Capítulo 5

 

Jamie le había dado las gracias en varias ocasiones. Le había dado las gracias por la oportunidad de disfrutar de un lugar tan hermoso, por no tener que levantarse al amanecer con el portátil listo para trabajar, por enviarla a dar una vuelta al pueblo con sus hermanas…

Tanta gratitud estaba empezando a poner nervioso a Ryan. Él había esperado descubrir más cosas sobre la mujer intrigante que se escondía bajo su fachada de educación y eficiencia. Pero, hasta el momento, su curiosidad seguía insatisfecha. Aunque, por otra parte, su plan de usarla como distracción para que su familia no lo acorralara con conversaciones incómodas había sido todo un éxito. Todos parecían encantados con ella y no la dejaban en paz ni un momento, salvo cuando estaban trabajando.

Habían convertido una de las habitaciones de la casa en despacho. Pero había sido difícil concentrarse allí dentro, cuando por los enormes ventanales podían verse jardines rebosantes de flores tropicales y palmeras. Así que se habían mudado a una zona sombreada de la terraza. Lo malo era que eso les exponía a interrupciones continuas, unas veces de los adultos y, otras, de los niños que correteaban en un parque de juegos cercano. Sus hermanas, su madre… siempre encontraban alguna excusa para acercarse y embarcarse en alguna conversación con Jamie. Entonces, lo único que él podía hacer era rendirse y aceptar la derrota.

Cuando estaban solos, sin embargo, Jamie no se dejaba distraer del trabajo que consideraba la principal razón de aquellas vacaciones pagadas. Ella solo hablaba de las conferencias y le hacía innumerables preguntas sobre cuestiones técnicas. Pero, cuando él intentaba maniobrar para llevar la charla a temas más personales, su secretaria sonreía y se cerraba en banda.

En ese momento, habían terminado de cenar. Dos hermanas de Ryan estaban acostando a sus hijos y dando instrucciones a sus maridos. Eran unas mandonas. Susie, dos años mayor que él y embarazada de siete meses, había vuelto a Inglaterra con su familia. Al menos, la casa se había quedado un poco más tranquila. Y lo sería más todavía cuando el resto de sus hermanas regresaran a sus respectivas casas.

Disfrutando de los hermosos jardines, perdido en sus pensamientos, Ryan percibió el murmullo de la voz de Jamie. Ella le había dado las buenas noches hacía un rato, excusándose para ir a descansar.

En vez de carraspear o hacer algún ruido para anunciar su presencia, Ryan decidió intentar pasar inadvertido. Por supuesto, si ella se giraba y miraba a su alrededor, lo divisaría junto a la hilera de arbustos que llevaba a la piscina con vistas al mar.

La suave y cálida brisa mecía las palmeras y las flores como una caricia. En la distancia, el inmenso mar se alargaba hasta el horizonte bajo la luna casi llena.

Al llegar a las escaleras de piedra que conducían a la piscina, Ryan la vio allí sentada en la oscuridad, hablando por el móvil.

¿Por qué se había ido a un sitio tan apartado para hacer una llamada?, se preguntó él. ¿Por qué no había usado el teléfono de la casa como él le había ofrecido? ¿Con quién estaría hablando tan en secreto? Con el veterinario, seguro.

Apretando los labios, bajó las escaleras a toda velocidad y se plantó delante de ella tan de improviso que Jamie se sobresaltó y dejó caer el móvil.

–Ay, perdona. ¿Te he asustado? – dijo él y se agachó para recoger el teléfono, que yacía repartido en piezas en el suelo.

Jamie se puso en pie y trató de arrebatárselo. Él lo agitó en sus manos, se lo llevó a la oreja y se encogió de hombros.

–Se cortó la conversación, lo siento. Creo que se ha roto.

–¿Qué estás haciendo aquí? – preguntó ella. Durante tres días, había logrado no estar a solas con él, salvo en su tiempo de trabajo. En aquel lugar paradisiaco, le había parecido demasiado peligrosa su cercanía. Ryan se paseaba por todas partes con pantalones cortos, descalzo, tan moreno, con el pecho descubierto… Verlo jugar con los niños o hacer reír a sus hermanas la estaba dejando un poco desarmada. Le asustaba comenzar a verlo como un hombre en vez de como jefe.

–¿Qué haces tú aquí? – replicó él. Se sentó en una de las sillas de madera y palmeó el asiento contiguo, para invitarla a acompañarlo– . Si tenías que hacer una llamada, te dije que podías usar el fijo de la casa.

