Fabricando mentes

En la guerra ideológica de la propiedad intelectual, los medios de comunicación solo permiten bombardear a uno de los bandos. Esa lucha, en la que se usan como soldados a ciertos artistas de este país, está destinada a la «concienciación», que es como a los que se consideran progresistas les gusta llamar a la manipulación.

Cuando Teddy Bautista apareció en El País con unas declaraciones que a la par que llamaban «pendejos electrónicos» a muchos internautas, parecían quejarse de la existencia de la libertad de expresión y de información en Internet, la red se inundó de protestas, pero ninguna de ellas se reflejó ni en ese ni en ningún otro diario. Ese es, supongo, el tipo de libertad de expresión que a Teddy le satisface. Aquella libertad que a él, por ser él, le da la posibilidad de aparecer en cualquier medio y aquella que tú tienes de patalear en tu casa siempre que no molestes al vecino.

Se llama libertad de expresión al monólogo del poder y el hecho de que Internet ponga en duda esa ley eterna pone nervioso a más de uno que ve cómo se tambalea el monopolio de la expresión y la información.

Entre los actuales medios de comunicación, la televisión gana por goleada y ella es, en nuestro tiempo, el verdadero cabeza de familia. Lo que ella dice va a misa y pocas veces se ponen en duda sus enseñanzas. Cuando a los comerciantes de noticias les dio por hablar de los juegos de rol, las madres de este país se santiguaban si sus hijos decían que ellos querían jugar a uno. Parece que al final nada de tonta tenía la «caja tonta» que sabe fabricar eficazmente ideas, moral y sentimientos.

Aunque en cierta medida ya había empezado, el Plan Antipiratería ha dado la orden de bombardear masivamente a la opinión pública con lo que ocurre por estos mundos de Internet, y no serán pocos los padres que, asustados, interrogarán a sus hijos preguntándoles si ellos también son «piratas de esos». Los medios de comunicación condenan sin dar derecho a réplica y la sociedad se encarga de ejecutar sentencia.

La televisión, que es un vehículo idóneo para el ejercicio de la libertad de expresión, se ha convertido en la mejor arma para exterminarla. Ese aparato crea, homogeiniza y esteriliza la opinión de tal modo que ya hasta se permite el derecho a expresarla. Lo que antes se controlaba sectorialmente a golpe de porra ahora se consigue globalmente a golpe de zapping, y donde no llega la televisión llega la sociedad que se encarga de marginar a los disidentes que reciben, con la exclusión, su castigo ejemplar.

En esta guerra en la que se enfrenta el interés económico de las empresas que explotan la propiedad intelectual y el acceso a la cultura, los que defienden el primado absoluto del primero tienen todas las armas para difundir su opinión a través de unos medios que le rinden pleitesía. La repetición continua de opiniones parciales genera verdades absolutas.

Parece que es solo cuestión de tiempo que la sociedad termine defendiendo con uñas y dientes intereses que no son los suyos.

La sociedad sin conciencia

El usuario de internet, convertido en consumidor digital, está obligado a hacer un examen de conciencia.

Teo Cardalda, presidente de ACAM

El pensamiento único, que cada vez se parece más al pensamiento cero, es la principal consecuencia del monólogo del poder, que imparte sus clases magistrales en los salones de cada casa. La televisión construye mentes y fotocopia personas. «Cada uno es un mundo», aseguran los clones.

El «pensamiento único», aunque extendido, no se llama así por ser el único que existe sino porque se presenta a sí mismo como el único posible. El «pensamiento único» no acepta ser una idea más sino que se autoconsidera sentido común, palabra de Dios o designio de la naturaleza. Todo lo que lo contraríe es loco, blasfemo o contranatura.

Las opiniones del poder económico no admiten rival y cuando la práctica social las contradice es porque el pueblo debe ser educado y su moral necesita de mejor guía espiritual. Teo Cardalda, presidente de ACAM, en relación con los futuros juicios por «piratería» dice que los autores esperan que impere el «sentido común en las sentencias cuando éstas se produzcan, un sentido común que seguro irá arraigando en los ciudadanos». Es decir, el sentido común ya no necesita ser común para que pueda llamarse así, sino que es suficiente con que lo posean unos pocos elegidos que esperan que el resto termine aceptándolo como única opción posible. En la fabricación del consentimiento uno sabe que ha llegado al éxito total cuando consigue imprimir la ideología hasta tal punto que la transforma en un sentido común artificial. Como lo obvio, por definición, se argumenta por sí mismo es difícil luchar contra tanta evidencia postiza y tanto sentido común sin sentido.

La SGAE, los artistas superventas y las multinacionales discográficas se han lanzado a una campaña destinada a la educación del desviado pueblo. A pesar de que Internet es buen reflejo de que hay opiniones distintas y de que el tema no es ni mucho menos indiscutible, los medios de comunicación solo emiten y difunden las ideas de una de las partes del conflicto. Ya dice Noam Chomsky que la propaganda es a la democracia lo que la violencia a la dictadura. Hay que controlar lo que la gente piensa. No se puede permitir que la sociedad hable de sus intereses sino que hay que hacer ver que el único interés digno es el de la SGAE y sus mil portavoces. «Pienso, luego existo», decía Descartes. «Piensan, luego hay que remediarlo» diría la SGAE.

