Capítulo 2
Pero no entiendes…
Jamie terminó de vaciar el friegaplatos antes de volverse hacia su hermana, que estaba dando vueltas por la cocina. De vez en cuando, se detenía para examinar algo con una mezcla de desdén y aburrimiento. Nada estaba a su gusto, lo había dejado claro desde el momento en que Jamie le había abierto la puerta.
–¿No podías haber encontrado algo más cómodo? Ya que mamá no nos dejó mucho dinero, pero esto… – había señalado Jessica, criticando los muebles… incluso la comida que había en el frigorífico– . ¿Qué bebes en esta casa? ¿No me digas que pasas las tardes con una taza de chocolate y un buen libro como única compañía?
Jamie estaba acostumbrada a sus groserías, aunque había pasado tanto tiempo desde la última vez que había visto a su hermana que había olvidado lo desagradable que podía ser.
Su padre había muerto cuando Jamie tenía seis años y Jessica, tres, y habían sido criadas por su madre. Jamie se había dedicado a estudiar con la intención de llegar a la universidad y labrarse un futuro profesional. Jessica se había dedicado, mientras tanto, a preocuparse por su aspecto físico y a triunfar con el sexo opuesto.
Pero Jamie no había conseguido estudiar en la universidad. Con diecinueve años, había tenido que cuidar de su madre, que había contraído una enfermedad incurable. Y, cuando Gloria había muerto, había tenido que hacerse cargo de su hermana de dieciséis años, que había heredado la belleza rubia de su madre y, en vez de retirarse a la vida introspectiva como había hecho su hermana mayor, se había dedicado a salir y exhibirse todo lo que había podido.
Todavía hundida por el duelo, Jamie había tenido que hacer de madre de una adolescente fuera de control.
–Tú sabes cómo es… Necesita mano firme – le había dicho su madre, cuando, en su lecho de muerte, le había pedido que se ocupara de su hermana menor.
Después de todo aquel tiempo y de todas las cosas que Jamie prefería dejar en el olvido, Jessica había vuelto. Estaba tan despampanante como siempre, o más, y su comportamiento seguía llenándola de frustración.
–Comprendo que tienes responsabilidades, Jess, y puede que te abrumen, pero no puedes huir de ellas – le dijo Jamie, cerró con fuerza el friegaplatos y se secó las manos en un paño.
Para cenar, había preparado pasta con pollo y setas. Jessica había puesto cara de asco y se había negado a comer porque estaba a dieta.
–¡No sabes lo que dices! – le espetó Jessica, soltándose la cola de caballo y dejando que su pelo rubio liso le cayera como una cortina sobre la espalda– . Tú no tienes que lidiar con un marido que trabaja todo el día y que quiere que lo espere sentada con una sonrisa, una comida caliente y ganas de darle un masaje en la espalda. ¡No soy esa clase de esposa!
–Podrías buscarte un trabajo.
–Me busqué uno… no, ocho trabajos. No es culpa mía que ninguno de ellos me gustara. Además, ¿qué sentido tiene que me ponga a trabajar con todo lo que gana Greg?
Jamie no dijo nada. No quería pensar en Greg. Pensar en él siempre acababa mal. En una ocasión, había sido su jefe y ella se había creído enamorada de él. Había sido un placentero secreto que había llenado sus días de luz y había hecho más llevadera la carga de cuidar de su hermana adolescente. Incluso había sido lo bastante tonta como para soñar con que él acabaría amándola. Por desgracia, Greg había conocido a Jessica y se había enamorado de ella a primera vista.
–Podrías hacer algún voluntariado – sugirió Jamie, harta de la conversación.
–¡Venga ya! ¿Me ves haciendo algo de eso? ¿Crees que podría trabajar en un comedor de la beneficencia? ¿O recaudando fondos para la iglesia local? – replicó Jessica. Se había sentado con las piernas en la silla vecina y se estaba examinando las uñas de los pies, pintadas de rosa fuerte– . Estoy aburrida. Y estoy harta. Quiero tener una vida propia. Soy demasiado joven para enterrarme en las afueras de Edimburgo, donde llueve todo el tiempo, mientras Greg solo se preocupa de los animales enfermos. Es el veterinario con más clientes de la ciudad. ¡Un asco!
