Capítulo 4
Ryan se miró al reloj e hizo una mueca. No había mucha gente en la oficina, solo el puñado de programadores que preferían estar allí, diseñando juegos y programas, antes que en su casa.
Pero lo que le importaba no era eso.
Eran las diez y cuarto y Jamie debía de haber llegado hacía una hora y quince minutos. El día de Navidad había pasado y ella no se había pedido más vacaciones.
Al levantarse de la mesa, se le cayeron una pila de papeles al suelo. De mal humor, se dirigió a la ventana para contemplar las calles frías y vacías de esa parte de Londres.
No había podido dejar de pensar en los sucesos de Navidad. Había acudido a la comida con la intención de satisfacer su curiosidad, algo muy comprensible, y había terminado sorprendido del todo, primero por la conversación con Jamie en la cocina, luego, por el beso y, para terminar, por la aparición de aquel hombre en la puerta.
Había sido una comedia en tres actos. Lo malo era que Ryan no tenía ganas de reír.
Todavía recordaba la calidez de la boca de Jamie. No había podido olvidarlo en ningún momento y, por alguna razón, le ponía de mal humor.
Mirándose de nuevo el reloj, se preguntó si Jamie habría decidido desaparecer sin avisar para siempre. Hacía un par de semanas, aquella idea habría sido impensable de su eficiente y discreta secretaria. Pero sus ideas preconcebidas acerca de ella habían perdido consistencia.
Justo cuando iba a llamarla, la puerta del despacho se abrió y allí apareció, desabotonándose el abrigo.
–Esto se está convirtiendo en una mala costumbre – la reprendió él, volviendo a sentarse ante su escritorio con las piernas sobre la mesa– . No te molestes en darme excusas de lo mal que funciona el transporte público.
–De acuerdo.
Las cosas habían cambiado de forma irreparable. Jamie había decidido que solo podía seguir trabajando para Ryan si dejaba aparte todas las conversaciones que había tenido con él fuera de la oficina. Y el beso…
Iba a tener que olvidarlo también, se dijo a sí misma, presa del horror al recordarlo una vez más.
Además, le costaba mantenerle la mirada, admitió para sus adentros, mientras colgaba sus pertenencias en el perchero y abría el portátil, en un tenso silencio.
–Mira, siento llegar tarde – dijo ella al fin– . No se va a convertir en una costumbre. Y ya sabes que no tengo problemas en quedarme hasta más tarde para compensar el tiempo perdido.
–Necesito poder confiar en mis empleados, al margen de que te quedes hasta tarde o no.
–Sí, bueno, pensé que lo entenderías, teniendo en cuenta que medio país está de vacaciones – indicó ella, sin poder evitar un tono de rebeldía.
Habían pasado demasiadas cosas en los últimos dos días. La llegada de Greg había supuesto el abrupto final de la fiesta. Jessica había empezado a gritar como una histérica, sin importarle que todos los presentes hubieran escuchado sus problemas. En menos de tres cuartos de hora, todos habían desaparecido. Ryan incluido aunque, en ese caso, Jamie había tenido que empujarlo para que se fuera. No había estado dispuesta a dejarlo presenciar ni un fragmento más de su vida privada.
Desde entonces, su hogar, su refugio de paz, se había convertido en un campo de batalla.
Como no había tenido dónde quedarse, Greg había tomado posesión del salón, para disgusto de Jessica. Todo se había vuelto caótico y, aunque Jamie les había sugerido que era mejor que solucionaran sus diferencias en su propia casa, parecía que nada avanzaba hacia ninguna parte.
Jessica insistía en que necesitaba tiempo. Greg repetía que no iba a rendirse y que aquello era solo una crisis temporal.
–¿Empezamos a trabajar? – preguntó ella, tratando de romper la tensión, mientras su jefe la observaba con rostro pétreo– . Hay unos cuantos contratos que debes revisar. Te los he enviado por correo electrónico. Y creo que Bob Dill ha terminado por fin ese paquete de software que le encargaste.
