Capítulo 7
Ryan siguió mirándola. Era obvio que Jamie se había quedado dormida en el sillón. Tenía las mejillas sonrosadas y el pelo revuelto. Parecía joven e inocente, nada que ver con la secretaria eficiente a la que estaba acostumbrado. Sin duda, había una mujer mucho más viva y cálida bajo la máscara de fría profesionalidad que ella solía exhibir…
Sin embargo, no era momento para dar rienda suelta a sus fantasías, se dijo a sí mismo. Debía concentrarse en la conversación difícil que tenía por delante.
–No sé cómo decir esto…
–Nunca te quedas sin palabras – comentó ella. La cosa no tenía buen aspecto, pensó.
–Mi madre nos vio en la piscina. Esta tarde.
–Oh, no – dijo ella, llevándose la mano a la boca. Al momento, se sonrojó– . ¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho?
–Claro que me lo ha dicho. No me lo he invitado. Decidió dar una vuelta por los jardines para tomar el aire y nos vio. Siguió el sonido de nuestras voces y descubrió lo que estábamos haciendo.
–Lo siento. ¡Es culpa mía! – exclamó ella, se levantó y comenzó a dar vueltas nerviosa por la habitación. Le temblaban las manos. No podía soportar tanta vergüenza– . Me iré de inmediato – dijo, deteniéndose delante de él para mirarlo a los ojos– . Solo necesito media hora para hacer la maleta.
–¡No seas ridícula!
–No puedo quedarme aquí. No podría mirar a tu madre a la cara. Lo que hicimos fue un terrible error. Debe de estar muy disgustada. ¿Es esa la razón por la que…? ¿Causamos nosotros su…?
–¡No! ¡Ahora, siéntate! – ordenó él y esperó que ella obedeciera– . Lo que vio no le provocó el ataque. Mi madre es bastante liberal con respecto a sus hijos, te lo aseguro. De hecho…
–¿Qué? Di lo que tengas que decir, por favor. Soy una mujer adulta. Podré soportar las malas noticias.
–De hecho, a mi madre le encantó lo que vio antes de volver a la casa, sin duda, con una sonrisa en la cara.
–Lo siento, pero no te entiendo.
–Lo que digo, Jamie, es que mi madre ha estado muy preocupada por mi estilo de vida. No tengo ni idea de por qué, pero así es. Al vernos, sacó ciertas conclusiones.
–¿Qué conclusiones? – preguntó ella, completamente aturdida.
–Pensó que somos pareja – explicó él– . Según mi madre, yo no se lo había contado porque siempre he sido muy celoso de separar mi vida profesional de la personal y me avergonzaba reconocer que había roto mi propia regla. Cree que intenté fingir mientras estaban mis hermanas aquí pero que, cuando se hubieron ido, no pude contenerme más.
–¿Y le has dicho la verdad? – quiso saber ella. Le ardían las mejillas.
–Bueno, aquí viene la parte delicada…
Ryan esperó unos segundos, con la esperanza de que ella misma atara cabos y no fuera necesario explicárselo todo con pelos y señales. Sin embargo, Jamie parecía bloqueada por completo.
–No pude – reconoció él al fin.
–¿Qué quieres decir?
–Mi madre está encantada contigo. Había conocido a alguna de mis novias en el pasado y ninguna le había gustado.
Jamie no pudo contenerse y murmuró que a ninguna madre le habrían gustado esa clase de chicas.
–Cree que tú y yo mantenemos una relación seria. No quise desilusionarla porque acaba de tener un ataque y no quería darle más estrés. Lo último que me dijo antes de irse a hacer las pruebas era que estaba feliz de que hubiera entrado en razón y hubiera encontrado una mujer a mi altura.
–¡Eso es horrible! – protestó ella. Estaba furiosa. No solo había cometido un error garrafal al albergar sentimientos hacia un hombre que nunca la amaría, no solo se había dejado llevar por sus impulsos, sino que encima no podía olvidar aquella historia porque Ryan no había sido capaz de explicarle la verdad a su madre– . Entiendo que a tu madre no le siente bien el estrés, Ryan, pero será peor si la engañas y, cuando se recupere, tienes que decirle la verdad. ¡No volverá a confiar nunca en ti!
