20: Sangre y almas
20
Sangre y almas
—¡Barrad la puerta! —gritó Malus, y cogió a Rencor por las riendas y lo llevó hacia el interior de la antecámara. Arleth Vann y los otros saltaron a obedecerle, aunque pasaron tan lejos del siseante nauglir como pudieron. Los tres druchii llegaron a las puertas y las cerraron, para luego coger un trozo de piedra en forma de cuña que habían partido y comenzar a encajarlo en el estrecho espacio situado bajo los paneles de piedra.
—¿Qué has visto? —le preguntó el noble al guardia, mientras conducía a Rencor en torno al otro extremo de la mesa central de la cámara.
—Vi al menos a una de las bestias —le informó el asesino, que encajaba la cuña con un martillo sacado de una de las tumbas. Con cada golpe, volaban esquirlas de piedra—. Peor aún, vi luces brujas.
—¿Cuántas?
—Al menos una docena —respondió Arleth Vann, ceñudo.
—Madre de la Noche —susurró Malus. Tantas luces podían significar cincuenta druchii o más—. ¿Alguna señal de Niryal o del otro centinela?
El guardia negó con la cabeza.
—Si finalmente los asesinos decidieron unirse a Urial, podrían haberlos matado a ambos sin que nadie se diera cuenta. Es probable que me dejaran pasar a mí porque me acompañaba Rencor.
—Y saben que estamos atrapados —dijo el noble, con cara de preocupación.
Algo pesado se estrelló contra las puertas con un estruendo atronador que hizo que Rencor diera un salto. A través de la jamba penetró una nube de polvo, y en el exterior resonó un aullido agudo. Malus oyó cómo unos tentáculos espinosos azotaban la piedra.
—Retroceded —ordenó Malus, y desenvainó la espada. Arleth Vann y los dos druchii se retiraron para situarse detrás de Rencor. El nauglir había vuelto a adoptar una postura defensiva y gruñía ominosamente, con la cola extendida. El noble le dio unas palmaditas en el cuello al gélido, mientras sus compañeros desenvainaban las armas y formaban un pequeño semicírculo detrás de él.
Oyeron otro impacto tremendo, y un crujido seco de piedra partida.
—Esto no aguantará mucho —murmuró Arleth Vann.
—Supongo que no hay ningún pasadizo secreto para salir de aquí del que no me hayas hablado —comentó Malus.
—Si lo hubiera, ¿no crees que los enanos lo habrían usado?
—Buen argumento.
Otro golpe impactó contra las puertas, y esta vez los druchii vieron abrirse rajaduras arriba y abajo desde el centro de la hoja de la izquierda.
Malus intentó pensar, a despecho del frenético latido del pulso que le atronaba los oídos.
—Tal vez podríamos escondernos en las tumbas. Fingir que somos enanos.
Arleth Vann negó con la cabeza.
—No resultaría, mi señor. Rencor es demasiado alto para ser un enano.
—Es verdad —reconoció con voz átona—. Supongo que tendremos que encontrar una manera de matar a esos bastardos, entonces.
Con un estruendo tremendo, la puerta de la izquierda estalló en una lluvia de polvo y fragmentos de piedra, y la esbelta forma de una de las bestias del Caos entró rodando en la antecámara. Tenía la húmeda piel gelatinosa cubierta de polvo, y arañó la piedra del suelo con las garras al resbalar y detenerse. Agitó coléricamente los tentáculos en el aire, y uno de los ojos grandes como puños de la bestia se clavó en el noble, al que tenía a pocos metros de distancia.
Con los temibles látigos espinosos extendidos y el lustroso pico siseando, el monstruo se agazapó para saltar. Malus dio una palmada en el cuello del nauglir.
—¡Caza, Rencor! ¡¡Caza!! —gritó, justo cuando la criatura se lanzaba hacia él.
La bestia del Caos era veloz como un gato, pero el nauglir lanzó un bramido que hizo caer polvo del techo y se encontró con la temible criatura saltando en el aire. El monstruo era enorme, pero Rencor era un tercio más grande y mucho más corpulento. Las dos bestias chocaron y el monstruo salió despedido hacia atrás mientras azotaba furiosamente con los tentáculos el acorazado pellejo del gélido, que le clavaba las zarpas y desgarraba la garganta de la bestia. Cayeron con una fuerza tal que estremeció el suelo e hizo pedazos dos de las mesas laterales justo cuando una ola de druchii vociferantes cargaban a través de la puerta rota.
