Capítulo 3
El ambiente navideño hizo que se calmara el ritmo frenético habitual en las oficinas de Ryan Sheppard. A él le gustaba participar en las decoraciones y solía abrir una botella de champán a las seis de la tarde para brindar con quien anduviera por allí por la cuenta atrás hacia el gran día. Cuando los empleados alargaban su hora de comida para irse de compras, el jefe hacía la vista gorda. Además, el día veinticuatro, todo el mundo podía irse de la oficina a las doce del mediodía.
En su casa, Jamie aguantaba con estoicismo a una hermana que se había volcado en el espíritu de las fiestas como una loca. Mientras, coqueteaba con desvergüenza con todos los solteros medianamente atractivos y, en una semana y media, había recogido más números de teléfono de los que Jamie tenía en su agenda personal.
Sin embargo, nunca hablaba de Greg. Jamie se había cansado de preguntarle porque, como única respuesta, Jessica la miraba con lágrimas en los ojos y le soltaba un sermón sobre lo mucho que necesitaba encontrar su propio espacio.
Habían colocado un árbol en el salón y, aunque Jessica se había lanzado entusiasmada a colocar las luces, se había cansado en diez minutos y Jamie había tenido que ocuparse de terminar la tarea. El estado de la casa era bastante caótico, con ropas de Jessica por cada rincón y su hermana recogiendo detrás de ella, siempre de mal humor.
Jamie sabía que, antes o después, iba a tener que hablar en serio con ella sobre su regreso a Escocia. Pero no encontraba valor para hacerlo.
Por otra parte, estaba demasiado ocupada con los preparativos para la comida de Navidad. Inesperadamente, Ryan había aceptado la invitación de Jessica. Ante la perspectiva de tener que comer un pavo entre tres personas, ella había invitado a otros compañeros de trabajo a acompañarlos.
Tres tipos del departamento de software habían aceptado, junto con un par de amigas que había hecho en el gimnasio.
Agobiada pensando que todo iba a salir mal, había comentado su temor con Jessica, que había sonreído y le había asegurado que no había tenido de qué preocuparse.
–¡Se me dan genial las fiestas! Puedo hacer que cualquier reunión salga bien. Además, tengo serpentinas y todas esas cosas. ¡Va a estar genial! Mucho mejor que el año pasado, que comí con mis suegros. ¡Cuando acabe la fiesta, se lo contaré corriendo a Greg!
–Me sorprende que te importe lo que él piense – había comentado Jamie y su hermana se había puesto colorada. Sin embargo, Jamie tampoco había dedicado mucho tiempo a pensar en la situación de Jessica. Había tenido la cabeza demasiado ocupada con la perspectiva de tener a Ryan como invitado.
Cuando, por fin, llegó el día, negros nubarrones parecían presagiar el anticlímax.
Del piso de abajo provenía la música que Jessica había recopilado para ese día especial. A las ocho y media, Jamie limpió a conciencia el baño, que había sido invadido poco a poco por su hermana. Cada día, aparecía un nuevo cosmético en las baldas o en el armario.
Sentada ante el espejo, se preguntó cuánto tiempo más podría soportarla.
Luego, pensó en la ropa que iba a llevar, un vestido negro de manga larga que no destacaría en nada en comparación con la minifalda azul eléctrico y los altos tacones que Jessica había elegido.
Cuando llegó el primer invitado, Jamie estaba preparada para interpretar su papel secundario de asistente, mientras su hermana era el alma de la fiesta.
Ryan la sorprendió en la cocina, ultimando los detalles de la comida. En el salón, las copas se llenaban de alcohol y Jessica coqueteaba, bailaba y disfrutaba de ser el centro de atención.
El sonido de la voz de Ryan, grave y sensual, la sobresaltó como un calambre. Con brusquedad, se incorporó desde el horno.
–Bueno, parece que la fiesta está en plena ebullición – comentó él, entrando en la cocina.
–Has venido.
