Capítulo 8

 

Tras días de haber tirado por la borda todas sus reservas, Jamie ya no se molestaba en mantener la guardia. ¿Por qué iba a hacerlo? A Ryan le excitaba sin lugar a dudas. En sus momentos de pasión desbocada, él no se cansaba de susurrarle cuánto y, con cada una de sus ardientes palabras, minaba un poco más las defensas de su secretaria.

Pero no todo el tiempo lo dedicaban al sexo. Vivian los incitó a salir en varias ocasiones con la excusa de que necesitaba estar tranquila y a solas en la casa. La isla era preciosa, aunque Ryan apenas la conocía. Se dio cuenta de que, siempre que había ido allí, había ido cargado de trabajo y con poco tiempo para disfrutar.

Fueron al Lago Azul y nadaron en sus aguas cristalinas. Tomaron barcos a las islas vecinas. Ella le obligó a pasear por la selva y él le confesó que le daban miedo los bichos.

–Los hombres de verdad no temen confesar sus pequeñas debilidades – señaló él de buen humor, mientras Jamie reía y jugaba con una mantis religiosa.

Ella nunca había pasado unas vacaciones fuera de Inglaterra de niña. Al haber perdido a su padre a temprana edad, habían tenido que apretarse el cinturón. Por las noches, en muchas ocasiones, le contaba a Ryan historias de su infancia, que él escuchaba con atención.

También seguían trabajando juntos. Pasaban las mañanas en el despacho y, aunque se centraba en las tareas que tenían por delante, de vez en cuando sus cuerpos se rozaban y sus miradas se entrelazaban llenas de deseo.

En ese momento, Jamie estaba apagando su portátil, mientras sentía que, entre las piernas, estaba húmeda y ansiosa porque la tocara.

Él estaba hablando por teléfono, cómodamente recostado en su sillón de cuerpo, sin perderse ni uno de los movimientos de su secretaria.

–Tenemos el contrato – anunció él después de colgar– . George está muy agradecido por todas las sugerencias y la información que le enviaste por correo electrónico. Dice que le han sido muy útiles.

–Bien – dijo ella con una sonrisa.

–¿Es eso lo único que tienes que decir? – preguntó Ryan, clavando los ojos en sus pechos, que se erguían provocadores bajo la camiseta, sin sujetador.

Apenas podía mirarla sin que su cuerpo reaccionara. ¿Dónde había ido a parar su autocontrol en lo relativo a las mujeres?, se dijo a sí mismo. Andaba por todas partes con una erección semipermanente y la cabeza llena de imágenes eróticas que solo desaparecían cuando estaba profundamente dormido. Incluso, un par de veces, se había despertado en medio de la noche pensando en ella y se había tenido que dar una ducha fría, pues Jamie se había negado a compartir cama con él para dormir.

–¿Qué más quieres que diga?

–Yo creo que las acciones dicen más que las palabras.

–¿Cómo quieres que actúe? – inquirió ella y, al ver cómo la recorría de arriba abajo con la mirada, se sonrojó– . No podemos – susurró– . Tu madre está esperándonos en la terraza para que comamos con ella.

–Me olvidé de decirte que se ha ido al pueblo. Ha quedado con una de sus amigas para tomar algo allí. Es increíble lo rápido que se ha recuperado – indicó él– . De hecho, hacía mucho tiempo que no veía a mi madre tan relajada.

Desde que se había enterado de su supuesta relación, Vivian parecía rejuvenecida y no dejaba de hablar de ello. Quién sabía lo que estaría planeando su cabecita.

Ryan intentó no pensar en eso. Y volvió la atención a la mujer que tenía a solo unos centímetros. Su faldita dejaba ver unas piernas esbeltas y morenas y su blusa de tirantes le estaba rogando ser arrancada.

–Así que tienes todo el tiempo del mundo para demostrarme lo emocionada que estás porque hayamos conseguido unos clientes nuevos. Aunque, si lo pienso bien, debo ser yo quien tiene que mostrarte lo impresionado que estoy por tu valiosa contribución.

Ryan se incorporó hacia delante y la acarició los muslos, haciendo que ella se derritiera. Luego, deslizó las manos más arriba, bajo sus braguitas de encaje y tiró de ellas. Temblando, Jamie se apoyó en el escritorio y cerró los ojos, dejándose llevar por la deliciosa sensación de ser desnudada. Estaba ardiendo, a pesar de que el aire acondicionado estaba al máximo en la habitación.