–Sí, bueno…

–¿Era una llamada personal? – insistió él, molesto por su reticencia a responder– . ¿Cómo están las cosas en tu casa? ¿Siguen vivos y coleando o tu hermana ha matado al veterinario? Supongo que, si hubieran resuelto sus diferencias y hubieran regresado a Escocia felices y contentos, me lo habrías contado.

La oscuridad de la noche los envolvía en un halo de intimidad que incomodaba a Jamie. El corazón le galopaba en el pecho y tenía la boca demasiado seca. Deseó que fuera de día y tener a las hermanas de su jefe alrededor, o estar en el despacho ocupada con el portátil.

–No se ha arreglado nada todavía – admitió ella a regañadientes. Se sentía demasiado expuesta con los pantalones cortos y la blusita de tirantes que se había puesto después de ducharse hacía una hora. No había esperado encontrarse con Ryan saliendo de las sombras.

–Vaya, qué pena – murmuró él– . ¿Hablabas con el veterinario?

–¿Puedes dejar de llamarlo así?

–Lo siento, pero creí que esa era su profesión – repuso él con gesto inocente.

–Sí, era Greg.

–¿Llamándote en secreto a espaldas de su mujer?

–¡No me llamaba en secreto!

–¿Entonces? ¿Por qué has sentido la necesidad de esconderte?

–¡Eres imposible!

–¿Y qué te ha dicho el veterinario?

Jamie apretó los dientes. A Ryan le encantaba provocar, no podía evitarlo. Ambos habían traspasado la frontera de lo estrictamente profesional, tanto que era difícil marcar los límites. Ella había conocido a su familia, lo había visto relajado en su propio terreno. Y le había confiado sus problemas personales. Era demasiado tarde para ponerse celosa de sus asuntos y no ceder ante la curiosidad natural de su jefe. Después de todo, ¿qué importaba que le hablara de cómo iban las cosas entre Jessica y Greg?

–Jessica me contó que la razón por la que se siente aislada y aburrida es porque no le gusta donde viven. Está a cuarenta minutos de Edimburgo y a ella siempre le ha gustado la vida urbana.

–En ese caso, no hacen buena pareja.

–¿Qué quieres decir?

–El veterinario no parece ser la clase de tipo que ama la vida social. No parece muy amante de las fiestas.

–¡Solo le has visto cinco minutos! No sabes nada de él.

–Ah, perdona. Olvidaba que tú y él compartís un vínculo especial.

–No compartimos ningún vínculo – negó ella, sonrojándose al recordar sus sueños románticos de juventud.

Ryan ignoró su protesta. No tenía más que verle la cara para comprender que ella sentía algo por el maldito veterinario, reconoció con irritación.

–Entonces, ¿qué vio tu hermana en él?

–Greg está dedicado a ella al cien por cien.

–¿Es mutuo, pues? Si no, no funcionaría, supongo.

–¿No crees que tu familia se preguntará dónde estás?

–Somos adultos. No creo que les preocupe que podamos tropezar y caer a la piscina. Además, Claire y Hannah están demasiado ocupadas acostando a sus pequeños y mi madre se ha ido a la cama con un libro y un vaso de leche.

–Tienes una familia maravillosa – comentó ella con un suspiro.

Ryan esperó en silencio a que ella siguiera hablando. Pero Jamie no se parecía en nada a las mujeres que había conocido, siempre deseando hablar y venderse a sí mismas.

–Supongo que no se parece a la tuya – murmuró él, tratando de animarla a continuar.

–Son muy distintas, sí. Nunca hablas de ellos.

–Tú tampoco habías hablado de tu familia hasta ahora.

–Sí, bueno, mi situación no se parece a la tuya. Me estreso solo de pensar en Jessica. Pero tus hermanas… son muy agradables.

Ryan sonrió.

–Las recuerdo intentando maquillarme cuando era niño. Te aseguro que para mí no ha sido fácil convivir con ellas.

Jamie rio.

–Aun así, para ti ha sido más duro, pues has tenido que ocuparte de una adolescente cuando apenas tú misma eras una niña.

Perdida en sus pensamientos, Jamie se dejó seducir por la suave caricia de su voz y por su tono de interés. Relajándose, decidió compartir con él un poco más de su vida.

–Incluso antes de que nuestra madre muriera, Jessica era una niña difícil. Era tan guapa que los tenía a todos en el bolsillo. Cuando veo a tus hermanas y cómo lo comparten todo, cómo se ayudan… – comentó ella con un suspiro de nostalgia– . Pero no sirve de nada llorar por lo que no puedes cambiar.

–Es verdad. Estabas hablando de tu conversación con el veterinario. Pensaste que tu hermana estaba aburrida porque le gusta mucho salir y al veterinario solo le gusta estar con sus animales enfermos.

