CAPITULO UNO
Sábado, 15 de Enero,
Caracas, Los Caobos, 7:30pm
En un ático de Los Caobos, zona residencial de clase media de Caracas, no muy lejos de la Plaza Venezuela, el profesor Swanlove preparaba su hogar para celebrar un gran acontecimiento. No era una persona vulgar y corriente, ya que éste decano de un departamento de la principal universidad del país, pertenecía a la etnia Warao y había nacido en una aldehuela del Delta del Orinoco, en la zona selvática del noreste de Venezuela.
David quedó huérfano a los cuatro años, fue criado por los padres capuchinos en la cercana misión, y bautizado con un nombre anglosajón, en lugar de un nombre acorde con su etnia.
Gracias a su aplicación y talento excepcional, al terminar el bachiller en su escuela, los misioneros le ayudaron a obtener una beca del gobierno venezolano para estudiar Artes Liberales en el Boston College de Massachusetts. Una vez graduado, pudo continuar, becado nuevamente por el gobierno, para obtener esta vez, en Madrid, la Licenciatura en Filología de la Universidad Complutense. Finalmente había completado su educación en la Universidad de Oxford, en Inglaterra, donde obtuvo el doctorado en su especialidad.
A su regreso a Venezuela, ingresó como profesor en la Escuela de Antropología de la Universidad Central, en Caracas, pero dedicándose principalmente al trabajo de campo, a la investigación de las lenguas y dialectos indígenas de las pequeñas tribus establecidas en las riveras del Orinoco, participando con otros profesionales en la creación de alfabetos y gramáticas.
La causa de la celebración de esa noche era el nombramiento de Swanlove como miembro de la prestigiosa Academia Venezolana de la Lengua, en reconocimiento a su labor como educador e investigador y a su preocupación constante por el perfeccionamiento del conocimiento de las lenguas indígenas.
Con su esposa Pilar, sus tres hijos, cuatro nietos, hermanos, hermanas y sobrinos, Swanlove festejaba con una abundante cena, con sabrosos aperitivos, entrantes y empalagosos postres, todo ello acompañado de variadas bebidas y tisana para los niños. Disfrutaba haciendo bromas con todos y ocupándose de rellenar con su vino favorito las copas de los adultos y la suya propia, mientras contaba sus aventuras en Europa y con las tribus indígenas en la selva venezolana.
Swanlove era aficionado a escribir poemas en varias lenguas y dialectos, pero el inglés era su favorito por parecerle el idioma “más conciso”. A pesar de ser un erudito, gran conocedor de las palabras y sus raíces, le costaba extenderse más allá de lo estrictamente académico al escribir en prosa.
En las reuniones y celebraciones familiares tenía por costumbre recitar alguno de sus escritos y entre chismes, chistes y charlas sobre política, intercalaba uno o dos de sus poemas, traduciéndolos para los que no entendían el idioma escogido.
Elevando la voz por encima de la algarabía de los niños que le rodeaban, dijo:
-Voy a leerles parte de uno de los poemas en que he estado trabajando durante años. De hecho, la primera versión de estos versos, que escribí cuando vivía en España, la perdí. Sin embargo, me gusta más esta nueva versión en inglés, porque es más impactante. Tiene que ver con el Anticristo y el cambio de milenio.
-¿El Anticristo?, -preguntó su mujer con cierta vacilación.
Pilar aunque nacida y criada en España, hija de una familia acomodada que la había enviado a una escuela privada para después cursar estudios de enfermería en la Universidad Complutense de Madrid, era caraqueña de corazón. Su principal ocupación era cuidar de sus hijos y nietos, mientras que David, en sus investigaciones lingüísticas, visitaba en la selva las tribus indígenas. Formada en la religión católica, sabía que el Anticristo era el enemigo de Jesús y de la Iglesia. Después de tantos años de educación religiosa no podía evitar cierta turbación al escuchar el nombre del Anticristo, mientras que su marido, en medio de la alegría de la fiesta y de los vinos, hablaba del tema con ligereza.
-Sí, querida,- contestó Swanlove,- lo leeré y podrás ver que es un poema inocente.
Levantó el rostro en un gesto un poco teatral mientras que Pilar se limitaba a alzar una ceja con desaprobación. Se sentía nerviosa y recelosa.
Swanlove se puso de pié, y moviéndose lentamente, sorteando a sus nietos, pudo llegar hasta el escritorio donde, después de remover varios papeles, exclamó: “¡A jajá!” mientras extraía uno de ellos, antes de volver al lugar que le habían dejado libre sus hermanos en el sofá. Se repartieron varios cojines por el suelo para los niños, aunque más de uno de ellos estaba demasiado excitado como para sentarse.
David leyó su poema y terminó la copa de vino con un brindis para toda la familia.
-Tío,-le dijo Camila, sobrina predilecta,-¿Me darías un pedacito del poema que acabas de leer?
-Te haré una copia, pero no olvides que mis poemas no pueden publicarse, nunca. Quiero que me prometas que no lo publicarás, ni siquiera en el periódico de tu escuela.
-Te lo prometo tío David,-le contestó la sobrina con una sonrisa, encantada de que su tío le diera el poema y confiara en su palabra.
-Te creo,- le dijo Swanlove, muy serio. Se levantó y volvió a su estudio caminando con cierta torpeza como consecuencia del vino consumido. Hizo una fotocopia de una parte del poema y, después de guardar nuevamente el original en el escritorio, se la trajo de vuelta a la sobrina, a quién se la entregó, ceremoniosamente, antes de sentarse de nuevo en el sofá.
Camila, después de doblar cuidadosamente la hoja de papel, la metió en medio de las páginas de su diario, y dentro del bolso, mientras Swanlove continuaba atendiendo a sus invitados y relatando sus aventuras. Horas después, los más pequeños empezaron a quedarse dormidos y fue necesario llevarlos a sus camas. Por último, después de quedar exhaustos de tanto hablar, reír, comer y beber, los adultos empezaron también a retirarse, casi de madrugada.