Jamie se giró y cerró los ojos con fuerza un momento. Habían pasado años desde la última vez que había visto a Greg, pero lo recordaba muy bien. Tenía un rostro amable y una sonrisa bondadosa, el pelo rubio y casi siempre despeinado.
El que su hermana estuviera aburrida de él la llenaba de terror. Al final, Greg había sido su salvación. Le había tomado el relevo a la hora de preocuparse por Jessica.
–Está loco por ti, Jess.
–Muchos hombres podrían estar locos por mí.
–¿Qué quieres decir? – preguntó Jamie, quedándose fría– . ¿No estarás haciendo ninguna estupidez?
–Ay, no seas tan mojigata – le espetó su hermana y suspiró, mirando al techo– . No te preocupes, no estoy haciendo ninguna estupidez, si te refieres a serle infiel. Pero tal y como me siento…
Jamie se reprendió a sí misma por haberle dado la idea. Esperó que, si dejaban el tema de lado, Jessica lo olvidaría. Justo cuando estaba pensando cómo cambiar el rumbo de la conversación, sonó el timbre de la puerta.
–Alguien llama – murmuró Jamie, agradecida por la distracción– . Por favor, Jess, telefonea a Greg. Debe de estar muy preocupado por ti.
Jessica se quedó mascullando que no pensaba hacer tal cosa, que él sabía dónde estaba y sabía que necesitaba darle tiempo.
De camino a la puerta, Jamie se preguntó cuánto tiempo esperaría Greg mientras Jessica intentaba encontrarle sentido a su vida.
Al abrir y ver a Ryan allí parado, se le quedó la mente en blanco.
Su jefe jamás había ido a su casa antes. Ni siquiera cuando habían pasado cerca de allí para ir a una reunión. Nunca la había recogido ni la había llevado a su casa. Ella ni siquiera le había dicho dónde vivía.
Al final, Jamie consiguió cerrar la boca, que se le había quedado abierta.
–¿Qué estás haciendo aquí?
–Estaba preocupado por ti. Se me ha ocurrido pasarme para ver si estabas bien.
–Bueno, estoy bien, así que nos vemos mañana en el trabajo – repuso ella y, al recordar que su hermana estaba en la cocina, salió al porche y entrecerró la puerta principal– . ¿Cómo has averiguado dónde vivo? – preguntó en un susurro.
Los ojos de Ryan brillaban bajo la luz de una farola. Todavía llevaba puesta la ropa del trabajo, unos pantalones vaqueros, una sudadera gastada y un abrigo que, a pesar de su aspecto casual, eran de las mejores marcas.
–Está todo en los ficheros de recursos humanos. No ha sido difícil.
–Ahora tienes que irte.
–Estás temblando como una hoja. Hace frío aquí fuera… Déjame entrar un momento.
–¡No! – repuso ella y, al ver que él arqueaba las cejas, añadió– : Quiero decir que es muy tarde.
–Son las nueve menos cuarto.
–Estoy ocupada.
–Estás muy nerviosa. ¿Por qué? Dime qué está pasando – insistió él y rio– . Eres mi secretaria indispensable. No puedo arriesgarme a que me guardes secretos y, de repente, me abandones. ¿Qué haría yo sin ti?
–Yo… tengo la obligación de avisar con un mes de antelación – balbuceó ella. Tener a Ryan Sheppard en su puerta echaba por la borda toda la distancia profesional que debía haber entre ellos. Le hacía sentir confusa y no le gustaba.
–Así que planeas dejarme. Vaya, al menos, he hecho bien en venir en persona para que me cuentes por qué – señaló él. De pronto, se sentía abandonado y hundido al imaginar que su secretaria dejara el trabajo– . ¿Por qué no me invitas a pasar para que podamos hablarlo como adultos? Si es por dinero, puedo subirte el sueldo.
–¡Esto es una locura!
–Lo sé. Y no me gustan las locuras – dijo él y empujó la puerta para abrirla, al mismo tiempo que Jessica salía de la cocina, quejándose con tono petulante de que no había nada decente en la nevera.
Entonces, él la vio. Era rubia, alta y hermosa. Su hermana tenía todas las cosas que Ryan buscaba en una mujer, pensó Jamie con un suspiro de resignación.
Era demasiado tarde para cerrarle la puerta en las narices a su jefe, porque él ya había entrado y se estaba quitando el abrigo, sin quitarle a Jessica los ojos de encima.