–¡Yo nunca he dicho eso!

–Leo entre líneas. ¿Ha cambiado tu visión de la situación?

Era lógico que Ryan se interesara por saber cómo estaba progresando el asunto. Necesitaba que su secretaria volviera a la normalidad. Por eso, cuanto antes arreglaran las cosas Jessica y Greg, mejor para él. No debía olvidar que la motivación de su jefe era solo egoísta, se recordó Jamie. No debía dejarse engatusar.

–Creo que la verdadera razón del problema es que Greg quiere tener hijos y piensa que es un buen momento. Parece que ha sido eso el desencadenante de todo.

–¿Tu hermana no quiere hijos?

–No me lo ha dicho – contestó Jamie, encogiéndose de hombros– . Supongo que se sentía un poco aburrida pero, en cuanto Greg mencionó los niños, entró en pánico. Solo se le ocurrió escapar. Al menos, ahora sabemos a lo que nos enfrentamos. Seguro que solucionan sus problemas antes de que volvamos, así que no te preocupes. Cuando hayan vuelto a Escocia, todo volverá a la normalidad. Ya no llegaré tarde y estaré tan concentrada en el trabajo como siempre.

Jamie se levantó y se frotó la parte trasera de los muslos, donde se le habían pegado finos granos de arena de la silla. Mientras, intentó ignorar cómo él la penetraba con la mirada.

–¿Qué planes tienes para mañana? Tus hermanas se van con Tom y Patrick y los niños. Si quieres que trabajemos por la tarde, no tengo objeciones. Ya he tenido tiempo de sobra para descansar, gracias a tu amabilidad.

–No empieces a darme las gracias otra vez – protestó él, irritado. La recorrió con los ojos, fijándose en sus largas piernas, su fina cintura y sus hermosos pechos, apenas ocultos bajo una fina blusa. El recuerdo de sus labios le hizo contener el aliento– . No te he visto bañarte – continuó y se levantó con ella.

Jamie dio un paso atrás, abrumada por su cercanía en aquel ambiente tan íntimo.

–Yo… me he sentado de vez en cuando aquí con un libro.

–Pero no te has bañado. ¿No sabes nadar?

–Sí – afirmó ella. Incluso de había puesto su biquini negro en alguna ocasión. Pero le había parecido demasiado pasearse con tan poca ropa delante de su jefe. Por eso, nunca se había quitado el vestidito de verano que había llevado encima.

–¿Por qué tanta reticencia, entonces? ¿Te cohíbe estar con mi ruidosa familia?

–No. ¡Claro que no!

–Bueno, mañana se habrán ido y las cosas estarán más tranquilas. Puedes empezar a disfrutar de la piscina todo lo que quieras.

–Tal vez. Ahora tengo que irme.

–Puede que sea mi imaginación, pero tengo la sensación de que no te gusta estar a solas conmigo – señaló él– . Eso me ofende.

–Hoy he pasado tres horas a solas contigo – replicó ella, poniéndose tensa.

–Ah, pero con dos ordenadores y decenas de papeles entre nosotros.

–¡Solo hago mi trabajo! Para eso me pagas. Bueno, ahora me voy a la casa.

Sin mirar atrás, Jamie subió las escaleras de piedra y tomó el camino que llevaba a la casa, bordeado de flores olorosas y palmeras. Ryan la seguía a corta distancia.

Ella nunca se había sentido muy segura de su cuerpo ni de su físico. No era de extrañar, ya que había crecido siempre comparándose con una hermana excepcionalmente hermosa. Sin poder evitarlo, pensó en el desfile de modelos que habían salido con su jefe. Todas habían sido rubias con largas piernas y figuras perfectas. Sintiéndose cada vez más insegura, aceleró el paso y, en medio de la oscuridad del jardín, se tropezó con la raíz de un árbol.

Soltó un gritito cuando su cuerpo se dio de golpe con el suelo. Antes de que pudiera incorporarse, Ryan la levantó en sus brazos con un rápido movimiento.

–¡Suéltame! ¿Qué estás haciendo?

–Cálmate.

Al sentir sus brazos musculosos rodeándola y el contacto de su fuerte torso, el cuerpo de Jamie estalló en un cúmulo de reacciones en cadena. En vez de soltarla, él la apretó más fuerte contra su pecho. Al instante, ella se rindió y se dejó llevar a la terraza, donde la depositó un sillón.

–Estoy bien – murmuró ella con los dientes apretados.

Ignorándola, él se agachó y, con suavidad, le quitó las sandalias. Le tocó los pies y los tobillos y, luego, le ordenó que caminara.