Por lo general, hacían el amor por la noche, después de que Vivian se hubiera retirado a dormir. Las estrellas y la luna habían sido testigos de sus encuentros en la playa. En dos ocasiones, se habían dado un baño nocturno y habían repetido al salir del agua. También habían hecho el amor en sus dormitorios. En una ocasión, hasta lo habían hecho en la cocina.

Sin embargo, el despacho había sido destinado solo a trabajar. Por eso, tenía algo de prohibido y mucho de excitante estar medio desnuda allí.

–Deberíamos ir al dormitorio – susurró ella, acariciándole el pelo.

–No sé – repuso él, levantando la cara hacia ella unos momentos– . Me parece apropiado demostrarte lo agradecido que estoy por tu trabajo en un despacho, ¿no crees?

–¿Y si los jardineros nos ven por las ventanas?

–Tienes razón. Cerraré las cortinas. No te muevas.

Al instante siguiente, Ryan estaba de nuevo a su lado, volviéndola loca con los dedos y con la lengua. La saboreó hasta que ella estuvo a punto de explotar y comenzó a rogarle que la poseyera. Cada vez que miraba hacia abajo y veía su cabeza morena enterrada entre las piernas, se deshacía un poco más.

–No puedo soportarlo más – gimió ella, temblorosa, mientras él seguía jugando con la lengua en su clítoris.

–Me encanta que digas eso – dijo él al fin y, tomándola en sus brazos, la llevó al sofá.

Tumbada, Jamie lo contempló embelesada mientras se desnudaba. Tenía un cuerpo musculoso, fruto del gimnasio y de las partidas de squash. Allí, en la playa, solía correr a las cinco de la mañana.

Sin hacerse esperar, Ryan se posicionó encima de ella y le quitó la camiseta. Ella se arqueó, ofreciéndole sus pechos como un irresistible festín. Hundiendo la cabeza en ellos, la penetró de inmediato. Ella se estremeció y, en cuestión de segundos, escaló a lo más alto del orgasmo, seguida por él, como si ambos cuerpos fueran solo uno.

Era una bendición tumbarse junto a él, hechos un ovillo en el sofá, pensó Jamie. Le hubiera gustado quedarse así toda la vida. Sin embargo…

–Ahora que hemos cumplido nuestra misión y tu madre está más que recuperada… – comenzó a decir ella, pues necesitaba aclarar las cosas.

Ryan se puso rígido. Sabía que era una conversación de la que no podía seguir escapando. Él tenía que regresar a Londres y ocuparse de su empresa, no podía delegar sus tareas en otras personas para siempre, por muy placentero que fuera estar en aquella isla paradisíaca con aquella mujer deliciosa.

Jamie esperó que él hablara y, al ver que no era así, suspiró.

–Debemos pensar en volver.

–Sí – admitió Ryan– . Es necesario – añadió. Hasta ese momento, nunca se había planteado qué iba a hacer con lo que habían empezado, con su ingenioso plan para aplacar las preocupaciones de su madre.

–Tengo que reservar los billetes.

–Jamie, eres una aguafiestas.

–Lo siento. Solo intento ser realista.

–Nos iremos el fin de semana, es decir, pasado mañana – indicó él y se tumbó boca arriba, mirando al techo.

–Entonces, podremos volver a ser las personas que éramos antes de venir aquí.

–¿Crees que será fácil? – preguntó él, observando su gesto inescrutable– . ¿Crees que vamos a poder retomar la fría relación estrictamente profesional que manteníamos antes?

–¡No era fría!

–Sabes a lo que me refiero. No podemos borrar lo sucedido de un plumazo.

–¿Qué intentas decir?

–Digo que esto dejó de ser una farsa en el momento en que nos acostamos juntos y, si crees que podemos fingir que no ha pasado nada, te equivocas. Lo que sentimos seguirá vivo cuando volvamos a Londres, yo esté en mi mesa y tú, en la tuya. Cuando nos miremos, vamos a recordar lo que hemos hecho y no podremos evitarlo.

–Nunca debimos meternos en esto – comentó ella. Había siempre un precio que pagar. En su caso, reconoció que iba a ser mucho más alto de lo que había esperado. Había dejado de lado todas sus reservas y se había lanzado de cabeza a un sentimiento que la devoraba. Le gustara o no, se había enamorado de él.

