5: La Puerta del Asesino

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La Puerta del Asesino

La puerta se hallaba al final de una estrecha calle que sólo recibía la caricia del sol durante una hora al día. Casas altas, los hogares de los señores nobles, se alzaban a ambos lados de la vía. Malus reparó en que las ventanas que daban a la calle tenían echados los postigos. Estaba claro que los nobles no querían tener mucho que ver con los clandestinos asuntos del templo.

Se maldijo por no prever el plan de Tyran. Pensándolo bien, el interés del druchii era obvio. La muerte de Veyl debía ser vengada, y el jefe de los fanáticos necesitaba a alguien prescindible para hacer el trabajo. Malus era nuevo en la ciudad, de procedencia incierta, y no tenía protectores que pudieran hablar en su favor. Si moría en las profundidades de la fortaleza del templo, los fanáticos apenas notarían su pérdida.

El noble apartó la vista de la entrada del estrecho callejón y miró a sus dos compañeros. Los fanáticos eran apenas visibles en las profundas sombras del pasaje sembrado de basura. Con las caras ocultas por ajustadas capuchas de lana oscura, daban la impresión de estar completamente relajados y dispuestos para la acción en un momento. No parecía afectarles en lo más mínimo la perspectiva de una muerte segura. Por primera vez, Malus se preguntó qué gratificación les prometía el culto a cambio de su devoción. De niño nunca había manifestado interés ninguno por el templo; muchas familias nobles cultivaban fuertes lazos con el culto por razones políticas, pero los hijos del Vaulkhar Lurhan tenían poca necesidad de afiliaciones semejantes. «¿Qué pensáis que os aguarda allende el velo de la muerte? —pensó Malus—. ¿Espléndidas torres y vasallos? ¿Mil vírgenes? ¿Salones de banquete y una eternidad de batallas?». Aún recordaba vívidamente la noche en que entró en el sanctasanctórum de Urial y pisó el umbral del reino de Khaine. Se preguntó si los verdaderos creyentes se mostrarían tan optimistas si supieran qué los aguardaba.

Al igual que los fanáticos, a Malus lo habían obligado a vestir los ropones de un asesino del templo ya muerto. Los negros ropones de lana habían sido cuidadosamente limpiados y remendados durante el día para ocultar la suerte corrida por el anterior propietario, y Malus se había visto obligado a limpiarse la suciedad del camino de la cara y lavarse la mata de pelo enredado, cosa que le causó no pocas aprensiones. La suciedad le había servido para ocultar el tono grisáceo de la piel y las gruesas venas negro azuladas que le subían por el brazo derecho, el hombro y un lado del cuello. Durante un tiempo había logrado ocultar el corruptor toque del demonio mediante un simple acto de voluntad, pero cuantos más regalos había aceptado de Tz’arkan, más se había extendido la contaminación. Ahora llevaba las manos enfundadas en guanteletes y el cuello envuelto en bufandas. Sobre los ropones vestía el kheitan ligero del asesino, hecho con piel humana, y una cota de fina malla negra. Del cinturón pendían dos espadas cortas de hoja ancha. Malus les hizo un gesto de asentimiento a los otros dos y se echó la capucha sobre la cabeza.

—El sol está poniéndose —dijo en voz baja—. Es el momento.

Sin aguardar respuesta, dio la vuelta y se escabulló fuera del callejón; el sonido de sus movimientos quedó ahogado por el ruido de la concurrida avenida situada al otro extremo de la calle de ventanas cerradas: caballos que caminaban por el adoquinado, hombres que se gritaban unos a otros o maldecían a sus esclavos, y sirvientes que charlaban entre sí mientras iban apresuradamente a concluir asuntos para sus señores antes de que se pusiera el sol. Durante el día, Malus descubrió que Har Ganeth se parecía mucho a cualquier otra ciudad de Naggaroth. Era durante las horas de la noche cuando se convertía en un sitio realmente muy distinto.