–Vaya, vaya, vaya – murmuró él con tono sensual– . ¿Qué tenemos aquí?
–Es mi hermana – repuso Jamie, cortante.
El brillo en los ojos de Jessica lo decía todo, mientras él la contemplaba con satisfacción. Sin esperar más presentaciones, ella se acercó y le estrechó la mano.
–No sabía que tuvieras una hermana – comentó él, volviendo la mirada hacia Jamie.
Jamie estaba en un lado de la escena, sintiéndose como una espectadora entrometida en su propia casa.
–No veo por qué ibas a saberlo. Jessica no vive en Londres.
–Aunque igual me mudo aquí.
–¡No puedes hacer eso! – le espetó Jamie a su hermana, entrando en pánico.
–¿Por qué no? Ya te he dicho que Escocia me aburre. Además, por lo que veo, Londres tiene muchas más cosas que ofrecer. ¿Por qué no me dijiste que tenías un jefe tan guapo, Jamie? ¿Acaso temías que te lo robara?
Jamie pensó que iba a desmayarse en ese mismo momento. La tensión entre las hermanas podía palparse en el ambiente.
–¿Cuánto tiempo vas a quedarte? – preguntó él, mirando a Jessica, pero sin poder dejar de pensar por qué Jamie era tan celosa con su vida privada.
–Solo estará aquí un día o dos antes de volver a Escocia. Está casada y su marido la está esperando.
–¿Tenías que sacar ese tema?
–Es la verdad, Jess. Greg es un buen tipo. No se merece esto – repuso Jamie. «Y tú no te lo mereces a él», pensó.
–Tengo muchos problemas conyugales – le explicó Jessica a Ryan– . Creí que podría encontrar apoyo en mi hermana, pero parece que me equivoqué.
–¡Eso no es justo, Jess! Además, seguro que el señor Sheppard no quiere escuchar nuestros problemas.
–Por favor, sentíos libres de continuar. Soy todo oídos.
–Tienes que irte – insistió Jamie, volviéndose hacia él. El mundo se tambaleaba bajo sus pies. De un día para otro, todo se había vuelto patas arriba. Su hermana había irrumpido en su casa, su jefe se había presentado allí de noche… Era demasiado– . Y tú, Jess, debes acostarte ya.
–¡Ya no soy una niña!
–Pues te portas como si lo fueras – la reprendió Jamie. Era la primera vez que le echaba en cara su falta de responsabilidad y su actitud de niña consentida, después de toda la vida cuidando de ella como si hubiera sido su obligación indiscutible.
En el tenso silencio que siguió después, Jessica titubeó y apretó los labios antes de hablar.
–No puedes obligarme a volver a Escocia.
–Podemos hablar de eso por la mañana, Jess. Creo que por hoy ya he tenido bastante estrés.
–Está muy estresada – comentó Ryan, refiriéndose a su secretaria– . Ha llegado tarde al trabajo esta mañana.
Jessica le sonrió y se acercó un poco más a él, anunciando con su lenguaje corporal su interés sin tapujos.
–Si me hubieras dicho que llegabas tarde, habría colgado antes. Sé que te obsesiona la puntualidad. No te preocupes. Me portaré bien mientras esté aquí y tú podrás volver a ser la secretaria perfecta. Si yo tuviera un jefe como el tuyo… iría a trabajar a las seis de la mañana y me quedaría hasta media noche. O no me iría nunca…
Jamie se dio media vuelta y se dirigió a la cocina. Sabía cómo terminaban siempre esas conversaciones con su hermana. Jessica sabía cómo herirla. Lo mejor era no entrar al trapo y tratar a su hermana como a una niña que no fuera responsable de sus rabietas.
Esperaba que Jessica se quedara en la entrada, dedicándole a Ryan una de sus más seductoras sonrisas. Sin embargo, en cuanto se hubo sentado ante la mesa de la cocina, Ryan apareció en la puerta y la miró en silencio con las manos en los bolsillos.
Un incómodo silencio los envolvió hasta que, con reticencia, Jamie le ofreció una taza de café.
Hubiera preferido echarlo de su casa, pero sentía que debía aclarar algunas cosas.
–¿Dónde está Jessica? – preguntó ella.
–La he mandado a su dormitorio.