Ryan había estado intrigado por cómo reaccionaría Jamie al llegar a la oficina después de lo sucedido. En ese momento, comprendió que pretendía obviar el episodio de Navidad, como si nada hubiera pasado.
–Sí – afirmó él, pensativo– . Podemos echar un vistazo a esos contratos, pero no es urgente. Como has dicho, la mitad del país se está recuperando del día de Navidad – añadió, observando cómo ella se sonrojaba al mencionar el día en cuestión– . A propósito de eso…
–Prefiero no hablar de ello – se apresuró a interrumpir Jamie.
–¿Por qué no?
–Porque…
–¿Te resulta incómodo?
–Porque… – balbuceó ella. Sonrojada, lo miró y recordó el beso que habían compartido. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué se comportaba como una adolescente enamorada?, se dijo, furiosa consigo misma– . Porque tenemos una buena relación laboral y no quiero que mi vida personal se interponga.
–Lo siento. Ya se ha interpuesto.
Cuando él se incorporó hacia delante de golpe, ella se apretó contra el respaldo de su asiento de forma automática.
–Y está afectando a tu trabajo. Este tipo que se presentó en tu casa…
–Greg – dijo ella con reticencia– . El marido de Jessica.
–Eso es. Greg. Está viviendo contigo, ¿no?
Sonrojada, Jamie asintió con la vista baja.
–¿Y no te preocupa que tu casa se haya convertido en un centro de terapia matrimonial?
–Claro que me preocupa. ¡Es una pesadilla!
–Pero siguen bajo tu techo.
–No entiendo por qué tenemos que hablar de esto.
–Porque está afectando a tu trabajo. Tienes un aspecto horrible. Pareces agotada.
–Vaya, muchas gracias.
–¿Qué vas a hacer al respecto?
Jamie suspiró con frustración y le lanzó una mirada de rebeldía. Ryan Sheppard era un hombre curioso y tenaz. Era capaz de transformar una empresa en bancarrota en todo un éxito. Sin embargo, ella no tenía intención de convertirse en su nuevo objeto de interés o de mejora.
Por otra parte, tenía que reconocer que su situación personal estaba interfiriendo con su trabajo. Había llegado tarde porque se había quedado dormida por la mañana. Jessica y Greg habían tenido una acalorada discusión hasta altas horas de la madrugada y ella no había podido dormir hasta que no se habían callado.
Algo dentro de Jamie cambió un poco. Siempre había sido una persona poco inclinada a compartir sus problemas. Pero, de pronto, le pareció tentador buscar apoyo.
–¿Qué puedo hacer? – murmuró ella con la mirada gacha.
–Puedes echarlos.
–No. No voy a echar a mi hermana cuando ha venido a mí en busca de apoyo. Créeme, conozco sus debilidades. Puede ser infantil, irresponsable y egoísta, pero en sus momentos de crisis, necesita saber que puede contar conmigo.
–Es una mujer adulta. Es capaz de sostenerse por sí misma – dijo él con frustración. Tras recorrer a Jamie con la mirada, posó los ojos en sus apetitosos labios. De pronto, sin esperárselo, tuvo una erección y apartó la vista de golpe. ¿Cómo era posible que su cuerpo reaccionara de esa manera?
–Has conocido a mi hermana. No puedes pensar eso de veras – señaló ella con una sonrisa, tratando de quitarle peso a la conversación.
Sin embargo, Ryan seguía clavando en ella los ojos con gesto serio.
–Porque la tomaras a su cargo cuando era niña, no significa que tengas que seguir haciéndolo hasta que te mueras, Jamie.
–Mi madre me hizo prometerle que apoyaría a mi hermana. Yo… No puedes entenderlo. Me lo pidió en su lecho de muerte. No puedo darle la espalda a Jessica. Y tampoco puedo dársela a Greg.
Ryan observó cómo ella volvía la cara y se sonrojaba.