El fenómeno no es nuevo. Toda sociedad ha tenido que aceptar verdades absolutas creadas por el interés de los ricos de no dejar de serlo. Antes se usaba a Dios para que hiciese de portavoz y todos aceptaran, ahora se usa a la televisión. Los intereses de clase se convierten mediante la repetición en todos los medios de comunicación en una moral absoluta, eterna e inmutable que no admite discusión. Posteriormente los legisladores se encargan de sacralizar en los códigos lo que ya todos aceptan como verdadero en sus casas y en las calles.

En la búsqueda de la moral única no son pocos los artistas que se han convertido en profesores del descarriado pueblo. La teoría que dice que el pueblo es un grupo de niños que necesita de personas más sabias y elevadas que los guíen, no es nueva. El periodista Walter Lippman ya elevó la manipulación a la categoría de arte hace unas décadas. Según él los ciudadanos son un «rebaño desconcertado» que tiene que ser eficazmente guiado. La sociedad es demasiado estúpida como para saber lo que es legal y su moral es despreciable y debe corregirse.

Es difícil equilibrar posturas cuando una de las partes cree que su función es la de educar a la otra. Para el poder, las estructuras del pensamiento en las sociedades modernas están divididas por clases: por un lado, la élite intelectual que representa los intereses económicos de unos pocos definiendo principios e ideologías, y por el otro unos ciudadanos destinados a aceptarlas porque no tienen capacidad suficiente ni para trazar ideas coherentes ni para saber cuáles son sus intereses.

Es decir, sencillamente la sociedad carece de ética y esos valores se enseñarán desde arriba hacia abajo. Reinhold Niebuhr, consejero presidencial de asuntos exteriores de EEUU en la época de Kennedy, dijo que «la racionalidad pertenece a los observadores tranquilos, mientras que la gente corriente, no sigue mas razón que la fe, estos observadores tranquilos, deben reconocer la estupidez del hombre medio y deben facilitar la fantasía necesaria y las supersimplificaciones emocionalmente potentes, que mantendrán a los ingenuos inocentes en el buen camino».

Teddy Bautista lleva a la práctica esa teoría general y, cuando habla, no parece que esté manifestando una simple opinión, sino apelando a un derecho natural invariable que hay que seguir para ir por el buen camino. Para él «la piratería es una quiebra de uno de los valores que sustentan la sociedad. La sociedad se basa en normas de comportamiento, en convenios y consensos y si la piratería se permite y se disculpa se está quebrando la ética social». Pero ¿cómo puede romper la sociedad la ética social? La ética social no puede ser traicionada por los comportamientos generalizados de la propia sociedad, porque son precisamente ellos los que la determinan. Lo que Bautista quiere decir realmente es que la ética social es incorrecta y hay que cambiarla. Concretamente por la suya. El hecho de que la sociedad piense distinto solo puede tener la explicación de que están corruptos por dentro. En el mejor de los casos no es porque la sociedad sea mala sino porque el demonio les ha poseído y hay que hacer un exorcismo de urgencia desde todos los medios de comunicación. Para Bautista el fenómeno de la piratería es muy difícil de combatir porque depende de la conciencia de la sociedad civil. Tal y como él lo define: «la piratería es un gusano que te come por dentro sin darte cuenta». No es que tengas una respetable opinión divergente, lo que tienes es un bicho en el cuerpo.

Esta visión no se quedará en una pataleta esporádica en los medios de comunicación tradicionales. La propaganda pretende ser un bombardeo que no deje neurona viva. La goma de borrar que limpie nuestra conciencia y nos convierta en defensores a ultranza de intereses opuestos a los nuestros, está preparada para sorprendernos tras cualquier esquina. Para José Manuel Gómez Bravo, director de Propiedad Intelectual del Grupo PRISA y expresidente de la Mesa Antipiratería, cualquier cauce para hacer su campaña particular es bueno: «desde las series de televisión, al mundo del deporte, que son ámbitos de mucho predicamento entre los más jóvenes que pueden hacerles reflexionar sobre esas prácticas». No solo en el futuro la familia Serrano será la encargada de nuestra errónea educación y de la de nuestros hijos, sino que la propaganda amenaza con extenderse a los conciertos, salas de cine, fanzines, locales de diversión y mensajes a móviles; «habrá que lanzarse a todos aquellos mecanismos suyos de comunicación», asegura José Manuel Gómez Bravo, representante de la Comunidad de los Rectos.

Los fanáticos del copyright siembran la tierra con sus particulares ideas legales y económicas. No importa que las primeras sean insostenibles, ni que las segundas se demuestren ineficaces en la práctica. Los dogmas de la religión del copyright se presentan a sí mismos como única verdad.