Se trataba de un destacamento variopinto armado con una mezcla aparentemente aleatoria de armas y armaduras: servidores del templo de negro ropón que blandían espadas cortas y pesadas hachas, junto con druchii que empuñaban cuchillos y vestían ropas civiles. Una mujer que llevaba el justillo de cuero de los carniceros, empuñaba una cuchilla incrustada de sangre junto a un noble ataviado con armadura completa y armado con un par de espadas. Lo único que la turba tenía en común era el símbolo del Dios de la Sangre marcado a fuego en la frente, y la estúpida mirada de la sed de sangre en los oscuros ojos.
La salvaje carga los llevó a lanzarse de cabeza al camino de las dos bestias que forcejeaban. La cola de Rencor derribó a tres ciudadanos y lanzó los cuerpos quebrantados de vuelta hacia sus compañeros. Los tentáculos azotaban como mortíferos látigos las filas enemigas, donde los ganchos arrancaban manos, piernas y caras con indiscriminada furia. Entre los druchii que cargaban estallaron lluvias de sangre y carne desgarrada, pero los supervivientes prestaron poca atención a la carnicería. Vieron a Malus y a los suyos al otro lado de la cámara, y pasaron rápidamente junto a las criaturas que se debatían, con la cara encendida ante la perspectiva de matanza. Malus enseñó los dientes a la turba.
—Si quieren una batalla, se la daremos —dijo, al tiempo que alzaba la espada—. ¡Sangre y almas!
—¡Sangre y almas! —gritaron los guerreros de Khaine, y la matanza comenzó de verdad.
Los atacantes carecían de destreza en su mayor parte, y el frenesí les hacía cometer errores en los que no habría caído ningún soldado experimentado. Los vociferantes fanáticos corrieron en torno a la gran mesa central detrás de la cual había situado Malus a los suyos, cosa que desbarató la fuerza de la carga; pero algunos estaban tan ansiosos por derramar sangre que pasaron por encima de la mesa. El noble los dejó acercarse, se agachó fuera del alcance de las armas cortas que empuñaban y les cortó las piernas por las rodillas. Tres ciudadanos murieron de ese modo, derramando ríos de sangre sobre el liso suelo, y se desplomaron sobre las cabezas de sus compatriotas.
A la izquierda de Malus, Arleth Vann mataba a todos los enemigos que se le ponían al alcance; bloqueaba los golpes con una espada y mataba fríamente a cada contrincante con una sola estocada o tajo de la otra. A la derecha del noble, los dos leales del templo supervivientes se tambalearon ante la frenética embestida de los fanáticos, pero se mantuvieron firmes y acometían a los enemigos con espadas manchadas de sangre.
Despejada la mesa, Malus volvió la atención hacia la derecha y se valió de la esquina para mantener a los fanáticos a una distancia suficiente para que no pudieran herirlo con los cuchillos y hachas. Era como sacrificar ganado. Los frenéticos ciudadanos acometían a los leales del templo contra cuyas espadas chocaban sus armas, y Malus les clavaba en el pecho y la garganta estocadas que acababan con ellos. Lo que fuera que los había despojado de cordura, también los cegaba ante la asesina eficiencia de la táctica del noble.
La violenta lucha de las enormes bestias continuaba cerca de la puerta. Los flancos y el cuello de Rencor mostraban una red de incontables arañazos de los tentáculos con garfios del monstruo, pero el nauglir tenía a la bestia del Caos sujeta por el cuello y mantenía a distancia el temible pico negro. Las dos criaturas forcejeaban para dominar a la otra, pero la mayor corpulencia y larga cola de Rencor le daban al gélido una gran ventaja. El nauglir logró apoyar las patas y afianzar las fauces, lo que provocó un chillido estrangulado del monstruo. El grueso pellejo era más que suficiente para protegerlo de los tajos de espadas y hachas, pero no podía resistir al temible poder de las fuertes mandíbulas del gélido. De las fauces de Rencor cayeron regueros de icor translúcido cuando la bestia de guerra alzó al monstruo del suelo y lo zarandeó como un terrier sacude a una rata. Los tentáculos se agitaron y se oyó el crujido de huesos. Luego, Rencor movió bruscamente la cabeza hacia un lado y la criatura salió volando por el aire para caer sobre otra de las largas mesas, que se hizo añicos bajo su peso, y quedó laxa.
El bramido de victoria de Rencor estremeció la antecámara y ahogó incluso los frenéticos gritos de los fanáticos. Quedaba apenas un puñado de atacantes de los veinte o más que habían cargado al interior de la antecámara, y Malus se sintió más animado. Si esto era lo mejor de lo que disponían los fanáticos, Malus y sus seguidores podrían abrirse fácilmente paso hasta la Puerta Bermellón.