La Puerta del Asesino estaba hecha de hierro remachado con un pequeño ventanuco cubierto por una reja de barrotes de acero. No había picaporte ni manilla; las superficies deslucidas de las placas metálicas tenían grabados antiguos dibujos herrumbrosos de sonrientes cráneos y huesos apilados.

Malus alzó un puño y golpeó el hierro oxidado, mientras evocaba las extrañas palabras que Tyran le había dicho que debía pronunciar. De algún modo, las brujas habían logrado enterarse de la contraseña de los asesinos del templo. Se preguntaba si los habían hecho hablar antes de que murieran, o después.

De inmediato se oyó un roce metálico y se abrió el ventanuco. Un par de ojos oscuros estudió con desconfianza a Malus y sus compañeros.

Las palabras salieron como un torrente por sus labios. La frase era una forma arcaica de druchii, el idioma de los eruditos y los teólogos. Tal vez se trataba de un proverbio del templo o de una exhortación del dios; él simplemente se concentró en repetir las palabras según se las habían transmitido.

—La voluntad de Khaine se ha cumplido —concluyó el noble. No tenía ni idea de si era lo más correcto, pero parecía apropiado—. Hemos regresado de la casa de Sethra Veyl y debemos informar.

El ventanuco se cerró con tal rapidez que Malus temió haber cometido un error. Se oyó un estruendo de pesadas cerraduras y el noble se relajó ligeramente cuando la Puerta del Asesino rechinó al abrirse. Sin vacilar, Malus atravesó la abertura que se ampliaba y entró en la gélida oscuridad del otro lado.

Se encontró en un estrecho túnel iluminado por la oscilante luz de un par de lámparas de sebo. Largas sombras se agitaban y danzaban por las curvas paredes manchadas de hollín. Un pequeño semblante pálido se asomó por el borde de la puerta de hierro cuando Malus y los fanáticos entraron apresuradamente. El druchii que cerró la puerta no era más que un jovencito ataviado con blancos ropones manchados, y cuyo cuello rodeaba un hadrilkar de latón hecho de cráneos unidos por eslabones. El joven novicio encajó los pesados cerrojos de la puerta y luego se sentó en un taburete de madera situado debajo de una de las chisporroteantes lámparas. Malus reparó en un segundo taburete desocupado, y dedujo que alguien había corrido a prevenir a los ancianos del regreso de los asesinos. Tras dirigir un gesto de asentimiento a sus compañeros, echó a andar por el túnel a paso vivo.

El plan trazado por Tyran y los otros ancianos era bastante general, pero el cabecilla de los fanáticos les dio órdenes muy específicas: sólo debían matar al maestre de asesinos y al anciano o ancianos que hubiesen ordenado la muerte de Veyl. Por supuesto, nadie sabía cuál de los ancianos había enviado a los asesinos a la casa de Veyl, ni qué aspecto tenía el maestre, ni dónde podrían encontrarlo. Finalmente, tras un prolongado debate, Tyran concluyó que, una vez que Malus y sus compañeros llegaran al templo, los objetivos acudirían inevitablemente a ellos. Los ancianos y el maestre de asesinos querrían oír el informe del ataque, y eso los pondría en manos de los fanáticos. El plan tenía una simplicidad audaz y directa que Malus no pudo evitar admirar, aunque la amarga experiencia lo dejó espantado ante la cantidad de maneras en que las cosas podrían salir desastrosamente mal.

Al cabo de unas pocas docenas de pasos, los fanáticos quedaron sumidos en una hedionda oscuridad. Malus tuvo que aminorar el paso y avanzar con mayor cautela, con los sentidos aguzados para penetrar la cavernosa negrura que los rodeaba. Aferraba con las manos las empuñaduras de las espadas cortas, y no por primera vez luchaba con la idea de volverse contra los dos druchii que lo acompañaban y degollarlos. Después de más de dos meses, al fin se hallaba dentro de las murallas de la extensa fortaleza. Podría dejar los cadáveres de los fanáticos pudriéndose en la oscuridad y perderse en el laberinto de túneles del templo. Tyran y los verdaderos creyentes simplemente pensarían que estaba muerto, y si regresaba y mataba al chiquillo que guardaba la Puerta del Asesino, no quedaría nadie que pudiera describírselo a los guardias del templo.

