INTRODUCCION
Esta historia se desarrolla en el primer año de nuestro siglo, en Estados Unidos, en el sur del Estado de Florida, donde, aunque suavizados gracias a las conquistas logradas por las organizaciones que promueven los derechos civiles, todavía existen rescoldos de odio y discriminación racial.
En nuestro relato, el destilado del odio racial en el Norte va a afectar a un miembro destacado, de estirpe chamánica (sacerdotal), de otra minoría étnica, la tribu de los Warao, que habita, desde tiempo inmemorial la región del Delta del Río Orinoco, y en menor medida, hacia el sur, las costas de Guyana y Surinam. Fueron los primeros indígenas que encontraron los europeos al llegar a tierra firme en 1498 y, al observar los palafitos en que vivían, decidieron bautizar el territorio con el nombre de Venezuela, “la pequeña Venecia”.
Hablan una lengua única, sin conexiones con otros dialectos indígenas, aunque algunos investigadores han observado relaciones con el lenguaje Timucua de los nativos americanos del norte de Florida.
Son grandes aficionados a componer y cantar sus propias canciones, que interpretan mientras trabajan, participan en ceremonias rituales o, en el caso de sus chamanes, mientras atienden a los enfermos o se comunican con los espíritus. Cualquiera de ellos puede entonar poemas mágicos o curativos improvisando las palabras, pero siguiendo ciertos patrones religiosos y melódicos, desarrollando temas de la extensa mitología Warao.
Los chamanes, que recorren constantemente en su espíritu los caminos celestiales del universo Warao para alcanzar el conocimiento y poderes sobrenaturales, son los únicos mediadores entre los seres humanos y los Dioses para poder curar a los enfermos y mantener la estabilidad del mundo. El pueblo considera el cristianismo predicado por los misioneros como un camino paralelo para asegurarse la vida después de la muerte, pero dan prioridad a sus creencias ancestrales.