La druchii que sujetaba la cuchilla a dos manos cargó contra uno de los leales del templo con un penetrante chillido bestial, espumajeando, y le dirigió un tajo al cuello con la mugrienta arma. El leal del templo intentó parar el ataque, pero la cuchilla, más pesada, apartó su espada a un lado y se deslizó hacia un hombro del druchii. Antes de que la carnicera pudiera retirar el arma ensangrentada, Malus se inclinó hacia adelante y le rebanó la parte superior de la cabeza con la larga espada. Hueso y sesos saltaron por el aire, pero el noble se quedó mirando a la frenética mujer, conmocionado, mientras esta arrancaba el arma del hombro de su oponente e intentaba asestarle un segundo golpe antes de desplomarse en el suelo.
Sólo quedaban dos atacantes a la derecha de Malus. A la izquierda, Arleth Vann estaba trabado en duelo con el noble acorazado cuyos golpes torpes y frenéticos bloqueaba, para luego avanzar velozmente y lanzar estocadas hacia las junturas desprotegidas o las rendijas abiertas entre las placas metálicas. Malus dejó que el asesino acabara con el noble, pasó por detrás del leal del templo herido y acometió a los fanáticos.
Uno de ellos se lanzó contra Malus con un hacha de leñador en alto. El noble pivotó sobre el pie izquierdo al descender el arma y dejó que la hoja pasara inofensivamente de largo, para luego clavarle una estocada en el pecho al fanático. Con una burlona sonrisa de desdén, separó la espada del cuerpo y se volvió contra el segundo atacante, que descargaba una lluvia de golpes sobre el druchii ileso con un garrote nudoso en una mano y una espada corta en la otra. El fanático estaba tan concentrado en su víctima que no llegó a ver que Malus se situaba a su espalda y le abría la cabeza de atrás hacia adelante, lo que regó al leal del templo con una lluvia de trozos de hueso y gotas de sangre.
Al otro lado de la mesa, el noble acorazado se desplomó contra la plana superficie con un gemido, al sucumbir a la pérdida de sangre y a una veintena de heridas profundas. Arleth Vann se le acercó, pasó el filo de las espadas por el cuello del caído como si fueran las hojas de una tijera, y la cabeza se alejó rebotando por el suelo.
Jadeando como un sabueso, Malus se reclinó contra el otro lado de la mesa e intentó no hacer caso del palpitante dolor que sentía en el lado izquierdo del pecho. Los cuerpos se amontonaban por todas partes, desangrándose. La lucha había durado menos de medio minuto.
El leal del templo que había sido herido por la cuchilla sangraba en abundancia. El hombro y la manga del ropón ya estaban empapados y goteaban sobre el suelo. El otro parecía ileso, al igual que Arleth Vann. Consideradas en conjunto, las cosas habrían podido ir mucho peor, pensó el noble.
Malus se apartó de la mesa y se encaminó hacia el cuerpo de la bestia del Caos. La criatura tenía en el cuello un desgarrón que dejaba a la vista extraños músculos amarillentos y un espinazo que parecía más propio de un tiburón que de un león. Después de atravesar con cuidado el creciente charco de pegajoso icor, el noble alzó la espada y se puso a hender la carne a partir del desgarro. Era una tarea ardua, pero al cabo de pocos minutos la gran cabeza parecida a un pulpo rodó por el suelo. Se inclinó para cogerla por los tentáculos y la llevó hasta la puerta destrozada. Gruñendo a causa del esfuerzo, avanzó dos rápidos pasos y lanzó el trofeo a través de la entrada.
—Dejaremos que piensen un poco en esto —dijo el noble, ceñudo, y se volvió a mirar a Arleth Vann—. Examínale el brazo a ese. Yo examinaré a Rencor.
Lo hicieron con rapidez, ya que no estaban seguros de qué los aguardaba en el exterior del pabellón. El examen superficial reveló que Rencor tenía docenas y docenas de cortes someros producidos por los tentáculos de la bestia, pero nada que la legendaria constitución del nauglir no pudiera superar. Malus había pasado a comprobar el estado de las alforjas, cuando Arleth Vann se reunió con él.
—La herida es profunda —dijo en voz baja—, y no tengo manera de cerrarla. Morirá en pocos minutos, tal vez antes.
—En ese caso, será mejor que acabemos rápidamente con esto —decidió el noble—. Vayamos a echar un vistazo afuera.
