CAPITULO TRES
Martes, 18 de enero,
Coral Gables Estación de radio WYVKE, 10:00am,
Finalmente, se encendió la luz roja del estudio, advirtiendo que había llegado la hora, y el técnico de sonido hizo sonar el tema musical del programa dándole entrada a Jonathan, quién, mientras saludaba a su público, vio parpadear las luces rojas de la centralilla telefónica, indicando dos llamadas, justo a tiempo. Presionó el primer botón y contestó con su habitual,
-¡Buenos días! Es Jonathan Blacke, y la suya es nuestra primera llamada de hoy, bienvenido a nuestro programa.
-¿Qué es todo eso del Anticristo? – Preguntó abruptamente, una voz masculina iracunda, arrastrando las palabras, con el típico acento sureño, -Llamo porque un vecino me acaba de decir ¡Que conoce a alguien que se ha entrevistado con el Anticristo! ¿Cómo es posible? ¿Es que está vivo? No sé nada sobre el Anticristo, excepto que tiene que ser alguien muy malo.
-¿Anticristo? ¿El Anticristo?-preguntó Jonathan atónito y desconcertado, pero continuó buscando desesperadamente en su memoria- Nos hablaron del Anticristo en la Escuela Dominical. Sé que tiene que ver con el Armagedón, la batalla bíblica del fin del mundo, pero no soy un experto en el tema…
La idea de tener que tratar, súbitamente, de un tema tan descomunal como el Anticristo, lo dejó sobrecogido. Su realidad personal en aquel momento era que se hallaba en un estudio a prueba de ruidos, con aire acondicionado, aislado del exterior. El mundo a su alrededor, en Coral Gables, estaba a unos húmedos y bochornosos 33ºC, con un sol caliente y radiante y el agua del mar a templados 24ºC. Lo cotidiano, agradable y fácil, tan cómodo y predecible como cualquier otro día caluroso en las playas del sur de la Florida. Era demasiado temprano para ponerse a pensar en la era de los cataclismos, con enfrentamientos entre cielo e infierno, bondad y maldad, Cristo y Anticristo llegando a una apocalíptica guerra final. La vida, como la conocía Jonathan, no debía alterarse. Pensó que el que llamaba sería algún chiflado ó desequilibrado, así que decidió contestarle con su tono más diplomático:
-Muy bien, trataremos de ver si alguno de nuestros oyentes puede conseguirnos una respuesta a su pregunta.
Sin más, se apagó la luz de la centralita. Habían colgado. Se encendió la luz roja de otra línea.
Aunque Jonathan quisiera ponerse, mentalmente al menos, a elucubrar sobre el tema, tenía claro que esa sola palabra: “Anticristo”, era ya una provocación. De acuerdo a la interpretación cristiana, Jesús volverá a la tierra para derrotar al Anticristo, el falso profeta, y a Satanás, en la batalla de Armagedón. Tan pronto se corriera la voz entre los oyentes, empezarían a recibir llamadas de cristianos fundamentalistas y conservadores, tratando de identificar al verdadero Anticristo, que tendría que ser un personaje despiadado, un líder mundial que seduciría a los seres humanos para que hicieran el mal y poder poner en marcha su propio reino universal sin Cristo. Para ellos, el Anticristo se presentaría como un hombre, posiblemente judío como Jesús, que viviría en alguna parte del Oriente Medio.
Desde que el Libro de Daniel y las Revelaciones hicieron sus dramáticas profecías, los cristianos decidieron creer que vivían en alguna parte de la historia, entre el Edén del Génesis y el Armagedón de las Revelaciones. Un nuevo milenio siempre trae terribles predicciones de gran número de profetas pesimistas, que dan por sentado que el final está cercano. Hay algo en las mentes de muchas personas, de cualquier país o religión, que nos quiere hacer creer que pronto nos enfrentaremos a un final cataclísmico del mundo.
Jonathan presionó el siguiente botón y dijo al micrófono:
-La siguiente llamada, por favor.
Esta vez se trataba de una voz pausada y educada.
-Sí, escuché el comentario sobre el Anticristo ¿Qué o quién es él? No tengo idea. Algunos piensan que el Anticristo vendrá a la tierra en éste nuevo milenio. Recordando lo poco que leí sobre el tema en la Biblia, creo que podríamos estar en la época del Apocalipsis. Eso fue lo que escribió el Apóstol Juan en el último Libro de las Sagradas Escrituras. Este Anticristo se supone que es una mala persona, pero no tengo claro cómo lo reconoceremos.
-Me pregunto lo mismo. Quizás alguno de nuestros oyentes pueda aclararlo,-contestó Jonathan.
Se encendió nuevamente una luz en la centralita. Dejó en espera al anterior y apretó el botón para el nuevo radioyente.
-¿Hola?,-dijo Jonathan.
-Mi nombre es Mary Brown y tengo un problema con mi novio. Quiere que mis padres sepan que lo estamos haciendo.
-¿Haciendo qué? ¿El amor?
-Sí.
-¿Cuántos años tienes?
-Dieciséis.
-¿Y tu novio?-Jonathan pensó enseguida que se trataba de sexo entre un adulto y una menor, lo cual legalmente se considera violación por parte del adulto, que iría a la cárcel a menos que se casara con la chica.
Pero sus pensamientos volvieron a las personas que habían llamado antes. Le parecía que el tema del Anticristo era más interesante y no quería dejarlo pasar. Sabía que tendría que manipular la atención para que la audiencia olvidara a la chica, así que no le hizo más preguntas. La joven no se había interesado en las llamadas anteriores o estaba tan ensimismada en su problema que no se había enterado. Sin embargo Jonathan seguía pendiente del Anticristo y quería saber más del asunto.