–¡No me he roto nada! – exclamó ella, intentando zafarse de su contacto, mientras su cuerpo le gritaba que se dejara acariciar.

–No. Si hubiera sido así, no podrías moverlo.

–Eso es. Así que, si no te importa…

–Pero te has dado un buen golpe – observó él, revisándole la herida que se había hecho en la rodilla. Al momento, volvió a tomarla en sus brazos– . Es mejor que no andes por ahora. Hay que limpiar esto.

–Puedo hacerlo sola – protestó ella. Asustada por cómo su cuerpo estaba reaccionando, notó que se le endurecían los pezones y se le humedecía la entrepierna. Solo quería que la soltara para poder volver a su cuarto. Sin embargo, él la llevó dentro de la casa, escaleras arriba… a su dormitorio. Ella cerró los ojos y gimió, desesperada.

Nunca había estado en el dormitorio de su jefe antes. Era un cuarto enorme, dominado por una gigantesca cama de bambú con sábanas de rayas rojas y negras.

Ryan la sentó en un sofá bajo la ventana.

–No te muevas. Tengo un botiquín en el baño. Lo guardo desde mis días de boy scout.

–Esto es ridículo. ¡Tú nunca has sido boy scout!

–Claro que sí – afirmó él, desapareció en el baño y reapareció con un maletín de primeros auxilios– . Hasta gané unas cuantas insignias – añadió, arrodillándose a sus pies– . Si alguna vez necesitas que te monten una tienda de campaña o que te enciendan una fogata, soy tu hombre. Vaya, te has hecho una buena raspadura. Si no hubieras salido corriendo como alma que lleva el diablo, esto no habría pasado.

Jamie apretó la mandíbula y se contuvo para no contestar que, si él no hubiera aparecido de la nada, no le hubiera roto el teléfono y no hubiera insistido en tener una larga conversación personal con ella, no habría tenido necesidad de salir corriendo. Y no estaría sentada en su dormitorio mientras él…

Cerrando los ojos con fuerza, Jamie intentó no pensar que Ryan estaba arrodillado, limpiándole con mimo las heridas con alcohol, poniéndole crema antiséptica con suma delicadeza…

–No es bueno poner tiritas – informó él– . Es mejor que el sol seque la herida.

–Sí, bueno, gracias. Ahora me voy, si no te importa.

–¿Te llevo?

Jamie abrió los ojos de golpe y vio que él estaba sonriendo.

–No seas ridículo.

–En cuanto a nuestra conversación…

–¿Sobre qué?

–Sobre el plan para mañana, por supuesto – contestó él con gesto inocente.

–¿Qué pasa mañana? – preguntó ella, caminando con torpeza hacia la puerta.

–Bueno, me estabas diciendo lo que querías hacer.

¿Ah, sí?, se preguntó Jamie. En ese momento, no era capaz de pensar. Tenía el cuerpo demasiado caliente. ¿Cómo era posible que experimentara aquellas sensaciones hacia Ryan Sheppard? Ni siquiera merecía su respeto por salir con una larga lista de modelos con las que no entablaba nunca nada serio. No era su clase de hombre, en absoluto. Sin duda, el calor tropical le estaba jugando una mala pasada.

–¡Sí! – exclamó ella. De pronto, se dio cuenta de que, si la casa se quedaba vacía, con la excepción de la madre de Ryan, iban a tener que pasar mucho más tiempo a solas. La idea le pareció horrible– . Hay mucho trabajo que hacer y tengo muchas ideas que proponerte para tus conferencias. Es importante que les convenzas de lo mucho que tu tecnología puede ofrecer a los coches ecológicos.

Jamie había llegado a la puerta sin darse cuenta y, cuando se volvió, se lo encontró observándola con interés. Al momento, se acercó a ella. Sus ojos color chocolate brillaban con tonos dorados. Era tan sexy…

–¿Seguro que estás bien? – preguntó él, ladeando la cabeza– . Te has puesto pálida. No tienes nada roto, pero igual estás en estado de shock. A veces, pasa, ya sabes.

–No. Estoy bien.

–Creo que podemos tomarnos mañana el día libre. Mis hermanas se irán y dejarán la casa vacía. Igual es buena idea hacer algo con mi madre para que no se aburra.

–Eso me encantaría.

–Y a mí – murmuró él.

–¡Claro! – repuso ella, esforzándose en buscar un plan de escape, pues su jefe le estaba resultando cada vez más atractivo– . En realidad, sería buena idea que tu madre y tú pasarais tiempo juntos. Apenas habéis estado a solas desde que llegamos.

–No hace falta. ¿Puedo contarte un pequeño secreto? – susurró él, acercándose todavía más.