Los dos druchii fueron cautelosamente hasta la entrada y se asomaron al túnel del otro lado. Los globos de luz bruja que inundaban el ancho pasadizo con fría luminiscencia fantasmal obligaron a Malus a entrecerrar los ojos. Lo que vio hizo que se le cayera el alma a los pies.
El túnel estaba ocupado por decenas de fanáticos con los blancos ropones y las armas sucios de hollín y sangre. Se encontraban reunidos en apretado grupo detrás de otras dos de las terribles bestias del Caos, que azotaban el aire con los tentáculos como si las enfureciera ver la cabeza cortada de su compañera. Un puñado de Señores de las Bestias rodeaban a las criaturas, con las lanzas cortas a punto. Lanzaban miradas tétricas hacia la puerta rota del pabellón, como si planearan los actos con que vengarían la muerte de sus camaradas.
—Madre de la Noche —maldijo Malus en voz baja—, deben de haber hecho retirar al interior de la fortaleza a todos los fanáticos de la ciudad.
—Si los guerreros del templo se han marchado, ¿por qué no hacerlo? —replicó el asesino, ceñudo—. Enviaron por delante a esos ciudadanos sólo para tomarnos las medidas y mantenernos ocupados.
—Bueno, ¿y qué están esperando?
Cuando Malus pronunció estas palabras, entre las apretadas filas de fanáticos se produjo un movimiento. Los guerreros se apartaron hacia los lados e inclinaron la cabeza cuando Urial pasó entre ellos. Un trío de brujas de Khaine acompañaban al usurpador, que llevaba la copia de la Espada de Disformidad en una mano. La mera visión del arma pareció drenar los miembros de Malus de toda su fuerza al recordarle la herida que había sufrido y el venenoso contacto del demonio.
El pretendido Azote de Khaine llegó a la primera línea de la formación y se detuvo. Urial miró la cabeza de la bestia del Caos muerta, y se echó a reír.
Malus reprimió una negra ola de desesperación. Posó los ojos sobre los fanáticos reunidos, y la implacable aritmética de la batalla le mostró el futuro con tanta claridad cómo podría hacerlo cualquier vidente. No había manera de que pudieran prevalecer ante tal número de enemigos, por no hablar de la magia de Urial y las brujas de Khaine.
—Tendremos que retirarnos —dijo—. Es imposible que podamos resistir aquí. Echaremos mano de las fortificaciones de cada cámara de enterramiento para estorbarlos, desangrarlos…
—No —negó Arleth Vann en voz baja.
—¿Qué? —exclamó Malus, con expresión incrédula.
—No seas necio, mi señor —dijo el asesino—. Sabes que no servirá de nada. Podríamos luchar contra ellos hasta llegar a la mismísima cámara principal e intercambiar diez de sus vidas por cada una de las nuestras, veinte, si contamos a Rencor, y aún les sobrarían efectivos. Y eso, sin contar a tu medio hermano, y mucho menos a las brujas de Khaine.
—¿Tienes una idea mejor? —gruñó Malus.
El asesino asintió con la cabeza.
—Cuando ataquen, monta a Rencor y pasa entre ellos. Te cubriremos la espalda durante el mayor tiempo posible.
—No puedes hablar en serio —dijo Malus.
—¡Por supuesto que hablo en serio! —replicó Arleth Vann, acalorado—. ¡Tú tienes que escapar y encontrar la espada, por el amor de Khaine! De lo contrario, el templo, incluso la propia Naggaroth, bien podrían hacerse pedazos a sí mismos.
—¿Por qué quieres hacer algo semejante? —preguntó el noble, desgarrado entre la indignación y la admiración—. No le debes nada al templo.
Arleth Vann apartó la mirada hacia la multitud de fanáticos y las leoninas brujas de Khaine.
—¿Recuerdas lo que dije respecto a buscar redención, respecto a una buena muerte que compensara una mala vida? ¿Qué mejor oportunidad que esta para limpiar mi honor? —Volvió los ojos hacia su señor—. No hay gloria ninguna en vivir como un forajido, mi señor, a pesar de lo que digan los bardos.
Malus se sorprendió ante lo mucho que le escocía aquel comentario.
—Has sido el guardia de un noble durante los últimos cinco años —gruñó.
—Eso no cambió quién era yo —replicó el asesino—, pero esto sí lo hará.
El noble reprimió el enojo. Huir de la batalla le parecía una cobardía, pero la lógica del asesino era irrebatible. Podía quedarse y morir, o peor aún, caer en las garras de Urial, o abrirse paso a través de los enemigos y encontrar la espada.
—Condenación —gruñó Malus, para luego darse la vuelta y encaminarse hacia Rencor.