–Por favor, dime que no vas a echarme un sermón diciendo que te arrepientes – pidió él con tono seco– . Pensé que habíamos superado esa fase.

–¿Y en qué fase estamos ahora? Tienes razón. No podremos mirarnos a la cara y fingir que no ha pasado nada.

–Entonces, solo nos queda una salida – señaló él con una sonrisa.

–¿Cuál?

–Seguiremos saliendo cuando estemos en Londres. Hace dos meses, nunca habría imaginado que pudiéramos acostarnos juntos. Pero ahora que lo hemos hecho me encanta y no voy a renunciar a ello, por lo menos, todavía, no. Todavía me vuelves loco y no dejo de pensar en ti ni un minuto del día.

Todavía, se dijo Jamie. La realidad de un final inminente envenenó cualquier fantasía de felicidad que pudiera haber albergado.

Ryan quería alargar su aventura porque lo estaba pasando bien. Y él era un hombre con una excelente capacidad de disfrutar de la vida. Por supuesto, no tenía que preocuparse, como ella, de qué pasaría cuando todo terminara y se quedara con el corazón hecho pedazos.

–No puedo creer que te diga esto, pero eres la mujer más sexy con la que me he acostado – confesó él con una sonrisa de satisfacción– . Además, eres muy divertida.

Jamie hubiera dado cualquier cosa por poder cerrar los ojos y disfrutar del momento, como había estado haciendo los días anteriores. Se había acostado con él y había gozado cada segundo. Sin embargo, cuando estaban a punto de regresar a Londres, no podía seguir actuando como si no le preocupara el futuro.

–Cuando te toco, olvido lo que significa el estrés – reconoció él– . Además, mi madre está encantada. No tenemos por qué arrepentirnos de nada – añadió y la besó en los ojos– . Veamos adónde nos lleva esto, Jamie, y, cuando termine, no tendré que mentir a mi madre.

Cuando terminara, se repitió ella en silencio. Ryan estaba tan acostumbrado a mantener relaciones cortas que no era concebir que pudiera ser de otra manera. Estaba claro que, para él, aquella situación era sexualmente satisfactoria, pero solo temporal. Cuando estuvieran de vuelta en Londres, ¿cuánto tardaría la mujer más sexy con la que se había costado en convertirse en agua pasada?

Allí, en la isla, no había competencia. En Londres, habría mujeres intentando engatusarlo en cada esquina. Lo llamarían, lo irían a buscar, le enviarían mensajes. ¿Y qué haría ella?

Sintiéndose de pronto demasiado vulnerable sin ropa, Jamie se incorporó en el sofá.

–Deberíamos levantarnos y vestirnos. Tengo hambre y tu madre estará a punto de volver.

–Dudo que le molestara descubrir que hemos estado haciendo algo más que ordenar ficheros en el despacho.

–No se trata de eso – repuso ella con tono serio y comenzó a levantarse.

Ryan la agarró de la muñeca y tiró de ella, haciendo que se le cayera encima.

–La conversación no ha terminado. Tú la has empezado y ninguno de los dos se va a ningún sitio hasta que no lleguemos a algo.

–No sé qué quieres que diga.

–Lo sabes muy bien, Jamie.

–De acuerdo. ¡Quieres que te diga que seguiré acostándome contigo hasta que decidas que estás harto de mí y me tires a la basura como un pañuelo usado para cambiarme por la próxima rubia despampanante que se cruce en tu camino!

–¿Por qué te has puesto así? – preguntó él, arqueando las cejas, sorprendido. No entendía por qué Jamie estaba tan furiosa.

Durante unas milésimas de segundo, ella albergó la esperanza de que le dijera que no habría más mujeres para él, que adoraba el suelo que pisaba y que la amaría hasta la muerte. Pero la fantasía se esfumó al instante.

–Yo… he disfrutado mucho pero, cuando volvamos a Londres, las cosas volverán a ser como antes. Sé que será difícil, pero no imposible. Estarás ocupado con todo el trabajo que te espera allí. Y yo estaré ocupada con mi hermana que no se habrá ido de mi casa. Antes de que nos demos cuenta, cuando miremos atrás, esto nos parecerá un sueño, como si nunca hubiera pasado.

Ryan no podía creerlo. Jamie lo estaba dejando. Sabía que, en un principio, ella había mostrado reticencias. Pero, una vez que había accedido a acostarse con él, había creído que seguiría a su lado hasta que decidieran ir por caminos separados de mutuo acuerdo. Solo de pensar que no podría tocarla más, se quedó helado.

