CAPITULO DIECINUEVE
Lunes 7, de febrero,
Al domingo 12 de marzo, Hialeah, Sur de Florida.
Después de unos días en el hotel David William, Jonathan pensó que, al haber sido detenidos los apóstoles de Gantt y desaparecido el predicador, no era ya tan arriesgado trasladar a Swanlove por unos meses a una casita del barrio de Hialeah donde, con considerable menos gasto, podrían dedicarse al libro e incluso retransmitir desde allí su programa de radio.
Mientras tanto, el teniente Ross les aseguraba protección policial en los tres lugares: la casa de Hialeah, los hoteles en los que se encontraban Jonathan y Alina y la residencia de ambos, donde seguía viviendo Alina. En el Hospital donde trabajaba Alina existía vigilancia permanente y Martin, su socio, lo mantenía informado sobre los asuntos del despacho de abogados.
Ross los visitaba con frecuencia, interesado en la marcha del libro y en conocer el pensamiento del doctor Swanlove, a quien consideraba un filósofo y con quien mantenía largas conversaciones.
Swanlove llamaba a diario a Pilar a Caracas para comentarle, la mayoría de las veces, lo bien que lo estaba pasando escribiendo este libro, aunque tenía cuidado de no mencionar de qué se trataba. Tampoco ella le preguntaba, dando por supuesto que versaría sobre algo relacionado con sus trabajos como lingüista.
Jonathan se sentaba frente a su Mac y transcribía las notas y dictados de Swanlove. El libro empezaba con una experiencia de Jonathan:
“Una tarde muy calurosa de verano visité a la viuda de un escritor que decía haber conocido al Anticristo. La señora, una mujer muy interesante y amable, me aseguró que conservaba los versos escritos por el Anticristo y me pidió que le esperara mientras buscaba el poema en el garaje, donde lo había dejado su difunto marido. Aburrido, encendí el televisor y me sorprendió ver al Papa dando un sermón en la Habana”.
Mientras trabajaban en el libro, Swanlove le contó a Jonathan cómo se le había ocurrido escribir el famoso poema. Estudiando en Madrid para el Máster, conoció la obra del paleontólogo y arqueólogo jesuita, Teilhard de Chardin, que estudió la evolución de las especies de Darwin, y aseguraba que no sólo el cuerpo sino también el alma humana había sufrido una metamorfosis, prediciendo la constante mejoría de la Humanidad en los milenios futuros. Como sus pensamientos fueron considerados demasiado atrevidos por la conservadora dirección de la Iglesia Católica, se le impidió publicar sus escritos hasta después de su muerte en 1955.
-Para analizar esta propuesta tenemos que entender a Teilhard,- le dijo David,- Teilhard era un científico que quería conciliar el pensamiento científico con su fe cristiana y pensaba que Dios y el hombre integran un proceso de transformación y actualización.
-¿Es decir que veía todo en movimiento a través de sucesivos estadios evolutivos?,-le preguntó Jonathan.
-Sí, Dios, el Universo y la Humanidad. El creía que Dios estaba en todas partes y en todas las cosas y que por eso también evolucionaba.
-Es interesante esa idea de incorporar a Dios en el proceso de la evolución, pero, ¿Qué me dices del mal?,-le preguntó Jonathan.
-Para Teilhard el pecado es una consecuencia de la creación. Al contrario de lo que dice la teología católica tradicional, Teilhard considera que el pecado es inevitable. Aunque fuera un sacerdote jesuita, tenía ideas radicales que fueron consideradas demasiado liberales. En lugar de un final sangriento y desastroso para el mundo, él creía que evolucionábamos hacia un mundo mejor y que todo continuaría mejorando hasta que nosotros y todas las cosas, alcanzaran el Cristo-Omega. Creía que el cosmos y los seres humanos vamos hacia Cristo para entrar en el amor desinteresado y altruista.
-¿Y respecto al Apocalipsis?, es parte de las profecías,- insistió Jonathan.
-Creo que Teilhard luchaba con el yin y el yang, el bien y el mal, como llamamos a esa dicotomía. Si hubiera vivido en la Edad Media lo hubieran condenado por hereje.
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- El pensamiento de Teilhard es desafiante,-dijo Jonathan.
-Seguiremos analizando a Teilhard según progresamos con el libro, pero recuerda que sus ideas eran novedosas y excitantes. Yo nunca antes las había escuchado y es por lo que, siendo un joven estudiante de lenguas y un pensador, me pregunté, ¿Y si soy yo el Anticristo? Y empecé a pensar en Cristo en función del yin y el yang. Súbitamente se me aclaró todo. Cristo era joven, yo más viejo. El tenía barba, yo no la tenía. El era delgado, yo grueso. Cristo hizo milagros, yo no. El tenía apóstoles, yo no. Cristo fue crucificado y resucitó. Yo sigo vivo y no podré resucitar. Y, dándole vueltas al tema, pensé, no soy mala persona, incluso creo que mejor que el Apóstol Pedro, que negó tres veces a Jesucristo o que Judas Iscariote, que lo vendió por unas monedas.
Jonathan escuchaba las palabras de Swanlove observando su lucha interior por expresarse espiritualmente a partir de las enseñanzas de la fe cristiana, pero con la elevada sensibilidad frente a la naturaleza que había heredado de su pueblo selvático.
Durante más de un mes estudiaron, leyeron y escribieron, aportando Swanlove sus conocimientos y experiencias mientras que Jonathan analizaba y procuraba simplificar sus ideas para hacerlas asequibles al gran público.
Después de tanto tiempo, el reverendo John Gantt había pasado a ser un lejano, aunque desagradable recuerdo. Había desaparecido.
Terminado el libro, Swanlove volvió a Venezuela. Bob, el gerente de la estación de radio WYVKE, los había puesto en contacto con una editorial de Nueva York dispuesta a leer el manuscrito; Le enviaron el libro, ya editado por Swanlove y lo aceptaron para su publicación inmediata.
Al empezar a promover su libro, Jonathan se encontró con que los medios en general consideraban interesante presentar a Swanlove y lo invitaban para intervenir en sus programas. Jonathan le propuso realizar una campaña visitando varias ciudades norteamericanas, con todos los gastos pagados, invitación que Swanlove aceptó con entusiasmo.