Los dos leales del templo que se encontraban cerca lo observaron atentamente. El herido estaba pálido y tembloroso, y se presionaba torpemente con la mano izquierda un paño empapado en sangre contra la herida del hombro. Las expresiones de ambos eran desesperanzadas.
—Vamos a pasar a través del enemigo —les explicó Malus, mientras cogía las riendas de Rencor—. Vamos a provocar a los fanáticos para que carguen, y entonces yo me lanzaré contra ellos con mi nauglir y abriré una brecha en sus filas. Permaneced cerca de mí y mantened libres los flancos, y lograremos pasar. ¿Entendido?
Ambos asintieron con la cabeza. La expresión de las caras decía que habían comprendido perfectamente.
Malus asintió con la cabeza y luego llevó a Rencor hacia la entrada. Los fanáticos no se habían movido. Parecía que Urial estaba hablando a los reunidos, pero Malus no podía oír lo que estaba diciendo su medio hermano. «Probablemente les está ordenando que me capturen con vida —pensó—. Supongo que él y las brujas de Khaine tienen algo especial planeado para mí».
El noble se volvió a mirar a Arleth Vann.
—¿Estás preparado? —preguntó.
—Supongo que he estado esperando esto durante mucho tiempo —respondió el asesino con calma—. Adiós, mi señor. Cuando llegue el Tiempo de Sangre, tal vez tú y yo volveremos a encontrarnos.
Malus no sabía qué decir. Negó violentamente con la cabeza.
—Si ves al Señor del Asesinato antes que yo, acude ante su trono y dile que estoy de camino. Dile que cuando llegue voy a hacerle tragar los dientes de latón de una patada.
Antes de que el asesino pudiera replicar, el noble inspiró profundamente y gritó hacia el interior del túnel.
—¿Qué estás esperando, hermano? ¿Más efectivos, tal vez? ¡Creo que estos panaderos y carniceros reunían más valentía que tú y todos los de tu calaña juntos!
Oyó la risa de Urial.
—¿Eres tú, hermano? —preguntó el usurpador—. Estaba seguro de que habías muerto. La última vez que te vi, ese guardia tuyo arrastraba tu cuerpo laxo para alejarlo de mí a la máxima velocidad posible.
—¿Qué puedo decir, hermano? Es un hombre muy piadoso, y le daba miedo que yo pudiera herir al Azote de Khaine —respondió Malus con una voz que destilaba desprecio—. No temas, que ya lo he puesto en su sitio. Le conté todo lo referente a aquella noche, en el Saqueador, y lo que me contó aquel condenado cráneo tuyo. Dime, ¿alguna vez ese cráneo te habló sólo a ti, o simplemente olvidaste mencionarles eso a los ancianos del templo? Era parte de la profecía, ¿no?
—¡Cierra tu blasfema boca! —le espetó Urial, con un tono tan acalorado que Tyran y los fanáticos que tenía más cerca le dirigieron miradas interrogativas.
—¿Cómo van las cosas con tu nueva novia? ¿Todavía te desdeña? Espero que sí —continuó Malus, que sonrió a pesar de sí mismo—. La Novia de Destrucción no está destinada a los que son como tú, hermano. Nunca pensará en ti como otra cosa que un marchito ser lastimoso.
Las pullas del noble fueron ahogadas por un inarticulado chillido de rabia de Urial.
Arleth Vann rió entre dientes y preparó las espadas.
—Siempre has sido hábil con las palabras, mi señor.
Malus montó.
—Tal vez habría sido un sacerdote bastante bueno, después de todo.
El asesino sonrió con tristeza.
—No sé si yo iría tan lejos…
Un rugido estremeció el túnel cuando los fanáticos se lanzaron a la carga. Con las espadas destellando, pasaron como una furiosa marea junto a las bestias del Caos y se lanzaron hacia el pabellón de los enanos a una orden de su señor.
—¿Ya? —preguntó Malus, mirando a Arleth Vann.
El asesino, asomado al túnel, negó con la cabeza.
—Todavía no.
Los gritos sanguinarios resonaban en la antecámara. El estruendo de los pies a la carrera ensordecía a Malus.
—¿Ya?
—Todavía no.
Malus ya podía distinguir algunas voces en la tormenta de gritos. Podía oír el golpeteo de los tacones de las botas sobre la piedra.
—¿Decidimos que lucharíamos con ellos dentro del túnel, cierto? —preguntó el noble, con tono cargado de intención.
El asesino miró a Malus y asintió con solemnidad.
—Adelante, mi señor, y que Khaine sea contigo.