–¿Creías que no iba a venir? – replicó Ryan. Desde la última vez que la había visto en vaqueros y camiseta, había estado pensando mucho en ella. En el trabajo, no habían vuelto a hablar de su hermana, pero su relación no había vuelto a ser la misma. Algo sutil había cambiado, aunque, tal vez, solo le había afectado a él. Ella había seguido siendo la misma secretaria eficiente y distante de siempre– . Soy una persona de fiar al cien por cien – aseguró, tendiéndole una bolsa– . Champán.
Un poco sonrojada, Jamie mantuvo los ojos en su rostro, evitando mirarle las musculosas piernas, embutidas en unos pantalones negros, y la forma en que los dos botones abiertos de su camisa dejaban entrever un vello fino y oscuro.
–Gracias – repuso ella y tomó la bolsa. Cuando él sacó una pequeña cajita envuelta para regalo, lo miró perpleja– . ¿Esto qué es?
–Un regalo.
–Todavía no sé qué hacer con la botella de perfume que me regalaste el año pasado – indicó ella y, tras secarse las manos, abrió el paquete.
La boca se le quedó seca. Ella había sido testigo de varios regalos hechos por Ryan a otras mujeres, desde extravagantes ramos de flores a joyería, pasando por viajes a lujosos balnearios. Pero no tenía que vez con nada de eso. En la cajita, había un delicado broche con una mariposa. Lo levantó para mirarlo a la luz, antes de volver a depositarlo en su cajita.
–Me has comprado una mariposa – susurró ella.
–Me di cuenta de que tenías figuras de mariposas en la mesa del salón. Imaginé que igual las coleccionabas. Encontré esta en una tienda de antigüedades en Spitalfields.
–Es preciosa, pero no puedo aceptarla – dijo ella y se la dio, roja como un tomate.
–¿Por qué no?
–Porque… porque…
–¿Porque no las coleccionas?
–Sí lo hago, pero…
–¿Pero es otro de esos secretos tuyos que preferirías que no conociera?
–Lo que pasa es que no es apropiado – le espetó Jamie, rígida. En su mente, lo imaginó rebuscando en un mercado algo que pudiera gustarle. Quizá había creído que podría comprarla con eso, pero ella no estaba en venta.
–De acuerdo. Pero sabes que devolver un regalo es un insulto, ¿verdad? – repuso Ryan, encogiéndose de hombros– . Estoy en tu casa. Considéralo como una pequeña muestra de gratitud por haber rescatado a un alma solitaria de pasar la Navidad solo en Londres.
–Oh, por favor – susurró ella. Aunque era consciente de que, fuera, la música estaba a todo volumen, dentro de la cocina se había creado un extraño ambiente de intimidad.
No era eso lo que Jamie quería. Se acordó de lo estúpidamente enamorada que había estado de Greg antes de que Jessica le hubiera robado el corazón.
Sin embargo, devolverle el broche sería darle demasiada importancia. Pondría a Ryan sobre aviso de que, por alguna razón, su gesto la afectaba.
–Yo no tengo nada para ti – señaló ella, incómoda.
–Sobreviviré. ¿Por qué te gustan las mariposas?
–A mi padre le encantaban – confesó Jamie, dándose cuenta de que le estaba revelando otro fragmento de información personal– . Nuestra madre nos contó muchas cosas de él. Le gustaba viajar, sobre todo, para estudiar los insectos. Y las mariposas eran sus preferidas. Le fascinaba que hubiera tantas variedades, de tantas formas y tamaños. Le parecían mucho más interesantes que la especie humana – continuó. Su expresión y su voz se suavizaron al perderse en el recuerdo de su padre– . Por eso, empecé a coleccionarlas de niña. Solo tengo expuestas las mejores, pero tengo una caja arriba llena de otras de plástico que guardo desde pequeña.
De pronto, la música inundó la cocina, mientras Jessica abría la puerta con uno de los informáticos del trabajo de Jamie, que parecía entusiasmado de recibir las atenciones de aquella rubia de piernas largas.
–Disfruta, amigo – le dijo Ryan con una sonrisa a su especialista en software de alto nivel– . Pero ten en mente que es una mujer casada.
Fuera, los invitados ya sumaban diez. Había botellas de vino sobre la mesa y las sillas habían sido apartadas para improvisar una pista de baile.
Entrar en el salón era como meterse en una discoteca con decoraciones de Navidad. En el centro, Jessica representaba a la perfección su papel de alma de la fiesta.