–¿Entonces crees que debería arriesgar su precaria salud para ser honesto? ¿Crees que eres la única con un alto sentido de responsabilidad hacia la familia? Cuando mi padre murió, mi madre tomó toda la carga de cuidarnos. Lo ha pasado muy mal. En los malos tiempos, cuando descubrió que la familia estaba arruinada, tuvo que ocuparse de todo ella sola.
–Y tú fuiste testigo de ello. Lo siento mucho, Ryan.
–Todos tenemos problemas, Jamie. Yo estaba allí para ayudar y arreglar las cosas. Y, cuando se trata de la salud de mi madre, pienso seguir haciendo lo mismo.
Aquel hombre, que siempre parecía dispuesto a comerse el mundo, estaba loco de preocupación, reconoció Jamie. Tras su fachada de autoridad y poder, vislumbró al niño confundido que se había visto obligado a crecer antes de la cuenta. Igual que le había sucedido a ella.
–Así voy a permitirle a mi madre el lujo de creer lo que ella quiera creer.
–Yo…
–¿Sabes qué, Jamie? Quizá, tienes razón. Igual es mejor que te vayas. Seguro que puedo explicarle tu ausencia a mi madre.
Era lo que Jamie había querido. Sin embargo, su concesión no le hizo sentir mejor. Ver a Ryan de esa forma, exhausto y apagado, le rompía el corazón. Sabía que él no la detendría si decidía irse, pero su relación cambiaría de forma irrevocable. ¿Sería capaz de seguir trabajando para él?
¿Y por qué le enfurecía tanto darle lo que él quería?, se preguntó a sí misma. La madre de Ryan estaba enferma y, si fingir un poco la ayudaba a recuperarse antes, ¿qué tenía de malo? Regresarían a Londres y, cuando llegara el momento, él le contaría que habían roto, de forma amistosa, claro. Su madre se entristecería, pero su salud no se vería afectada. Mientras que, si se lo decía en ese momento, cuando todavía estaba ingresada, ¿quién podía predecir cómo reaccionaría? Era una mujer mayor y, como tal, podía ser muy frágil en los temas relacionados con sus seres queridos.
Entonces, molesta, Jamie comprendió por qué estaba furiosa. En el fondo, su rabia provenía del miedo porque Ryan se había convertido en algo más que un jefe para ella. Sentía algo por él. Y no quería fingir que eran pareja porque temía que las fronteras entre realidad y ficción se difuminaran y ella acabara con el corazón hecho pedazos.
Entre la espada y la pared, intentó encontrar una vía de escape, una forma de encarar la situación que le permitiera llegar a buen término consigo misma. Con alivio, suspiró al dar con la solución. Se enfrentaría a ello como un encargo de trabajo. Él quería que representara un papel, sin tener ni idea de lo peligroso que era para ella, así que lo haría, pero con la misma asepsia y frialdad que si fuera una parte más de su empleo.
–¿Qué implicaría exactamente esta farsa?
–¿Estás diciendo que aceptas ayudarme? Es una labor difícil, Jamie. Lo sé y te aseguró que te estaré muy agradecido. Pero, si decides entrar en el juego, no puedes cambiar de idea a medio camino.
–Entiendo que esta charada será solo representada cuando estemos aquí con tu madre, ¿verdad?
–Eso es.
–¿Cuánto tiempo será eso con exactitud?
–Al menos, otra semana. Espero que mi madre pueda viajar a Londres para entonces. Igual se recupera antes, pero no quiero correr ningún riesgo – explicó él con una sonrisa seductora– . Solo corro riesgos en el campo profesional.
–Otra semana – repitió ella, mirando a lo lejos, pensativa. Durante esos siete días, habría largos periodos en los que no tendría que fingir porque su madre estaría durmiendo o descansando– . De acuerdo. Acepto, siempre y cuando dejemos bien clara una condición.