El 19 de Abril de 2005, un grupo de alumnos del Master de Propiedad Intelectual del Grupo Prisa fueron al instituto Antonio López, de Getafe, para evangelizar a todos aquellos pecadores que caen en la tentación del Emule. Los alumnos del Master, miembros aventajados de la religión del copyright, instruyeron a los jóvenes de los peligros de descargar música y películas de Internet. La alternativa era seguir la palabra sagrada o esperar el castigo en forma de hecatombes, epidemias y plagas. Si sigues bajando de la Red «ya no habrá nuevas películas, ni nuevas canciones, ni autores que se arriesguen», además, según el diario EL PAÍS, «los alumnos del curso [de propiedad intelectual] pintaron un panorama desolador, con tiendas de discos sólo llenas de discos recopilatorios».

Educados bajo el prisma de que modelos económicos solo hay uno y que la cultura y la industria son una misma cosa, estos nuevos guardianes de la moral y las buenas costumbres adoctrinaron a sus futuros fieles. Los fanáticos del copyright crean adeptos a un sistema económico que no funciona y a unas leyes que si realmente existieran nos perseguirían a casi todos. Mientras los convencidos siguen los mandamientos para asegurarse plaza en el cielo, los convencedores prefieren sitio en alguna que otra empresa o entidad de gestión como premio a su labor mesiánica.

Sin embargo, la tarea es difícil porque las cosas aquí abajo son muy distintas a como son en el cielo. Aquí, en la tierra, las leyes tienden a proteger únicamente a los mercaderes que Jesús expulsó del templo y, siendo así, es difícil asustar con lo de que la música desaparecerá porque su precio ya hace que esté de hecho desaparecida para la mayoría.

Con éxito o sin él, los evangelizadores, completada su misión, se fueron no sin antes desearle a los moralmente desviados «que por lo menos la conversación os haya servido para que tengáis más simpatía por los derechos de autor». Simpatía probablemente no despertaron, pero miedo seguro que sí. Y es que a veces, con tanto diluvio universal, es difícil saber cuándo la religión busca que ames a tu Dios o que le temas.

Este tipo de adoctrinamientos a domicilio se considera que no son propaganda sino educación objetiva. No representan un determinado modo de ver la propiedad intelectual, concretamente el modo más restrictivo y asocial, sino que es el único modo. El orden natural de las cosas es lo que representan estos enviados de Dios y todo lo demás no pasa de ser una visión crítica de un orden invariable e impuesto desde el cielo.

El 27 de Abril de 2005 se suspendieron las conferencias sobre software libre organizadas por el Centro Social Seco y alumnos de la Escuela Politécnica de la Universidad de Alcalá de Henares porque, según la dirección de la escuela, esos actos eran «una tapadera para hacer propaganda política». La única diferencia entre estas jornadas y las clases sobre «propiedad intelectual» del Master del grupo PRISA es que las segundas no eran una tapadera para hacer propaganda política, sino que eran propaganda política descarada. Sin tapaderas ni complejos.

«Los ciudadanos tienen que cambiar su mentalidad», dice la ministra de Cultura a sus hijos. Esta campaña de educación que se pretende impartir por aquellos que hablan de los «ciudadanos» o de las «personas de la calle» como si fueran gente distinta a ellos, es en realidad una campaña de adoctrinamiento.

Una vez pasado el fin de semana tras la aprobación del Plan Antipiratería, los editoriales de los diarios comenzaron su labor propagandística. El de El Periódico de Cataluña tenía el ilustrativo titular de Copiar no debe ser gratis. Desde la editorial de EL PAÍS se pide más mano dura en esta tarea de trasplante de mentes en masa: «Las campañas de mentalización ciudadana, parte destacada también entre los cinco puntos del plan gubernamental, deben ser atinadas y no caer tanto en las aulas de los colegios como en todos aquellos lugares donde los más jóvenes —que son los que, por lo común, no tienen sentido de culpa ni percepción de infracción legal— acceden como lugares de ocio. Los mensajes a ellos destinados deben ser claros y directos y utilizar sus medios habituales de comunicación, desde los móviles a campañas en páginas web o la televisión».

Cuando la Asociación de Usuarios de Internet, tres meses antes de la aprobación del Plan Antipiratería, hizo al Ministerio de Cultura la pregunta explícita de si el intercambio sin ánimo de lucro en redes P2P era legal, la respuesta fue: «Si el intercambio de contenidos a que usted hace referencia supone una actividad para la que la ley establece la necesaria autorización de los titulares de los derechos, obviamente no podrá realizarse sin ella, salvo que dicho intercambio sea encuadrable en alguno de los límites para los que la ley de la propiedad intelectual establece que no es necesaria la autorización del autor ni la del resto de titulares de derechos de propiedad intelectual. Por otra parte, como usted sabe, la interpretación de las leyes no corresponde a las Administraciones Públicas sino a los Juzgados y Tribunales de Justicia».

