CAPITULO CINCO

Domingo, 23 de Enero, West Palm Beach, 11:00am

Aunque no fuera miembro del Klan, el reverendo John Gantt pensaba y actuaba como si lo fuera, excepto que demostraba ser más inteligente que un desequilibrado racista, expresando odio constantemente y repitiendo consignas del Klan sin parar. Gantt podía predicar, y sabía hacerlo muy bien.

Ese domingo, día del Señor, Gantt había dado otro de sus típicos sermones:

-”Miembros de mi congregación, hermanos en el Señor. ¡Debéis aceptar lo que dice el Apocalipsis! ¡Arrepentiros! Dadnos vuestros bienes y vuestras riquezas porque no las necesitareis más. Conozco los secretos de las Escrituras revelados por la Sagrada Orden del Emperador Constantino, que cambió el calendario para su beneficio personal. Los Templarios, de los que formo parte, conocen la fecha exacta en que se producirá el final. Será este año, y el Señor hace que suenen  las siete trompetas de la revelación. ¡Yo las he oído! Vosotros habéis visto a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis a nuestro alrededor y con ellos, la guerra, la pestilencia, las plagas, el SIDA, El Niño, sequías y hambrunas en África. ¡Arrepentiros porque el Anticristo ya está aquí, entre nosotros! Pronto moriremos, pero mientras me mantengáis como vuestro pastor ¡alcanzaremos la Gloria Eterna! Aquellos de nosotros que seamos buenos, decentes y blancos, alcanzaremos el Cielo. El Señor no quiere basura, pero tampoco quiere gente blanca a menos que os arrepintáis y renunciéis a vuestras riquezas y se las deis a Su Iglesia, de manera que, cuando se abra el séptimo sello, los Veinticuatro Ancianos, entre los que me encuentro, ¡lograrán que Jesús separe a los buenos de los malos! Hermanos, ¡no os preocupéis! ¡Ya ha sido decidido por el Consejo de los Veinticuatro que ninguna persona negra alcanzará las puertas del cielo!  Amén, amén, amén”.

Según Gantt repetía la palabra amén, los treinta y tantos seguidores que atendían el servicio en la iglesia repetían con él: Amén, amén, amén.

-“Recordad que podéis darnos vuestros bienes y vuestras riquezas porque no las necesitareis más. Dejar vuestros donativos en la alcancía que está a la entrada de este sagrado lugar, en efectivo o en cheque, a nombre del Reverendo John Gantt”.

Ese día Gantt parecía más iracundo que nunca. Cuando terminó y se marcharon los feligreses, salió de la iglesia, cruzó la carretera de tierra y entró en una pequeña construcción de una sola planta, al otro lado de la calle. En la única habitación lo esperaban, sentados,  seis hombres a los que había nombrado sus apóstoles: Walter, Jack, Skip, Kelly, Bobby y Eddy. Constituían La Sociedad Secreta de la Justicia de Jesús. Cerró la puerta tras de sí.  Lo esperaban en la chabola, separados de los miembros de la iglesia, porque iban a oír directamente y a seguir las instrucciones del Señor para el fin del mundo. Los había escogido por ser buenos y confiables seguidores que harían lo que les ordenara. Habían hecho un juramento de mantener la voluntad del Señor en secreto. Les había advertido que  Dios los mataría instantáneamente, con un rayo, si revelaran a los demás lo que estaban haciendo. 

Haciéndoles creer que ellos habían sido escogidos directamente por Dios, Gantt les había metido el miedo en el cuerpo de manera que obedecieran sin rechistar. Serían los ejecutores de la voluntad de Dios, que era quemar hasta los cimientos las iglesias de los afroamericanos y ahora se preparaban para quemar y destruir  todo lo que tuviera que ver con el Anticristo. Si fallaban, también serían destruidos por la Justicia Divina con rayos y truenos e irían al infierno para pasar la eternidad con Judas Iscariote. Gantt quería que sus apóstoles de los Últimos Días cuando llegara el Armagedón, le enseñaran a los demás lo que tenían que hacer, para apoyar a Jesús contra el Anticristo.

Antes de hablar, el Predicador, con una expresión muy seria, miró a cada uno de sus apóstoles con intensidad:

-Hermanos, algo terrible ha pasado. Como estaba previsto en la Biblia, el Anticristo se ha aparecido para confundirnos en nuestra tarea. ¡Maldición! Incluso han llegado a decir ¡que está entre nosotros y que es bueno! Este hombre es Satanás en persona bajo la piel de cordero. ¿Cómo es posible que intente engañarnos? El mismo nombre de Anticristo supone la destrucción porque su propósito es embaucar a nuestros hermanos  con todas las falsedades  demoníacas que pueda, ese es su “modus operandi”- El Predicador disfrutaba inmensamente citando latinajos a su ignorante grey.

-He rezado porque podamos superar a este monstruo, pero ¿cómo podremos hacerlo si llega a convencernos de que es bueno? Le ruego al cielo por la llegada de Nuestro Señor, que me dice que destruyamos al malvado y despejemos su camino. ¡Hermanos, sólo nosotros somos los llamados a destruir al Anticristo maldito! Sabéis cómo, porque mediante mi sagrado ministerio os he permitido oír la verdadera voz del Señor.