–¿Cuál es?
–Lo que pasó en la piscina fue un terrible error – afirmó ella, mirándolo a los ojos– . El sol, el ambiente exótico… Bueno, fue un momento de locura… aunque también reconozco que eres un hombre atractivo. Pasaron cosas que no tenían que haber pasado. Pero necesito tu promesa de que, si me quedo para fingir algo que no somos por el bien de tu madre, no volverá a haber ningún contacto físico entre nosotros. En otras palabras, las fronteras deben estar muy claras.
El silencio se hizo sobre ellos, mientras Ryan la observaba con gesto inescrutable. Jamie tuvo que hacer un esfuerzo supremo para mantener a raya sus emociones y no apartar la mirada.
–¿Tu discurso te lo diriges a ti misma también?
–¿Qué quieres decir?
–No soy ningún Casanova con intenciones oscuras de seducir a víctimas inocentes. Por mi experiencia, sé que la atracción sexual rara vez responde a los dictados de la razón.
–Quizá, en tu casa, pero no en el mío.
–Quizá, si hubieras dejado de lado tanta virtud y te hubieras entregado al veterinario en su momento, se hubiera casado contigo – murmuró él.
Con aquel solo comentario, Ryan hizo que el suelo se tambaleara bajo sus pies. Sonrojada de nuevo, Jamie se quedó sin palabras, dándole vueltas a la cuestión que él había puesto sobre la mesa.
¿Cómo era posible que no se hubiera sentido tentada ni una sola vez de materializar su atracción por Greg? ¿Por qué había tenido tan poca dificultad en contenerse entonces y, sin embargo, con Ryan se había convertido en un volcán de puro fuego, incapaz de mantener la cordura bajo sus caricias? ¿Estaba condenada a no poder resistirse a él? Cuando regresaran a Londres y su jefe volviera a salir con sus rubias despampanantes, ¿seguiría ella babeando por él en secreto, escondida tras la coraza de su ordenador de trabajo? Y lo peor de todo, ¿él lo sabría?
–¡Respondí a tus besos, sí, pero estaba pensando en Greg! – le espetó ella– . Me imaginaba que estaba con él.
–¿Me has usado como un sustituto? ¿Es eso lo que estás diciendo?
–Digo que no tiene sentido analizar las cosas. Lo que pasó, pasó, pero no se repetirá. Quiero que me des tu palabra o no aceptaré participar en tu farsa. En cuanto a mí, no tienes que preocuparte. Sabré controlar mis impulsos.
Invadido por una rabia asesina que no había sentido nunca antes, Ryan se preguntó si, cuando ella se había retorcido bajo sus besos, solo había estado pensando en el veterinario. Aunque no entendía mucho de psicología, le parecía creíble que la súbita aparición de Greg hubiera desembocado en que Jamie perdiera temporalmente sus inhibiciones con él. Una idea que no le gustaba en absoluto.
–Tienes mi palabra – dijo él con una oscura sonrisa y se levantó– . Ahora necesitamos dormir un poco. Es tarde. Iré al hospital a primera hora de la mañana.
–¿Puedo… ir contigo? Me he encariñado con tu madre y me gustaría visitarla, si no te importa.
Ryan comenzó a caminar hacia la puerta. No tenía sentido fustigarse pensando que había sido utilizado como sustituto. Era mucho más saludable buscar una explicación alternativa al comportamiento de Jamie, se dijo.
Pensativo, se giró hacia ella.
–No hace falta, de verdad. Le diré que querías verla. Aunque puedes decírselo tú misma cuando esté en casa dentro de un par de días. Es mejor que te quedes aquí y hagas los arreglos pertinentes para lo de Florida. Tienes que enviar toda la información necesaria a George Law. Creo que es mejor que vaya él y no Evans. Seguro que las presentaciones y los gráficos que has preparado le van a ser muy útiles.
A Jamie se le llenaron los ojos de lágrimas y bajó la vista. Cuando el Ryan que ella conocía, simpático, bromista y sonriente, desaparecía, era como si una nube negra se hubiera posado sobre su mundo.