Entonces, recordó el beso y la sensación de su pequeño cuerpo entre los brazos. La aparición de Greg en su puerta había suspendido el hechizo…
–¿Y eso por qué? – preguntó él, tratando de hacer encajar las piezas. Mientras, sirvió dos tazas de café de la cafetera que tenía en el despacho y le tendió una a Jamie.
Era la primera cosa que ella se llevaba a la boca esa mañana y sabía delicioso.
–Para él es muy duro – comentó Jamie, incómoda al ver que su jefe tomaba una silla y se sentaba frente a ella, demasiado cerca.
–Explícate.
–Está haciendo todo lo que puede con mi hermana. Jessica tiene un carácter difícil. Él es paciente y gentil, pero ella se aprovecha.
–Paciente y gentil – repitió Ryan con tono pensativo.
–Es veterinario.
–Trabajaste para él, ¿verdad?
–Eso fue hace mucho tiempo – repuso ella, encogiéndose de hombros como si no tuviera importancia– . Le gusta hablar conmigo. Creo que le ayuda.
–¿Le gusta hablar contigo como si fueras su consejera matrimonial? – preguntó él con desagrado. Conocía a la clase de hombres de aspecto gentil que lo único que querían era aprovecharse de mujeres con tendencia a hacer de mamás.
–No, Ryan. No soy consejera matrimonial, pero escucho lo que me cuenta y trato de ser constructiva.
–Aun así, no les has dicho que se vayan al infierno porque te están destrozando la vida. Apuesto a que a tu madre no le gustaría que sacrificaras tu calidad de vida por tu hermana.
–¡No todo el mundo es egoísta!
–Yo lo llamaría ser práctico. ¿Por qué te fuiste?
–¿Cómo?
–¿Por qué dejaste tu empleo con el veterinario paciente y gentil?
–Ah – murmuró ella y, sin poder hacer nada para evitarlo, se puso roja.
–¿Era por el mal tiempo? – sugirió Ryan, mientras iba sacando sus propias conclusiones.
–Esto… supongo que el tiempo influyó en mi decisión. Y también… – balbuceó ella, intentando ordenar sus pensamientos– . Jessica era lo bastante mayor para cuidarse sola y pensé que era hora de que me abriera camino en la vida, por decirlo de alguna forma.
–Además, si tu hermana se casaba con el veterinario gentil y adorable…
–Sí. Tendría a alguien que cuidara de ella.
–Imagino que debes de experimentar alguna clase de atracción empática con el caballero andante que te rescató de tu hermana – especuló él.
–¿Te importa dejar de meterte con Greg?
Ryan bajó la vista. No había necesidad de preguntar por qué. Estaba claro. Jamie había estado enamorada de aquel tipo. ¿Por eso había escapado de la escena del crimen? ¿Se habría acostado con él? No era un pensamiento demasiado agradable. Tampoco le gustaba el rumbo que estaban tomando sus conclusiones.
El beso que Jamie le había dado, algo tan poco acorde con su forma habitual de comportarse, tenía una explicación más allá del vino que ella podía haber tomado.
Sin duda, ella había visto a Greg y había actuado guiada por el impulso primitivo de darle celos.
¿Había querido recordarle al veterinario lo que se había perdido? La sensación de haber sido utilizado le despertó un sabor amargo. Quizá lo mejor fuera olvidar el incidente para siempre, como ella pretendía.
–No tiene nadie más con quien hablar – continuó Jamie– . Es hijo único y creo que sus padres nunca aprobaron su matrimonio. Al menos, eso es lo que me cuenta Jessica. No puede pedirles consejo a ellos y supongo que lo lógico es que confíe en mí porque soy su hermana y la conozco.
–¿Y qué perlas de sabiduría has compartido con él? – preguntó Ryan, sin poder evitar el ácido sarcasmo.
Sin embargo, Jamie pareció no percibirlo. Estaba demasiado absorta pensando en su antiguo amante. Era posible que, aunque se quejara de la invasión de su casa, en realidad, estuviera encantada de tener cerca a Greg, caviló él.