La respuesta del Ministerio se podría haber resumido en que el intercambio en P2P es legal, si lo permite la ley, pero que no lo es, si no lo permite. Pero lo que resulta más sorprendente es que mientras dicen que no son nadie para interpretar las leyes inician una campaña masiva con la que elevan su opinión legal a verdad universal.

El poder económico siempre ha estado empeñado en hacer pasar a sus intereses privados por intereses comunes. Si pirateas no solo me perjudicas a mí sino que acabarás con la música, acostumbran a decir los superventas futurólogos. Por lo tanto, sus intereses y los nuestros coinciden. Son comunes los intereses de un magnate discográfico y los de un camarero. Pero, si esto es así, si es cierto que los que descargan música de Internet perjudican sus propios intereses ¿por qué siguen haciéndolo? Es sencillo, simplemente son demasiado estúpidos como para darse cuenta de lo que les conviene y hay que guiarlos por ese «buen camino» del que hablaba Reinhold Niebuhr.

El poder traslada el mensaje de que lo que la sociedad pide hay que rechazarlo porque la perjudica. Los ciudadanos, incapaces de saber qué es lo mejor para ellos mismos y para tomar sus propias decisiones, deben ser educados por un grupo de personas mejor preparadas. Como dijo Harold Laswell en Encyclopaedia of Social Sciences, debe reconocerse la «ignorancia y estupidez de las masas» y no dejarse llevar por «dogmatismos democráticos acerca de que los hombres son los mejores jueces de sus propios intereses».

Hoy continúa vigente esa estrategia que se basa en hacer creer que lo que perjudica a un sector privado es en realidad un problema colectivo. El hecho de que millones de personas se intercambien cultura y la tengan al alcance como nunca antes en la historia, es enfocado como un grave problema que afecta a la sociedad en su conjunto y contra el que los ciudadanos deben luchar activamente. El periódico EXPANSIÓN dice que El Plan contra la Piratería, «da al fenómeno un enfoque correcto, al considerarlo no como un problema específico de un sector industrial, sino como una cuestión que afecta a toda la sociedad. […] La piratería genera evidentes efectos perniciosos para la sociedad […] El final de la piratería exige concienciar e involucrar a los consumidores en su erradicación».

Esa educación queda a cargo de una élite que considera que dejarte libertad para tomar tus propias decisiones es tan inteligente como permitir a un niño de dos años cruzar la calle solo.

No es sólo en España. La estrategia de concienciación para que los ciudadanos se pasen a base de palos a un modelo de negocio que no demandan, se practica con éxito en la mayoría de los países. Como saben los padres que hayan echado mano alguna vez de la leyenda del Coco, la estrategia del miedo aplicada a edades tempranas suele tener el efecto disuasor deseado. En Francia, Google, Symantec, Microsoft y la European Music Copyright Alliance han subvencionado una campaña propagandística sobre el «uso responsable, prudente y civilizado de Internet» para que sea impartida en los colegios. Serán estas grandes corporaciones las encargadas de educar a los hijos y de hacerlos consumidores ejemplares. Los colegios galos pasan vídeos a sus alumnos más jóvenes donde se les recuerda que los peligros les acechan a solo un clic de distancia. Como el narrador advierte a esos pequeños peligros sociales: «distribuir archivos músicales sobre los que no posees derechos se paga con 3 años de prisión y multa de 300 000 dólares… es un riesgo muy grande por algo tan pequeño, sobre todo cuando existen ofertas gratuitas y sitios legales de pago». Tras estas palabras aparecen en pantalla los logos de iPod e iTunes. iPod es un reproductor de música digital e iTunes una plataforma de pago para la descarga de música. Ambos productos están fabricados por Appel que es, por si lo dudaban, colaboradora de la campaña educativa.

Con la estrategia del miedo y la excusa de la piratería, las empresas promocionan sus productos en las escuelas y enseñan a nuestros hijos los sacrosantos valores del consumismo. Ya en 1934 el ex publicitario James Rorty explicaba que «el sistema democrático de educación (…) es una de las mejores maneras de crear y expandir los mercados de artículos de toda clase».

El hecho de que los internautas sean más duros de pelar en lo que se refiere a la fabricación de su opinión es que el método de recibir la información que tiene Internet es colectivo. Las noticias se publican y todos los internautas de cualquier país las comentan, las contrastan, las niegan o las aceptan en el mismo sitio donde se han publicado. Ya no estás solo cuando la información te llega.

El sistema de «fabricación del consenso» era perfecto: a la gente se le encierra en casa, se le sienta ante el televisor y se le suministran las ideas que debe aceptar. Es difícil defenderse de algo así cuando no puedes contrastar con nadie la realidad de lo que has visto. Si dudas, inmediatamente la duda se diluye porque piensas que solo lo piensas tú y que debes estar poco menos que loco. Sin embargo, en Internet, la cosa cambia. Si aparece una noticia alarmante, los internautas se ponen en contacto, se hacen preguntas y se las responden mutuamente. Lo más peligroso de Internet es que mantiene a la gente en contacto y ante tanta diversidad siempre hay alguien que sepa de lo que tú preguntas. Lo que antes se acataba como cierto porque no sabías a quién acudir para que te despejara la duda ahora es relativo, y «relativo» es incompatible con el carácter incontestable que a sus palabras le quiere dar el poder.