–Tú no pensabas usarlos, ¿verdad? – adivinó ella, intentando recuperar el terreno de familiaridad que habían perdido.
–Los habría llevado conmigo. Aunque no sé si los habría usado. Ya sabes que mis conferencias suelen ser más improvisadas. Pero ese gráfico con tantos colores resultaba muy atractivo.
–Me ocuparé de todo – prometió ella y salió.
–No me cabe duda. Confío en ti.
No tenía sentido darle más vueltas al extraño juego que Jamie había aceptado jugar. Tampoco tuvo mucho tiempo, pues Vivian recibió el alta al día siguiente.
Poco después de las cinco, cuando había hecho una última llamada a los organizadores de las conferencias en Florida, salió del despacho y oyó el sonido del coche de Ryan.
Con el estómago en un puño por los nervios, se dirigió a la puerta principal. Al abrirla, se topó con Vivian, todavía pálida pero con mucho mejor aspecto, junto a su hijo.
–Querida, me alegro mucho de verte.
Jamie se dejó abrazar, mientras miraba a Ryan por encima del hombro de su madre.
–¿Cómo te encuentras, Vivian?
–Como una vieja – repuso él con tono de broma y una sonrisa. Dándole el brazo a Jamie, entró en el salón, una de las habitaciones más frescas de la casa– . Creí que estaba sana como una manzana – confesó, acomodándose despacio en el sofá– . Pero la vida no deja de recordarnos que nadie está a salvo. Por suerte, ha sido un ataque muy suave. Una advertencia, según me ha dicho el médico. Tengo que tomarme la vida con más calma – añadió, cerró los ojos un momento y, cuando los abrió, sonrió a su hijo, que se había colocado detrás de Jamie.
Ella sintió la suave caricia de su mano en la nuca. Así que en eso consistía la farsa, se dijo, en la clase de gestos íntimos y sencillos que su madre esperaría de dos personas enamoradas.
–Querida – dijo Vivian, mirándolos feliz– . No sabes lo entusiasmada que estoy desde que Ryan me ha contado lo vuestro.
Jamie se apartó discretamente de las caricias de su jefe para sentarse en una de las sillas, dejando que él se sentara en el sofá junto a su madre. Forzándose a sonreír, se llevó la mano a la nuca, donde todavía sentía un cálido cosquilleo.
–Ha sido un chico muy malo. No hacía falta jugar al escondite. Aunque todos sabemos lo firme que es acerca de mantener su vida amorosa apartada de…
–¡Mamá! – protestó él, interrumpiéndola– . ¡Estoy aquí delante!
–Lo sé, por eso, no he dicho tu vida sexual, sino tu vida amorosa – repuso Vivian, dándole una palmadita cariñosa en la rodilla– . No le gusta mezclar lo personal con el trabajo – prosiguió, sin apartar los ojos de Jamie– . Pero yo estoy encantada. No sé si te ha dicho que, desde hace tiempo, creo que necesita encontrar a una buena mujer y sentar la cabeza.
–Me lo ha comentado – murmuró ella.
–Eso me gusta – repuso Vivian con una sonrisa satisfecha– . ¡Sin duda, me estoy recuperando tan rápido porque soy muy feliz!
Durante una hora y media más, Vivian respondió a preguntas sobre la dieta que debía seguir, su plan de ejercicios y qué pensaba hacer cuando regresara a Londres. También, hizo sus propias preguntas a la pareja, que hicieron que Jamie se ruborizara, pero Ryan respondió con el aplomo de un actor experimentado.
Vivian les confesó que había sospechado algo desde el primer momento, por la forma en que su hijo había mirado a Jamie. Cuando se refirió al suceso de la piscina, se sonrojó un poco, pero les aseguró que no se había quedado más tiempo del necesario y que solo había visto su beso apasionado que decía más que mil palabras.
Entonces, Jamie deseó que la tragara la tierra.
Poco después, Vivian se retiró a la cama, tras una cena ligera, dejando a la pareja a solas para rumiar el lío en que se hallaban.
