Capítulo 9

 

Ryan miró a la rubia que lo observaba expectante desde el sofá de su oficina. Ella lo estaba esperando para salir, quería una noche de diversión, ir a cenar a un sitio caro y, si era posible, recibir algún regalo caro que hiciera juego con su delicado modelito.

Era viernes por la noche, hora de divertirse. Sin embargo, por alguna razón, Ryan no era capaz de despegarse del trabajo. Pensó en alguna excusa para poder zafarse de su compromiso, haciendo una mueca ante su propia idiotez.

–¿Dónde estaba Jamie? Desde que habían vuelto a Londres hacía dos semanas, ella había estado todos los días deseando que llegara la hora de salir. Los días en que se había quedado horas extras sin rechistar eran cosa del pasado. Seguía siendo la misma secretaria eficiente de siempre, educada y profesional, pero se iba siempre a su hora y no llegaba ni un segundo antes de lo indicado.

Era obvio que estaba volcándose en disfrutar de su vida de soltera, como le había mencionado en el aeropuerto. Ryan no lo sabía, porque ella nunca mencionaba ni una palabra sobre lo que hacía fuera de la oficina. Y él no iba a mostrar su interés preguntándole.

Abigail, que estaba empezándose a cansarse, se levantó del sillón.

–¿Vamos a salir o qué, Ryan, cariño? ¡Por favor, no me digas que nos vamos a pasar la noche del viernes en la oficina!

–Me he pasado muchas noches de viernes aquí y lo he pasado bien – repuso él, aunque se levantó también y le ayudó a ponerse el abrigo a su acompañante.

–Bueno – dijo Abigail, posando un breve beso en sus labios– . Yo no soy así. ¡Te deseo buena suerte para encontrar a una mujer que sí lo sea!

Su comentario volvió a llevar a Ryan a pensar en Jamie. Todo le recordaba a ella, en realidad. Sin querer, se quedaba embobado mirando cómo se movía, cómo fruncía el ceño cuando estaba leyendo algo, cómo hablaba por teléfono y cómo se frotaba el cuello cuando estaba cansada. Percibía cómo bajaba la vista cuando hablaba con él y cómo se sonrojaba de vez en cuando, el único indicador de que, bajo su compuesta superficie, no era tan inmune a él como quería hacerle pensar.

¿O sí?

Ryan no estaba seguro y eso le sacaba de sus casillas. Nunca le había costado poner punto y final a una relación, aunque le estaba resultando imposible en esa ocasión. ¿Por qué? La única razón que se le ocurría era que habían cerrado página antes de lo apropiado. Era una historia inacabada.

Otro punto a tener en cuenta era que no había sido él quien había roto. Aunque le costara reconocerlo, su orgullo masculino herido también debía contribuir a la desagradable fijación que tenía con su secretaria.

Sería de gran ayuda si consiguiera distraerse con más eficacia con su sustituta, la rubia Abigail.

 

 

Eran más de las diez cuando entraron en el exclusivo club de baile de Knightsbridge. Habían cenado en uno de los restaurantes más caros de Londres, donde Abigail había hecho sutiles comentarios criticando su indumentaria, que consideraba demasiado desarreglada. Ryan había pedido más vino para ahogar su creciente irritación. Su acompañante se había pasado la mayor parte del tiempo intentando ganar su atención sobre diversos cotilleos sobre gente que él ni siquiera conocía. Lo había aburrido con interminables anécdotas acerca del mundo del cine, en el que ella trabajaba, como si por el mero hecho de ser actriz su vida tuviera que ser de lo más apasionante para los demás.

Sin duda, era demasiado pronto para volver a salir con mujeres, sobre todo, si tenían la cabeza tan hueca como Abigail, se dijo Ryan. Al entrar en el club, tardó unos momentos en adaptarse a la penumbra. En un ambiente íntimo y acogedor, sonaba una banda de jazz en directo y varias mesas acogían a los clientes que habían ido a cenar o a relajarse con una copa y disfrutar del espectáculo de baile.

Él había ido a aquel lugar en varias ocasiones, pero esa fue la primera vez que, al mirar a su alrededor, no le vio ningún atractivo. Quizá se estaba haciendo demasiado viejo para esa clase de cosas. Estaba en la treintena y, aunque no se había propuesto en serio buscar pareja para casarse, tal vez, fuera hora de sentar la cabeza. Al menos, estaba seguro de que no quería seguir yendo a ese lugar toda la vida con una Abigail colgada del brazo.

Justo cuando iba a decirle a su acompañante que se iba y que, si ella quería quedarse, podía quedarse sola, Ryan vio a Jamie.