Jamie asintió, sobre todo, porque no se sentía capaz de hablar. Tenía la lengua pegada al paladar.

–Estar a solas con mi madre puede ser un poco peligroso.

–¿Por qué? – preguntó ella, hipnotizada por su mirada.

–Tiene la desagradable costumbre de acorralarme y hacerme preguntas sobre mi vida privada – le confió él. No era algo que hubiera pensado compartir con ella. Sin embargo, quería ganarse su complicidad. Cada día que pasaba, la deseaba más. Y se sentía frustrado por cómo ella lo esquivaba una y otra vez.

Por eso, cuando Jamie lo miró en silencio y con curiosidad, Ryan continuó con su confesión.

–Mi madre no cree que sea bueno tener aventuras con muchas mujeres.

–Supongo que a ninguna madre le gusta ver que su hijo huye del compromiso.

–¿Crees que eso es lo que hago yo?

–¿Tú no?

El silencio los envolvió en un hechizo que los tenía inmovilizados. Jamie quiso despedirse para irse a dormir, pero no pudo. Esperaba su respuesta. Sin embargo, tras unos segundos, se encogió de hombros y comenzó a darse la vuelta.

–No es asunto mío, de todas maneras – dijo ella– . Como tú te crees con derecho a hacerme preguntas personales siempre que quieres, me he tomado la libertad de hacerte yo a ti una – comentó– . Aunque, si no quieres responder, no me importa.

–Eso me ofende. Eres mi secretaria irremplazable – susurró él– . Debería importarte todo lo que tiene que ver conmigo – añadió. Como un depredador bien entrenado, su instinto le dijo que Jamie estaba reaccionando a sus encantos. Lo veía en sus mejillas sonrosadas, las pupilas dilatadas, la respiración aclarada… Tenía la boca entreabierta, como si estuviera a punto de decir algo.

Ryan tuvo la urgencia de besarla en ese mismo momento. Quiso deslizar la mano bajo su pequeña blusa y palpar sus turgentes pechos. Ansiaba saborearla, allí mismo, en su cama.

Una cosa era sentir curiosidad y otra muy diferente era verse invadido por el más inexplicable deseo. Jamie Powell podía ser una mujer muy interesante, pero sería peligroso dejarse llevar por sus impulsos, se dijo a sí mismo. Por una parte, era la mejor secretaria que había tenido y, por otra, no era una de las féminas ligeras de cascos con las que solía mantener aventuras sin ataduras.

–Tienes razón. No es asunto tuyo.

–Buenas noches, Ryan. Gracias por ocuparte de mis heridas.

Él la sostuvo del brazo.

–Mi padre se casó, tuvo cuatro hijos… y abandonó sus sueños. Mientras estaba ocupado siendo domesticado, su asesor financiero le robó todo lo que tenía. Cuando mi padre se dio cuenta, su empresa estaba en bancarrota. Desde mi punto de vista, se mató intentando levantarla, pero fue demasiado tarde. Cuando yo la heredé, estaba hecha un desastre y yo la he levantado hasta convertirla en lo que es hoy. Por eso, no tengo intención de hacer ninguna tontería. Gracias a mis esfuerzos, mi madre y mis hermanas tienen la calidad de vida que se merecen. Como verás, no tengo tiempo para dedicarme a una relación seria. No me conviene ninguna distracción.

Jamie estaba conteniendo el aliento.

–¿No vas a casarte nunca? ¿No quieres tener hijos? ¿Ni nietos?

–Si lo hiciera, sería con alguien que estuviera de acuerdo en ocupar un segundo lugar en mi vida. Mi prioridad es el trabajo.

–Qué suerte para ella – murmuró Jamie con sarcasmo.

–Salgo con mujeres que entienden quién soy – comentó él, soltándole el brazo.

–¿Leanne era una excepción?

–Leanne conocía las reglas del juego – aseguró él, bajo la fría e indescifrable mirada de su interlocutora– . Nunca hago promesas que no pueda cumplir, ni dejo que ninguna mujer crea que llegaré a comprometerme. No permito que dejen ninguna ropa suya en mi casa. Les advierto que soy impredecible con mi tiempo – explicó, irritado al sentirse juzgado.

A Jamie le sorprendía que él no comprendiera que, a pesar de sus reglas, podía romper muchos corazones.

–Quizá deberías contarle eso a tu madre – le espetó ella, apartando la vista– . Así dejará de molestarte con sus preguntas.

–Es posible que lo haga – contestó él, fingiendo el mismo desapego que su secretaria le mostraba– . Al fin y al cabo, la sinceridad es la mejor estrategia…