[1] Diderot fraguó este cuento a raíz del viaje que hizo al balneario de Bourbonne-les-Bains (Haute-Marne), en agosto de 1770. Fue a pasar unos días con su amiga la señora de Meaux, y con la hija de ésta la señora de Prunevaux. Ambas mantenían una frecuente correspondencia, como se estilaba entonces, con los círculos literarios de París. Saint-Lambert les acababa de enviar al balneario su última creación: Los Dos Amigos, cuento iroqués. Diderot quiso también meter baza en el argumento que más privaba: la amistad. En París, triunfaba el drama de Beaumarchais: Los Dos Amigos, y Sellier de Moranville publicaba, para variar, una novela titulada: Los Dos Amigos o el cuento de Meralbi. Como digo, Diderot abordó también el tema, pero con más intención y profundidad. En primer lugar, escoge como protagonistas no a personajes exóticos, sino a los contrabandistas que pululaban en torno a Bourbonne. El peligro era hablar de los contrabandistas en tono folklórico o hagiográfico, no en vano era popularísimo entonces Mandrin, un bandido generoso del tipo de Luis Candelas. Pero Diderot cambia tono; se sirve de los contrabandistas para realizar una auténtica digresión roussoniana. Félix y Oliverio vienen a ser los «buenos salvajes» impulsados a la «maldad» por los defectos de la sociedad, y, por tanto, responsables sólo relativamente de lo asocial de sus actos. Pero lo más significativo es que Diderot al describir a los contrabandistas como rebeldes al poder constituido (la magistratura, la iglesia…), acerca la moraleja de su fábula a los problemas de su época. Método más eficaz, por su cercanía, que apelar a los hurones, como hace Voltaire, o a los tahitianos, como hace Diderot en otra obra, el Suplemento al Viaje de Bougainville. Con los contrabandistas de Bourbonne, Diderot traza un contraste más incisivo entre lo positivo del estado natural y la podredumbre moral —ya entonces— de aquella Europa.
En un principio, Los Dos Amigos de Bourbonne pasó como obra de la señora de Prunevaux. El librero-escritor Gessner deshizo el equívoco cuando lo publicó en Zurich, en 1773, junto con la Conversación de un padre con sus hijos, bajo el título general de Cuentos Morales y Nuevos Idilios. Dice Goethe que Los Dos Amigos de Bourbonne inspiró a Schiller Los Bandidos. <<
[2] La señora de Prunevaux, que se finge autora del cuento, llama petit frère a Saint-Lambert, quien a su vez respondía en su correspondencia con un cariñoso y ficticio petite soeur. <<
[3] La batalla de Hastembeck constituyó uno de los episodios más relevantes de la guerra de los Siete Años. Se desarrolló el 26 de julio de 1757; el ejército del mariscal d’Estrées derrotó al del duque de Cumberland. <<
[4] Coleau (o Colleau, como grafía más verosímil) fue efectivamente el terrible juez de Reims que pinta Diderot. En una nota de la edición Kehl de El hombre de los Cuarenta Escudos, de Voltaire, se dice que Coleau «fue casi tan famoso como lo fueron en sus tiempos Laubardemont, Pierre d’Ancre, el duque de Alba…». Bien. De Laubardemont, un magistrado que hacía de sicario a Richelieu, baste decir que su nombre se ha empleado en Francia como sinónimo de «juez inicuo». El mariscal d’Ancre era, en realidad, un aventurero florentino, un tal Concini, que, gracias a intrigas sin cuento, llegó a ser ministro de Luis XIII. Respecto al duque de Alba, nada más decir que su nombre aún crea una cierta aprensión entre los holandeses. <<
[5] Alusión al cuento de Saint-Lambert Los Dos Amigos, cuento iroqués. Muy en síntesis: trata de la historia de dos salvajes Tolho y Monza, amigos desde la infancia, manitous el uno para el otro. Se enamoraron de la misma chica Erimé, cuyos favores se dividieron ambos amigos. <<