Meneándose al ritmo de la música con una bebida en la mano y los ojos entrecerrados, parecía un pavo real, orgullosa de su figura excepcional, ante los ojos embobados de todos los asistentes masculinos.
Cuando empezó a sonar una canción lenta y Jessica se lanzó hacia Ryan, Jamie apartó la vista.
No era de extrañar que él no pudiera resistirse a una mujer tan atractiva, se dijo Jamie con un creciente dolor de cabeza. Se mezcló con los invitados, incluso bailó un poco con su compañero de trabajo Robbie, que la habló con entusiasmo de su último proyecto.
Mientras, Ryan seguía bailando con Jessica.
Varios vecinos se acercaron, atraídos por la música. Eran parejas jóvenes y muy agradables, que Jamie recibió con amabilidad, agradecida por la distracción. Con ellos, salió del salón a la cocina, donde comenzaron a charlar sobre el vecindario.
No estaba segura de cómo iba a superar la fase de la comida. Como había esperado, los preparativos culinarios habían recaído sobre ella, mientras su hermana se pasaba de vez en cuando por la cocina con un vaso de vino en la mano, protestando por lo mucho que tardaba el pavo en estar listo.
–Deberíamos pasar de esto y pedir comida a un chino – había sugerido Jessica, a pesar de que ella misma había sido quien había insistido en comprar un pavo.
Acalorada por el horno y llena de resentimiento, Jamie empezó a sacar la comida del horno cuando la voz de Ryan a sus espaldas la sobresaltó.
–Necesitas ayuda.
Ella depositó la bandeja con cuidado en la encimera y se volvió hacia él.
–Estoy bien. Gracias.
–Ya sabes que los mártires no suelen disfrutar mucho de la vida.
–¡No soy una mártir! – protestó ella con gesto de desesperación– . Estoy haciendo esto… obligada – añadió, señalando a su alrededor en la cocina, que parecía territorio catastrófico.
–Eso es. Estás actuando como una mártir. Si no querías hacer nada de esto… – comentó él, mirando a su alrededor– , no deberías haberlo hecho.
–¿Tienes idea de cómo se pone mi hermana cuando no se sale con la suya? – gritó Jamie, a punto de ponerse histérica– . ¡Claro que no, porque tú no has convivido años con ella! A ti solo te muestra su lado sonriente y sexy, el que deja a los hombres sin respiración.
–Yo respiro con normalidad – indicó él y empezó a servir las patatas en una fuente– . Mira, ¿por qué no vas a buscar a tu hermana y la obligas a echarte una mano aquí dentro?
Jamie abrió la boca para explicarle lo estúpido de su sugerencia, pues Jessica nunca hacía nada que no quisiera, pero se limitó a suspirar.
–Eso sería una misión imposible.
–En ese caso, te ayudaré yo, te guste o no.
–Eres mi jefe, no deberías estar aquí ayudando.
–Eso es. Soy tu jefe… por eso tú estás obligada a obedecerme.
Jamie no pudo evitarlo. Se puso roja y creyó morir de vergüenza cuando él rompió a reír.
–Dentro de unos límites, claro… – puntualizó él, arqueando las cejas– . Aunque, por tu hermana, sé que ningún novio celoso intentará romperme las piernas si fuera un poco más lejos…
Ryan estaba sonriendo. Riéndose de ella. Jamie le dio la espalda, consciente de que estaba roja y que le temblaban las manos.
–¡Jessica no debería hablar de mi vida privada! – exclamó ella, al borde de las lágrimas y llena de frustración.
–Me dijo que no tienes novio, eso es todo – repuso él– . ¿Qué tiene de malo?
–¡Tiene de malo que no es asunto tuyo!
–¿Sabes? Es peligroso guardar tantos secretos. Hace que la gente se sienta intrigada.
–Mi vida personal no tiene nada de intrigante – se defendió ella– . No está llena de glamour y aventuras como la tuya.
–Si de veras pensaras que mi vida es excitante y glamurosa, no me mirarías con tanta desaprobación. Tú misma lo admitiste. Piensas que soy un mujeriego sin escrúpulos ni moral.