—No lo hará si sabe lo que le conviene —gruñó Malus. Clavó los tacones en los flancos de Rencor—. ¡A la carga!
La bestia de guerra saltó hacia adelante con un rugido estremecedor, y con el hombro golpeó la puerta de la derecha y arrancó la pesada hoja de los goznes. Malus se agachó en el último momento, al atravesar el umbral, y sintió que la parte superior del marco le rozaba la espalda.
Cuando volvió a erguirse, vio que iban lanzados hacia la primera fila de fanáticos que se encontraba a menos de diez metros de distancia. La carga de los druchii vaciló al ver al nauglir que se les echaba encima, chasqueando los dientes al olfatear la sangre de los blancos ropones que vestían. Malus aulló como un lobo cuando se lanzaron hacia la turba, y la espada comenzó a descender a derecha e izquierda para asestar tajos indiscriminadamente a los cuerpos que pasaban a gran velocidad.
Los fanáticos gritaban, arrojados al aire por las fauces del nauglir como muñecas ensangrentadas, o lanzados hacia los lados por los acorazados hombros de la bestia. Una espada impactó contra el muslo izquierdo de Malus y resbaló sobre el quijote de acero. El noble descargó un tajo a la derecha, sobre un rostro alzado hacia él, y partió el cráneo del druchii como si fuera un melón. Se dio la vuelta y golpeó a la izquierda, con lo que desvió a un lado un draich sucio de sangre y abrió de un tajo la frente de otro fanático.
El gélido continuaba corriendo y dejando cuerpos desgarrados y quebrados a su paso. Los fanáticos acometían al nauglir desde todas partes y abrían heridas profundas en los musculosos flancos de la bestia, pero el dolor sólo lograba encolerizarlo aún más. Un fanático saltó hacia la cara del gélido y dirigió una estocada veloz como el rayo al ojo izquierdo de Rencor, pero el entrenamiento del nauglir se impuso y este lanzó una dentellada hacia el rápido movimiento. Las descomunales fauces cercenaron el brazo derecho del druchii a la altura del codo, y la bestia escupió la deformada espada al suelo.
Malus miró por encima del hombro para ver qué tal resistían Arleth Vann y los otros. El herido ya estaba muerto, y su cuerpo decapitado yacía a pocos metros de las destrozadas puertas del pabellón. El asesino y el último guerrero que quedaba luchaban, codo con codo, cerca de la agitada cola del gélido.
Los rugidos de furia se transformaron en alaridos de cólera, dolor y miedo. Los fanáticos retrocedían a ambos lados del nauglir lanzado a la carga, pasmados ante la ferocidad del repentino ataque. Entre el gélido y Urial se formó un apretado semicírculo de fanáticos. Malus sonrió ferozmente y dirigió a Rencor directamente hacia ellos.
Los espadachines se mantuvieron firmes, dispuestos a morir para proteger a su señor. Malus hizo todo lo posible para concederles el deseo.
Rencor lanzó un rugido sediento de sangre y acometió al fanático de la derecha, cuyo brazo diestro y torso atrapó entre las fauces y partió en dos de una dentellada. El fanático que estaba a la izquierda del gélido vio que tenía una oportunidad y dirigió un tajo con todas sus fuerzas hacia el cuello inclinado del nauglir, pero Malus se anticipó al ataque y bloqueó el tajo con la espada. Al oír el sonido, Rencor giró con brusquedad la cabeza y derribó al fanático al suelo, donde lo aplastó bajo una garra entre chillidos del druchii.
Malus captó un movimiento con el rabillo del ojo y se inclinó instintivamente hacia la izquierda. Esto le salvó la vida, ya que un draich resbaló sobre la hombrera derecha en el momento en que un fanático saltaba hacia un flanco de Rencor y se aferraba a la silla de montar de Malus. Con un gruñido, el noble le dio un codazo en la cara y le abrió la garganta de un tajo cuando aún estaba aturdido por el golpe.
Otros fanáticos se cerraban sobre ellos por ambos lados, ya recuperados de la sorpresiva carga. Urial se encontraba a apenas cinco metros de distancia, rodeado por las feroces brujas de Khaine. El noble golpeó con las botas los flancos de Rencor al tiempo que lanzaba un grito de combate.
Los fanáticos fueron lanzados a derecha e izquierda por la arremetida de la bestia de guerra, y Malus alzó la espada para descargar un tajo destinado a decapitar a Urial. Las brujas de Khaine se dispersaron, chillando maldiciones, pero el usurpador se mantuvo firme. Con menos de dos metros entre ellos, Malus vio que su medio hermano sonreía.