[6] La historia de Romano y Testalunga la cuenta el diplomático alemán Johann Hermann de Riedesel. Con su libro Reise durch Sicilien puso de moda a la isla en los ambientes cultos europeos. Esta obra vino a ser una especie de breviario para los viajeros que iban a la vieja Trinacria en el Setecientos. Riedesel, admirador de Rousseau, vio en los bandidos sicilianos ejemplos de «buenos salvajes» capaces de «las mejores virtudes caballerescas». Esto sintoniza muy bien con lo que escribe Diderot en el Suplemento al Viaje de Bougainville acerca de otra región del mezzogiorno italiano: Calabria. Diderot habla de los calabreses como de casi los únicos que no se sujetan a «lo impuesto por los legisladores». Cuando le preguntan si le gusta la anarquía de Calabria, Diderot llega a decir: «su barbarie es menos viciosa que nuestra urbanidad». <<
[7] La pértica es una medida agraria de longitud que equivale aproximadamente a dos metros y setenta centímetros. <<
[8] En una copia de este cuento que poseía J. Assézat, uno de los más fidedignos recopiladores de las obras completas de Diderot, Courcelles es reemplazado por Jolibois, y Rançonnières por Romainville. <<
[9] Tribunal de Chaumont. <<
[10] La unión de Tasso con Homero y Virgilio dentro de la misma categoría de cuentistas «maravillosos» no deja de ser singular. En todo caso, Diderot no los enlazaba al buen tuntún. Conocía perfectamente los autores que citaba. De Homero declaraba haberlo leído todas las noches «con la misma devoción con la que el cura lee el breviario». En otra ocasión escribió: «Jovencísimo me amamanté de Homero, Virgilio, Horacio, Terencio, Anacreonte, Platón, Eurípides…». Por su parte, no le faltan a Torcuato Tasso (1544-1595) rasgos de ese pasmo fantástico en el que Diderot fija la narración «maravillosa». Tasso fue un escritor atormentado, imprevisible. Llegó incluso a arrepentirse de algunos pasajes de su Jerusalén Conquistada, llenos, según él, de abandono sensual cuando la obra tenía que ser una exaltación épica del cristianismo. No le dolieron prendas, y se autoacusó por ello al tribunal de la Inquisición. <<
[11] Jean de La Fontaine (1621-1695). Su fama se debe sobre todo a sus fábulas, algunas de ellas traducidas en español por Samaniego. Pero también escribió cuentos picantes, y hasta para algunos, «licenciosos». <<
[12] Jacques Vergier (1655-1720) escribió una serie de cuentos que imitaban de mala manera los de La Fontaine. Diderot decía que desgarraba todos los años un cuento de Vergier sobre la tumba de La Fontaine. <<
[13] Ludovico Ariosto nació en Regio Emilia, en 1474. Murió en el 1533. Autor de poemas (Carmina y Satire) y comedias de sabor latinizante (Cassaria, II Negromante…). En 1515 se publica la primera edición de su obra maestra Orlando Furioso. Poema éste no exento de esa comicidad a la que alude Diderot, pero no menos dotado de fantasía «maravillosa» y desenfrenada. Lo prueba ese magnífico pasaje que cuenta el viaje de Astolfo a la Luna, a lomos del Hipogrifo, y su búsqueda de la ampolla que contenía «el juicio de Orlando». De hecho, Orlando, donquijotescamente, había perdido la razón por su Angélica (¿Dulcinea?). <<
[14] Conde de Hamilton (1646-1720). Era un gentilhombre irlandés que llegó a Francia con los Estuardos. Escribió las Memorias del conde de Gramont. Más conocida es su faceta de cuentista: Le Bélier, Les Quatre Facardins… Según H. Benac, son más que nada imitaciones de Las mil y Una Noches. <<
[15] Paul Scarron (1610-1660). Escribió Virgilio Travestido y Novela Cómica. Se ha visto en estas obras un cierto precedente de las comedias de Molière. Scarron sufrió toda su vida intensos dolores reumáticos. Por eso, mandó poner este epitafio en su tumba:
… Passant, ne fais ici de bruit.