–¿Y te ha obedecido?
–Las mujeres suelen obedecerme siempre.
Jamie dio un respingo. No le quedaban ganas de comportarse con amabilidad con el hombre que le pagaba el sueldo. Él había invadido su territorio, por lo que toda deferencia quedaba temporalmente suspendida.
–Ahora ya sabes por qué he llegado tarde esta mañana. Jessica me ha tenido al teléfono más de una hora. Estaba muy nerviosa. Me llamó desde el tren para comunicarme que había decidido venir a mi casa.
–No te preocupes – repuso él, tomó la taza que le ofrecía y se sentó– . Las crisis familiares son algo normal. ¿Por qué no me dijiste la verdad sin más esta mañana?
Jamie se sentó sin mirarlo, abrazando la taza entre las manos. Para Ryan, acostumbrado a triunfar con el sexo opuesto, el ser ignorado era una experiencia nueva.
Él, sin embargo, se fijó en cómo los vaqueros que ella llevaba realzaban sus curvas. La camiseta dejaba adivinar un vientre plano y pechos generosos.
–Porque mi vida privada no es asunto tuyo, supongo.
–¡Ni siquiera sabía que tuvieras una hermana! ¿Por qué lo mantenías en secreto?
Jamie se sonrojó y bajó la vista hacia su taza.
–Yo no… hablo mucho de mis cosas. No soy demasiado confiada.
–No me digas.
–No te hablé de Jessica porque pensé que no ibas a tener oportunidad de conocerla. Yo vivo en Londres. Ella vive a las afueras de Edimburgo. No forma parte de mi vida diaria.
–Y así querías que continuara hasta que tu hermana ha tenido la mala suerte de necesitar tu apoyo.
–¡Por favor, no presumas de comprender mis asuntos familiares!
–Si no quieres que presuma, entonces vas a tener que explicármelo tú.
–¿Por qué? ¿Qué más da? Cumplo con mis tareas como tu secretaria, eso es lo importante.
–¿Por qué te incomoda tanto esta conversación?
Ryan podía haber dejado el tema. Ella tenía razón. Trabajaba bien y su vida privada no le incumbía. Sin embargo, no quería dejarlo pasar. Le intrigaba demasiado lo que su secretaria estaba escondiendo.
–No lo entiendes. Para empezar, eres mi jefe. Y, como te he dicho, no confío en la gente. Prefiero guardarme mis problemas para mí. Quizá es una reacción a tener una hermana como Jess. Ella siempre ha hecho tanto jaleo que para mí era más fácil dejar que se saliera con la suya y guardar silencio.
–Más fácil, pero no mejor. Olvida un momento que soy tu jefe. Imagina que soy el vecino de al lado que ha venido a pedirte una taza de azúcar cuando, de pronto, sientes que necesitas un hombro en el que llorar…
–¿Tengo que verte como si fueras un vecino pidiendo azúcar? – le interrumpió ella con una mueca– . ¿Para qué ibas a querer una taza de azúcar?
–Para preparar una tarta, porque resulta que me gusta hacer postres. Es mi pasatiempo favorito, después de cuidar las flores y hacer punto de cruz – bromeó él. Al ver que Jamie se relajaba un poco, incluso empezaba a sonreír, se sintió orgulloso de ese mérito. No le gustaba verla estresada y a punto de llorar. Además, después de haberse criado con cuatro hermanas mayores, sabía que a las mujeres solía gustarles hablar de sus sentimientos.
La resistencia que ella mostraba a abrirse era algo nuevo para él.
–Bueno, ¿qué me dices?
–Mira, no sé cómo decirte esto, pero… – comenzó a decir ella con un suspiro. Decidió enfrentarse a la conversación desde otro punto de vista– . Ahora que has conocido a mi hermana, ¿qué piensas de ella?
–Después de cinco segundos, solo puedo decirte que es muy atractiva.
Decepcionada, Jamie asintió.
–Siempre ha sido la más guapa de las dos.
–Espera un momento…
–Ahórrate el cumplido. Es un hecho y no me importa – le interrumpió ella aunque, por un instante, se preguntó qué había querido decir él– . Jessica es hermosa y lo sabe. También, está casada y está pasando por una crisis que superará pronto siempre que…
–¿Siempre que no la distraiga alguien como yo? – adivinó él con fría mirada.
