Capítulo 10

 

No te atrevas a darme órdenes, Ryan Sheppard.

–Alguien tiene que cuidar de ti.

–¿Por eso has venido? No soy tan ingenua, puedo cuidar de mí misma.

–No puedes ir en serio con ese tipo si solo habéis salido un par de veces – continuó Ryan, nervioso– . ¿Le has hablado de nosotros? ¿Te ha pedido él que dejes tu empleo por eso? En ese caso, te advierto que no te conviene.

Jamie lo miró perpleja.

–¿Has estado bebiendo?

–¡Harías beber a cualquier abstemio! – murmuró él– . ¡Me dijiste que no querías casarte!

–¿Estás celoso?

–¿Debería estarlo? – replicó él– . Claro que no estoy celoso. Nunca lo he estado – añadió. Aunque, durante toda su vida había sido cierto, en esa ocasión era una mentira como una casa. Ardía de celos. ¿No era eso lo que le había llevado a su casa a esas horas? De pronto, sintió que necesitaba algo mucho más fuerte que una taza de café– . No puedes dimitir. No te lo permito.

–¿Porque soy indispensable? Nadie lo es. Trabajaré un mes más y me aseguraré de buscar a alguien apropiado para que me sustituya.

–Nadie puede sustituirte.

Jamie ignoró el placer que le produjo su comentario. Pero no podía creerle. No era más que uno de sus juegos para seguir dominándola y hacer con ella lo que quisiera.

–Oh, venga ya.

–No me ha gustado verte con ese tipo.

–¿Qué quieres decir?

–Creo que me he puesto celoso, lo reconozco – murmuró él. Se sentó y, frunciendo el ceño, hundió la cabeza entre las manos antes de volver a mirarla.

–Estás celoso…

–Has desaparecido todas las tardes a las cinco en punto desde que volvimos a Londres – dijo él con tono acusador– Y, de pronto, descubro por qué. Has estado yendo a clubs nocturnos y saliendo con hombres a mis espaldas.

–No he estado saliendo con hombres, en plural. Y tú también has estado saliendo con mujeres, de todas maneras – protestó ella.

–Abigail fue un error. No sé en qué estaba pensando cuando la invité a salir.

–¿Te… te has acostado con ella? No me importa, claro. Es solo por curiosidad.

–Pues debería importarte todo lo que yo hago, porque es lo que yo siento por ti. No. No me he acostado con ella. No me apetecía.

Jamie contuvo el aliento, insegura de haber escuchado bien.

–Ni siquiera me habías contado lo de tu hermana.

–Yo… no quería seguir compartiendo confidencias contigo, Ryan. Pensé que, si íbamos a seguir trabajando juntos, las cosas deberían volver a la normalidad. Por eso, me propuse guardarme mis asuntos para mí.

–Me expulsaste de tu vida y eso no me gusta – confesó él.

Jamie se quedó con la boca seca cuando sus ojos se encontraron. Le temblaba el cuerpo y no sabía cómo interpretar lo que acababa de escuchar.

–Si te has terminado el café, te puedo preparar otro. Vayamos al salón para seguir hablando – propuso ella, intentando ganar tiempo para pensar. Ryan estaba celoso, le importaba lo que ella hiciera y quería que fuera recíproco. Y no se había acostado con la rubia.

Por un momento, Jamie tuvo la tentación de dar rienda suelta a sus esperanzas. Sin embargo, había aprendido bien la lección con Greg. No debía construir más castillos en el aire. ¿Adónde la llevaría? Lo más probable era que él buscara pasar unas semanas o unos meses más con ella, nada más. O, tal vez, solo necesitaba tiempo para reunir el valor necesario para contarle a su madre la verdad.

–No entiendo por qué me dices todo esto ahora – señaló ella tras sentarse en el sofá. Con alivio, respiró al ver que él se sentaba en la silla de enfrente, dejándole algo de espacio vital– . Durante dos semanas, no has mostrado ni el más mínimo interés.

–Tú me dejaste, Jamie.

–Tuve que hacerlo – afirmó ella, sonrojándose– . No sirvo para tener aventuras pasajeras.

–Eso nos lleva de nuevo al tipo con el que sales. ¿Te ha hecho ya promesas de futuro?

–Richard es muy agradable, pero… – comenzó a decir ella– . Igual no me gustan los veterinarios, después de todo.

–Pues, si quieres que te sea sincero, a mí no me gustan las rubias de piernas largas, por muy famosas que sean en el mundo de la moda o del cine.

–¿Qué quieres decir? – preguntó ella con cautela, observando cómo Ryan se levantaba de la silla y se acercaba.

