Capítulo 6
Claire y Hannah, sus maridos y sus hijos se marcharon dejando atrás un reguero de juguetes olvidados, besos, abrazos y promesas de volver a reunirse.
Después de la despedida, la casa se quedó vacía y silenciosa.
Faltaban dos días para que Ryan tomara un vuelo a Florida y Jamie regresara a Londres. Vivian, la madre de Ryan, se quedaría en la playa una semana más con unas cuantas amigas.
Vivian se excusó para echarse la siesta y Ryan hizo lo mismo, diciendo que iba a trabajar. Ella se ofreció a acompañarlo, pero él le repitió que le había dado el día libre.
Durante unos momentos, Jamie no supo qué podía hacer. En parte, se sentía liberada por haberse quedado sin teléfono móvil. Su impulso habría sido contactar con su casa para ver cómo iban las cosas entre Jessica y Greg. Pero era un alivio poder desconectar del problema, aunque fuera de forma temporal.
Por primera vez desde que había llegado, decidió disfrutar de la piscina. En menos de cuarenta minutos, allí estaba, con su biquini, su toalla, su crema solar y un libro.
Era como estar de vacaciones. La piscina ofrecía espectaculares vistas del mar y estaba rodeada de palmeras y follaje, repletos de mariposas de colores y pájaros cantando. Jamie se acomodó en la tumbona y trató de no pensar en nada. Pero su mente la llevaba continuamente al mismo sitio. Ryan. ¿Se había dejado seducir por su personalidad encantadora e ingeniosa sin darse cuenta? ¿O había caído bajo un hechizo al perder su coraza, confesándole grandes parcelas de su vida privada?
Se había prometido a sí misma no cometer nunca más la tontería de enamorarse de su jefe. Lo que le había pasado con Greg podía excusarse como una locura de juventud. Además, no había ido a más, pues ni siquiera se lo había confesado jamás al veterinario.
La situación con Ryan era mucho más peligrosa. Él era más peligroso. En ocasiones, su cuerpo reaccionaba con tanta fuerza a su presencia, que tenía ganas de cerrar los ojos y desmayarse.
En comparación, su absurdo enamoramiento de Greg no había conllevado ningún riesgo. Había sido solo una distracción inocente del trauma que Jamie había vivido en casa. Se había refugiado en su trabajo y en la compañía del veterinario para huir de la dura realidad que la había estado esperando en su hogar.
Greg había sido amable, considerado y bondadoso y le había ayudado a superar la decepción que le había supuesto renunciar a su sueño de ir a la universidad.
Ryan, sin embargo…
Sí, era amable, considerado y bondadoso. Ella lo había visto en el modo que había interactuado con sus hermanas, con su madre y sus sobrinos. Pero no era Greg. Tenía algo que la excitaba y la asustaba al mismo tiempo. Cuando posaba en ella sus ojos color chocolate, la dejaba sin aliento, presa del deseo.
Iba a ser un alivio estar de vuelta en Inglaterra. Esperaba que Greg y Jessica hubieran arreglado sus diferencias. Pero, aunque no fuera así, se sentiría más segura de vuelta en la oficina, con sus tareas habituales. Allí, a millones de kilómetros de su terreno, era demasiado fácil que las fronteras entre jefe y secretaria se difuminaran.
Para dejar de pensar, Jamie se metió en el agua. Era una delicia. Comenzó a nadar, algo que le encantaba pero que apenas había podido hacer desde que se había mudado a Londres. Intentó bucear un largo entero sin sacar la cabeza.
Sin embargo, a pesar de lo mucho que estaba disfrutando, incómodos pensamientos empezaron a hacer mella en ella. En Londres, había renunciado a ir a nadar porque había estado demasiado ocupada trabajando. Por la misma razón, había renunciado a ir al gimnasio y había tenido que cancelar citas con sus amigas en muchas ocasiones. Nunca lo había pensado.
Se había concentrado en su profesión y en demostrar que merecía cada penique de su generoso salario. Nunca había pensado que, tal vez, se había pasado de la rosca, solo por tener la oportunidad de pasar más tiempo con Ryan. ¿Se había convertido en su secretaria indispensable porque, de forma inconsciente, había estado enamorada de él desde el principio? ¿Acaso había repetido el mismo error que con Greg, sin ni siquiera darse cuenta?
Aquella idea la inquietó tanto que no se dio cuenta de que se acercaba a la pared de la piscina. Buceando a toda velocidad, se dio un golpe en la cabeza y salió a la superficie, un poco atontada.