–Sé que te gustan las mujeres altas, rubias, bonitas y complacientes. Jessica puede ser todo eso para ti. Perdona que sea tan directa pero, después de que te has presentado en mi casa sin avisar, creo que tengo derecho – señaló ella y se humedeció los labios nerviosa– . Espero no poner en jaque mi empleo al serte sincera.
–¿Qué clase de persona crees que soy? – preguntó él, ofendido. ¿Acaso lo veía como una especie de monstruo capaz de castigarla por decir lo que pensaba?– . No temas, tu empleo está a salvo. Y, si tanto te importa mantener tu privacidad, me iré ahora mismo y te dejaré que sigas escondiéndote. En cuanto a tu hermana, puede ser la clase de mujer con la que suelo salir, pero no me mezclo con casadas, ni siquiera con las que dicen ser infelices en su matrimonio.
Cuando Ryan se puso en pie, Jamie se había quedado pálida. Estaba acostumbrada a que su jefe se mostrara siempre tranquilo y seguro de sí mismo, abierto a las bromas y de buen humor. ¿Quería arriesgarse a perder eso? Solo de pensar en que él nunca más le preguntaría por su vida privada ni bromearía con ella la dejó fría. De prisa, se levantó también y posó una mano en su brazo.
–Lo siento. Sé que no ha sonado muy bien lo que he dicho. Pero tengo que cuidar de mi hermana. Verás… – comenzó a decir ella y, antes de continuar, titubeó un momento– . Nuestro padre murió cuando yo tenía seis años y, cuando Jess tenía dieciséis, nuestra madre murió también. Fue horrible. Mi madre me hizo prometer que la cuidaría. Yo estaba a punto de ir a la universidad, pero tuve que renunciar a estudiar y buscarme un trabajo para cumplir mi promesa.
–Una responsabilidad muy pesada para alguien tan joven – murmuró él, sentándose de nuevo.
–No fue fácil – admitió Jemie– . A Jess le gustaban demasiado los chicos y me costó muchísimo esfuerzo lograr que fuera a clase todos los días y que estudiara.
–¿En qué trabajabas tú? – preguntó él con curiosidad. Al ver que ella se sonrojaba y bajaba la mirada, se sintió todavía más intrigado.
–Con el veterinario, nada más. No era lo que había esperado hacer con diecinueve años, pero me gustaba. El problema era que…
–¿Qué te hubiera gustado hacer?
–¿Eh?
–¿Cuáles eran tus sueños, tus ambiciones?
–Bueno… – titubeó ella– . Quería ir a la universidad y estudiar Derecho. Pero eso ya no importa. Lo importante es que quería ponerte sobre aviso para que no tontearas con ella.
–Es duro que tuvieras que renunciar a tus sueños – observó él, ignorando su último comentario– . Debes de estar resentida con ella, en cierto modo.
–¡Claro que no! Nadie tiene la culpa de los retos que presenta la vida.
–Un sentimiento muy noble.
–Como decía… Solo quería advertirte de que te alejaras de ella.
–¿Crees que va a regresar con su marido y que vivirán felices para siempre?
–¡Sí!
–Tomo nota de tu advertencia.
–¿Qué advertencia?
Jessica estaba parada en la puerta de la cocina. Al verla, Jamie comprendió que su hermana no se había ido a su cuarto porque se lo habían mandado, sino para poder ducharse y reaparecer vestida con un salto de cama que dejaba poco lugar a la imaginación. Tenía una figura excelente, abierta a ser admirada mientras se adentraba despacio en la cocina, disfrutando de la atención suscitada.
Jamie se dio cuenta de que, a través del fino tejido que llevaba, podían adivinársele los pezones. A pesar de su advertencia, ¿qué hombre con sangre en las venas podía resistirse a una invitación así?
–¿Y bien? – volvió a preguntar Jessica. Apoyada en la encimera, arqueó la espalda, de forma que los pechos se le pegaron provocativamente contra la ropa– . ¿Qué advertencia?
–Una – contestó Ryan con voz ronca– . No debo interferir ni intentar convencerte de que regreses con tu marido.
–¿Es eso cierto, Jamie?
–¿Por qué iba a mentirte? – contestó Jamie.