Era una idea tentadora pero, por otro lado, la experiencia le decía que las cosas no serían tan simples como eso. Tenía razones para creer que el arma que buscaba la guardaban en el Sanctasanctórum de la Espada, pero ignoraba por completo dónde estaba eso y cómo entrar. Averiguarlo le llevaría tiempo, cosa que sospechaba que en esos momentos era escasa. Urial estaba ansioso por hacerse con la espada, y era razonable pensar que él y Tyran conspiraban para obligar al templo a cumplir su voluntad. A Malus aún lo intrigaba el porqué de que el templo se mostrara reacio a aceptar a Urial como el elegido de Khaine. ¿Qué clase de proyecto tenían los ancianos del templo, y cómo podía usarlo para su propio beneficio?

El noble atravesó los bordes colgantes de una polvorienta telaraña cuyas invisibles hebras se le adhirieron a la cara y el borde de la capucha. Las manoteó con irritación y aminoró el paso un poco más. «Estoy fuera de mi elemento», pensó, enfadado. Las intrigas del templo eran lo bastante similares a la política de Hag Graef como para que se hiciera una idea de lo que sucedía, pero las reglas del juego eran completamente extrañas y más desconcertantes de lo que le resultaba habitual. Necesitaba más información antes de poder efectuar su propia jugada para hacerse con la espada.

Debido a lo concentrado que estaba, pasaron unos momentos antes de que reparara en un oscilante resplandor anaranjado que delineaba el lejano extremo del túnel. Malus volvió a acelerar el paso y recuperó la concentración antes de atravesar la arcada y encontrarse en una galería abovedada, iluminada por antorchas, que se extendía a derecha e izquierda hasta donde llegaba la vista. Columnas de mármol blanco manchadas por siglos de hollín se alzaban hasta más de nueve metros en el aire para dar apoyo a gruesos arcos de piedra tallados en forma de atemorizadoras brujas de Khaine.

«No te quedes boquiabierto», se recordó con ferocidad, y se obligó a bajar los ojos y estudiar la galería con indiferencia fingida. En el fondo de unos braseros de hierro colocados cada doce pasos, más o menos, a lo largo de la galería, relumbraban y restallaban ascuas rojas que delineaban las estrechas arcadas que daban a ambos lados de la galería. Muchas de esas arcadas permanecían en la oscuridad, pero en unas pocas vio alargadas sombras y oscilantes luces de vela que iluminaban las paredes de pequeñas celdas.

Los acólitos del templo se movían arrastrando silenciosamente los pies por las sombras, con las manos unidas en gesto de contemplación. Eran de piel pálida, jóvenes y en buena forma, y el noble reparó en que muchos de ellos se movían con gracilidad y rapidez excepcionales. De repente, Malus recordó a su antiguo guardia personal, Arleth Vann, también él un antiguo asesino del templo que había roto el juramento y se había abierto camino hasta el servicio del noble. La última vez que había visto a Arleth Vann, lo arrastraban oscuridad adentro con dos flechas de ballesta clavadas en la espalda.

«¡Qué desperdicio!», pensó amargamente. Al igual que el resto de sus guardias personales, el honor de Vann había quedado arruinado cuando Malus mató a su padre en la Fortaleza Vaelgor. Cuando el noble había regresado a Hag Graef a la cabeza del ejército naggorita, el antiguo asesino del templo había hecho lo único que podía hacer para escapar a la mancha del crimen cometido por Malus: se había escabullido al interior del campamento naggorita e intentado matar a su antiguo amo. De no haber sido por la oportuna llegada de un grupo de exploradores autarii, habría logrado su objetivo. Malus recordaba vívidamente el contacto del agudísimo filo de la espada de Vann en la garganta. Muy probablemente había muerto en el bosque del exterior de Hag Graef, tosiendo sangre y maldiciendo el nombre de Malus.