–Esto es una pesadilla – anunció ella en cuanto Ryan volvió al salón.
–Lo hablaremos fuera. Mi madre puede aparecer cuando menos lo esperamos y no quiero que unas palabras descuidadas por tu parte puedan echar por tierra sus esperanzas.
Ryan se dio media vuelta y ella lo siguió a la terraza y más allá, por un sinuoso camino de escaleras de madera, hasta llegar a una pequeña cala de arena blanca.
Ya había oscurecido y la luna llena hacía brillar el mar como si fuera un manso lago de aceite negro.
Era la primera vez que Jamie bajaba a esa cala privada de noche. Mirando a su alrededor maravillada, se dio cuenta de lo aislados que estaban. Solo podía accederse allí desde la casa o por barco. Ryan se agachó con aire ausente para recoger un coco del suelo y lo lanzó al mar antes de sentarse en la arena, cerca de la orilla.
–No tenía ni idea de que tu padre estaba tan…
–¿Entusiasmada con que fuéramos pareja?
–Iba a decir tan desesperada porque sentaras la cabeza.
–¿Quieres decir que solo un hombre desesperado sentaría la cabeza contigo? – preguntó él y se tumbó en la arena con las manos detrás de la cabeza.
–No he dicho eso – puntualizó ella, sentándose a su lado– . ¿Qué vamos a hacer? – preguntó con frustración.
–Ya lo hemos hablado.
–Yo no he tenido tiempo de pensarlo. Por ejemplo, tendremos que inventarnos una historia larga y detallada sobre cómo…
–¿Sobre cómo nos enamoramos? Podemos contar que nos sentimos atraídos el uno por el otro entre la cafetera, los portátiles y los dictados.
–¿Te parece gracioso? ¡Tu madre cree que estamos a punto de anunciar nuestro compromiso!
–Ahora empiezas a comprender la posición en que me encontré cuando le hablé de nosotros. En su precario estado de salud, lo último que podía haberle dicho había sido que lo nuestro era solo una aventura pasajera. Me temo que te ve como alguien demasiado decente y responsable como para dejarse llevar por la lujuria. Así que habría pensado que yo te había seducido para aprovecharme de ti y, luego, dejarte tirada cuando me cansara.
–¿Como haces con todas tus novias?
–Me niego a entrar en una discusión. Esta es la situación en que estamos. Yo te la expliqué y tú aceptaste.
–Sí, pero no he firmado ningún acuerdo de contacto físico. Lo recuerdas, ¿verdad?
Como Ryan seguía mirando al cielo sin decir nada, Jamie agarró un puñado de arena y se lo tiró al pecho para llamar su atención.
Como el rayo, él se incorporó sobre un codo y la sujetó de la muñeca.
–Somos amantes, ¿recuerdas? Mi madre es vieja, pero no es tonta. Si mantenemos las distancias y nos sonreímos con educación, notará que pasa algo raro.
–Sí, pero…
–¿Qué? Te toqué tres segundos en la nuca. ¡No te he metido las manos debajo de la falda!
Jamie se retorció para soltarse. La mano de él la sujetaba con firmeza férrea. Y le quemaba la piel.
–¿Por qué no te imaginas que soy el veterinario? – le espetó él con tono feroz– . Así disfrutarías de las ocasionales caricias.
Jamie apretó los ojos. Nunca debió darle a entender que lo había utilizado, ni que había estado pensando en Greg cuando habían estado juntos en la piscina. Había sido mentira. Pero lo había hecho para defenderse, como una cobarde, tratando de no hacerse responsable de sus actos.
Si hubiera sido al revés, si ella se hubiera entregado a besar a alguien y, después, le hubieran dicho que la habían utilizado como sustituta de otra mujer, tampoco le habría gustado.
–No funcionaría – repuso ella, tensa– . Suéltame, por favor.
Ryan la soltó de inmediato. Había mencionado al veterinario sin pensarlo, cuando lo que quería era olvidarse de él de una vez por todas.
