CAPITULO CATORCE

Miércoles 2 de febrero,

Maiquetía, Caracas, Venezuela, 11:00am

Jonathan voló por primera vez a Caracas. El Hotel Sheraton que había reservado estaba cerca del aeropuerto, pero muy lejos de la Capital, por lo que decidió cancelar la reserva y alquilar un coche para conducir durante una hora, montaña arriba, hasta los  casi mil metros sobre el nivel del mar  del valle que alberga la ciudad. La continuación de la autopista le permitió bordear gran parte de la población conduciendo hacia el Este, hasta llegar a la Plaza Altamira, junto a su destino, donde pudo devolver el coche. Le resultaba enervante conducir en una ciudad desconocida.

No le costó localizar las oficinas de  la empresa de correos  POBA, en el Centro Plaza, cerca de   Altamira y, después de una breve espera, entrevistarse con la gerente.

-Buenas tardes, mi nombre es Jonathan Blacke, soy  abogado en ejercicio en Coral Gables, Florida y tengo un programa de radio muy popular en el sudeste de los Estados Unidos, le dijo mientras le daba una tarjeta de visita.

-Mucho gusto, -le dijo,- soy Rosalind Graves, la gerente y propietaria del negocio.

-¿norteamericana?-le preguntó sorprendido y aliviado por poder hablar en inglés.

-Sí, -le contestó,- y encantada de encontrarme con otro norteamericano, no me ocurre a menudo. ¿En qué le puedo ayudar?

-Bueno, se trata de la oficina de Miami a la que le pusieron la bomba.

-Todavía no puedo creer lo que ha pasado. Tiene que haber sido un loco. He puesto en marcha esta empresa para un negocio legítimo y fíjese lo que pasa. El gerente de Miami está buscando ahora mismo un nuevo local para instalarnos. Lo siento por los que perdieron sus cartas y paquetes pero afortunadamente tengo contratado un seguro que cubre las pérdidas. Espero que nuestros clientes comprendan la situación y sigan empleando nuestros servicios,- se detuvo muy seria,- ¿Ha venido a demandarnos?,  ¿Representa a alguno de mis clientes?

-No, de ninguna manera, no se preocupe, vengo por otra cosa.

La cara Rosalind reflejó un gran alivio:

-¿De qué se trata entonces?

-Estamos seguros de que la bomba pretendía perjudicar a un cliente nuestro, David Swanlove. ¿Tiene usted su dirección? Le aseguro que la mantendré en el más estricto secreto, pero creo que la vida de ese señor está en grave peligro.

-¿Por qué?,- preguntó la gerente sorprendida.

-Un grupo extremista capaz de poner una bomba en su oficina. No puedo decirle más. Necesito comunicarme con Swanlove antes de que ellos lo encuentren.

-No le puedo dar las direcciones de nuestros clientes porque es parte del servicio garantizarles la confidencialidad, pero si puedo darle una pista para que usted la encuentre fácilmente. Este señor es muy conocido, porque hace apenas un mes lo hicieron miembro de la Academia Venezolana de la Lengua, así que la información sobre él es pública. Mire en el listín de teléfonos, dudo que haya más de un David Swanlove,-le contestó Rosalind, alzando una ceja.

Jonathan asintió con la cabeza, pero hubiera querido obtener la dirección sin más complicaciones.

-Creo que le he ayudado en todo lo que he podido sin faltar a la confianza de mis clientes,-insistió Rosalind.

-No sabe cuánto se lo agradezco, señorita Graves. No se olvide de llamarme si pasa por Coral Gables. Me dará mucho gusto poder ayudarla y si le es posible podríamos salir a cenar con mi esposa.

-Muchas gracias,…-dijo desconcertada ante su amabilidad, mirando de nuevo la tarjeta.

-Jonathan, llámame Jonathan,- le dijo sonriendo y salió de la oficina en busca de la guía de teléfonos en el mismo Centro Plaza.

Tan pronto la encontró pudo rápidamente centrarse en los seis únicos Swanlove, sólo dos de ellos llamados David,-“¡Tienen que ser parientes!,”-pensó mientras copiaba los nombres y direcciones.

Con lo poco que recordaba de su español del bachillerato le tomó un esfuerzo considerable enterarse de que en Caracas los teléfonos públicos funcionan con tarjetas de débito que hay que adquirir en las farmacias.

En ambos teléfonos le respondieron personas que no hablaban inglés, por lo que tomó un taxi a la primera de las direcciones.

Miércoles 2 de febrero,

Los Caobos, Caracas, 12:30pm

Con los datos de la guía de teléfonos y la ayuda del conductor pudo llegar a la vivienda de David Swanlove.

El vigilante, sentado a la puerta del edificio de Los Caobos, le mostró el botón que debía oprimir para comunicarse con el Apartamento 6 A, pero, aunque la mujer que contestó al portero automático no pareció  entenderle, le abrió de todas maneras la reja de la entrada y pudo tomar el ascensor.

La puerta estaba abierta y  en el umbral, una señora, de mediana edad, vestida como para salir a la calle.

-Buenas tardes,-le dijo Jonathan con su mejor sonrisa.

-Buenas tardes, -repitió la mujer tratando de ser educada, inclinando la cabeza hacia un lado, no queriendo demostrar su extrañeza porque un joven norteamericano se presentara súbitamente en su puerta. Rogó al Cielo que no se tratara de un misionero Mormón o Evangélico.