De una arcada en sombras situada frente a Malus, salió una figura ataviada con oscuros ropones. Por un momento, el noble se quedó mudo al pensar que estaba mirando a un fantasma. El druchii de piel alabastrina, cabello pálido y ojos color latón se parecía a Arleth Vann con espeluznante detalle, así como la pareja de espadas que pendían junto a sus caderas. Un joven novicio acompañaba al asesino. Señaló a Malus y a sus compañeros y luego retrocedió hacia las sombras con la cabeza inclinada.

El asesino del templo avanzó con las manos extendidas a la altura de la cintura y las palmas hacia arriba.

—Que la bendición de Khaine sea con vosotros, hermanos —dijo—. Este es un día realmente glorioso. Cuando no regresasteis esta mañana, creímos que habíais caído bajo las espadas de los paganos.

Malus imitó el gesto del asesino.

—Lejos de ello —replicó, hablando en voz baja y contando con que la capucha le disimularía la voz—. Los estúpidos no llegaron a vernos. Simplemente tuvimos que ser pacientes para poder escabullimos mientras los jefes lloraban la suerte de Veyl. En el proceso, oímos muchas cosas sobre los planes de los paganos, y necesitamos haceros un informe.

El asesino asintió con la cabeza.

—Han ido a llamar al maestre Suril, al igual que a los ancianos. Seguidme.

Malus se relajó ligeramente cuando echó a andar tras el asesino del templo. Por lo que a él respectaba, la parte difícil del plan había concluido.

El guía llevó al noble y a sus compañeros en la dirección por la que había llegado, por los escalones de una estrecha escalera de caracol que ascendía a través de los pisos de otras varias galerías, hasta que salieron a una estrecha habitación iluminada con luz bruja. La transición desde el resplandor del fuego y las sombras a la luz verde pálido, dejó a Malus momentáneamente desorientado, sensación que se hizo más fuerte cuando el guía abrió una puerta alta y los condujo al exterior iluminado por el resplandor anaranjado del sol poniente.

Atravesaron un portal abierto en un costado de la gruesa muralla de la fortaleza que se abría, al nivel de la calle, en el extremo de una ancha avenida flanqueada a ambos lados por los edificios más regios que Malus hubiese visto jamás.

Ocultas tras las altas murallas de la fortaleza del templo, las casas confiscadas a los nobles de la ciudad por orden del Rey Brujo no habían sido transformadas en austeros recintos de adoración. En todo caso, las habían vuelto más grandiosas y opulentas que antes. Ante la fachada de la mayoría de estas viviendas se habían construido largos porches techados con columnas de mármol veteado talladas en forma de mantícoras, dragones e hidras. Se habían ampliado las ventanas y construido balcones con piedra blanda sujeta por duro hierro. Malus vio puertas con la parte frontal recubierta de oro y plata labradas en intrincados estilos que sólo podían ser obra de las manos de costosos esclavos enanos. El aire era fresco y olía a incienso. Sacerdotes y sacerdotisas paseaban ociosamente por la calle, ataviados con gruesos ropones rojos y kheitans de fina piel de elfo con incrustaciones de oro, rubíes y perlas. La descarada exhibición de riqueza y poder casi hizo que Malus se detuviera. Sabía, como todo druchii, que el templo de Khaine era universalmente temido. Pero no se había detenido a considerar que también era muy, muy rico. El apoyo de Malekith había beneficiado enormemente al culto.

El guía los condujo rápidamente a lo largo de la calle, con los ojos cuidadosamente bajos al pasar ante altos cargos del templo. Los llevó hasta la tercera casa de la izquierda y ascendieron por una ancha escalera de mármol hasta un par de puertas ornamentadas con oro que se abrieron silenciosamente al aproximarse él. Unos esclavos humanos sujetaron la puerta abierta y se doblaron por la cintura cuando entraron los druchii. Al otro lado había un espacioso vestíbulo lleno de costosas estatuas, algunas de las cuales mostraban el estilo refinado pero decadente de Ulthuan. Probablemente habían sido donadas al templo, hacía algún tiempo, por un noble que buscaba ganarse el favor de los ancianos, sospechó Malus.

