El caso Muzikalia
Muzikalia es una revista de música independiente, que se ocupa de esos músicos para los que es un sueño vender más de 1000 discos. Para ellos, los artistas que venden por millones son sencillamente de otro planeta.
Los cantantes de los que habla Muzikalia no tienen nada que ver con Christina Aguilera, no saben quién es Ricky Martin y no se sienten representados por Alejandro Sanz. Son el proletariado de los músicos. Son esos que no verás en Música Uno.
Muzikalia, en 2002, decidió dar un paso adelante en su labor de fomentar la escena músical independiente de este país, poniendo en su página web una radio on line y una sección de la que te podías descargar gratuitamente música en formato Mp3. Obviamente, se ocuparon antes de obtener la autorización tanto de los autores como de sus discográficas. Nadie se negó. Para que tu música salga en la radio o en televisión es necesario cumplimentar un papeleo burocrático que no está al alcance de cualquiera y que consiste, básicamente, en firmar un cheque con muchos ceros. Si no tienes dinero no puedes publicitar tu música y, si no puedes publicitar tu música, no existes. Por eso, para los grupos que no pasan de unos pocos centenares de copias vendidas, difundir su obra por cualquier medio es un paso de gigante que ayer ni pudieron soñar. Como el propio director me confirma, «Muzikalia era una de las pocas revistas que daba tanto apoyo a la escena indie, y, obviamente, todo el mundo quería poner sus temas».
La idea era estupenda y beneficiaba a todos. Los grupos y las discográficas promocionaban sus discos y los usuarios podían acceder a ellos y conocer así música que ni sabían que existía.
La gran cantidad de descargas que tuvieron nada más poner en marcha el proyecto, convertían en mito aquello de que la radio escupe lo que los ciudadanos demandan. El éxito fue total y los músicos se congratulaban de lo mismo de lo que los ricos de la industria se lamentan. Lejos de matar la música, ésta cobraba vida con las descargas y a escala planetaria.
La SGAE tardó dos semanas en poner los puntos sobre las íes con un correo electrónico. La actividad que Muzikalia estaba llevando a cabo era ilegal y necesitaba la correspondiente autorización, lo que significa, traducido al castellano, que necesitaba firmar el correspondiente talón bancario. No importaba que los autores y las discográficas no solo autorizaran sino que desearan esa difusión. Los derechos de los autores, al estar asociados a SGAE, son gestionados por esa entidad del modo que ella cree conveniente, incluso si ese modo es justo el contrario al que aspira el autor.
SGAE pedía a Muzikalia un 6% de los ingresos que ésta obtenía con ese servicio o bien un canon mínimo mensual de 750 euros por la radio y las descargas de Mp3. Como ese servicio era gratuito y no tenían por él ningún tipo de ingresos, Muzikalia se veía obligada a pagar mensualmente una cantidad imposible para una revista independiente.
La revista alegó que lo que hacían era beneficioso para los autores, que ellos mismos lo habían solicitado, que su idea fomentaría la música independiente en España… La respuesta fue el equivalente educado de «y a mí qué». Entonces se montó el revuelo. Telecinco, El País y Onda Cero, entre otros, se hicieron eco de la noticia: se iba a cerrar una web que difundía la música por expreso deseo de sus creadores. El siguiente paso fue contratar a un bufete de abogados que se encargaría de negociar la licencia para no tener que pagar ese mínimo imposible.
Muzikalia jamás consiguió otra licencia distinta a la que le ofrecieron inicialmente. Un año y medio de negociación infructuosa y 3000 euros abonados en gastos, son suficientes para acabar con el ánimo de cualquiera.
¿Quién salía perjudicado de todo aquello? ¿Por qué se les obligó a cerrar? Nunca lo sabremos, pero lo que es evidente es que es complicado mantener que defiendes a los autores frente a las descargas gratuitas de Internet cuando es patente que un buen número de ellos incentivan y desean esas descargas. Quizás es que ese hecho, el que los músicos pidan que te descargues sus canciones y que pongan los medios para ello, es un argumento potente para los que defienden los beneficios de la libre circulación de las obras y la poca representatividad de los autores muchimillonarios. Sin duda la mejor forma de hacer desaparecer ese ejemplo que probablemente saldría en muchos debates sea forzando la retirada de la página que le sirve de base.
En cualquier caso la propiedad intelectual aplicada de la forma más restrictiva volvió a hacer otro gran bien a la cultura cerrando un sitio gratuito que permitía su difusión y su acceso. Si el derecho de autor nacido para proteger la cultura se ha convertido en el principal arma para asfixiarla es que algo está fallando. Si esto es así, es que se han olvidado los fines a los que sirven esos derechos. Si esto es así, es que hay que cambiarlo todo.
¡Este no es mi progre, que me lo han cambiado!
—¡Cómo has cambiado de ideas, Manolo!
—Que no, Pepe, que no.
—Que sí, Manolo. Tú eras monárquico. Te hiciste falangista. Luego fuiste franquista. Después, demócrata. Hasta hace poco estabas con los socialistas y ahora eres de derechas. ¿Y dices que no has cambiado de ideas?
—Que no, Pepe. Mi idea ha sido siempre la misma: ser alcalde de este pueblo.
Eduardo Galeano. «Patas Arriba. La Escuela del Mundo al Revés»
Lo que voy a contar en estas páginas es fruto de una investigación que me ha llevado meses. No me es fácil ni agradable revelar el secreto que me atormenta, pero es necesario que la ciudadanía sepa a qué se enfrenta.