La publicidad

La propia estructura de los medios de comunicación impide las ideas que no sean superficiales. Para empezar hay pocos programas donde se pueda debatir sin que aparezca Boris Izaguirre bailando en calzoncillos encima de la mesa. Por otro lado, los programas que permiten el debate, terminan antes de que te hayas hecho a la idea de que han empezado. Programas de una hora con intervenciones de segundos donde si te pasas de tu tiempo asignado el micrófono se te baja o el presentador te golpea en la nuca. Ese sistema es magnífico para los que defienden posturas elementales. En 59 segundos, da tiempo a que Chenoa diga que los músicos se mueren de hambre por la piratería y a que guiñe el ojo a la cámara por lo menos un par de veces, pero intenta explicar algo más complejo en ese tiempo. Es absolutamente imposible.

Pero no solo eso, en estos tiempos, en los que los costes de mantener un periódico, una emisora de radio o un canal de televisión, son prohibitivos, los patrocinadores publicitarios son los que deciden, con sus inversiones, la vida o la muerte de un medio de comunicación o de las noticias que comunican.

Los periódicos críticos han sido aniquilados porque para los anunciantes es una pérdida de tiempo y dinero insertar publicidad en medios que no están destinados a posibles consumidores sino a un sector social para el que llegar a fin de mes es un récord olímpico. El hecho de que la clase obrera no sea la mayor consumidora de Chanel N°5, chalecos Lacoste o zapatillas Nike, es la razón por la que los periódicos dirigidos a ella nunca tendrán publicidad que les financie y les permita competir.

«Los productores que ofrezcan a los patrocinadores las mejores oportunidades de lograr un beneficio a través de su público recibirán apoyo, mientras que aquellos que no puedan competir a ese respecto no sobrevivirán», dice Joseph Turow en Media Industries: The Production of News and Entertainment. Los que sobreviven son los grandes mercaderes de noticias, que saben bien que sus clientes no son sus lectores, sino sus anunciantes.

La televisión es influyente pero no es comparable a la influencia de la publicidad sobre la propia televisión. Esa influencia no es sutil y accidental, sino determinante, porque, como sabe Grant Tinker, director de la NBC, «la televisión es un medio sustentado por la publicidad».

La publicidad y el patrocinio deciden los contenidos. Los medios de comunicación tienen que mantener y captar a los patrocinadores que les subvencionan y, para eso, deben convencerles de por qué estos programas y no otros les son beneficiosos para incluir su publicidad. En otras palabras, si vas a las oficinas de Vale Music para convencerle de que patrocine un documental sobre los beneficios culturales que origina la difusión libre y gratuita de la música en Internet, no te olvides del chaleco antibalas. No solo no patrocinarán ese programa sino que, si lo emites, lo más probable es que no patrocinen ni inserten publicidad en ningún otro en el futuro. Has perdido un cliente y todo por jugar a ser periodista.

La posibilidad de enfadar a los anunciantes que te pagan la piscina olímpica es la espada que pende sobre la cabeza de los directivos de los medios de comunicación. Como cuenta Noam Chomsky «la cadena de televisión pública WNET perdió en 1985 la financiación de la Gula + Western después de la emisión del documental Hungry for Profit (el negocio del hambre), que contenía material crítico con la actividad de las empresas trasnacionales en el Tercer Mundo […] El director ejecutivo de la Gula + Western se quejó a la emisora porque el programa era virulentamente anticomercial, por no decir antiestadounidense. […] El Economist de Londres afirmó que mucha gente cree que la WNET no volverá a cometer el mismo error».

Y no solo la WNET no volverá a cometer el mismo error, sino que, los que saben escarmentar por cabeza ajena, tampoco lo harán. Las instrucciones de Procter & Gamble para su agencia de publicidad son precisas: «en nuestros programas no habrá ningún material que de un modo u otro pudiera fomentar el concepto de negocio como algo frío, despiadado y desprovisto de todo sentimiento o motivación espiritual». El director de comunicación empresarial de General Electric reclama «programas con un ambiente que refuerce nuestros mensajes empresariales».

El periodista español Xavier Más, que lleva 20 años ejerciendo la profesión, revela en su libro Mentiras que los anunciantes «presionan todo lo que pueden para conseguir el titular y el enfoque informativo que más les conviene». La influencia no es accidental sino que determina el modo en que se representará la realidad. Son los anunciantes los que presionan para «que los suplementos de automóviles dejen bien a un modelo determinado, que la sección de sociedad no informe sobre la contaminación causada por los fabricantes de embutidos en los acuíferos de varias comarcas, que no se investigue a fondo la calidad de los productos frescos en las grandes superficies y que se olvide el proyecto de examinar el agua y la arena de las playas en una zona turística».