–¿Entonces puedo quedarme un poco contigo? – inquirió Jessica– . Quizá, hasta que termine la Navidad. Solo serán un par de semanas. Puedo ayudarte a decorar el árbol y todas esas cosas. Así, tendré un poco más de tiempo para pensar.
Acorralada, Jamie no tuvo más remedio que reconocer la derrota.
–¡Hasta podríamos hacer una fiesta! – propuso Jessica, lanzándole una sonrisa a Ryan– . Se me da muy bien organizar fiestas. ¿Qué vas a hacer tú en Navidad?
–¡Jessica!
–No seas pesada, Jamie.
–Estaré en el campo – murmuró él– . ¿Por qué? – añadió. Había recibido tantas invitaciones para la comida de Navidad que había pensado en ignorarlas todas y encerrarse en su casa hasta que pasaran las fiestas.
–Podrías venir con nosotros.
Ryan se percató de que Jamie esbozaba una expresión de terror ante su sugerencia. Forzándose en poner gesto serio, fingió considerar la oferta.
–Bueno… la verdad es que no tengo ninguna obligación familiar para la Navidad.
–¿Y tu familia? – quiso saber Jessica, al mismo tiempo que se contoneaba hacia él.
No era de extrañar que Jamie se preocupara por su hermana, caviló Ryan. Esa mujer era un peligro para la paz mental de cualquiera.
–Estarán en el Caribe.
–¿En serio?
–Tengo una casa allí y, este año, han decidido pasar todos juntos las Navidades y el Año Nuevo allí.
–Esta conversación no tiene ni pies ni cabeza – protestó Jamie con tono seco– . Ryan tiene planes para las fiestas – remarcó, se levantó y abrió el friegaplatos, su forma de anunciar que aquella reunión había terminado y que cada mochuelo debía irse a su olivo.
Sin embargo, Jessica estaba en pleno esplendor y no dejaba de hacerle preguntas al recién llegado sobre su casa en el Caribe.
–Puedo dejarme persuadir – comentó él, recostándose en su asiento, mientras Jamie cerraba un armario de un portazo con cara de frustración– . ¿Tú qué ibas a hacer, Jamie? Si pensabas pasar la Navidad sola, sería un poco aburrido, ¿no crees?
–A mí me parece un plan tranquilo. Además, tenía planes de salir a tomar el aperitivo el día de Navidad con unas amigas y, tal vez, iba a quedarme a comer con ellas.
–Yo quiero una comida al estilo tradicional – indicó Jessica con rotundidad.
–¿Y qué va a hacer Greg? – le espetó Jamie a su hermana– . ¿Sabe que planeas abandonarlo el día de Navidad?
–No le importará. Siempre está de servicio. Además, sus padres estarán muy contentos de tenerlo para ellos solos para poder decirle lo mala esposa que soy – contestó Jessica sin titubear y, al momento, volvió a centrar su atención en Ryan, que parecía tan cómodo en la cocina como en su propia casa– . Bueno, ¿vendrás, entonces? Jamie nunca ha sido muy amante de las Navidades, pero le obligaré a poner un árbol y compraremos un pavo para comer.
–Dale tiempo para pensarlo, Jess. ¡Deja de presionarlo! – la reprendió Jamie, segura de que podría convencer a Ryan de ignorar la invitación de su hermana. Era un hombre muy ocupado. No querría pasarse el día de Navidad sentado delante de un pequeño árbol, para comer un pavo que su secretaria hubiera preparado con desgana.
–Es genial que puedas leerme la mente así – señaló él, lanzándole una sonrisa a Jamie– . Por eso, hacemos tan buen equipo en le trabajo.
–Ja, ja. Muy gracioso – replicó Jamie con una mueca.
–Pero tiene razón – le aseguró él a Jessica– . Lo pensaré y le daré una respuesta a tu hermana.
–O puedes llamarme a mí, si lo prefieres. Te daré mi número de móvil.
Cinco minutos después, Ryan se marchó y Jessica se fue a la cama. No obstante, a Jamie le costó recuperar su paz mental.
No solo su jefe había invadido su vida privada, sino que se enfrentaba al peligro de que las cosas se complicaran todavía más.
¿Y si decidía ir a comer con ellas en Navidad?
Junto a un aplastante sentimiento de aprensión, algo mucho más desconcertante le rondaba la cabeza. La idea de volver a tenerlo en su casa la llenaba de… emoción.