Garde bien que tu ne l’éveille.
Car voici la première nuit.
Que le pauvre Scarron sommeille.
(Viandante, no hagas ruido; cuidate mucho de despertar al pobre Scarron, porque esta va a ser la primera noche que va a dormir). <<
[16] Para Diderot, Cervantes es un magnífico ejemplo de traductor de «lo natural». En este sentido: Diderot compara al escritor natural o realista con el pintor que con «una arruga, un corte en el labio, una picadura de viruela» convierte en verosímil, y hasta veraz, un retrato. Ahora bien, si muchas obras de Cervantes merecen el título de «realistas» tal como lo entiende Diderot, también escribió Cervantes un tipo de literatura ampliamente fantástica, o «maravillosa». Lo atestiguan varias partes de El Quijote, y, sobre todo, El Licenciado Vidriera, ejemplo magistral de literatura exrealista. <<
[17] Jean-François Marmontel (1723-1799). Fue amigo y colaborador de los enciclopedistas. Debe su fama a Belisario (1767), patético lamento a favor de la tolerancia religiosa. A la Sorbona le faltó tiempo para condenar este libro. (La Sorbona era en aquella época la Facultad de Teología de la Universidad de París). En Belisario se ve claramente la influencia ideológica de Diderot. Catalina II tradujo esta obra en ruso. Por cierto que Marmontel ha dejado dicho de Diderot: «expandía la luz en todos los espíritus, y calor en todas las almas». <<
[18] Joseph Caillot (1732-1816), célebre intérprete cómico. Incluso le admiraba el inglés David Garrick, que fue el mejor actor de su tiempo. Grimm, amigo y editor de Diderot, pensaba de Caillot lo siguiente: «Nadie hacía (en el teatro) con tanta precisión todo lo que él hacía». En su Paradoja sobre el Comediante, Diderot incluye un coloquio entre la princesa de Galitzine y este actor. Diderot consideraba también a Caillot un ejemplo de «imitador de la naturaleza». <<
[19] Y así finge [Homero], combina sin cesar lo falso y lo verdadero, de tal forma que no existe ningún desacuerdo entre el principio y la mitad, la mitad y el fin. <<
[20] De l’esprit fue una de las obras que más revuelo causaron en la Francia del siglo XVIII. Helvetius la escribió en 1758, y al poco tiempo fue condenada por las autoridades judiciales y religiosas. Tuvo que retractarse públicamente. Para tener una idea —siquiera vaga— del tenor del libro, voy a citar estos párrafos: «Se estará de acuerdo conmigo con que no llega a Europa ningún barril de azúcar que no esté teñido de sangre humana»; «Los salvajes son más felices que los campesinos franceses». No es extraño, pues, que los ortodoxos lo juzgaran el libro más explosivo de su tiempo. Se miró a De l’esprit como el compendio de todo el «veneno enciclopedista». El leitmotiv del libro era defender «un sistema moral absolutamente independiente de la voluntad de Dios o de los preceptos de la religión». En el prefacio, pone Helvetius: «He pensado que la moral se ha de tratar como las restantes ciencias, o sea, que se debería hacer con la ética lo que se hace con la física experimental». Las lenguas malignas atribuyeron a Diderot páginas enteras del libro; pero, en realidad, como sostiene Arthur Wilson en The Testing Years (Los Años Decisivos), el libro no hacía más que presentar detonantemente lugares comunes, mejor tratados por separado por los enciclopedistas, de modo especial por Diderot.
Claude-Adrien Helvetius, nacido en París (1715-1771), de familia originaria del Palatinado, escribió también De l’homme. Diderot ya en sus últimos años de vida, atacó De l’homme con una nota polémica de título tajante: Refutación. Diderot critica el exacerbado materialismo de Helvetius. Pero se trata de una controversia poco comprensible, dada la trayectoria intelectual del enciclopedista. Yves Benot se pregunta si no fue una pequeña apostasía senil del viejo Diderot. <<