La publicidad soborna con cifras que la mayoría ni sabíamos que existían y esas cifras mandan. No solo los anunciantes no permitirán que hables sobre ellos y les toques levemente, sino que, en general, los contenidos polémicos sobre cualquier tema no les son atractivos. Según exige S. C. Jonson & Co. sus anuncios «no deben colocarse junto a artículos de temas polémicos o de materiales contrarios a la naturaleza del producto publicitado» y, hasta hace poco, Chrysler exigía que «se le informara por anticipado sobre cualquier contenido a publicarse sobre temas sexuales, políticos o sociales o cualquier editorial que pueda tener interpretaciones provocativas u ofensivas». Aunque estas exigencias son, para los directivos, palabra de Dios, es cierto que eso no quita que artículos críticos salgan a la luz, pero son tan escasos que dan la sensación de representar opiniones marginales. En ocasiones, esas opiniones son las que secunda la gran mayoría de la sociedad, pero al estar a una proporción de uno contra cien en cuanto a su presencia en los medios, se consigue el efecto de que los lectores terminen por aceptarlas como radicales o extremas, aunque sean las suyas.

Las relaciones entre las empresas y el contenido de los programas que patrocinan no es un secreto. En 1996, se hizo pública una carta de Heineken a los productores del programa televisivo Hotel Babylon. En el comunicado se reprochaba que se veía muy poco la cerveza, que los espectadores bebían algo tan poco masculino como el vino y que entre el público había demasiados negros.

Si las empresas tienen el poder de decidir hasta el color de la gente que ve los programas en directo, ¿qué pueden hacer con sus contenidos menos accidentales? La respuesta correcta puede que sea: lo que quieran.

Hace unos años, Fox Televisión, abrió un espacio de periodismo de investigación. A los profesionales que lo iban a llevar a cabo, se les dio lo que hoy parece una utopía: tiempo y libertad para tratar los temas. Según cuenta uno de los periodistas que participaron, uno de los primeros temas que se trataron fue el «descubrimiento de que la mayoría de la leche del estado de Florida y de gran parte del país estaba adulterada con los efectos de la hormona de crecimiento bovina que estaban inyectando los granjeros a sus vacas para que pudieran producir más leche». El tema era obviamente del mayor interés general, pero eso implicaba directamente a la corporación Monsanto.

Tan pronto como se anunció el programa y el tema que tratarían, llegó a la redacción una carta de la abogada de Monsanto. La cadena retiró el documental para volver a comprobarlo y la conclusión a la que llegaron es que no había errores en la historia y que todo estaba absolutamente comprobado. A la semana llegó una nueva carta que advertía de que la retransmisión del programa traería «pésimas consecuencias para Fox News». Y fue ahí cuando todo se canceló. Como explica una de las periodistas, los directivos de la cadena, no solo tenían miedo a que les demandaran sino que también «tenían miedo de perder dinero por publicidad por todos los canales que poseía Rupert Murdoch». Tras una batalla entre los periodistas, que sabían que la historia era real, y los directivos, a los que eso no les importaba nada, la última posibilidad que se les dejó a los primeros era la de recontar la historia al gusto de Monsanto. La única posibilidad era, simplemente, mentir porque los periodistas sabían que la información que se les obligaba a emitir era demostrablemente falsa. Se negaron a presentar esa historia manipulada y fueron despedidos.

Los periodistas demandaron a la Fox por despedirles por negarse a hacer algo que consideraban ilegal, por negarse a retransmitir una información que sabían que era falsa y que demostraron que era falsa. El jurado falló contra la Fox y declaró que la historia que los periodistas se negaron a emitir era «falsa, distorsionada o sesgada». Pero Fox apeló el veredicto y ganó. Los jueces del tribunal dictaminaron que no se había despedido a nadie por negarse a cometer una ilegalidad porque falsificar noticias… no va en contra de la ley.

Las empresas llevan años pidiendo a gritos los programas que quieren, las informaciones que les gustan y los artículos inocuos que les satisfacen. Y su opinión y sus cheques pesan más que solo tu opinión. Si esto es así, si aceptamos la publicidad como un filtro de la información, no es de extrañar entonces el consenso de los medios de comunicación a la hora de condenar lo que han coincidido en llamar «piratería en Internet». La próxima vez que te preguntes por qué ese artículo que has leído en la prensa del día sobre «piratería» es tan sesgado, pasa la página y si ves a Alejandro Sanz a todo color haciendo eso de taparse el ojo con un vaso, ya tendrás la respuesta.

Pedir imparcialidad a los medios de comunicación es visto como un sueño de locos. Ofrecer información objetiva para que el público saque sus propias conclusiones sin que se le suministren las ideas, parece una aspiración imposible. La memoria de 2003 de la Federación Antipiratería se congratula de que durante ese año «TVE, Telemadrid y Antena 3 incluyeron diversas informaciones respecto a las actividades contra la piratería e incluyeron el tema en debates y monográficos en programas como Informe Semanal, Alerta 112 y otros. Además la postura de los medios estuvo claramente a favor de la protección de los contenidos».