Gantt bajó la cabeza, exhausto,  momento que aprovecharon sus apóstoles para ponerse de pie y decir al unísono:

-Amén, amén, amén, -con evidentes muestras de dar el asunto por terminado.

Al levantar la cabeza la cara del Reverendo estaba distorsionada por la rabia:

-Hermanos ¡Escuchadme!, ¡todavía no he terminado, hacer el favor de sentaros!- Lo sacaba de quicio que estuvieran impacientes por marcharse.

Los seis  elegidos se sentaron de nuevo, acongojados por el enfado de su líder. Creían seriamente que el mismo Cristo había poseído el cuerpo de Gantt, y que si le desobedecían Cristo los destruiría con sus rayos en un instante.

El rostro de Gantt seguía transformado por la ira cuando revelaba sus pensamientos:

-¡Este hombre dice que todo lo que nos han enseñado sobre el Anticristo es una mentira! ¡Tenemos que acabar con él para lograr que, con nuestra ayuda, se produzca el Reino de Dios! Recordad que nosotros, los blancos, nos transformaremos en ángeles, ¡estaremos en lo más alto! Por eso os ordeno ¡matad a ese bastardo infernal! ¡Ha llegado desde el infierno y merece volver a él!  Amén, amén, amén.

Los discípulos no se movieron. Sólo dijeron:

-Amén, amén, amén.

Antes de éste último sermón de Gantt a sus apóstoles, el incendio de varias  iglesias se había producido sin dificultades, a  pesar de que las autoridades habían emprendido serias investigaciones para tratar de determinar qué grupo o qué personas podían estar detrás de estos crímenes de odio racial. Ahora, inflamado su fervor por la posibilidad de que alguien pudiera ser llevado a pensar que el Anticristo fuera bueno, la misión de Gantt se hacía mucho más urgente.

El pensar que sus enemigos hubieran concebido la idea de desmontar los horrores del Apocalipsis, auténtica mina de oro por el terror que infundía en los feligreses, se le hacía insoportable. El Reverendo hacía tiempo que creía que la guerra estaba ganada, porque Nuestro Señor Jesucristo estaba de su lado y  lo ayudaría a obtener la victoria final. Había quemado unas cuantas iglesias y estaba seguro de que a los judíos los exterminaría el mismo Cristo, de una sola vez, como creía que el Presidente Bush hijo había hecho con Saddam Hussein, sin tomar en consideración la jaula de grillos que éste había abierto. Estaba seguro de que se sentaría, aquí en la tierra, a la izquierda del Señor, a supervisar el fin del mundo venciendo en la última batalla. Había sido una sorpresa  ver que aparecía de la nada el enemigo de Dios, el Anticristo, queriendo convencer a la humanidad de su bondad. Un demonio, enviado por el mismísimo Satanás, que tenía que ser destruido cuanto antes.

Intentó calmarse, pero sus ojos centelleaban:

-Walter, quiero que averigües  quién fue el que escribió el poema del Anticristo. El que sea debe ser eliminado.

-Predicador, no hemos leído ese poema,- le contestó, perplejo.

-No lo has leído, ni lo leerás porque contaminaría tus pensamientos y la depravación de Sodoma y Gomorra haría que perdieras la fuerza que te da el Señor. Es tal su inmundicia que, después de que lo hube leído, el Señor envió un rayo que quemó el papel en que estaba escrito ante mis propios ojos- le dijo mirándolos a todos, confirmando que ninguno se atrevía a discutir las palabras del Señor que les acababa de comunicar.

Walter era un obrero de Nueva York, jubilado, y se quedó sentado convencido de que Dios, a través del Predicador, lo había escogido para ejecutar una misión sagrada de destrucción del mal.

-Estamos ganando la guerra,-dijo Gantt lentamente, dejando que sus palabras proféticas impregnaran las mentes de sus seguidores y les dieran seguridad en sus convicciones.

-Hemos quemado bastantes iglesias afroamericanas. Ahora nuestra misión es matar a ese bastardo, Belcebú, el mismo demonio, liberado después de más de dos mil años y que viene  a hacernos frente. Pero debéis recordar que viene cubierto con una piel de cordero y que es un hechicero hábil y seductor. Cualquiera que lo vea creerá que es una persona blanca normal, pero en realidad es negro, como la antracita, y tiene cuernos y cola que no se pueden ver.

-Su poema…tenía que ser un poema, ¿comprendéis? el diablo no se atreve a hablar o escribir directamente. Tiene que comunicarse con un poema. No necesitáis otra prueba, ¿Verdad?

Ninguno de los discípulos se movió. Quedaron transfigurados por los secretos conocimientos del Predicador, que sabía que el Anticristo estaba ya en sus proximidades.

-Le he pedido a Walter que encuentre a quien haya escrito el poema y ahora os lo digo a todos vosotros: vamos a buscarlo- dijo golpeando con un puño la palma de la otra mano para mostrar la intensidad del reto. Ya había dicho lo suficiente como para animarlos a que encontraran al monstruo y, para calmar su exasperación, lo colgaran del árbol más próximo. Ninguno de sus apóstoles se atrevió a discutir que la suya era la voz del Señor.