Atravesaron el vestíbulo donde las botas susurraron sobre capas de alfombras, y ascendieron por otra escalera. Cruzaron una habitación flanqueada por estatuas y con las paredes adornadas por costosos tapices, y entraron en una estancia pequeña donde había una mesa baja y una docena de sillas de madera. Sobre la mesa había una bandeja con una fuente de frutas y una botella de vino. El guía les hizo otra reverencia a los recién llegados, salió de la habitación y cerró la puerta. De inmediato, los dos fanáticos se pusieron a comprobar las armas. Malus miró el vino con ansia, seguro de que sería una buena cosecha, y luchó contra la tentación de abrirla y comprobarlo.

Aún estaba contemplando la botella cuando la puerta volvió a abrirse y una pequeña multitud de druchii ataviados con ropones rojos entró apresuradamente en la sala. Los fanáticos pusieron inmediatamente una rodilla en tierra, con las palmas hacia arriba, y Malus los imitó un momento más tarde.

—El Arquihierofante Rhulan llegará dentro de un momento. Entretanto, oiremos vuestro informe —dijo una mujer de voz áspera. Al alzar la mirada, Malus vio a una alta sacerdotisa de hombros estrechos que avanzaba con decisión hacia él apoyándose en un delgado báculo con engastes de plata. Tenía el pelo blanco y llevaba un tocado de bruja élfica, pero vestía los pesados ropones y el kheitan ornamental de una dignataria del templo. Un druchii bajo y ancho, también ataviado con ropones rojos, avanzó tras ella. En cada uno de sus rechonchos dedos brillaba un anillo de oro, y un par de ojos oscuros destellaban como obsidianas bajo dos cejas prominentes. Lo acompañaban, como ayudantes, un par de novicios del templo que cargaban con un caballete de escriba, tinta, plumas y hojas de pergamino.

—No sería apropiado comenzar sin Rhulan —dijo el último que entró en la sala. Era de mediana estatura y delgado como una vara, con largas orejas puntiagudas que a Malus le recordaron a un zorro. Sus ropones rojos no eran tan pesados como los que llevaban los otros, y el kheitan que vestía estaba notablemente desprovisto de ornamentos. Para sorpresa de Malus, el druchii no llevaba ninguna arma visible, pero no le cupo ninguna duda de que tenía delante al maestre de asesinos del templo.

—En ausencia del Arquihierofante, yo soy la voz del templo —le espetó la mujer—, y yo oiré lo que tengan que decir. —Los dos druchii intercambiaron miradas de odio pero, pasado un tenso momento, el que había entrado en último lugar cedió con una reverencia—. Bien —continuó la mujer, que se volvió a mirar a los asesinos—. Vimos cómo los profanos oficiaban un ritual ante el cadáver de Veyl esta mañana —dijo—, así que sabemos que vuestra misión tuvo éxito. Lo que quiero oír es por qué no habéis regresado al templo hasta ahora.

Malus evaluó rápidamente la situación. Los dos ancianos del templo y los servidores estaban más cerca, pero eran menos peligrosos que el druchii que se encontraba junto a la puerta. Tendría que matar al maestre de asesinos a la primera, cosa que lo dejaría en posición de cortarles la retirada a los otros. Luego podrían esperar la llegada del Arquihierofante y enfrentarse con él a sus anchas.

De repente, se le ocurrió una idea. Consideró las circunstancias por segunda vez, y entonces sonrió en las profundidades de la capucha. Sí, allí había una oportunidad.

La anciana se inclinó para acercarse a Malus, casi lo bastante para que él sintiera su cálido aliento.

—¡Respóndeme, mastín! Se os dijo que regresarais de inmediato. ¿Por qué habéis tardado, cuando aún queda trabajo de Khaine por hacer?