–Eso es agua pasada. No sé cuándo han empezado a cambiar las cosas – confesó él– . Entraste a trabajar para mí, Jamie, y echaste a perder todas las cosas que antes había dado por sentadas.

–¿A qué te refieres? – preguntó ella, conmovida por la expresión de vulnerabilidad de su interlocutor. Cuando él le tocó la muñeca, no la apartó.

–Me he acostumbrado a tener una relación con una mujer que sea mi igual – continuó él– . No hablo de una relación sexual, sino emocional e intelectual. Eso es lo que más une a las personas, aunque yo no me daba cuenta. Notaba que cada vez me aburrían más las mujeres con que salía. Pero, cuando estuve contigo, no solo nos acostábamos. También… hablábamos – señaló– . Cuando decidiste romper, empecé a darme cuenta de todo lo que había perdido. Te echaba de menos. Te echo de menos.

–¿Sí? – preguntó ella, saboreando cada palabra de su confesión.

–Cuando me besaste en Navidad, yo no entendí nada. Me dije que solo lo hacías para ponerme celoso porque seguías enamorada del veterinario.

–Dejé de sentir algo por Greg hace miles de años, cuando empezó a salir con mi hermana – explicó ella– . Te besé porque Jessica iba a hacerlo y no quería que Greg lo presenciara. Hubiera supuesto el final de su matrimonio.

–¿Es la única razón?

Jamie se puso roja.

–Te besé porque quise – admitió ella y lo miró a los ojos– . En aquel momento, no era consciente, pero me he sentido atraída por ti desde la primera vez que te vi, Ryan Sheppard.

–Una vez dijiste que la atracción no era suficiente – recordó él– . Y tenías razón. Me he enamorado de ti y no sé cuándo empezó todo.

–¿Te has enamorado de mí?

–Me sorprende que no te dieras cuenta. Me despedí de Abigail y vine a verte a toda prisa. No podía soportar la idea de que invitaras a ese tipo a subir a tu casa.

–No puedo creer que me quieras – dijo ella y, con una mano temblorosa, le acarició la mejilla– . Yo también te quiero. Cuando fingimos ser pareja por tu madre, yo sabía que no iba a poder continuar con la farsa en Londres, porque yo quería mucho más. Sabía que, cuando te cansaras de mí y me dejaras, no podría soportarlo.

Ryan la abrazó y, sumidos de nuevo en el paraíso, comenzaron a besarse como si les fuera la vida en ello.

Enseguida, subieron al dormitorio, dejando un reguero de ropas a su paso. Jamie se entregó a la deliciosa sensación de estar completa. Sin él, le había faltado lo más importante.

–Cariño, no quiero pasar por la tortura de las últimas dos semanas. Ni quiero que salgas de noche si no es conmigo – le susurró él después– . Por eso, ¿quieres casarte conmigo, Jamie?

–¡Sí! – repuso ella, comiéndoselo a besos.

 

 

Aunque a Ryan le habría bastado una boda sencilla y rápida, su madre había tenido otros planes. Y a Jamie no le había importado complacerla en la celebración de una ceremonia por todo lo alto.

Jessica se había ofrecido a ir a Londres para acompañarla a ir de compras para la boda.

–Pero nada de salir por la noche ni de beber – había advertido Jamie.

Su hermana le había respondido con una carcajada.

–¡Estoy embarazada! Iba a darte una sorpresa mostrándote mi primera ecografía, pero no he podido contenerme.

Jessica estaba más feliz que nunca, volcada de lleno en su embarazo. Había comprendido que Greg la amaba por lo que era, no por su espléndida figura.

–Y tú serás la próxima – le había augurado su hermana.

 

 

Y así fue.

Un año y dos meses después, Jamie estaba sentada con Ryan y la pequeña Isobella, un precioso bebé regordito de pelo moreno.

–El centro de Londres no es lugar para criar a un bebé – indicó él, con un montón de fotos de casas de campo sobre la mesa.

Habían decidido mudarse a Richmond, que no estaba lejos, pero tampoco tenía el tráfico y el caos de la ciudad.

–No es demasiado grande, ni demasiado pequeña… Y está en el sitio perfecto – comentó ella, observando uno de los folletos.

–Sabía que esa te gustaría – comentó él con una sonrisa– . Tiene un jardín de rosas, vistas al parque… Iremos a verla. Debemos tener en cuenta el tamaño, también. Para cuando la familia crezca un poco más… – añadió. Lleno de felicidad, tomó el rostro de ella entre las manos y la besó con ternura– . Y, cuanto antes comencemos a trabajar en ello, mucho mejor…