–¿Qué significa eso? – quiso saber él.
–No debí decir lo que dije… Lo siento, no debí decir que estaba pensando en Greg. En realidad, Greg había desaparecido de mis pensamientos hacía mucho tiempo.
–Continúa.
–No hay más que decir. Me disculpo por haberte dado la impresión equivocada.
–A ver si lo entiendo. ¿No te excita pensar en el veterinario?
–Parece ser que no.
–En la piscina, tu forma de reaccionar… ¿era por mí?
–¡Pero eso no significa que estuviera bien! Lo que hicimos…
–No quieres tener contacto físico conmigo porque te excito y eso no te gusta – la interrumpió él.
–Algo así – admitió ella, nerviosa bajo la atenta mirada de él– . Tengo que contarte mis progresos en lo que me pediste que hiciera. No hemos tenido oportunidad de hablar de trabajo, con todo lo que ha pasado hoy.
Ryan ladeó la cabeza, pensativo. Debía de tener la autoestima muy baja, se dijo a sí mismo, si las insinuaciones de una mujer que ni siquiera era su novia habían logrado provocarle tan mal humor. Al mismo tiempo, que se hubiera retractado de sus palabras le había producido el efecto contrario. Estaba en las nubes…
–¿Has hablado con Law?
–Y le he enviado toda la información. También… – dijo ella y se humedeció los labios– . He llamado… a las personas necesarias en Florida.
–¿Y? ¿También…?
–Te estás riendo de mí.
–Me intriga que te pongas tan nerviosa de repente.
–¿Qué tiene de raro?
–No. Nada. Te has propuesto dejar de lado algo que consideras peligroso y me parece bien. Mantendré al mínimo el contacto físico, si es lo que quieres.
–Sí – dijo ella, aunque no consiguió sonar demasiado firme.
–Está bien. No te tocaré, pero tú puedes tocarme a mí – señaló él con voz ronca– . Cuando y como quieras, porque no tengo problemas en admitir que me haces sentir como un adolescente. Ahora mismo estoy excitado y no saldré corriendo como una virgen ofendida si decides tocarme para comprobarlo.
Su reto permaneció en el aire durante unos segundos.
–¿Por qué tienes que hacerme reír? No es justo – dijo ella y, con la respiración acelerada, se inclinó hacia delante, sabiendo de antemano cómo iba a actuar ante tan atrevido reto.
–La vida no es justa. Si me deseas, tócame.
–Solo mientras estamos aquí – aceptó ella con un suave gemido. Como guiada por voluntad propia, su mano se posó en el pecho de él, sobre la piel que la camisa desabotonada dejaba al descubierto– . Solo esta semana. Si podemos fingir ser algo que no somos por el bien de tu madre, finjamos entonces que somos personas distintas el uno para el otro. Yo no seré tu secretaria. Y tú no serás mi jefe solo durante unos días, seremos dos desconocidos que se han encontrado en una hermosa isla del Caribe. ¿Qué te parece?
–Yo seré quien tú quieras que sea – aseguró él con voz sensual– . Ahora, quítate la camiseta. Muy despacio. Y el sujetador. Despacio. Quiero ver cada centímetro de tu hermoso cuerpo antes de empezar a tocarlo.
Un escalofrío de excitación recorrió a Jamie. Debería salir corriendo, ¿pero por qué no quería hacerlo? Siempre había llevado una vida llena de responsabilidades y cautelas. Se había pasado tanto tiempo cuidando de su hermana que casi había olvidado lo que significaba ser joven.
¿Qué tenía de malo que se diera el lujo de recordarlo durante unos días?
Con una sonrisa, Jamie comenzó a quitarse la camiseta, muy, muy despacio. A continuación, hizo lo mismo con el sujetador.
Luego, empujó a Ryan con suavidad para que se tumbara en la arena y se montó encima de él a horcajadas. Entre las piernas, notó la dura erección de él.
Y en sus ojos… ¡deseo y admiración!
–¿Qué más… quieres que haga? – preguntó ella con tono provocador.