¿Desde cuándo frecuentaba su secretaria salas de baile como esa?, se preguntó él, anonadado. ¿Eso era lo que había estado haciendo desde que habían vuelto a Londres? ¿Por eso todos los viernes había tenido tanta prisa por salir de la oficina?

Abigail vio a unas amigas suyas y se excusó un momento para ir a saludarlos. Él asintió. Estaba ansioso por saber con quién había ido Jamie. ¿Tal vez con su hermana? Lo más probable era que Jessica se hubiera librado del pobre veterinario y estuviera introduciéndola en la vida nocturna de la ciudad.

Después de enviar a Abigail y su grupo de amigas tres botellas de champán, que fueron recibidas con risitas y sonrisas, se pidió un whisky y se dirigió hacia donde Jamie había desaparecido, en la puerta del baño.

Mientras él la había observado caminar hacia allí, varios hombres se habían dado la vuelta para mirarla. Él lo entendía. Su secretaria ya no llevaba zapatos bajos, ni moño. En su lugar, brillaba una preciosa mujer con tacones de aguja, un corto y ajustado vestido rojo y el pelo suelto, peinado con la raya al lado.

Dándole un generoso trago a su copa, Ryan hizo una mueca. No veía a Jessica por ninguna parte. Si la hubiera visto, la hubiera felicitado por la milagrosa transformación de su hermana.

Se había pedido su segundo whisky cuando Jamie salió del baño. Cuando ella pasó a su lado, la agarró del brazo, sobresaltándola.

Jamie estaba comenzando a arrepentirse de haber aceptado la invitación a salir de Richard, un amigo de Greg que le habían presentado tres días antes. No le gustaban los clubs nocturnos. La música le parecía demasiado alta como para mantener ninguna conversación y estaba todo muy oscuro, sobre todo, para llevar tacones altos. Un movimiento en falso y acabaría de bruces en el suelo. Por eso, caminaba con pasitos muy cortos y solo había aceptado, a regañadientes, salir a la pista de baile en un par de ocasiones.

Y Richard… Bueno, era un tipo agradable, del mismo estilo que Greg. Los dos habían ido a la universidad juntos y ambos eran veterinarios. Debería estar encantada, se dijo a sí misma. Tal vez, si hubiera conocido a Richard hacía un año, lo habría recibido con más entusiasmo e, incluso, se habría embarcado en una relación con él.

Pero Ryan había estropeado sus posibilidades de fijarse en otro hombre. Comparado con él y su vibrante personalidad, Richard parecía aburrido y demasiado plácido. No sentía ninguna atracción por él.

Sin embargo, era consciente de que su indumentaria hacía que muchos hombres la miraran y temía que alguno se atreviera a intentar algo con ella. Por eso, cuando alguien la sujetó del brazo al salir del baño, se asustó.

Jamie se giró con la boca abierta, lista para soltarle un buen rapapolvo a quien había tenido el descaro de sobresaltarla.

Pero, al ver a Ryan, se quedó sin palabras.

–¿Qué estás haciendo aquí?

–Iba a preguntarte justo lo mismo. ¿Has venido con tu hermana?

–No. Ahora tengo que volver a mi mesa. Mi acompañante debe de estar preguntándose dónde estoy.

–¿Qué acompañante? – preguntó él, sorprendido– . ¿Me estás diciendo que has venido con un hombre?

Jamie dio un respingo. ¿Acaso él creía que era incapaz de tener una vida propia fuera del trabajo? Se había pasado las últimas dos semanas intentando demostrarle que así era, esforzándose por salir del trabajo siempre a la hora en punto, para dejarle ver que tenía muchas cosas excitantes que hacer fuera de la oficina.

–¿Qué tiene de raro?

–¿Has venido con él o lo has conocido aquí? – inquirió Ryan– . Porque, si lo has conocido aquí, tengo que advertirte de que no tengas expectativas demasiado altas. La mayoría vienen a ver lo que pillan, sin intenciones serias.

Jamie comenzó a alejarse, seguida por él. Ella estaba con un hombre, se repitió a sí mismo, ofendido. De pronto, sintió la necesidad de conocer a ese hombre. ¿Cómo había ella logrado encontrar pareja en solo dos semanas? Aunque tampoco era raro. Tenía un cuerpo precioso y, sin duda, había aprendido a sacarle provecho.

Con la mandíbula apretada, Ryan se sintió todavía más irritado al descubrir que el tipo que se levantaba a saludar a Jamie parecía un hombre decente. Tenía pelo corto, sonrisa agradable y gafas redondas.

Al darse la vuelta y ver que Ryan la había seguido, Jamie no tuvo más remedio que presentárselo a su acompañante. A su lado, Richard parecía muy poca cosa, lo que la puso un poco más furiosa.

