡Mierda! ¡No tengo batería! ¡Maldito Candy Crash! —se quejó Joystick.
—Volstagg —pidió Caty—. No podemos dejar que vayan solos.
Volstagg, con los brazos en jarra y la mirada clavada en el sucio techo del piso, apretó los dientes y cerró los ojos.
—Vamos —dijo.
—Vamos —afirmó Caty.
Ambos salieron del piso y Joystick se quedó solo, mirando boquiabierto el corredor y la puerta abierta al fondo. Tuvo la sensación de estar contemplando unas fauces desde lo más profundo de un estómago.
Solo.
—Esto es una mala idea —murmulló para sí mismo—. Pero que muy mala idea.