Pero no iba a suplicar.

–Además, sería incómodo que, antes o después, la gente se enterara. Ya sabes cómo son los cotilleos de oficina. Perderíamos el respeto de los empleados.

–Hazte un favor y no te preocupes por mí. Nunca me han preocupado los cotilleos.

–Bueno, pues a mí, sí. Nunca me ha gustado que hablen de mí a mis espaldas. Además, seamos honestos. Esta relación no va a ninguna parte – indicó ella, asqueada consigo misma porque, todavía, tenía la esperanza de que él desmintiera o negara lo que acababa de decir.

Sin embargo, él se limitó a encogerse de hombros.

–¿Por qué tiene que ir a alguna parte? Estamos bien así. Eso es lo que importa.

–¡A mí, no!

–¿Me estás diciendo que quieres que te pida que te cases conmigo? – preguntó él despacio, clavando en ella sus enormes ojos.

–¡No! ¡Claro que no! – le espetó ella con una risa nerviosa– . Pero no quiero perder más tiempo en una relación que no va a ninguna parte. Supongo que he aprendido la lección de lo que me pasó con Greg.

–Ya – dijo él, se levantó y, dándole la espalda, comenzó a vestirse. Con desesperación, intentó pensar en una manera de convencerla para que cambiara de idea.

–Podemos seguir disfrutando durante el poco tiempo que nos queda aquí… – propuso ella, avergonzada por lo desesperado de su sugerencia.

Furioso, Ryan se preguntó cómo podía ser tan fría. Estaba dispuesta a ofrecerle su cuerpo un día y medio más, sabiendo que todo terminaría en el momento en que subieran al avión.

–¿Unas cuantas sesiones más de sexo desenfrenado? – le espetó él con sarcasmo– . ¿Cuántas veces crees que podemos hacerlo antes de que despegue el avión?

Ryan meneó la cabeza, frustrado consigo mismo por su incapacidad de ver las cosas con perspectiva. Jamie no se parecía a las mujeres con las que había salido en el pasado. Era muy seria, no salía de fiesta ni se gastaba todo el dinero en ropa ni en joyas. Sin duda, él se había dejado seducir por la novedad de estar con alguien tan distinto de lo que conocía. Eso, añadido al hecho de que era inteligente y divertida y se había llevado de maravilla con su familia, le había hecho olvidar que no era la clase de chica que se conformaría con la relación que él podía ofrecerle.

–Vístete – ordenó él. No podía hablar con ella mientras su cuerpo desnudo siguiera tentándolo.

Jamie se puso roja y se vistió de inmediato. Era obvio que él estaba listo para relegarla al pasado. Era un hombre especializado en cerrar relaciones y en olvidar a las mujeres. ¡Hasta había perdido interés por verla desnuda!

Había sido un error sugerir que siguieran acostándose durante el breve tiempo que les quedaba, se reprendió a sí misma, avergonzada por su propia debilidad.

–Tendremos que mantener la farsa mientras estemos aquí – indicó él con expresión velada.

Jamie asintió, bajando la vista para ocultar su perplejidad. Respiró hondo y trató de recuperar la compostura antes de mirarlo.

–Por supuesto.

Su fría sonrisa puso a Ryan de los nervios. Apretando los dientes, se metió los puños en los bolsillos.

–Mira, lo siento mucho – dijo ella, incómoda, tratando de recuperar al Ryan que había conocido. En su lugar, sin embargo, se encontraba con un extraño frío como el hielo.

–¿Qué es lo que sientes? – preguntó él, encogiéndose de hombros. Abrió la puerta y se hizo a un lado para que ella pasara– . Yo te pedí que vinieras. Tú estabas dispuesta a quedarte en Londres haciendo de niñera de tu hermana.

Jamie se mordió el labio y se contuvo para no discutírselo. Por alguna razón, se sentía menos libre que nunca para decirle lo que pensaba. Además, él parecía ignorarla por completo, mientras caminaba hacia la terraza. Al llegar allí, se sentó en uno de los sillones con las piernas estiradas.

–También te persuadí para que representaras un papel porque me convenía, así que no tengo ni idea de qué sientes, a menos que sea el haberte acostado conmigo… Pero los dos somos adultos. Sabíamos en lo que nos metíamos – señaló él y la miró por encima del hombro. Ella se había quedado parada en la puerta– . ¿Por qué no vas a hacer los preparativos para nuestro regreso? Y puedes tomarte el resto del día libre.