–¿Te importa que saque a bailar a tu pareja? – le preguntó Ryan a Richard– . Hoy se ha ido de la oficina demasiado temprano.

–¡Me he ido a mi hora!

–Y hay un par de cosas que tengo que hablar con ella. No suelo hablar de trabajo en mi tiempo de ocio, pero…

–¿No has venido con nadie? – inquirió ella, molesta, y bajando el tono de voz, añadió– : ¿O eres uno de esos hombres que vienen solos para cazar lo que se les presente?

–No es mi estilo – repuso él y la rodeó de la cintura, dando por hecho que Richard no iba a presentar mucha batalla.

Mientras la llevaba a la pista de baile, Jamie no dejaba de protestar, alegando que estaba cansada y que quería sentarse.

–¿Cansada? – le susurró él con voz aterciopelada– . ¿Cómo vas a disfrutar de la noche si ya estás bostezando a las once?

La banda comenzó a tocar una lenta balada y ella se encogió cuando Ryan la apretó contra su cuerpo, recordándole cómo era sentir su contacto. No era un recuerdo que le gustara rescatar.

–Estoy segura de que a tu acompañante no le hará gracia verte bailar conmigo – comentó Jamie con rigidez– . ¿Dónde está?

–Detrás de ti. Con vestido azul brillante y zapatos azules – contestó él y la giró para que pudiera ver a la rubia de pelo rizado y largas piernas.

–Es muy guapa – dijo ella con tono seco. Sin querer, se preguntó si, en esa ocasión, se trataba de una relación estable– . ¿Se la has presentado a tu madre ya?

–Mi madre todavía no sabe que tú y yo hemos roto – le musitó él al oído.

–¿No se lo has dicho?

–No he tenido oportunidad – replicó él– . ¿Y quién es tu acompañante, Jamie? Cuéntame, ahora que me has interrogado por la mía.

–¡No te he interrogado!

–¿Intentas evitar mi pregunta? – la retó él. Sentir sus pechos sobre el torso lo estaba excitando, por eso, se apartó un poco, para no dejar que ella notara su erección.

–No es asunto tuyo.

–Me preocupo por ti. No olvides que casi nos casamos.

–¡De eso nada!

–Es lo que piensa mi madre. Por eso, no creo que esté de más advertirte que tengas cuidado con los hombres. El mundo está lleno de peligros. Date cuenta que a ese lo has conocido solo hace dos semanas. Podría ser un delincuente.

–¿Cómo te atreves?

–Deberías sentirte halagada porque me intereso por tu bienestar. Ese tipo puede llevar el pelo bien cortado y usar desodorante, pero no tiene por qué ser de fiar.

¿Acaso él se consideraba de fiar?, se dijo Jamie, dando un respingo. Se contuvo para no preguntarle si la rubia de largas piernas lo consideraría de fiar cuando se cansara de ella y la dejara plantada.

También, quiso preguntarle si su relación iba en serio. Pero no pensaba hacerlo. Las últimas dos semanas habían sido una agonía por no mirarlo, no responder a sus miradas. Había hecho todo lo posible por fingir que había dejado atrás su aventura pasajera. Por eso, no quería tener ninguna conversación personal con él. Aun así, le irritaba que el mero hecho de estar entre sus brazos en la pista de baile la hacía sentir más viva que nunca desde que habían vuelto a Londres.

–Los tipos peligrosos pueden esconderse tras fachadas inofensivas – continuó él– . ¿No ves las noticias?

–Bueno, gracias por tu preocupación y tus sabias palabras, pero puedes estar tranquilo. Richard es amigo de un amigo.

–¿No me digas?

–Greg me lo presentó, para que lo sepas. Fueron a la universidad juntos. Richard trabaja en Londres.

–¿Otro veterinario? ¿No has tenido bastante?

–No pienso quedarme aquí a escuchar tonterías.

–Estamos bailando – repuso él y la hizo girar sobre la pista– . ¿Y el veterinario número uno está aquí con su explosiva esposa?

La música hizo una pausa, pero Jamie no pudo irse porque la tenía sujeta con firmeza de la muñeca. Por el rabillo del ojo, Ryan vio que Abigail lo miraba con disgusto.

Sin soltar a Jamie, llamó al camarero y le pidió que llevara más botellas de champán a Abigail y sus amigas, con sus disculpas porque tenía que hablar de unas cosas con su secretaria.

–Bien. Ahora ibas a contarme lo de tu hermana y su veterinario.