–¡Yo nunca he dicho eso! – protestó ella, sin poder contener una tímida sonrisa– . Bueno, igual de forma indirecta… ¿Por qué me quieres poner nerviosa, Ryan Sheppard?
–¡Qué acusación tan ofensiva, Jamie Powell! – replicó él con tono inocente– . A nadie le gusta que lo acusen de ser aventurero y excitante.
–Yo no he dicho eso. Estás manipulando mis palabras.
–Lo sé, puede que no seas tan obvia como tu hermana, pero en lo relativo a atraer a un hombre, tienes…
–¡Para! No quiero escuchar lo que vas a decir.
–De alguna manera, a lo largo de los años, tu hermana ha logrado destruir tu autoestima.
–Tengo una buena autoestima. Trabajo contigo. Deberías saberlo.
–Sí, en el aspecto profesional, sí. Pero, en lo emocional, es como si te viera por primera vez – observó él. Y le gustaba lo que veía, pensó.
A Jamie no le gustó cómo sonaba eso. Tampoco le gustaba que le hiciera comentarios que le forzaban a autocuestionarse. ¿Tenía baja autoestima?
–Dijiste que ibas a ayudar. No dijiste que ibas a hacer de psicólogo. Por favor, ¿puedes sacar las tazas de plástico de ese armario y dejar de darme consejos? – dijo ella– . ¡Y, para que lo sepas, no tengo novio porque nunca me he visto en la necesidad de conformarme con el primero que pase!
De pronto, se quedaron mirándose en silencio, envueltos por el aroma de la comida.
–Buena estrategia – murmuró él, observando el color de sus mejillas y el brillo de sus ojos.
–Y, si hubiera un hombre en mi vida, no sería la clase de persona que va rompiéndole las piernas a la gente – añadió ella, sin poder contenerse.
–Porque tú puedes defenderte sola.
–¡Eso es!
–Y no te atraen los tipos primitivos.
–Claro que no.
–¿Cómo es tu hombre ideal?
–Atento, considerado, sensible – respondió ella, percatándose alarmada de que había permitido que sus sentimientos tomaran el control de la conversación.
Pero había estado demasiado enfadada. Después de la pesadilla de haber tenido que recibir a su hermana en su casa y haberse visto obligada a participar en aquella comida, la idea de Jessica borracha haciéndole confidencias a su jefe sobre ella había sido el colmo.
–Lo siento – murmuró Jamie, apartando la mirada.
–¿El qué? – preguntó él. No quería que la conversación acabara tan rápido– . ¿Tener sentimientos?
–Hay un lugar y un momento para cada cosa – afirmó ella, recuperando la compostura– . Mi cocina y el día de Navidad no son apropiados para esta clase de conversaciones.
–Siempre podríamos cambiar de escenario. Como te he dicho, para un jefe es importante saber lo que pasa en la vida de su secretaria.
–No lo es – negó ella, aunque sabía que Ryan estaba bromeando, y sonrió.
Entonces, Ryan se preguntó qué pasaría si la invitara a cenar. ¿Conseguiría averiguar más sobre la mujer que escondía su distante fachada de secretaria eficiente?
–La gente me dice que se me da bien escuchar – insistió él con tono persuasivo– . Y creo que soy bueno para ver más allá de lo aparente.
Jamie abrió la boca para darle una respuesta educada pero sarcástica, aunque no fue capaz de emitir sonido. Como una tonta, se quedó embobada ante la atenta mirada de él. Era un hombre muy guapo, demasiado, se dijo.
–No pretendía ofenderte al decir que tu extrovertida hermana podía haber socavado tu autoconfianza. Solo adivino que algo te ha causado problemas en el pasado.
–¿De qué estás hablando?
–Algún perdedor te ha roto el corazón y no has sido capaz de superarlo.
Jamie se apartó unos pasos y se apoyó en la encimera.
–¿Qué te ha dicho mi hermana?
El comentario de Ryan había sido un farol. Le podía la curiosidad. Estaba acostumbrado a mujeres que hablaran de sus cosas. Y era fascinante estar ante una tan hermética. En ese momento, se sintió como un principiante que, contra todo pronóstico, hubiera pescado un pez.