Jamie lo dejó allí mirando al horizonte. Su presencia ya no era necesaria, así que obedeció. Consiguió billetes para el día siguiente, lo que fue un alivio. Delante de Vivian, hicieron una representación pasable de su farsa, pero ella se retiró muy temprano a dormir.

 

 

Aterrizar en Londres fue como volver a un lugar que Jamie ya no conocía. Después de la tranquilidad, el colorido y la exuberancia de la isla, las calles grises de la ciudad eran un triste recordatorio de lo que había perdido.

Cuando llegaron al aeropuerto, Hannah y Claire los estaban esperando para recoger a Vivian. Allí mismo, Ryan respondió a una llamada del móvil.

Ella lo conocía tan bien que, cuando lo vio girarse, bajar el tono de voz y soltar una carcajada sensual, comprendió que estaba hablando con una mujer.

–Por favor, dime que mañana no tendré que empezar el día enviándole flores a tu nueva novia – pidió ella, casi quebrándosele la voz.

–No tengo ni idea de qué me hablas – repuso él, arqueando las cejas.

–De acuerdo – dijo ella y sonrió, como si, en realidad, no tuviera importancia.

–Pero, si lo hiciera, ¿te molestaría?

Jamie se cerró un poco el abrigo al salir a la calle y paró un taxi delante del aeropuerto.

–¿Quieres saber la verdad?

Él asintió, ladeando la cabeza. Después de haberse pasado un día y medio evitándose el uno al otro, sentía curiosidad por saber qué pensaba ella tras su fría fachada.

–No me gustaría, no – reconoció en voz baja– . Pero lo haría. Así que no pienses que tienes que hacer nada a escondidas de mí. Nuestra relación profesional es mucho más importante para mí que una breve aventura. De hecho… – comenzó a decir y miró hacia donde el chófer de Ryan lo esperaba con impaciencia. Él iría directo al trabajo y ella volvería a su casa a ver qué había pasado con su hermana.

–¿Sí?

–De hecho, después de todo, me has hecho un gran favor.

–¿De qué hablas?

–Me has sacado de mi autoengaño. Durante mucho tiempo, me mentí a mí misma pensando que todavía sentía algo por Greg. Me has ayudado a ver que es un error enterrarse en el pasado – confesó ella. En parte, era cierto y, además, aquella idea le servía para no derrumbarse. Todo había sido para bien. Si conseguía creérselo, podría soportar escuchar a Ryan seduciendo a otra mujer por teléfono– . Ahora soy una persona distinta. Pienso empezar a disfrutar de la vida. He pasado demasiado tiempo hibernando. Eso es todo lo que quería decirte… Aunque tu madre sigue creyendo que vamos a anunciar nuestro compromiso… ¿Puedo preguntarte cuándo vas a decirle la verdad?

–¿Qué importa? Después de todo, ahora estás fuera de la ecuación – respondió él con tono educado.

–Sí, ¿pero qué vas a contarle? Me cae muy bien Vivian y no me gusta haberla engañado.

–No te preocupes. No ensuciaré tu nombre, Jamie.

–Gracias. Porque me gustaría volver a ver a tu familia alguna vez.

–Eso no sería apropiado.

–Es verdad. Lo entiendo – afirmó ella con un nudo en la garganta y apartó la vista.

–Pronto, le contaré a mi madre que hemos dejado de ser pareja, pero que mantenemos buena relación y seguimos trabajando juntos. Puedes estar tranquila, si ella culpa a alguien, será a mí.

–No le va a gustar – adivinó Jamie. Ella sabía lo que era vivir dentro de una burbuja y lo doloroso que era hacerla estallar.

–En ese caso, me aseguraré de ofrecerle otra cosa en que pensar y con la que contentarse – murmuró él, inclinándose para hablarle al oído.

–¿De qué hablas?

–¡Quizá, los dos hemos aprendido una lección de todo esto! – exclamó él con mirada maliciosa.

–¿No me digas?

–¡Claro que sí! Tú no tienes el monopolio de las lecciones de vida, Jamie. Mientras tú disfrutas descubriendo Londres, yo me dedicaré a encontrar a mi pareja perfecta. Mi madre quiere que siente la cabeza. Y, tal vez, tiene razón. ¡Igual es hora de que formalice una relación!