–Le he dicho que tiene que perseverar – contestó ella con una seca sonrisa– . ¿Quién, si no, va a quitarme a Jessica de encima?
–¿Quién si no? – murmuró él– . ¿Así que la cosa no tiene pinta de arreglarse pronto?
–Creo que no. A menos que cambie la cerradura de la puerta – intentó bromear ella. Sin embargo, no fue capaz de sonreír– . Las cosas se arreglarán por sí mismas cuando terminen las Navidades. Greg tendrá que volver al trabajo. Dice que, por el momento, tiene un sustituto, pero supongo que sus animales lo echarán de menos pronto.
Ryan se levantó y comenzó a dar vueltas por la habitación. Le irritaba pensar que había sido utilizado para poner celoso a otro hombre. También le enfurecía que Jamie se hubiera acostado con el veterinario. Por supuesto, la gente podía dormir con quien quisiera, aunque…
¿Se había forjado una imagen equivocada de Jamie?
–¿Y si no se arregla para entonces?
–Prefiero ser optimista.
–Quizá, lo que necesitan es pasar tiempo a solas.
–¿Crees que no se lo he sugerido? – replicó ella, dando un respingo– . Jessica dice que no piensa regresar a Escocia y Greg no piensa irse sin ella.
–Un hombre inteligente – comentó Ryan con ironía– . Tu hermana es una bomba a punto de explotar.
–No veo el sentido de esta conversación – indicó Jamie– . Eres muy amable por escucharme, pero…
–Igual necesitan pasar tiempo a solas fuera de Escocia. Estar en un ambiente familiar solo empeora la situación – siguió divagando él. Poco a poco, su mente estaba diseñando un plan de acción que los beneficiaría a ambos.
–¿Adónde van a ir si no? – inquirió ella– . No creo que Greg tenga bastante dinero para irse a un hotel de forma indefinida. Además, no sería buena idea que estuvieran encerrados en una habitación solos las veinticuatro horas del día. Podría terminar todo en un homicidio doble.
Ryan hizo una mueca y se quedó callado, dándole tiempo a Jamie a reflexionar sobre el infierno de albergar en su casa a una pareja en crisis durante tiempo indefinido.
–El futuro no se te presenta muy halagüeño – observó él, mientras se sentaba de nuevo ante su escritorio– . Apuesto a que tu hermana tampoco se contiene a la hora de dar rienda suelta a sus opiniones.
–Esa es la razón por la que llego tarde – confesó ella– . Estuvieron discutiendo toda la noche y no me dejaron dormir. Esta mañana, estaba tan cansada que no escuché la alarma del despertador.
–Voy a reunirme con mi familia en el Caribe pasado mañana. Es una casa imponente en las Bahamas – murmuró él.
–Sí, lo sé. Yo te reservé los billetes, ¿recuerdas? Tienes suerte. Aunque tendrás que revisar un par de cosas antes de irte. Te lo tendré preparado para esta tarde. Por otra parte, quería preguntarte, si alargas tu estancia allí, ¿le digo a Graham que ocupe tu lugar en la junta de accionistas?
Ryan no pensaba dejarse distraer por detalles sin importancia. Frunciendo el ceño, miró al techo con las manos entrelazadas detrás de la nuca.
–Creo que deberías acompañarme en ese viaje.
Durante unos segundos, Jamie creyó que no había oído bien. Todavía estaba dándole vueltas a los detalles que tenía que solucionar con él antes de que se fuera.
–¡Jamie! – la llamó él y chasqueó los dedos, como un mago que sacara a alguien de un trance.
–¿Acompañarte? – repitió ella, confusa.
–¿Por qué no? Seguro que es un plan mucho más atractivo que tener que quedarte en tu casa en medio de una guerra – comentó él, se puso en pie y se dirigió de nuevo hacia la cafetera para servirse otra taza. Por el camino, se le cayó al suelo una pila de papeles de la mesa, pero decidió que los recogería después– . Además, puede que tu hermana y el veterinario se beneficien de no tenerte cerca. A veces, en momentos de crisis, es mejor no estar escuchando consejos bienintencionados todo el rato.