Malus alzó la cabeza para mirar los furiosos ojos, y le dedicó una sonrisa de asesino.

—Por favor, acepta nuestras disculpas —dijo—. Habríamos venido antes, pero tardamos horas en limpiar la sangre de estos ropones.

En la cara de la anciana apareció una expresión de perplejidad. Abrió la boca para hablar, pero las palabras se perdieron en un torrente de sangre. La anciana dio un traspié, dejó caer el báculo y se llevó una mano al tajo abierto en un costado de la garganta mientras con la otra intentaba arañar a Malus. Pero el noble ya estaba de pie, con la espada goteando sangre, y cargaba hacia el druchii que se hallaba junto a la puerta.

Durante menos de un segundo, los ancianos del templo y sus sirvientes quedaron petrificados de asombro, exactamente como esperaba el noble. Los fanáticos saltaron a la acción una fracción de segundo después que Malus. Se oyó un sonido vibrante y uno de los novicios del anciano bajo y ancho lanzó un grito de sorpresa y se desplomó con una daga arrojadiza clavada en el pecho. Malus vio que el otro novicio sacaba un par de dagas del cinturón, pero supo que no lograría tenerlas preparadas a tiempo. En tres pasos más estaría sobre el maestre de asesinos.

Para sorpresa de Malus, el druchii de cara de zorro aún no había reaccionado ante el ataque. «¿Es este el maestre de asesinos que tienen?», se preguntó.

Entonces se produjo el golpe en un lado del cuello de Malus, debajo de la oreja. Se le nubló la vista en un estallido de dolor blanco, y el noble cayó de cara sobre las alfombras. Ambas espadas escaparon de sus dedos. Se dio cuenta, demasiado tarde, de que había cometido un error fatal.

Malus rodó débilmente de lado en el momento en que el druchii bajo y ancho se apartaba del aturdido noble para hacer frente, con las manos desnudas, a la acometida de uno de los fanáticos de ropón negro. Las dagas del fanático se movían vertiginosamente, pero el maestre de asesinos las apartó a un lado de una palmada con despectiva facilidad y clavó los dedos extendidos en la garganta del atacante. Crujió el hueso y el fanático cayó al suelo, retorciéndose e intentando respirar.

El novicio superviviente saltó hacia Malus con la intención de rematarlo, pero fue interceptado en su camino por el último de los fanáticos. Mientras los dos druchii comenzaban una mareante danza de afilado acero, Malus intentó desalojar la entumecedora parálisis de su cuerpo mediante la pura fuerza de voluntad. Tanteó con dedos entumecidos en busca de las espadas, sabedor de que disponía de escasos momentos antes de que el druchii que estaba junto a la puerta se recobrara de la sorpresa y diera la alarma.

Las puntas de los dedos rozaron el pomo de una de las armas, y el contacto físico pareció concentrar las energías de Malus. Manoteó y atrajo rápidamente la espada hacia la palma, para luego rodar y ponerse de rodillas. Se oyó un gruñido y un crujido de hueso, y el fanático restante salió dando traspiés por las alfombras, con el brazo derecho doblado en un ángulo antinatural. Malus se puso de pie y vio que el druchii de cara de zorro tenía una mano sobre el picaporte. El novicio se sentó con lentitud sobre el suelo mirando cómo le manaba sangre por una herida que tenía por encima del corazón mientras el maestre de asesinos se volvía para enfrentarse otra vez con Malus, con los anillos brillando con fríos destellos.

Los finos labios de Malus se comprimieron en una severa línea cuando invirtió el modo en que sujetaba la espada y se la arrojó al anciano de cara de zorro justo cuando un par de golpes tremendos se estrellaban contra su pecho. Lo siguiente de lo que se dio cuenta fue que rebotaba contra la pared opuesta, con las costillas ardiendo de dolor. Unas costosas estatuas se estrellaron contra el suelo y se les partieron los delicados brazos y las alas abiertas de dragón.