Muchas noticias son en realidad artículos de opinión disfrazados y aprovechan esa apariencia de rigor informativo para colar los mensajes sin oposición. La autodefensa intelectual está baja cuando lo que se cree que se va a recibir es simplemente información imparcial. Así, se termina aceptando como verdad incontestable lo que no es más que una de las muchas posturas posibles.

La perversión del lenguaje por los medios de comunicación realiza la labor de rendir pleitesía a las posturas del poder y desprecio por las que le son ajenas. En ocasiones no es una toma de postura consciente sino que los propios periodistas han adquirido como latiguillos lingüísticos lo que en su día nació como una manipulación absolutamente pretendida. La revista Computer Idea, en un artículo sobre la «piratería», calificó de Garzón justiciero al abogado que dijo haber denunciado a 4000 españoles usuarios de P2P y que aseguró tener en el punto de mira a 91 000 más. A los que criticamos esa supuesta denuncia se nos adjudicó el menos apuesto sobrenombre de «los perros» que se le echaron encima. Según el artículo de esta revista fue imposible por parte de la industria parar las redes P2P porque, con el nacimiento de Napster, «el mal ya estaba hecho». Para colmo de colmos, en una columna del artículo en la que se reproducían citas de diversos personajes, aparece una que se asemeja ligeramente a algo que yo he dicho alguna vez y a la que decidieron colocar la firma de «David Bravo Bueno, un pirata».

La locutora de un canal de radio que me entrevistó por teléfono y en diferido sobre estos asuntos, mantuvo ciertas discrepancias conmigo sobre mi opinión acerca de la parcialidad de los medios de masas. Ella hizo una defensa encendida de la independencia y objetividad de, al menos, su programa. Tras aparcar este debate privado inicial y entrevistarme, me indicó que algunas de mis opiniones no podía pasarlas en antena por ser demasiado polémicas.

El diario de Córdoba, en una noticia que narraba las protestas contra la «piratería» que hubo en la 19 a entrega de los premios Goya, decidió el poco sensacionalista titular de: Don Quijote contra la piratería aprovechando que era el IV centenario de la obra magna de Cervantes.

El portal de Terra publicó unas declaraciones de Michael Jackson referentes a una ley que pretende «penalizar con la prisión a los 60 millones de estadounidenses acusados de piratear música y películas a través de Internet» en las que el artista decía que se quedaba sin palabras «solo de pensar que las cárceles se llenen de fanáticos de la música, en su mayoría adolescentes, solo por bajarla». El subtítulo elegido por Terra para la noticia fue: Explosivas declaraciones de Michael Jackson.

En otra noticia de Terra se presenta la declaración de Alanis Morrissette que dice que «para muchos artistas esta llamada piratería es favorable». Bajo la fotografía de la cantante puede leerse «Morrissette fue muy dura en sus declaraciones».

Terra, que, por si lo dudaban, tiene actualmente un portal de descargas de música de pago, puso el subtítulo de «explosivas declaraciones de Manu Chao» a las que el cantante dio durante un programa de la cadena Emisión Digital. Terra nos cuenta que «la conversación, que no tuvo desperdicio, fue derivando, hasta transformarse casi en una defensa de las copias personales de discos».

En realidad, las declaraciones de Manu Chao no fueron «casi una defensa de las copias personales de discos» sino una defensa encendida, hasta tal punto que dijo que «si un chaval de quince años no se baja tu disco de Internet, es que es gilipollas». Terra, para sacar su titular, prefirió resumir esa frase a su manera y colocó: «Eres un gilipollas si no pirateas».

Mientras nuestras leyes permiten las «copias para uso privado», los medios de comunicación se llevan las manos a la cabeza cuando un artista declara estar de acuerdo con ellas. Explosivas, polémicas y radicales son los calificativos que acompañan a las opiniones que no coinciden con las del poder por mucho que a veces coincidan con la ley o con el sentir general.

Los sin nombre

Cuando Jorge Cortell publicó en su página web que iba a descargarse un archivo protegido por copyright durante el transcurso de una conferencia retando a que le detuvieran, las opiniones sobre esa actuación se dividieron. Para unos, los menos, aquello era la autoconstrucción artificial de un mártir. Alguien que quiere convertirse en mito revolucionario saltándose toda la penosa parte de las luchas de toda una vida e ir directamente a la honorable muerte que le catapulte a la fama. Para otros, los más, aquella era la muestra de que Cortell creía lo que decía y hacía lo que defendía. Para los medios de comunicación, Cortell, sin embargo, no era ni héroe ni exhibicionista, ni revolucionario ni publicista. Para los medios, Cortell, sencillamente, no era.

