Los exiliados de las estadísticas
En una carta al director enviada al diario EL PAÍS, un lector cuenta la misión imposible que para él y su esposa supuso ir a la ópera. El impedimento, en realidad, solo era uno: las dos entradas les costaban 242 euros. Después de lamentarse de que la ópera fuera un espectáculo dirigido a los pocos que pueden pagársela, terminó su carta en un estado de exaltación y furia diciendo: «Y a vosotros, compañeros proletarios de la cultura, sólo un mensaje: ¡Viva la piratería! ¡Viva el top-manta! ¡Piratead, copiad, bajaos de Internet, colaos en los espectáculos, usad las bibliotecas públicas!».
La piratería es hija de un sistema que ha condenado al hambre cultural a la mayor parte de la población. Esta censura del siglo XXI en la que se ha convertido el precio, es la mayor promotora de la subversión que supone la copia. Cuando los excluidos han conseguido acceder a avances tecnológicos que les daba entrada en un círculo reservado a una élite, el poder económico ha reaccionado con la táctica del miedo, el engaño y el coscorrón.
El beneficio que genera compartir cultura sin limitación es un exiliado en los medios de masas y en las agendas de los gobiernos. Nada o menos que nada importa el hecho de que millones de ciudadanos tengan hoy un acceso a la cultura que hasta ayer solo soñaban. Que se pida que el interés privado no aplaste al interés general o que las empresas se adapten o sometan a esta nueva realidad es un delirio propio de piratas.
La mayoría de los creadores no serían lo que son si no hubiera existido antes lo que ahora llaman piratería. Si vas a casa de cualquier músico verás que guarda como reliquia del pasado una pila de casetes que, en sus tiempos, se multiplicaban de amigo en amigo. Es esa música, esa cultura que se regalaba, la causa de que ellos hoy sepan qué hacer en el estudio de grabación. La única manera de tenerle ganas a la música es escuchándola y no hay mayor inspiración para hacerlo que ver cómo lo hicieron otros. La principal instrucción de muchos músicos de hoy viene, precisamente, de que se saltaron la barrera que construyó el mercado y accedieron a una cultura que les estaba negada. Sería bueno que existieran los encuestados sinceros y pudiéramos saber cuántos autores de los que hoy claman contra la piratería han sido amamantados por ella.
Daniel Samper Pizano explica en el prólogo del libro Gerardo Masana y la fundación de Les Luthiers que oyó por primera vez la música de Les Luthiers a principios de 1975 en Colombia gracias a una «mano misericordiosa» que le entregó «un casete que alguien copió de cierto casete que alguien había copiado de otro casete que copió, a su vez, un admirador anónimo». Esa mano misericordiosa de ayer, mano pirata de hoy, fue la que hizo que años después Samper escribiera el libro Les Luthiers de la L a la S. Son exiliados de las estadísticas todas las obras que nacen gracias a la misma práctica que algunos dicen que asesina la cultura y ahoga la creación.
No solo la difusión de la cultura multiplica a los que la saben crear sino también a los que la saben disfrutar. Mientras la televisión te condena a pena de aburrimiento perpetuo, las redes P2P han supuesto para millones de personas la burla de un sistema diseñado para desactivar cerebros y homogeneizar personas.
En lugar de aplaudir e intentar mantener ese avance que multiplica el acceso y la diversidad cultural de los ciudadanos, los gobiernos han decidido despreciar y criminalizar a la sociedad a la que deberían representar y proteger. El interés que suscita el acceso a la cultura lo resumió bien una parlamentaria en un debate en La 2 y que dijo que «lamentablemente en España se lee poco, pero lo importante es que no se lea pirata». En la España en la que la Pantoja y Pocholo son las dos personas más populares del 2003 lo importante no es que los ciudadanos lean, sino que no lean fotocopias.
Pero el derecho al acceso a la cultura no es el derecho al ocio, ni el derecho a disfrutar del tiempo libre. Es mucho más. El crecimiento de cada persona es muy distinto dependiendo de la cultura que come y digiere. Tus aficiones, inquietudes, deseos e ideologías están directamente relacionadas con los libros que lees, las películas que ves y las canciones que escuchas. Lo que está en juego es el derecho al desarrollo de la personalidad. Lo que está en juego es el derecho a ser.
La cultura es la vitamina que exige el derecho a la libertad de expresión para que pueda ser ejercido con toda su potencia. Uno de los mejores trucos de las democracias de hoy consiste en dejar plena libertad a decir lo que se quiera a los mismos ciudadanos a los que la televisión les ha cortado la lengua. ¿Qué libertad de expresión tiene el ciudadano que no tiene nada que expresar o que no sabe cómo hacerlo? ¿Qué libertad de elección tiene quien solo sabe elegir qué concursante de Gran Hermano debe abandonar la casa? Derecho formal es como puede llamarse a la libertad de expresión en los tiempos en los que Carmen de Mairena es un ídolo de masas. Es el derecho a dormir en el Ritz del pobre, el derecho a pensar del lobotomizado y el derecho a andar del encadenado. La libertad de crítica a lo establecido sin acceso al conocimiento es como la libertad de disparar sin balas.
La obra de teatro de la compañía Animalario Alejandro y Ana (lo que España no pudo ver del banquete de boda de la hija del presidente), que está editada en DVD, no escapa, como ninguna, de la posibilidad de ser copiada. Fue por eso por lo que el Ciberpaís preguntó qué opinaba sobre esa realidad a uno de los intérpretes de la obra, Guillermo Toledo, quien, sin pelos en la lengua, dejó claro que está «absolutamente a favor» porque, según cuentan que cuenta, él lo que quiere es «que la gente lo vea».