«Muévete, muévete», se dijo Malus, desesperado, y reprimió un gemido de dolor al ponerse en pie de un salto. El maestre de asesinos avanzaba lenta y deliberadamente, con las pequeñas manos letales tendidas hacia él. El noble miró a su alrededor en busca de una arma. Recogió un brazo de piedra y lo lanzó hacia la cabeza del maestre, a lo que siguieron un trozo de un ala rota y un trozo de cola con púas. El maestre de asesinos las desvió con facilidad a un lado y continuó avanzando inexorablemente hacia el noble.

Malus esquivó el primer golpe en el último momento, al protegerse tras la estatua de un grifo que rugía. El segundo golpe hizo pedazos la estatua, y esquirlas de piedra afiladas como navajas le hirieron el rostro. Tropezó y cayó sobre un montón de extremidades y alas de piedra desparramadas.

El maestre druchii le arrancó la capucha y lo aferró por el pelo en el momento en que tocaba el suelo.

—Tu técnica es vergonzosa —siseó el maestre de asesinos, con la mano libre a punto de golpear—. Cada vez que respiras insultas la gloria de Khaine.

—Me siento… halagado… de que te hayas dado cuenta —gruñó Malus, con el rostro contraído por una mueca de dolor—. Lo que me falta en… habilidad… lo compenso con… traición.

El noble rodó hacia un lado al tiempo que golpeaba con una extremidad de piedra que había cogido al caer. Al impactar contra el tobillo izquierdo del maestre, le partió el hueso y lo hizo desplomarse de rodillas. Gritando de cólera y dolor, Malus volvió a golpear, esta vez la mano que lo retenía, y partió la muñeca del aturdido druchii. Se libró de la presa del maestre y le asestó un golpe de revés en un lado de la cabeza. Se oyó un crujido espeluznante y el maestre cayó sin vida al suelo.

Malus se puso de pie con paso tambaleante y jadeando. Golpeó dos veces más al maestro para asegurarse, y luego arrojó a un lado el ensangrentado brazo de piedra. Puede que el druchii hubiese sido un maestro en asesinar víctimas mediante el sigilo y la astucia, pero no habría sobrevivido ni diez segundos en un campo de batalla.

Al otro lado de la habitación, el fanático superviviente se había levantado con piernas inseguras, con el brazo derecho roto sujeto contra el costado. Malus lo miró con ferocidad.

—Podrías haberme ayudado —siseó con los dientes apretados. Tenía la sensación de que se había partido una costilla, como mínimo.

El fanático abrió más los ojos.

—¿Y privarte del honor de matarlo? —preguntó, horrorizado.

—Ah —dijo Malus—. Claro. Por supuesto.

El anciano de cara de zorro aún estaba apoyado contra la puerta, clavado allí por la espada de Malus. El noble fue cojeando hasta él y arrancó el arma con un gruñido de dolor. Justo cuando el cuerpo del anciano caía hacia un lado, la puerta se abrió hacia el interior y Malus se encontró cara a cara con un druchii ataviado con ricos ropones rojos sobre los que llevaba un peto de latón tachonado de rubíes y perlas. En la frente lucía una banda de oro incrustada de gemas en forma de diminutos cráneos destellantes. Al igual que la anciana a quien Malus había matado, el druchii llevaba un báculo, este con incrustaciones de oro rojo.

El rostro del anciano se puso pálido de terror. Detrás de Malus se produjo un leve susurro de ropones de lana. El noble inspiró profundamente, cambió la espada de la mano derecha a la izquierda, giró sobre sí justo cuando oyó que el fanático se acercaba, y le atravesó el pecho con la espada. El fanático se dobló por la cintura debido a la fuerza de la estocada, y la vida lo abandonó con un solo jadeo gorgoteante. Malus apartó el cadáver de un empujón y se volvió hacia el pasmado anciano.

—Entra, Arquihierofante —dijo, al tiempo que señalaba la mesa con un gesto de la mano salpicada de sangre—. Bebe un poco de vino. Tú y yo tenemos mucho de qué hablar.