¿No les extraña que los músicos progresistas sean los primeros en apuntarse al carro del insulto colectivo? ¿Cómo es posible que precisamente ellos tengan una visión de la propiedad tan asocial?
Muchos tirarán por el lado simplista del acto reflejo y dirán que la ideología tirita cuando el bolsillo tiembla. Los progres se aferran a la visión de la propiedad liberal como Gollum al anillo, en el mismo momento en el que la pugna entre interés colectivo e interés privado les deja a ellos en el otro lado del río. Desde allí, desde la orilla del privilegio, las banderas y las consignas tienen otro valor.
No puedo apuntarme sin embargo a esa teoría. Yo, aficionado a las tesis conspiranoicas, no puedo quitarme de la cabeza que hay algo más. Hay un plan que puede estar involucrando a las más altas instancias políticas y económicas.
Nuestros progres no han cambiado sino que han sido secuestrados y sustituidos por sus dobles. Sé que suena extraño. Sé que es difícil de creer. Pero tengo pruebas que les mostraré en este mismo capítulo.
No hay más que ver las declaraciones de estos músicos para darse cuenta de que son tan contradictorias entre sí que únicamente han podido ser realizadas por personas distintas. El 5 de Mayo de 2001, Víctor Manuel, dijo en elmundo.es: «Yo mismo estuve ayer bajando unas canciones en Gnutella». Sin embargo, tan solo cinco días después, aseguró en el CIBERPAÍS: «No me creo esa reivindicación de la falsa pobreza que hacen los que se quejan de que los discos son demasiado caros. Copiarlos es tan delito como fabricar billetes de 10 000 pesetas».
La única teoría posible es que tras dar la primera declaración, un grupo secreto se puso en marcha, capturando a Víctor y sustituyéndolo por un doble previamente amaestrado que se apresuró a rectificar la declaración del cantante. No se podía permitir que alguien tan influyente dijera que él, sin ir más lejos, usaba las redes de pares para bajar música. El doble subsanó el error de su predecesor con una declaración más acertada.
Natalia Verbeke es posible que en estos momentos se encuentre junto a Víctor en una mazmorra sin saber qué ha pasado para haber llegado hasta allí. Puede que la razón esté en que el 11 de Julio de 2002 le dijo a un fan que, de las películas en las que ella había participado, su favorita era Jump Tomorrow y agregó «si se estrena aquí, la verás y si no, bájatela por Internet». El 1 de Abril de 2005 todo cambió y ahora para ella «la piratería hace estéril el esfuerzo que realizamos los actores o las personas dedicadas a la música, que luego vemos impotentes cómo las películas se bajan a través de Internet».
El caso en el que más rápido han actuado «aquellos que están en la sombra» fue en el de Presuntos Implicados. En una entrevista que dieron on line dijeron: «Justo ayer empecé a usar un programa P2P. Necesitaba encontrar algunas grabaciones que no estaban editadas y me fue muy útil». Esa no es la respuesta que debían dar. Asociar las P2P con la posibilidad de localizar música difícil de encontrar puede justificar, al menos parcialmente, su uso. Debe ser por eso por lo que en la misma entrevista, tan solo cinco preguntas más adelante, aseguraron que «en la manta solo se encuentran los discos que se promocionan en TV y radio, lo mismo ocurre con las descargas de Internet».
Pero, si les quedan dudas de mi teoría, este ejemplo las despejará completamente.
El 15 de Noviembre de 2002, el cantante Loquillo dijo que «está claro que los discos pueden ser más baratos y que bajando su precio todos los implicados pueden seguir teniendo un margen de beneficios. Pero nadie se atreve a dar el primer paso: cuando un sello se atreva a hacerlo, los demás le seguirán».
Pasaron siete días y todo cambió: «Los discos, a pesar de lo que dice mucha gente, deben subir su precio. (…) ¿Que la gente dicen que se puede bajar el precio? Sí, claro que se pueden bajar. Estupendo, toma el CD ¿Ahora qué haces? ¿Cómo se entera la gente de que has sacado un disco? ¿Qué vas, puerta a puerta y lo vas enseñando? No. Tendrás que tener una campaña de marketing para que la gente se entere. ¿Cuánto cuesta esa campaña? Pues cada vez más dinero, porque se han roto las reglas del juego y no es como hace 5, 6 o 7 años en los que había unos gastos muy parecidos en todas las compañías. En estos momentos un artista español no puede competir y, al no poder competir, a las compañías no les queda más remedio que subir el precio».
En aquellos tiempos, ANEDI, por una declaración de Alaska en la que decía que los discos estaban demasiado caros, retiró todos los discos de la cantante de las tiendas. Esa acción causó un revuelo importante y seguramente por eso, se decidió actuar con Loquillo con cierto sigilo pidiendo ayuda a «esos que actúan en la sombra». Así, capturando a Loquillo y sustituyéndolo por otro con idéntico tupé, se consiguió que tan solo una semana después el cantante suplantador dijera justo lo contrario de lo que había afirmado el suplantado.
Por miedo a ser raptados o porque ya lo han sido, la mayoría de nuestros progresistas se cambian de bando. No hay más que verlos en la tele para saber que no son ellos. Fíjense en ese extraño brillo en los ojos.