Cuando abrió los ojos, allí estaba Ryan, inclinándose sobre ella con preocupación.
Llevaba puesto un bañador y tenía la camisa de manga corta desabotonada.
Jamie se quedó anonadada al tener su torso musculoso y bronceado delante de las narices.
–¿Qué estás haciendo aquí? – preguntó ella al fin, aturdida.
–Rescatándote de nuevo. No tenía idea de que fueras tan propensa a los accidentes – indicó él y le tendió la mano para ayudarla a salir.
Pero Jamie lo ignoró. Nadó hasta las escaleras y se sentó allí, medio sumergida en el agua.
–Estabas nadando como un rayo, sin mirar dónde está la pared. ¿En qué estabas pensando? – dijo Ryan, se quitó la camisa y se sentó a su lado– . Deja que te vea el golpe.
–Otra vez, no – replicó ella. Al llevarse la mano al punto donde se había golpeado, se encogió– . Mi cabeza está bien. Igual que mis pies estaban bien ayer.
–Los golpes en la cabeza pueden ser serios. Dime cuántos dedos hay aquí – pidió él, levantando una mano con una sonrisa.
–Pensé que estabas trabajando – comentó ella con tono acusador. Por el rabillo del ojo, vio que Ryan se recostaba sobre los codos a su lado y levantaba la cara hacia el sol sonriente, con los ojos cerrados. Su belleza masculina era indiscutible, se dijo. De pronto, cuando él abrió los ojos y la sorprendió observándolo, se sonrojó y apartó la vista.
–Estaba trabajando, sí. Pero no pude resistir la tentación de venir a darme un baño. No sabía que nadaras tan bien.
–¿Has estado espiándome?
–Tengo que reconocer que sí – admitió él. Sin embargo, no pensaba confesarle que se había quedado embobado contemplándola por la ventana. Su biquini negro era todo lo modesto que podía ser un biquini pero, aunque no tenía nada de sexy, en su cuerpo lo convertía en una obra de arte erótico. Sin poder evitarlo, deslizó la mirada hacia su escote y aquellos generosos pechos que tanto lo excitaban.
Mirarla así, como un muerto de hambre, era jugar con fuego. Ryan estaba llegando a un punto en que empezaba a no importarle si era la secretaria perfecta o si sería mala idea irse a la cama con ella.
–¿Sabes algo de tu hermana?
–¿Has olvidado que me rompiste el móvil?
–Te compensaré de sobra por eso cuando volvamos a Inglaterra. De hecho, te autorizo a usar los fondos de la empresa para comprarte el mejor móvil que haya en el mercado.
–Muy generoso por tu parte.
–Bueno, yo influí en que dejaras caer el teléfono y se rompiera. Aunque también podías haberme hecho caso desde el principio y haber usado el teléfono fijo de la casa.
–Vaya, así que me asustas, haces que se me caiga y se rompa el móvil y encima es mi culpa.
Ryan rio.
–Mi madre dice que eres la única mujer que ha conocido capaz de mantenerme a raya. Creo que es por cómo me acusaste de hacer trampas ayer en el Scrabble y me obligaste a retirar la palabra que había puesto. Yo estoy de acuerdo con mi madre.
–¡Estoy segura de que todas las mujeres con las que has salido no estarían tan de acuerdo!
–¿Es que te he ofendido? Te lo decía como un cumplido. Y, para que lo sepas, las mujeres con las que he salido no tienen objeción en que yo lleve las riendas. No creo que ninguna se atreviera a marcarme límites como haces tú.
–Si alguna de ellas hubiera trabajado para ti…
–Tú trabajas conmigo, Jamie. Somos un equipo.
–Como quieras. Si alguna hubiera trabajado para ti, hubieran aprendido que la única forma de sobrevivir a tu lado es intentar…
–¿Tomar el control? Nunca creí que me gustaran las mujeres mandonas, pero estar aquí contigo está siendo…
–¡Útil! – le interrumpió ella– . Espero que estés satisfecho con el trabajo que estamos haciendo.
–Me pone muy nervioso que hagas eso.
–¿Qué?
–En cuanto una conversación se sale de lo profesional, buscas cualquier excusa para cambiar de tema.
–¡Eso no es verdad! He hablado de todo tipo de cosas con tu familia.
–Pero no conmigo.