De repente, Urial alzó la espada con la mano izquierda y gritó una palabra que sacudió a Malus con tanta fuerza como un golpe físico. Rencor se detuvo en seco, rugiendo de dolor y confusión. Malus necesitó de toda su destreza de jinete para no ser desarzonado por la parada repentina.
—¡Adelante, Rencor! ¡Adelante! —rugió el noble, pero la bestia de guerra sólo podía sacudir la cabeza y bramar de dolor, como si se encontrara frente a una muralla de fuego.
Urial rió.
—No se moverá, aunque su vida dependa de ello —dijo—. ¿Pensaste que soy un estúpido, sabiendo que tenías contigo a tu maldito gélido?
Malus gritó de cólera impotente. Los fanáticos se cerraban sobre ellos por detrás y por ambos flancos del nauglir, como lobos que cercan una presa.
Entonces se produjo un destello de movimiento y Urial se agachó. El cuchillo arrojado por Arleth Vann le dio en un lado de la cabeza en lugar de clavársele en la garganta. Dejó una línea sangrante en el cuero cabelludo del usurpador, y en un abrir y cerrar de ojos el hechizo se rompió.
—¡Adelante, mi señor! —gritó Arleth Vann, que corría ahora junto a Malus con el último leal del templo vivo detrás de él. El asesino cargó hacia Urial con las espadas dirigidas hacia su garganta.
Los fanáticos lanzaron rugidos sanguinarios al aproximarse a Rencor. Malus apretó los dientes y volvió a espolear al nauglir para que avanzara.
—¡Corre, Rencor, corre! —chilló, pues sabía que Urial podía volver a lanzar el hechizo en cualquier momento.
Arleth Vann estaba decidido a no darle esa oportunidad al usurpador. Las espadas cortas tejían una tela de muerte ante él, lanzando estocadas a la cara y el cuello de Urial. El usurpador paraba los ataques con agilidad sobrenatural y blandía la enorme espada como si se tratara de una vara de sauce. Aunque no era una Espada de Disformidad, estaba claro que el herrero enano la había imbuido de un poder considerable.
Malus tragó amarga bilis mientras espoleaba a la montura y dejaba atrás a Urial.
—¡Sangre y almas! —gritó una voz solitaria, cuando el último guerrero del templo cargó contra las brujas. Lanzó un tajo a la cabeza de una bruja de Khaine, pero esta esquivó el golpe con rapidez sobrenatural y sus dos compañeras cayeron sobre el druchii desde ambos lados. Los feroces gritos se transformaron en un alarido gorgoteante cuando las garras le abrieron la garganta. Las brujas derribaron al druchii que se debatía y, como leonas, comenzaron a devorarlo.
Cuando Malus vio a Arleth Vann por última vez, intercambiaba golpes con Urial; se movían en círculos y se lanzaban estocadas, saltaban y se dirigían tajos dentro de un anillo de fanáticos que se iba cerrando. Apartó la mirada entre venenosas maldiciones e intentó hacer pasar la montura entre las bestias del Caos.
A diferencia de los fanáticos, los Señores de las Bestias sabían muy bien lo peligroso que podía ser un gélido lanzado a la carga. Se dispersaron como pájaros ante la atronadora carrera del nauglir mientras gritaban órdenes a las bestias del Caos en un extraño idioma salvaje. El aire se estremeció con los agudos chillidos obscenos que los monstruos lanzaron contra Malus y Rencor.
No tenía sentido intentar luchar. Malus sabía demasiado bien lo inútil que era su espada contra el pellejo de los monstruos. Se inclinó sobre la silla de montar.
—¡Corre como el fuego, bestia de las profundidades! —gritó—. ¡Demuéstrales a estos caracoles cómo corres!
Rencor rugió como un caldero, bajó obedientemente la cabeza y estiró las patas para lanzarse a un galope que hizo temblar el suelo.
Malus lo dirigió de forma que pasaran por la derecha de los monstruos. El más cercano lanzó hacia adelante los tentáculos y arañó al nauglir, pero el gélido embistió a la bestia del Caos y le dio un fuerte golpe con un hombro. La criatura salió despedida hacia un lado, agitando los tentáculos, y el noble recibió un golpe de revés de uno de los apéndices. El golpe, que estuvo a punto de arrancarle la cabeza, lo lanzó con fuerza hacia la izquierda y casi lo derribó del lomo de la montura. Otro tentáculo le rozó la pierna y los garfios le rasparon la armadura.
