La industria y los artistas

Los derechos de autor, englobados dentro del concepto general de propiedad intelectual, se dividen en derechos morales y patrimoniales. Es a estos últimos a los que se refiere la SGAE cuando se lamenta de su infracción. Sin embargo, estos derechos pocas veces los tienen los autores sino que son cedidos a empresas. Raro es que los titulares de los derechos de autor sean los propios autores. Excepcionando los morales, los demás se ceden a cambio de una limosna muy parecida a la nada.

El editor, una especie de manager de los autores que por lo general está vinculado a una discográfica, se hace titular de tus derechos de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación, y se encarga de «mover» tu obra a cambio de un porcentaje de los beneficios que genere. Ese porcentaje ronda entre el 30 y el 50%.

Con el contrato discográfico el artista cede al productor el derecho a fijar su interpretación y el derecho a reproducir, distribuir y comunicar públicamente esas fijaciones. El royaltie es el precio de ganga por el que contratarás con la discográfica y que consiste en un porcentaje de los beneficios obtenidos por la venta de discos. El porcentaje no suele pasar del 8%, lo que te deja una cantidad suficiente para alimentarte siempre que sea a base frutos secos.

Cuando hablemos del derecho del autor a autorizar la comunicación de sus obras o de prohibir su reproducción, de lo que estaremos hablando es del derecho de las empresas. De hecho, la autorización que te dé el autor sobre sus obras es tan eficaz como la que pudiera darte tu vecino de abajo. Los autores han cedido sus derechos de explotación para conseguir acceder a la grabación de sus obras y desde ese momento no tienen nada más que decir en ese terreno.

Las discográficas suelen crear editoriales para participar en los beneficios de la difusión de las obras y para recuperar gastos por los pagos de derechos de autor. Por ejemplo, el pago que los productores hacen a los autores a través de SGAE por los derechos de reproducción mecánica de las obras que van a sacar al mercado, les viene en un gran porcentaje de vuelta gracias a la figura del editor que ellas mismas han creado.

Los contratos discográficos son lo más parecido que hay a los pactos con el diablo. Con ellos vendes el alma a cambio de un deseo. El deseo, ver tu disco en las estanterías, es lo suficientemente poderoso como para que la mayoría festeje el fuego eterno con una sonrisa.