-Estoy buscando al doctor David Swanlove,-dijo lentamente Jonathan con la esperanza de que le entendiera.

-Lo siento, no está aquí, está en su otra casa, en Tucupita,- le contestó en un inglés chapurreado.

-Vengo desde Miami para verlo. Esta es mi tarjeta,-insistió Jonathan dándosela.

La mujer leyó la tarjeta y él esperó hasta que volviera a mirarlo para continuar diciéndole, lentamente:

-¿Es usted la señora Swanlove?

-Sí, -contestó.

-Creo que su marido está en un grave peligro…, en peligro de muerte.

-¿Peligro de muerte?,-repitió angustiada.

-Sí.

-Estaba saliendo, pero me ha asustado con lo que ha dicho, por favor, pase adelante,-le dijo haciendo un gesto con la mano para que pasara y cerrando la puerta al pasar.

-Siéntese, por favor, y explíqueme lo que quiere decir.

Miércoles 2 de febrero,

Los Caobos, Maiquetía, Tucupita. 1:30pm

Angustiada por la emergencia, la señora Swanlove ayudó a Jonathan a conseguir el vuelo, un taxi para llegar al aeropuerto y le reservó asiento en el primer avión a Tucupita. Le advirtió que tuviera paciencia, porque aunque  la ciudad está a menos de quinientos kilómetros de Caracas, el avión hace varias paradas en el camino.

Llegando a su destino, Jonathan vio desde el aire una pequeña ciudad, rodeada por corrientes de agua que forman parte del delta del Orinoco. Recordaba que la señora Swanlove le había advertido que hasta hacía poco no estaba comunicada por carretera y sólo podía llegarse por vía aérea o embarcaciones fluviales.

En el aeropuerto enseñó una tarjeta con la dirección de Swanlove a la empleada a cargo del mostrador.

-Lo conozco, su casa está río arriba, tendrá que tomar una curiara para que le lleve. Acérquese a la ribera del río, todos lo conocen, cualquiera podrá llevarle.-le dijo en una parrafada rápida e incomprensible para Jonathan.

Afortunadamente, un joven angloparlante había escuchado la conversación:

-Señor,-le dijo al observar la confusión total que reflejaba la cara de Jonathan. - ¿Quiere que le traduzca lo que le han dicho?

-¡Se lo ruego!,- le contestó Jonathan agradecido.

-La señorita conoce a la persona que usted busca, vive rio arriba,- le tradujo.

-¡Ahh! Y pensó:”Ojalá me hubiera aplicado más en las clases de español en la escuela’.

 

-Tendrá que tomar una curiara, un bote pequeño,-le aclaró el joven,- y todo el mundo conoce la casa del señor David.

-Muchas gracias, -le  contestó Jonathan, en español chapurreado acompañado de una sonrisa.

-Si usted quiere, con mucho gusto lo llevo en mi bote hasta el río.-insistió el joven.

-Muchas gracias de nuevo. Me llamo Jonathan Blacke.

-Encantado de conocerlo, Carlos Ramírez. Intercambiaron apretones de manos y sonrisas. Jonathan  sintió que podía confiar en el joven que tan oportunamente lo había ayudado.

-Hablas muy bien inglés, ¿Dónde lo aprendiste?

-En Tulsa, Oklahoma, estudié ingeniería petrolera. Actualmente trabajo para British Petroleum, contratista de PDVSA, la petrolera del Estado.-le dijo Carlos, y añadió: -Tenemos muchos problemas con el ecosistema, en esta región selvática, pero los superaremos.

-“Los superaremos” le hizo recordar a Jonathan el Movimiento por los Derechos Civiles ocurrido antes de su nacimiento. “Eran palabras que inspiraban, pero bueno, no voy a distraerme”, pensó Jonathan. Tenía que concentrarse en encontrar a David Swanlove y nunca hubiera pensado que iba a tener que internarse en esa extraordinaria espesura, en la selva, saturada de plantas y animales exóticos.

Al llegar al río, el joven ingeniero le dijo al  dueño de una de las curiaras allí amarradas que llevara al señor Blacke a la casa del doctor Swanlove. Se despidieron con un apretón de manos.

Jonathan trató de equilibrarse en medio de la larga canoa, tallada de una sola pieza dentro del tronco de un árbol, que se hundía casi hasta los bordes, pero tan pronto se incorporaron a la corriente se convenció de la habilidad de los dos nativos que la tripulaban, impulsada por un motor de gasolina de 45 caballos.

Se preguntó si David Swanlove tendría el físico de los indios. La señora Monan había especulado que podía ser oriental. Se sentía abrumado por la dimensión de la calurosa y densa selva tropical, pasando velozmente entre gigantescos árboles, a menudo adornados naturalmente por orquídeas, bromelias y philodendrons cayendo de las ramas y con flores rojas de heliconia entre los arbustos. Los tucanes con sus grandes picos, loros, guacamayas de colorido plumaje y los araguatos, monos aulladores, competían escandalizando con una algarabía de sonidos.

Aguas arriba la curiara pasó por una zona donde los árboles ensombrecían por completo el cauce, para más adelante abrirse, permitiendo el paso de la luz entre sus ramas, en un bello espectáculo. Jonathan le rogó al cielo que lo ayudara a cumplir su objetivo y que no permitiera que cayera al Orinoco y sólo su cadáver, o lo que dejaran de él los caribes (pirañas), volviera flotando hasta Tucupita.