–No me pagas para que hable de toda clase de cosas contigo – se defendió ella, intentando con desesperación cerrar la caja de Pandora.
–¿Me tienes miedo? ¿Es eso? ¿Te pongo nerviosa?
–No, no me pones nerviosa – le espetó ella con firmeza– . Pero sé lo que te pasa. No estás acostumbrado a pasar días y días vagueando. Desde que te conozco, nunca te habías tomado más de un fin de semana libre.
–¿Te has fijado en eso?
–¡Deja de sonreír! Estás un poco aburrido y solo se te ocurre entretenerte… haciéndome rabiar.
–¿Ah, sí? Yo pensaba que estaba intentando conocerte mejor.
–Ya me conoces.
–Sí – murmuró él. Era cierto. Después de haber trabajado casi un año tan cerca, de alguna manera, había sintonizado con su forma de ser. Sabía cómo reaccionaba, conocía sus manías, lo que pensaba sobre diversos temas… Aunque el puzle estaba incompleto. Le faltaban detalles sobre su intimidad. Y le irritaba sobremanera pensar que el veterinario había sido el depositario privilegiado de esos detalles– . Y, si tú me conoces a mí, deberías saber que no quiero que te contengas de hablar con tu hermana solo porque te resulta extraño usar el teléfono de la casa. A menos, claro, que no quieras que nadie oiga tus conversaciones. O, tal vez, te avergüenza que te sorprendan hablando a escondidas con un hombre casado.
–¡Ese comentario está fuera de lugar!
–Cada vez que menciono a ese tipo, te muestras avergonzada y nerviosa. ¿Por qué?
–No sabes de qué hablas.
–Te digo lo que veo.
–¡No tienes derecho a sugerir esas cosas!
–Sigues sin responder mi pregunta. ¿Ha habido algo entre vosotros? ¿Lo sigue habiendo?
–¡Me estás insultando! – le gritó ella, saltó al agua y comenzó a nadar al otro lado de la piscina con la urgente necesidad de apartarse de él.
Pero Ryan la siguió.
–¡Greg está casado con mi hermana! – le espetó ella, clavando en él ojos furiosos– . No hay nada entre nosotros.
–Pero no siempre ha estado casado con tu hermana, ¿verdad? De hecho, lo conociste antes que ella. Vi la forma en que lo mirabas cuando se presentó en tu casa en Navidad…
–Eso es ridículo. No lo miraba de ninguna manera – protestó ella. ¿O sí? Tal vez. Había sido la primera vez que lo había visto después de años y no había estado segura de lo que había sentido por él. Sin poder evitarlo, se sonrojó.
–Que el veterinario ya no esté en tu vida no implica que no esté en tus pensamientos.
Azorada, Jamie apartó la mirada. El pulso le galopaba a cien por hora, mientras él la observaba sin perderse detalle.
–¿Por eso te fuiste a Londres?
–Fui a Londres porque… porque sabía que sería más fácil encontrar trabajo allí. Además, cuando Jessica se casó, vendí nuestra casa de la infancia y dividí los beneficios con ella. Eso me permitió ahorrar para comprarme algo para mí y pagar un alquiler mientras buscaba trabajo. Fue el momento adecuado, eso es todo.
–¿Por qué no me lo creo?
–Porque sospechas de todo por naturaleza.
–¿Te has acostado con él?
–¡No!
–Bien – dijo Ryan, sonriendo con satisfacción– . Aunque no creo que fuera un competidor difícil de vencer.
–¿Qué estás diciendo?
–Lee entre líneas. ¿Qué crees que estoy diciendo? – replicó él. La deseaba y ya no le preocupaba traspasar los límites. El sentido común que siempre había exhibido con las mujeres brillaba por su ausencia cuando estaba con ella.
Sin darse tiempo para pensar, Ryan la rodeó con sus brazos, acercó su cara, sintió su respiración y percibió el pánico en sus ojos, mezclado con la excitación. No se había equivocado cuando había notado su interés prohibido en él y, al pensarlo, tuvo una erección de campeonato, incluso antes de que sus labios se tocaran.
No recordaba haber hecho nada tan delicioso como eso. El breve beso público que se habían dado en Navidad había sido solo un aperitivo. Jamie entreabrió la boca con un gemido. Mientras le arañaba el pecho como protesta, el contacto de su lengua en la boca delataba que la invadía el mismo deseo que a él.