De mis amigos no fueron pocos los que siguieron el consejo de Guillermo y de mano a mano, de amigo a amigo, el CD pasó por todos y cada uno de los que forman mi círculo cercano y no tan cercano.
Meses después nos enteramos de que Animalario venía a Sevilla a representar la obra que ya era un clásico para nosotros y fuimos legión los que decidimos asistir al banquete. De los que fueron, muchos jamás habían ido antes ni a esa ni a ninguna otra obra de teatro. De los que ya habían ido, mucho hacía que no iban. Pero aquella descarga que se compartió, hizo que no menos de veinte asientos se reservaran para la boda. Y, a pesar de todo, esos veinte asientos, esas veinte entradas y esos veinte amigos jamás cuentan en las cuentas de ninguno de los informes que analizan los perjuicios que causa el compartir.
En los periódicos y en los estudios encargados por las entidades de gestión las únicas cifras serias son las que enumeran euros y no las que enumeran personas. Esos millones no importan para los que consideran sus intereses privados como los más importantes del planeta. Para el poder, los derechos ajenos cuando no se ignoran se supeditan y los suyos ganan por goleada cuando se enfrentan a los de todos los demás. Teddy Bautista, presidente ejecutivo de SGAE, lo tiene claro y para él la propiedad intelectual debería ser más preservada que otro tipo de bienes.
El pensamiento mercantil menosprecia el disfrute gratuito por el mero hecho de serlo. La mayoría de los usos de las redes P2P dan beneficios a los ciudadanos sin causar perjuicios, por la sencilla razón de que son inocuos. Personas que se bajan música, películas o libros que jamás se habrían comprado, son señalados con el dedo por hacer algo que «saben que está mal». Resulta sin embargo un misterio que esté mal algo que no hace mal a nadie.
Según un estudio de dos profesores de la universidad de Harvard y de Carolina del Norte y que pueden secundar la mayoría de usuarios de P2P, la cantidad de obras descargadas que se habrían comprado oscila entre ninguna y casi ninguna. Y no solo eso, gran parte de las obras que tienen unos pocos años no podrían comprarse ni aunque se quisiera porque están descatalogadas. El 75% de las obras músicales publicadas por las grandes compañías no existe en ningún estante de ninguna tienda. Algo semejante puede decirse de libros y películas de las que únicamente mantienen en los comercios las novedades y los clásicos de renombre. Además de eso, hay obras que simplemente nunca han sido publicadas en nuestro país y que nunca lo serán. La descarga de esas obras que resulta inofensiva también es vista con recelo por la lógica de mercado, que no entiende el disfrute sin precio.
El individualismo como filosofía de vida nos enseña que nuestro esfuerzo no debe beneficiar a los demás aunque ese beneficio no suponga para nosotros un perjuicio correlativo.
Pedro Farré, conocido jurista de SGAE, explica bien esta teoría. Para él copiar obras sujetas a propiedad intelectual es como si «después de haber estudiado muchas horas para hacer un examen, el compañero que se sienta al lado lo copia. De forma natural cualquier estudiante se rebelaría contra esto, porque el esfuerzo de cada quien debe significar recompensa para este mismo». La moraleja del cuento es clara: no solo es importante que tu esfuerzo te beneficie a ti sino que sobre todo no beneficie también a los demás. Quítale la careta a tu compañero. Desconfía. Él no es tu amigo, es un parásito, es un competidor que se aprovecha de tu esfuerzo.
En todas las clases, de todos los institutos de todos los países siempre había uno que no te prestaba los apuntes, que si le mirabas el examen llamaba a la seño y que si le decías que te ayudara con el problema de matemáticas te decía «haber atendido en clase». Al parecer este tipo de persona que coleccionaba dieces y collejas y que veía la vida como una carrera de obstáculos en la que estás solo, es el único que actuaba «de forma natural». El egoísmo, la competitividad y el individualismo feroz no solo no son defectos sino que forman parte del ser humano como las uñas, el pelo y los dientes. Si colaboras, si ayudas, o si tu mirada no está enamorada de tu ombligo, tú y solo tú eres el raro. La vida y los palos de la comunidad de los rectos te enseñarán el verdadero camino.
Internet es todavía el privilegio de unos pocos, y esa es la razón por la que el daño que hacen las redes P2P a la venta de discos sea, como dice el estudio de la Universidad de Harvard, «indistinguible de cero». Pero eso no quiere decir que no se vaya a producir un daño en el futuro. La música no morirá, pero es probable que la venta de discos sea dentro de unos años una reliquia del pasado, como reliquia del pasado son las lámparas de queroseno o los coches de caballos que dejaron paso a los coches de motor. El hecho de que los inventos no puedan desinventarse es el mayor miedo de muchas empresas y trabajadores que se ven sustituidos inevitablemente por la máquina. En el pasado, se abalanzaban contra los telares mecánicos los que hacían ese trabajo manualmente y que habían quedado obsoletos por el avance tecnológico. Esa llamada a la destrucción de la máquina, en su versión del siglo XXI, es lo que hace actualmente la industria discográfica. La única diferencia es que las leyes y las demandas de hoy sustituyen como arma a los palos y las piedras de ayer.
En España se ha generalizado la amenaza de que nosotros seremos los siguientes en ser demandados por las grandes empresas discográficas. Millones de familias están en el punto de mira bajo bendición de algunos artistas y del gobierno. De este gobierno y del anterior a éste. Mientras tanto, en las paredes de las calles han aparecido gritos anónimos de los amenazados y que dicen lo que los telediarios callan: «vuestro fallido modelo de negocio no es mi problema».