Jamie estaba blanca como la nieve y, aunque intentaba mantener la compostura, era obvio que estaba a punto de derrumbarse.
¿Quién diablos le había roto el corazón?
–¡Esto es ridículo! – protestó ella y empezó a preparar una pila de platos de papel. De ninguna manera pensaba quedarse fregando cuando los invitados se hubieran ido, mientras su hermana se iba a la cama con una buena borrachera.
–Confía en mí, ese tipo no te merecía – dijo él, furioso contra el supuesto desconocido.
–No quiero hablar de esto.
–A veces, los tipos sensibles y atentos pueden ser los peores bastardos.
–¿Tú cómo lo sabes? – le espetó ella, mirándolo directamente a los ojos– . Para tu información, el tipo sensible y atento en cuestión era el hombre más maravilloso que he conocido.
–No tan maravilloso, si no te trató bien. ¿Qué pasó? ¿Estaba casado? ¿Te mintió haciéndote creer que no tenía ataduras? ¿O te prometió dejar a su mujer porque no lo comprendía? ¿O te era infiel con otras mientras salía contigo? Para que lo sepas, los hombres que lloran en las películas tristes o que se ofrecen a cocinar para ti no tienen el monopolio de la buena moral. Debes olvidarte de él, Jamie.
–¿Olvidarlo para qué? – preguntó ella, sin pensarlo, aferrándose a los platos que llevaba en la mano.
–Para salir con otros hombres.
–¿Para que pueda…?
–Termina lo que ibas a decir – la retó él, poniéndose frente a ella– . Como te he dicho, puedes hablarme con libertad. No estamos en la oficina. Di lo que quieras.
–De acuerdo. Esto es lo que quiero decir. ¡Al margen de mis malas experiencias, no pienso salir con nadie, si tengo la posibilidad de toparme con hombres como tú, Ryan Sheppard!
Ryan apretó los labios. Había sido él quien había insistido en que dijera lo que pensaba… Aunque no había esperado que le diera tal bofetada verbal. Solo había querido advertirla contra hombres que podían no ser trigo limpio y, a cambio, ella…
–¿Cómo son los hombres como yo?
–Lo siento, pero me has pedido que fuera honesta.
Ryan se forzó a sonreír.
–No suelo engatusar a las mujeres para, luego, romperles el corazón – dijo él con los dientes apretados.
–¡Nadie me ha engatusado! – negó ella, furiosa consigo misma por haber delatado tanto de sus sentimientos– . Deberíamos sacar la comida antes de que se quede fría.
–En otras palabras, quieres dar por zanjada la conversación.
Jamie evitó su mirada.
–Lo siento si he dicho cosas que puedas considerar ofensivas – se disculpó ella tras unos momentos de silencio– . Y te lo agradecería si pudiéramos olvidar esta charla y no volver a mencionarla nunca.
–¿Y qué pasa si no estoy de acuerdo?
Jamie levantó la vista hacia él, recuperada su fría calma, aunque no su paz mental.
–No creo que pudiéramos trabajar juntos, en ese caso. Soy una persona celosa de mi intimidad y sería imposible para mí hacer nada, si temiera que ibas a empezar a… – repuso ella, interrumpiéndose cuando iba a acusarlo de hacer conjeturas sobre su vida.
–¿Empezar a qué?
–A intentar excavar en mi pasado porque te resulta divertido.
Sus ojos eran marrones con reflejos dorados y verdes, observó Ryan. Nunca se había dado cuenta antes. Aunque no era de extrañar, porque ella solía mantener la mirada esquiva la mayor parte del tiempo.
Haciéndose a un lado para dejarla pasar, él le abrió la puerta con reticencia. Al momento, los asaltaron las voces y las risas de los invitados. Mientras habían estado en la cocina, Jessica había convertido el salón en un cabaret. En ese momento, estaba subida a una silla en medio de la habitación para colgar una rama de muérdago de la lámpara, bajo la atenta admiración de los presentes.
La comida fue recibida con vítores y aplausos. Los vecinos hicieron amago de irse, aunque enseguida se dejaron convencer para quedarse. Mientras los demás llenaban sus copas y sus estómagos, Jamie contemplaba la escena desde un rincón con una sonrisa forzada. Por el rabillo del ojo, Ryan la observaba a ella.