De repente, Rencor dio un respingo y bramó de dolor. Había recibido en el cuarto trasero un golpe que lo desvió hacia la izquierda. Malus parpadeó para librarse de las lágrimas de dolor, miró hacia atrás y vio que otra de las bestias clavaba las garras en una de las poderosas patas traseras de Rencor, del mismo modo que haría un león que intentara derribar a una gacela. El noble miró el ojo derecho de la criatura y oyó en el aire el zumbido de los tentáculos que iban hacia él para derribarlo de la montura.
Malus tiró de las riendas, clavó el tacón derecho en el costado de Rencor, y la obediente bestia de guerra azotó con la cola hacia la izquierda. El poderoso golpe hizo volar a la bestia del Caos por encima del lomo del nauglir y la estrelló contra el lateral del túnel.
—¡Adelante! —gritó Malus, que espoleó a su montura una vez más para que continuara galopando.
Con los bramidos de los monstruos resonando detrás de ellos, Malus y Rencor corrieron por el amplio pasadizo. La oscuridad los envolvió, y los sonidos de lucha se desvanecieron.
Dejó que Rencor corriera a su antojo y confió la carrera por el pasadizo a los sentidos del nauglir nacido en las cuevas. Arleth Vann le había mostrado adonde llevaba el túnel, y sabía que cien metros más adelante acababa en una cámara vacía que en otros tiempos había albergado a los enanos mientras trabajaban en sus propias tumbas. Una rampa de caracol situada en el extremo oeste de la cámara ascendía hasta el camino de losas negras que llevaría a Malus hasta la Puerta Bermellón.
Cuando el eco de los pasos de Rencor cesó repentinamente, supo que habían entrado en la cámara de alojamiento. Refrenó la velocidad de la bestia de guerra y la guió hacia la izquierda, aunque dejó que fuera el nauglir quien escogiera el camino a través de la estancia sembrada de escombros. Cuando sintió una corriente de aire en las mejillas, tocó con los tacones los flancos del gélido.
—Sube por la rampa —dijo Malus, seguro de que estaba allí aunque él no podía verla—. ¡Arriba!
Con un gruñido, el gélido avanzó al paso y, efectivamente, Malus sintió que comenzaban a ascender. La rampa era justo lo bastante ancha para que el gélido pasara por ella, y el noble se tendió sobre el lomo del nauglir e intentó no estorbarlo.
Pasados varios largos minutos, Malus descubrió que podía distinguir vagos contornos de la rampa en torno a él. Estaban casi al final, donde los hongos luminosos del camino proyectaban una tenue luz. Dos giros más tarde, Rencor salió con prudencia al pasadizo principal, y el noble suspiró de alivio.
Hizo girar a Rencor a la izquierda para adentrarse más en la colina, y la bestia de guerra comenzó a trotar por el túnel. Continuaron en silencio durante unos minutos, hasta que Malus empezó a sentir el cosquilleo de un poder sobrenatural en la piel. Estaban acercándose a la antigua puerta.
Momentos después, Malus se encontró con que atravesaban una plaza subterránea alargada cuyo techo se perdía en la oscuridad de lo alto. La larga cámara estaba flanqueada por erosionadas estatuas de piedra cuyas facciones había borrado y alisado el paso de los milenios. En el enorme espacio flotaba un silencio opresivo, e incluso Rencor pareció sentir su peso.
La plaza los llevó hasta una gran galería semicircular situada al borde de un amplio pozo natural. Allí había estatuas de hermosas y aterradoras brujas de Khaine que sostenían globos de luz bruja, y verdugos ataviados con ropón que empuñaban elegantes espadas de mármol blanco. Un esbelto puente de piedra iba desde la galería hasta un monolito de roca circular que se alzaba del centro del pozo. La parte superior del monolito era plana y estaba pavimentada con adoquines de lustroso mármol negro sobre los que se alzaba un arco de piedra roja sin junturas.
Malus inspiró profundamente y llevó a Rencor hacia el puente. No tenía ni idea de si soportaría el peso del gélido, y apenas era lo bastante ancho para permitirle atravesarlo. Debajo del puente se abría un frío abismo que tal vez llegaba al corazón mismo del mundo.
—Despacio, Rencor, despacio —dijo. El nauglir pareció comprender, ya que comenzó a atravesar el vacío paso a paso.
Casi cinco minutos más tarde habían recorrido poco más de la mitad del puente, y Malus comenzaba a respirar con mayor tranquilidad. Entonces oyó unos pasos que corrían pesadamente detrás de él, y se volvió justo a tiempo de ver que la bestia del Caos saltaba hacia Rencor con un aullido escalofriante.