–¡Yo no estoy dándoles consejos todo el rato! – protestó ella, acalorada.
–De acuerdo. Quizá al veterinario le guste luchar sus propias batallas sin el apoyo abnegado de su exsecretaria de confianza.
Se mirara como se mirara, era un comentario insultante. Sin embargo, Jamie no tuvo tiempo de responder.
–Y si prefieren lavar sus trapos sucios en territorio neutral y un hotel está fuera de su alcance, tu casa puede servir, contigo o sin ti. Les harás un favor a ellos y a ti misma. No más noches sin dormir. No más discusiones conyugales. Cuando vuelvas, puede ser que hayan resuelto sus diferencias y se hayan ido.
La promesa de recuperar la normalidad le sonaba a Jamie como el caldero de oro al final del arcoíris. Casi había olvidado lo feliz que había sido su vida antes de la llegada de Jessica.
–No quiero entrometerme en tus vacaciones familiares – comentó ella– . Pero igual es buena idea que me vaya. ¿Podría pedirme unas vacaciones de última hora?
–De eso nada – negó él, después de darle un trago a su café.
–Pero, si puedo irme al Caribe contigo, ¿por qué no puedo irme sola a otra parte?
–Puedes venir al Caribe porque me puedes ser utilidad allí. Como sabes, después de Navidades tengo que pasarme por Florida para dar una serie de conferencias sobre los beneficios de nuestra tecnología para coches ecológicos.
Ryan miró hacia los papeles en el suelo y se agachó para recogerlos. Mientras, Jamie lo observaba pensativa, no muy convencida.
–Pero todavía no tengo preparado lo que voy a decir – continuó él. Lo cierto era que nunca preparaba sus conferencias. Siempre solía recibir calurosas ovaciones después de sus improvisaciones– . Puedes considerarlo como un empleo en el Caribe. Me será muy útil que me ayudes con esas presentaciones. Además, no sería la primera vez que haces un viaje de negocios conmigo…
Era una buena excusa, se dijo Ryan. Por supuesto, el trabajo no era la única razón por la que quería que lo acompañara. De veras le preocupaba su bienestar y pensaba que verse rodeada de una pelea continua en su propia casa era perjudicial para su secretaria. Y, sobre todo, le impulsaba su curiosidad y su interés por conocerla mejor, aunque eso era un poco más difícil de justificar, reconoció para sus adentros.
Y había otra razón. Su madre y hermanas no dejaban de acosarle con la idea de que debía sentar la cabeza y trabajar menos.
Jamie podía servir para acallarlas temporalmente. Tendrían menos oportunidades para acorralarlo si ella estaba siempre a su lado. Y, si lo sorprendían solo, se excusaría con el pretexto de tener que trabajar. Con Jamie cerca, hasta sus hermanas iban a tener que mantenerse a raya, aunque solo fuera por simple cortesía.
–No es lo mismo.
–¿El qué?
–Vas a estar con tu familia – contestó ella pacientemente– . Haciendo cosas que hacen las familias – añadió, aunque no sabía muy bien lo que podía significar eso. Para ella, las reuniones familiares habían sido siempre una fuente de estrés.
–No, eso fue en la comida de Navidad. Estarán aburridos y deseando ver caras nuevas. Mi madre se alegrará de que vengas. Cuando mis hermanas están juntas, se vuelven como niñas y no paran de intercambiar risitas, cambiarse ropas y maquillarse la una a la otra. Mi madre dice que es imposible tener con ellas ninguna conversación seria. Tú le vas a encantar.
–¿Porque soy seria y aburrida?