Eran casi las cinco y media cuando terminaron de comer y Jamie comenzó a recoger.
Estaba exhausta, aunque no era un cansancio físico, sino mental. La conversación que había tenido con Ryan en la cocina y cómo había estallado delante de él como una granada de mano la había dejado sin fuerzas. Y ella sabía por qué.
Por primera vez en su vida, se había permitido expresar lo que sentía. El resultado la había aterrorizado. Se arrepentía de haberlo hecho.
Con disimulo, miró a Ryan. La había ayudado a recoger los platos, igual que el resto de los invitados, con excepción de su hermana. En ese momento, charlaba animadamente con los chicos de la oficina. Lo más probable era que se hubiera olvidado de su conversación, mientras que ella…
Jessica empezó a hacerle señas a Ryan debajo del muérdago, meneándose de forma sinuosa al ritmo de la música.
Ryan no parecía demasiado inclinado a responder y, por primera vez, Jamie no sintió el impulso de proteger a su hermana de sí misma. Si Jessica quería serle infiel a su marido, que hiciera lo que quisiera. Estaba cansada de rescatarla de su propia inconsciencia.
Se había pasado toda la vida cuidando de ella y, en el proceso, había dejado de lado sus necesidades emocionales. Había bloqueado todos sus sentimientos. ¡Qué patético que la primera vez que decidía abrir su corazón fuera delante de su jefe, el hombro en que llorar menos indicado! No debía de estar acostumbrado a tener conversaciones profundas con mujeres. Aun así, ella había volcado en él toda su angustia, en una imparable sucesión de admisiones que lamentaría para siempre.
Cuando Jamie se dio media vuelta, en dirección a su refugio en la cocina, se le ocurrió mirar por la ventana.
Nadie se había molestado en correr las cortinas y allí, parado delante del mismo coche viejo que había tenido desde siempre, estaba su cuñado.
Durante unos segundos, Jamie se quedó paralizada. Llevaba años sin ver a Greg. Había mantenido su amor por él en secreto y, cuando él había empezado a cortejar a su hermana con devoción, había decidido mantenerse lo más alejada posible.
Los años no lo habían cambiado. El pelo liso le seguía cayendo sobre la frente y se movía con la misma torpeza que, en el pasado, Jamie había adorado.
Al volverse, vio que Jessica estaba posando las manos sobre los hombros de Ryan. Entrando en pánico, temió que lo besara al mismo tiempo que Greg captaba la imagen por la ventana.
Sin perder un segundo, dejándose llevar por el instinto, corrió hacia ellos. Le impulsó la urgencia de que su hermana no perdiera la única oportunidad de amor verdadero que iba a encontrar en la vida, pues no había en el mundo mejor hombre que Greg para Jessica.
Tiró de Ryan, obligándolo a girarse. Él la miró con una mezcla de sorpresa y alivio. Jamie lo agarró del cuello, sin pensarlo.
–¿Qué…?
–¡El muérdago! – dijo Jamie– . Estamos debajo de él. Así que tenemos que hacer lo que manda la tradición.
Ryan rio con suavidad y la agarró de la cintura. Nunca en la vida se habría esperado aquello. Y estaba disfrutando como un niño.
Él no tenía ni idea de qué había provocado ese cambio de actitud en Jamie, pero le encantaba. Sobre todo, le gustaba sentir la suavidad de su cuerpo. Notó sus pechos sobre el torso. Olía a limpio y a flores. Tenía la boca entreabierta, los labios medio cerrados. Era la experiencia más seductora que había vivido jamás.
¿Cómo iba a resistirse a algo así? Sosteniéndola entre sus brazos, la besó despacio y en profundidad, perdiéndose en el beso, sin importarle el público que los contemplaba.
Fue Jamie quien lo sacó de su ensimismamiento, apartándose de sus brazos para mirar hacia la puerta. Ryan siguió su mirada, igual que el resto de los presentes, hacia el hombre rubio que estaba parado allí con una bolsa de viaje en una mano y un ramo de flores en la otra.