-Bueno Mary, tienes una situación delicada,- empezó,- Tu novio podría tener un problema porque legalmente eres menor. Si quieres a tu chico y no quieres que vaya a la cárcel por años, debes ser responsable. Estás aprendiendo a actuar como un adulto y para ello tienes que asumir la responsabilidad de dejar de hacer algo que podría crearos problemas serios a ti y a tu novio.
Sin continuar refiriéndose a las preocupaciones de Mary, dio por terminada la conversación diciéndole:
-Si tu novio insiste en tener sexo contigo, es mejor que hables con tu madre cuanto antes y le expliques lo que te pasa,- Sin más, presionó el botón y cortó la llamada dejando entrar a otro oyente.
Sabía que podía ocupar el resto de la mañana hablando acerca de la vida sexual de Mary Brown, su novio, su madre, su padre y sus ansiedades y posibles reacciones, pero ahora mismo no tenía interés. No quería saber nada del novio ni de la madre. ¿Aceptaría la madre de Mary lo que ella le fuera a decir y la ayudaría a romper con el novio o, por el contrario, la condenaría y la echaría de casa? Jonathan estaba seguro de que otros oyentes estarían empezando a considerar esas posibilidades.
Les había comentado a sus amigos que a menudo trataba de entender las personalidades de quienes llamaban clasificándolas en dos grandes grupos. Al primero lo calificaba como “de personas confundidas”, eran individuos egoístas, necesitados, desesperados y confundidos que se sentían abusados por los demás y requerían atención inmediata. Los demás que llamaban representaban los “controladores mundiales”, convencidos de que el mundo estaba organizado de una manera determinada y exigían que todos los demás vivieran de acuerdo con su punto de vista.
Trataba de ser diplomático con sus oyentes, al estilo de Christina, la encantadora presentadora de la televisión de Miami, reina de las tertulias en español, muy al contrario del tristemente célebre Jerry Springer, el polémico e incluso despreciado en ocasiones, presentador de televisión que a menudo lleva invitados escandalosos y hostiles para atraer audiencia a sus escabrosos programas.
Desde luego, la mayor diferencia entre radio y televisión es el anonimato que pueden mantener los que llaman a una estación de radio. Permanecen desconocidos para el público, aunque cada uno es un ser humano que puede interesar a los demás al revelar sus fragilidades y ansiedades. La mayoría de los participantes confiesan la manera en que se metieron en problemas y cómo, a lo largo del tiempo, habían perdido el Norte. Irónicamente, personas desconocidas y anónimas se ponían en contacto con otro desconocido, de quien sólo les era familiar su voz, para que les diera respuestas, consuelo o lo que Jonathan llamaba “sabiduría mágica” que podría resolver sus problemas.
Disfrutaba de su popularidad como locutor y de poder comentar sobre la vida con su mezcla cotidiana de desconocidos. En cierto modo pensaba que su papel era parecido, próximo en términos de la historia del hombre sobre la tierra y una vuelta atrás a la época de los antiguos hechiceros, al de aquellos sacerdotes y clarividentes que supuestamente poseían el poder de convocar a los espíritus del bien y del mal que impregnaban las vidas de las personas y mediaban en las disputas entre ellas. Aunque nunca pretendiera ser más que un compasivo oyente y consejero, se había convertido en un chamán de las ondas, el mediador entre lo bueno y lo malo, una persona que, ocasionalmente, podía influir en las vidas de sus oyentes dando las “respuestas adecuadas”, que impartía cuando se le solicitaban.
Las preguntas del público se convertían en parte de la atracción de sus programas y de los cientos de programas similares en todo el país. Todo el mundo sentía la necesidad de escuchar los problemas ajenos.
Jonathan había confesado, medio en serio, medio en broma: “Freud es el padre de las tertulias radiofónicas”. El padre del psicoanálisis, que escribió muchos libros y trató de diseñar una teoría “científica” para entender las personalidades, probablemente se sentiría insultado por que lo compararan con Jerry Springer, pero él fue quien hizo pública una manera aceptable de hurgar en las mentes humanas. Los programas de tertulias por Radio y Televisión se limitaron a realzar lo que Freud dejó al cultivar el interés de los seres humanos por la vida y milagros de las demás personas. Fuera de los despachos y sofás de los psicoanalistas, esos programas explotaron los secretos y pensamientos individuales y los expusieron públicamente.
Las tertulias por la radio permiten el anonimato mientras los oyentes escuchan los secretos, pecados, autoengaños y posibles conocimientos, de los que llaman al programa. Y los que participan con sus llamadas, presumía Jonathan, a veces tenían la necesidad de que los dirigiera una figura de autoridad, que les diera instrucciones y resolviera sus problemas.
Algo relativo al nombre de Mary lo dejó preocupado. Algunos de los que llamaban, al dar su verdadero nombre perdían el anonimato. El imaginaba que muchos utilizaban nombres falsos para que nadie, excepto quizás los más íntimos, que podrían reconocer su voz, los identificaran. ¿Qué significa un nombre? Real o ficticio, un nombre no significa nada si no se puede asociar a una cara o una persona determinada. Jonathan hacía tiempo que no se preocupaba de preguntarse qué nombres serían reales. Una Mary Brown de dieciséis años le sonaba muy ficticio. Decidió no seguir pensando en el asunto de si el nombre era real o ficticio. Lo consideraría el descuido freudiano de una jovencita. Seguro que siente remordimientos, pensó: “Brown”, marrón en castellano, tal cual lo que pensaba dejarle el novio a los padres de la niña.