–¿Seria? ¿Aburrida? – repitió él, posando en ella los ojos hasta hacerla sonrojar– . No. De hecho, después de haberte visto en…
–¿Buscarás una sustituta para mí en mi ausencia? – le interrumpió ella, por si acaso su jefe pretendía sacar a colación el terrible día de Navidad.
Ryan sonrió e hizo un gesto con la mano, quitándole importancia a su preocupación.
–No he dicho que sí todavía – le advirtió ella– . Si de verdad crees que vas a necesitar mi ayuda para preparar esas conferencias…
–Por supuesto. Sabes que no puedo arreglármelas sin ti – aseguró él con tono sensual.
–No necesito que me rescates – aclaró ella– . Es posible que, por el momento, me encuentre en una situación incómoda, pero no es nada que yo no pueda manejar.
–No lo dudo – admitió él– . Serás tú quien me haga un favor a mí.
–¿No le parecerá a tu familia un poco raro que lleves a una extraña?
–A mi familia nada le sorprende, créeme. Seremos muchos, una más no se notará. No tienes ninguna excusa para negarte, a menos que no quieras perder tu papel de consejera personal del veterinario.
–Se llama Greg – puntualizó ella. Era extraño pero, al verlo después de tantos años, no había vuelto a sentir el embelesamiento de otras épocas. Greg había perdido todo el atractivo para ella. Solo sentía lástima por él y por la situación en que su hermana lo había colocado.
Cuando ella no respondió al comentario que le había hecho, Ryan no pudo controlar su irritación.
–¿Y bien? – insistió él– . ¿Crees que tu trabajo voluntario de consejera personal es demasiado valioso como para dejarlo por un tiempo? Solo estaremos fuera cinco días. Mis hermanas, sus maridos y sus hijos se irán a principios del nuevo año. Nosotros nos quedaremos tres días más hasta la fecha de mis conferencias. Entonces, yo volaré a Florida y tú puedes volver a Londres. Te perderías un gran viaje, solo por cuidar al veterinario. ¿Te preocupa que no pueda sobrevivir a esta crisis sin tu ayuda?
–¡Claro que no!
–Entonces, ¿por qué dudas?
–Ya te lo he dicho. No quiero entrometerme en una reunión familiar.
–Ya te he dicho que eso no es problema.
–No creo que sea indispensable para Greg, que lo sepas – aclaró ella– . Como te he dicho, habla conmigo porque soy la única persona con quien se siente cómodo para sincerarse – añadió. Aunque, en otros tiempos, eso la habría hecho sentir halagada, en ese momento, le parecía una pesadez– . Pero tú tienes razón. Eres mi jefe. Y si me necesitas para el trabajo, no puedo negarme.
–No pienso esclavizarte, Jamie, ya lo sabes. Trabajaremos un poco, sí, pero tendrás tiempo de sobra para relajarte y descansar. Merecerá la pena tenerte de una pieza cuando retomemos el trabajo de oficina en enero.
Jamie asintió. Comprendía que Ryan lo hacía en beneficio de su empresa. Ella se había mostrado un poco inestable en los últimos días y a su jefe no le gustaba. Quería recuperar a su secretaria eficiente y de confianza. Por algo recibía un salario tan alto. Esa era la única razón por la que quería llevarla con él, para apartarla del caótico ambiente en que se encontraba.
–Compro mi billete, ¿verdad?
–En primera clase, conmigo. Y ocúpate de buscarte una sustituta durante estos días. No son fechas de mucho jaleo, no le será difícil ocuparse de tu puesto hasta que vuelvas.
–¿Hay algo en concreto que quieres que lea antes del viaje? Quiero ir bien preparada.
Ryan afiló la mirada. Ella tenía un aspecto profesional, complaciente, pero distante. Sin embargo, él no se dejó engañar. Sabía que, bajo aquella fría máscara, bullía una mujer que era puro fuego.
–No. Nada de leer. Pero mete bañador en la maleta. La casa tiene una preciosa piscina y quiero que te diviertas. Y no pongas esa cara. Cuando estemos de vuelta, seguro que me lo agradeces.