Ryan la acorraló contra la pared, apretando su cuerpo contra el de ella. Para que el agua no la cubriera, ella tenía que sujetarse con ambos brazos en los bordes de la piscina, lo que hacía que sus pechos se arquearan hacia delante de forma tentadora.
Cuando Jamie intentó decir algo, él la silenció profundizando el beso. Ella entrecerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, mientras se dejaba besar por el cuello con un gemido de placer.
Más que nada, Jamie quería empujarlo para que la dejara en paz, pero su fuerza de voluntad estaba anulada por las increíbles sensaciones que le invadían el cuerpo. Era como si un millón de estrellas fugaces hubiera llenado el firmamento.
Se dejó llevar cuando él le tomó las piernas para hacer que lo rodearan de la cintura y la cabeza empezó a darle vueltas al percibir su potente erección entre las piernas.
La superficie de la piscina comenzó a hacer olas. Cuando él le bajó los tirantes del biquini, ella titubeó un segundo, pero sus inhibiciones desaparecieron por completo. Con el cuerpo arqueado hacia atrás, sintió el calor del sol y el exquisito contacto de su boca en un pezón.
Jamie podía haberse quedado así toda la vida, dejando que le lamiera los pezones y se los masajeara con las manos, endureciéndolos y volviéndolos cada vez más sensibles.
Sin embargo, cuando él le bajó las braguitas del biquini, ella abrió los ojos de pronto, horrorizada por lo que estaba haciendo.
¿Qué diablos había pasado?
Pero no podía engañarse. Llevaba meses deseándolo. Aquello no tenía nada que ver con lo que había sentido por Greg. Ryan le provocaba sensaciones a todos los niveles, de una forma que era nueva por completo para ella.
Retorciéndose, Jamie lo empujó, lo esquivó y nadó al otro lado de la piscina.
Él la alcanzó al instante.
–¿Qué sucede?
Aunque no quería mirarlo a los ojos, Jamie tuvo que hacerlo cuando la sujetó de la barbilla.
–No… no sé qué ha pasado – susurró ella.
–Bueno, yo sí y no me importa explicártelo. Nos gustamos. Te toqué y te prendiste fuego.
–¡No!
–Deja de fingir, Jamie. ¿Por qué has parado?
–Porque… esto no está bien.
A Ryan no le sorprendía que pensara eso. Hacía solo veinticuatro horas, él mismo había desechado la idea de acostarse con ella, por considerarlo una locura.
–Somos adultos. No tiene nada de malo que nos sintamos atraídos.
–Eres mi jefe. ¡Trabajo para ti!
–Quiero algo más que una secretaria diligente. Quiero acostarme contigo y tocarte donde yo quiera. Apuesto a que también es lo que tú deseas, esté mal o bien. De hecho, estoy seguro de que, si te toco ahora mismo, aquí… – dijo él y, deslizando un dedo por su escote, observó cómo ella se esforzaba por no reaccionar– . No puedes decir que no me deseas.
–No te deseo.
–¡Mentirosa! – la acusó él y, cuando la besó de nuevo, su mentira quedó expuesta por la forma en que se aferró a él, incapaz de resistirse al beso– . No me digas que no te sientes atraída por mí.
–De acuerdo. De acuerdo. Tal vez. Pero no me enorgullezco de ello – repuso Jamie, tras tomar aliento– . Tienes razón. Estaba enamorada de Greg. Por eso, tuve que irme de Escocia, mudarme lejos – confesó con el corazón encogido. Tenía que encontrar la fuerza necesaria para apartarse de él con una buena excusa, porque, si no, la devoraría.
Ryan se quedó paralizado. Durante un minuto, sintió el estómago en un puño. Quizá ella no se había acostado con el veterinario, pero lo había amado.
–Cometí un error con Greg y he aprendido la lección. No he llegado tan lejos para tropezar de nuevo con la misma piedra. No me iré a la cama contigo solo porque te deseo. Ahora me iré y quiero que me prometas que no volverás a mencionar esto nunca más.
–Otra cosa más que no puedo mencionar nunca más, ¿eh? – le espetó él con ferocidad– . ¿Y quién dice que acostarnos sería un error?
–Yo – afirmó ella, mirándole a los ojos– . No soy como tú. No me acuesto con las personas solo porque me gustan. Si no crees que puedas olvidar este episodio, entonces tendrás mi dimisión sobre la mesa para cuando vuelvas de Florida.
