CAPITULO DOS

Lunes 17 de enero (día de Martin Luther King).

Caracas, 7:00 pm.

Dos días más tarde, antes de ponerse a estudiar, Camila había recordado la agradable velada del sábado con su ilustre tío, y decidió que no haría daño a nadie enviándole  un e-mail con el poema a una íntima amiga, advirtiéndole, desde luego, que no podía copiarlo: “Total, no lo estoy imprimiendo, sino sólo enviando unos versos del poema escrito por mi famoso tío, a una persona a quién le gusta mucho la poesía”- pensó.

Camila, desde su ordenador, transcribió los versos del poema y los envió a la  cuenta de e-mail de Cristina en el Boston College,  el mismo centro de estudios donde, años antes,  se había graduado su tío David.

Lunes 17 de enero,

Boston College, Massachusetts, 7:15 pm.

Cuando la amiga leyó el correo, le gustó tanto que decidió llevarlo al día siguiente a su clase de “valoración de la poesía” dictada por el padre jesuita, Joseph Donovan, S.J. Cuando le llegó su turno para intervenir, antes de leerlo, le dijo al profesor y a la clase: -Este poema me lo envió una amiga desde Venezuela. Está escrito por su tío. Creo que puede ser interesante, aunque reconozco que es un poco raro.

El profesor la animó a leerlo, cosa que hizo Cristina en voz alta. A continuación, el Padre Donovan comentó:

-Calificaría el poema con una B, pero su contexto, aunque meritorio, es contrario a lo que dicen las Sagradas Escrituras. En el Apocalipsis, San Juan quería decir que el Anticristo no era más que un ser humano, pero que su maldad era tan grande como la bondad de Cristo. Sin embargo, este poema es interesante. Quiero que todos vosotros lo copiéis, lo comparéis con lo que dice el Libro de las Revelaciones y me preparéis un ensayo de dos páginas sobre lo que pensáis sobre el poema y lo que escribió San Juan.

No había terminado de hablar cuando sonó el estridente timbre que daba final a la hora de clase. Sin más, el profesor despidió a los alumnos.

-Pero Padre, ¡espere! – Cristina trató de protestar, pero su voz quedó ahogada por el ruido de los alumnos recogiendo sus libros, hablando entre ellos y apresurándose  a salir del aula para llegar a la siguiente clase.

-¡El poema no se puede copiar! -insistió, pero ya nadie la escuchaba, ni le prestaba atención. Sólo el padre Donovan se dio cuenta de su angustia.

-No te preocupes, en la próxima clase se lo diremos. Mientras tanto tendrán algo importante en qué pensar hasta la siguiente lección.

Juan Luther, uno de los compañeros de clase que no llegó a oír la advertencia de Cristina,  fue esa misma tarde a la Biblioteca O’Neill para leer la Biblia y utilizar uno de los ordenadores disponibles en la preparación de su ensayo. Le había gustado mucho el poema y pensaba que él le hubiera puesto la máxima nota, una  A. Después de pensarlo, decidió aprovechar la oportunidad y enviárselo por e-mail a su amiga Martha Jones, que estudiaba en la Universidad de Miami.

Martha recibió el e-mail de Juan y pensó que valía la pena compartirlo con su círculo de amigos de la poesía moderna, por lo que lo reenvió de inmediato.

En resumen que, gracias a la tecnología moderna y  sin haberse cumplido una semana de la promesa de Camila, el poema, que se suponía que no podía reproducirse,  había  sido leído y copiado por una clase de apreciación de la poesía y enviado  por todos los Estados Unidos y varios otros países.

Lunes 17 de enero,

West Palm Beach, Florida, 7:20pm

Una de las receptoras del poema, conocida de Martha, fue Laura Gantt, hija del Reverendo John Gantt, conocido  por su fiereza, que vivía en la Military Road, al oeste de West Palm Beach.

El Reverendo Gantt a menudo sorprendía a su hija comunicándose por internet o escribiendo  e-mails a sus amigos desde el ordenador que guardaba en el dormitorio, lo más lejos posible de su energúmeno padre. Como tenía por costumbre, se lo recriminó desde la puerta de la habitación:

-¡Niña, Deja de perder el tiempo con ese ordenador! Ponte a estudiar. Más tarde me tendrás que enseñar que has hecho tus tareas.

-Pero papá, ya terminé de hacer mis tareas,-exclamó Laura y como acababa de leer el poema y pensando que le demostraría a su padre que también podrían interesarle las cosas que recibía por Internet, le dijo:

-Acabo de recibir un correo con un poema sobre el Anticristo. Seguro que te interesa.

Al escuchar el tema del poema, el reverendo Gantt sintió el estallido de un relámpago entre las sienes. Se enderezó como si una voz celestial le hubiera ordenado ponerse firme. Se acercó al ordenador y tomó la hoja impresa con el poema que le ofrecía Laura y leyó en voz alta:

“Soy el Anticristo,

Porque no hago milagros
Porque no tengo apóstoles
Porque tengo el doble de la edad que él tuvo
Porque no tengo barba
Porque tengo hijos
Porqué mi madre no dio a luz
siendo virgen
Pero al contrario del  Anticristo descrito

Soy bueno

Solamente

Estoy aquí

Para que

La Profecía

Se cumpla”.

El Reverendo Gantt  releyó el poema varias veces y masculló:

-¡Maldita sea! ¡Maldita sea!- mientras se alejaba andando sin hacer ningún otro comentario ni darle las gracias a Laura.

Salió de la casa y caminó sin rumbo, enrojecida su cara por la furia, respirando con dificultad.  El llamado “Predicador” no podía dejar de releer una y otra vez, como si de un mensaje especial para él se tratara.

-¡Basura! Eso es lo que es,- dijo mientras desgarraba con furia el papel, lo cual enseguida lamentó, porque quería conservar el poema. A pesar de ser  exaltado, tempestuoso y volátil, pretendía dar un aire de serenidad, proyectando una majestuosa apariencia de ecuanimidad, como advirtiendo a todo el mundo “¡No me toquéis las narices!”.

Era un predicador autodidacta y auto-consagrado, mayor que la vida misma, con toda su barba. Nunca aceptó ser un hombre ordinario, porque se consideraba llamado directamente por Dios para representarlo en la tierra. Jamás tuvo la paciencia y humildad suficientes para   permanecer en la escuela, educarse y poder ser ordenado formalmente. Dios le hablaba sin intermediarios y con eso le bastaba. Sus seguidores lo apoyaban como “Su Predicador” alguien que les impulsaba poderosamente, con sagrada determinación y la certeza de que “Se condenarían si no le escuchaban y obedecían”

Hijo ilegítimo cuyos padres y abuelos habían sido miembros del Kukuxklán, no quería saber nada de ellos. Por llevarles la contraria, se inscribió en el seminario, pero llegó a la conclusión de que la mentalidad de sus profesores   era demasiado estrecha y limitada, por lo que mantuvo serias polémicas por estar en total desacuerdo sobre los conceptos de fe y  moralidad. Consideraba la religión como un medio de vida, un magnífico instrumento para seducir a los creyentes y meter la mano en sus bolsillos. Finalmente, tomó con sus compañeros de estudios la misma actitud intransigente por lo que tuvo que dejar el seminario y ordenarse por correspondencia, con lo que pudo fundar su propia iglesia y celebrar matrimonios y funciones religiosas sin pagar impuestos. No tenía principios, pero en contrapartida  tenía a su favor  un “pico de oro”.

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