Mientras en Internet el caso recorría blogs, foros y páginas webs muy populares, nacionales e internacionales, fuera de las fronteras de la Red prácticamente ningún medio hizo el menor caso. Los pocos que miraron de reojo fue para dar clases magistrales de cómo manipular con solvencia. El diario Levante, haciendo ley el dicho de que hay personas y personas, demostró en una noticia, que debía suponerse objetiva, la poca simpatía que tiene a las opiniones que se apartan de lo que el poder pregona. Bajo el titular El mantenedor de la descarga en Internet, descubríamos que Cortell no era el profesor de un master sino solamente «un conferenciante» y los que le escuchan, no son el público, sino «sus acólitos». La defensa del intercambio en las redes, hecha «sin discreción», se transmitía ante «varias decenas de estudiantes entusiastas de no pagar por la propiedad intelectual».

Los que se apartan del pensamiento único son poco menos que una secta cuando se ven reflejados en los medios de comunicación. Las ideologías que se contraponen en el debate sobre la propiedad intelectual se resumen en los defensores de la cultura, el orden y las buenas costumbres, por un lado, y las personas entusiastas de no pagar, por el otro. Y así, disfrazados de noticia, aparecen estos artículos de opinión escritos por personas que saben entre nada y menos que nada de la materia que comentan. El trato casi quirúrgico que demuestran con aquellos que tienen ejércitos de abogados con la demanda fácil, se convierte en despreocupación cuando el protagonista de la noticia es considerado inofensivo. Quien no aparece en el periódico no existe, y hay quien te pide que le des las gracias por sacar tu nombre impreso aunque sea para mancharlo.

La fuerza del eco

Lo peor de la manipulación es que es contagiosa. Algunos periódicos pueden presentar realidades que son contrarias a lo que su línea ideológica propugna habitualmente solo porque se dejan llevar por la corriente de opinión dominante en el resto de los medios. Al fin y al cabo los periodistas también tienen como mayor fuente de información a los propios periódicos.

En un periódico de tirada nacional, un columnista decía que a él no le parecía que comprar un buen disco a 18 euros sea caro porque «el inicio de una noche de copas —y solo es el comienzo— ya supera esa cifra».

Este redactor refleja una realidad de prosperidad económica que solo existe en su imaginación. Si de verdad lo habitual es que la gente se gaste 3000 pesetas solo en el inicio de una noche de copas, es que vivimos en las antípodas de la precaridad. Lo sorprendente es que la cita reproducida es del número de Mayo de 2005 de Mundo Obrero, el periódico del partido comunista.

La fuerza de la repetición crea realidades que no existen y consigue que los que piden la hoja de reclamaciones a los mandamases del mundo por la pobreza y la desigualdad sean después los mismos que justifican los precios apoyándose en una bonanza económica que ellos negaban ayer y que nuestra cuenta corriente niega todos los días.

Malas hierbas

La Asociación de Compositores y Autores de la Música (ACAM) tiene una página web que, supongo, será principalmente visitada por sus socios. Lo que estos probablemente no saben es que la información que les llega pasa un filtro riguroso. Las noticias que allí aparecen sobre la llamada «lucha antipiratería», suelen ser solo las que celebran las bajas del bando contrario y cantan victoria en una guerra que ya han perdido.

Pero no sólo las noticias son objeto de una selección sino que también su contenido pasa por las tijeras. Para resumir y dejar sólo lo importante, quedan por el camino todas aquellas informaciones que puedan incitar a los pensamientos impuros por parte de los lectores.

Cuando ACAM comentó la noticia aparecida en el diario Levante de la posible censura de la conferencia de Jorge Cortell, terminó con la declaración del rector de la universidad donde ésta iba a producirse y que aseguraba que la única razón por la que no se le permitió impartirla es que no se siguieron los trámites ordinarios para solicitarla. Sin embargo, en el diario Levante, que sirve de base a la noticia de ACAM, y justo a renglón seguido de esa declaración con la que estos ponían punto y final, hay otra del presidente de Promusicae que reconoce haber enviado una carta al rector de la universidad en la que le advertía de que si durante la conferencia se realizaba la descarga de una obra protegida, tal y como estaba previsto, se estaría cometiendo «un acto ilegal de forma masiva». La referencia a esta carta de advertencia, que puede hacernos intuir mejor las razones que explican la postura de la universidad, desaparecía en la información ofrecida por ACAM.

No es la primera vez que el corta y pega por parte de esta asociación se hace eliminando las malas hierbas. Cuando reprodujeron extractos de la carta de Miguel Ríos clamando por la huelga de los músicos, ACAM citó lo siguiente:

(…) Ahora, que las copias sean «públicas», se pague por ellas, y, además, sirva como argumento el bajo precio del producto robado, para afear nuestras protestas llamándonos peseteros, me parece perverso. Y ahí entra la sociedad.

La frase censurada bajo esos puntos suspensivos que quedaron como marca del trasquilón, es ésta: «La posibilidad de clonar nuestro esfuerzo en copias privadas nunca me pareció mal. Que alguien se copie mis discos y los regale a quien quiera me halaga».