No era un farol. Jamie hablaba en serio, comprendió Ryan. Él, que siempre había tenido facilidad para conquistar a las mujeres, estaba siendo rechazado por la única que de veras le había gustado. Lleno de frustración, apretó los puños. No había nada más que decir.
Jamie esperaba su respuesta.
Él asintió en silencio.
–Bien – dijo ella. Todavía le ardía el cuerpo pero, al menos, había rescatado su dignidad– . Ahora iré dentro – indicó y salió de la piscina, intentando no pensar en cómo le había acariciado todo el cuerpo, cómo le había lamido los pechos… Solo para dejarlo claro del todo, se giró hacia él un momento– . ¿Hay algo con lo que quieres que me ponga a trabajar?
–¿Por qué no te dejas guiar por tu propia iniciativa? – le respondió él con tono frío– . Te sugiero algo lo bastante pesado como para que olvides este pequeño y sórdido episodio de atracción sexual.
Ryan se contuvo para no decirle que, tal vez, el veterinario había elegido a la esposa equivocada. Para una mujer que reprimía sus impulsos sexuales tan bien como ella, sería perfecto un hombre que solo se preocupaba de sus animales enfermos. Habrían hecho buena pareja, caviló. Eso debía de haberle hecho sentir mejor. Sin embargo, al verla alejarse con la toalla firmemente sujeta alrededor de la cintura, no se sintió mejor.
Para sofocar el fuego que lo atormentaba, Ryan se puso a nadar como un loco, hasta que le dolieron los brazos. El sol comenzó a ponerse.
Llevaba más de dos horas en la piscina y, a pesar de que estaba agotado, habría seguido si no lo hubiera distraído el sonido de pasos de alguien que corría.
En los trópicos, la noche caía rápido, precedida solo por unos instantes de firmamento anaranjado, en la puesta de sol. Pronto, todo estaría negro como el carbón. En la penumbra, Ryan distinguió la figura de Jamie parada delante de las escaleras. Enseguida, empezó a bajarlas a toda velocidad. ¡No era de extrañar que aquella chica tuviera tantos accidentes!, pensó.
Él salió de la piscina de un saltó y, sin molestarse en secarse, se puso la camisa.
–¿Ha surgido algo urgente en el trabajo? – preguntó él con sarcasmo. Sin embargo, al fijarse en la expresión de pánico de ella, se llenó de aprensión– . ¿Qué pasa? ¿Qué sucede?
–Es tu madre, Ryan. Le pasa algo.
–¿Qué dices? – gritó él, al mismo tiempo que corría hacia la casa, deteniéndose lo justo para poder escuchar a Jamie.
–Después de ducharme, la busqué, pero no la encontraba. Así que fui a su cuarto a preguntarle si quería tomarse una taza de té conmigo. Cuando entré, estaba tumbada en la cama, blanca como la nieve. Me dijo que tenía un cosquilleo en los brazos, Ryan. Respiraba con dificultad. He venido corriendo todo lo rápido que he podido…
En la casa, Ryan subió las escaleras de dos en dos, seguido por Jamie. Solo habían pasado cinco minutos desde que había dejado a su madre en la habitación. Ella rezó porque la encontrara recuperada y todo hubiera sido un susto nada más.
Vivian Sheppard estaba despierta cuando llegaron, pero era obvio que no se encontraba bien y estaba muy asustada.
En cuestión de segundos, Ryan llamó al hospital y utilizó toda su influencia para conseguir lo que quería. Satisfecho, asintió mientras escuchaba lo que le respondían al otro lado de la línea.
–La ambulancia llegará dentro de cinco minutos – informó él. Se arrodilló junto a la cama y tomó la mano de su madre.
–Estoy segura de que no tienes de qué preocuparte – murmuró Vivian, logrando apenas esbozar una sonrisa.
Detrás de él, Jamie titubeó sin saber qué hacer, sintiéndose como una extraña en un momento tan personal. Quería consolar a Ryan y darle ánimos, pero no estaba segura de cómo hacerlo. En cuanto oyó el sonido de la ambulancia, corrió abajo para guiarlos al dormitorio de Vivian.
¿Debía quedarse en la casa o acompañarlos al hospital?, se preguntó Jamie. Ante la duda, le dijo a Ryan que se quedaría, pero que los esperaría despierta hasta que llegaran.
–No sé cuándo será eso – repuso él con gesto preocupado, sin mirarla mientras se ponía los zapatos.
–No importa.
–Gracias a Dios que viniste a verla.
Jamie posó la mano en su hombro y percibió su calor a través de la camisa. Se contuvo para no apartarla de golpe, como si hubiera tocado fuego.
–Sé que debes de estar muy preocupado, pero intenta tranquilizarte. Es importante que le transmitas a tu madre mucha calma.
–Tienes razón – replicó él– . Ahora tengo que irme. Llamaré en cuanto pueda a la casa. O, mejor, quédate con esto – indicó, tendiéndole su propio móvil– . Te llamaré desde el teléfono de mi madre.
En pocos minutos, el sonido de la ambulancia dejó de oírse en la lejanía, dando paso a los grillos y la brisa nocturna en las palmeras.
Durante las siguientes tres horas, Jamie se sentó en el sofá del salón con las ventanas abiertas. El móvil de Ryan estaba delante de ella en la mesa, pero no sonó. Debió de quedarse dormida, porque la sobresaltó un portazo y el ruido de pisadas. Cuando abrió los ojos, Ryan estaba parado en la puerta.
–Creí que ibas a llamar – dio ella, incorporándose en le sofá– . Estaba preocupada. ¿Cómo está tu madre? ¿Está mejor? ¿Qué le ha sucedido?
Ryan se acercó y se sentó a su lado con gesto serio.
–Ha tenido un ataque al corazón, pero no ha sido grave. El médico dice que no hay que preocuparse.
–No pareces muy contento.
–¿Y te parece raro? – replicó él, hundiendo la cabeza entre las manos por unos momentos. Tras unos instantes de silencio, la miró– . Le han hecho muchas pruebas y la tendrán bajo observación un par de días más.
–¿Te han dicho qué lo ha provocado?
–La preocupación, el estrés – contestó Ryan, repitiendo las palabras del médico. Sin embargo, le costaba entenderlo, pues su madre vivía una vida cómoda y relajada, sin ninguna preocupación ni el más mínimo estrés. Dándole vueltas, había comprendido que lo único que podía preocupar a Vivian eran sus hijos. Desde que Claire, Hannah y Susie se habían casado y estaban felices con sus familias, solo le quedaba un motivo de preocupación. Él.
En los últimos años, su madre había mostrado inquietud porque estuviera soltero, por la clase de mujeres con las que salía y por lo mucho que trabajaba. ¿Acaso todo eso le había producido más ansiedad de lo que él había creído?, se preguntó a sí mismo, atenazado por el sentimiento de culpa.
–¿Has hablado con tus hermanas?
Pero Ryan guardó silencio. No tenía ganas de hablar. Parecía a miles de kilómetros de distancia, caviló Jamie. Por alguna razón, le decepcionó que no contara con ella, que no le abriera su corazón.
Justo cuando ella iba a excusarse para irse a la cama, creyendo que él prefería estar solo, la miró.
–Llamé a Hannah y le expliqué la situación. Se ofreció a tomar el próximo avión para venir aquí otra vez, pero la convencí de que no tenía sentido. Yo me quedaré con mi madre hasta que se recupere y, luego, volveré con ella a Londres – informó él y la miró unos segundos pensativo– . Tendrás que cancelar mi viaje a Florida. Llama a la oficina. Evan o George Law pueden ir en mi lugar. Envíales por correo electrónico la información que necesiten.
–Cla…claro – balbuceó ella, mordiéndose el labio inferior. Aturdida por sus propios sentimientos hacia él, tuvo que contenerse para no alargar la mano para acariciarlo y consolarlo– . Quería decirte… que no te preocupes… si quieres que me vaya, lo entiendo – añadió ella– . Ha sucedido algo inesperado y lo último que necesitas es tenerme aquí. No es momento para que una secretaria se entrometa – señaló y trató de esbozar una sonrisa comprensiva– . Yo me sentiría igual si estuviera en tu lugar y tú fueras mi secretaria.
El intento de Jamie de aligerar la tensión apenas tuvo efecto aunque, tras unos segundos, una media sonrisa pintó la cara de Ryan.
–Creo que no lo entiendes – dijo él, tras un momento de silencio– . No sé cómo decirte esto…
–¿Decirme qué?
Jamie contuvo el aliento, presa de la más incómoda aprensión. Sin duda, él había tenido tiempo para procesar y lamentar el incidente de la piscina. Llena de vergüenza, bajó la mirada, con lágrimas en los ojos, adivinando que iba a despedirla de su trabajo.