Con un suspiro de exasperación, Jamie miró a su alrededor. No quería estar allí con Ryan, ni quería que el cuerpo le subiera de temperatura al sentir su contacto. Sin embargo, sabía que su jefe podía ser tan persistente como un perro con hueso. Si no le contestaba y se iba a su mesa, sin duda, él la seguiría, incluso podía llamar a su rubia acompañante para que se uniera a ellos en la mesa. ¡Eso no lo soportaría! Así que, rindiéndose, se dijo que bailaría con él una canción más y, luego, se despediría.

–Han arreglado las cosas – informó ella con reticencia.

–¿Por qué no me lo has dicho antes?

–No pensé que te interesara.

–Pues sí me interesa – le espetó él. No le gustaba comprobar que ella le hubiera mantenido al margen del desenlace de los acontecimientos. Jamie se había encerrado en su fortaleza impenetrable y le había dado con la puerta en las narices– . ¿Qué pasó?

–Es una larga historia.

–Podemos bailar hasta que me la cuentes entera.

–Me sinceré con Jessica cuando volví a Londres – explicó ella. Había sido la primera vez que lo había hecho y se alegraba. Quizá, al estar con Ryan y su familia, había aprendido cómo debían ser las relaciones sanas entre parientes y lo importante que era ser honesto y abierto– . Le dije que no podía presentarse en mi casa, sin preocuparse por lo mucho que estaba interfiriendo en mi vida. Le dije que era una desconsiderada y que era ya lo bastante mayor para resolver sus propios problemas. También le dije que estaba siendo una tonta, que Greg estaba loco por ella y que, si no quería continuar con la relación, debía romper de una vez y dejar de marearlo. Sobre todo, le dije que arreglara las cosas en otra parte porque estaba harta de tenerlos a los dos en mi casa.

–Un gran día para ti – comentó Ryan y, por primera vez en muchos días, ella le sonrió.

–Entonces, salió todo. Jessica me dijo que tenía mucho miedo de quedarse embarazada y perder la línea. Yo siempre la había envidiado porque, gracias a su belleza, siempre se había salido con la suya. Sin embargo, me di cuenta de que ser la más hermosa también era una forma de esclavitud.

Al contárselo, Jamie se dio cuenta de lo mucho que había echado de menos esas conversaciones. En la isla, se había llegado a acostumbrar a compartir sus pensamientos con él y recibir sus comentarios, siempre inteligentes y llenos de humor.

Tragando saliva, se dijo que no debía dejarse llevar por la nostalgia. Tenía que recordar que su aventura había terminado. Ryan tenía una nueva novia y ella no había sido más que una novedad pasajera.

–Bueno, eso es todo. Nada interesante.

–Eso deja que lo decida yo – repuso Ryan– . ¿Y dónde estaba su maridito cuando hablabais de corazón a corazón?

–Tomando una copa con Richard.

–Qué considerado por su parte presentarte a su amigo.

–Igual tengo debilidad por los veterinarios – mintió ella, sin querer confesar que nadie le parecía atractivo después de haber estado con él– . Igual que tú tienes debilidad por actrices y modelos.

–Igual. Bueno, avísame si decides casarte y empezar a tener hijos.

–No creo que el matrimonio deba considerarse a la ligera. Además… no he salido muchas veces con Richard – contestó ella, ocultándole que aquella era la primera vez– . Pero no te preocupes, te avisaré con tiempo cuando decida casarme.

–Diablos, Jamie, ¿no crees que deberías salir con más hombres antes de decidirte?

Ryan se pasó las manos por el pelo con frustración. Quería decirle que un par de citas no era suficiente para pensar en casarse. Quería encontrar una excusa para no dejarla marchar, para seguir bailando con ella toda la noche. Pero Jamie ya estaba caminando hacia su mesa.

–¡Yo no soy así! – le espetó ella mientras se alejaba– . Y, por favor, no me sigas a la mesa o me sentiré muy culpable porque tu novia esté sola.

–Abigail está bien así.

–¿De veras? Pues no lo parece.

–Una pregunta, nada más.

Jamie se detuvo y lo miró. Incluso entre la multitud, el atractivo de Ryan lo hacía destacar como si no hubiera nadie más en la sala.

–¿Qué?

–¿Te has acostado con él ya?

Su tono ligero y provocador lo decía todo, pensó Jamie, irritada y sonrojada. ¿Se estaba riendo de ella?

–Creo que es hora de terminar esta conversación, Ryan. Nos vemos en el trabajo el lunes. Que lo pases bien – le espetó ella y, sin esperar más, se fue a su mesa, donde Richard la estaba esperando.

¿Por qué no podía enamorarse de un hombre como Richard Dent?, se preguntó a sí misma con frustración. Era agradable, amistoso, considerado. Le había regalado flores y había aceptado con caballerosidad que ella le aclarara que lo quería solo como amigo. Aun así, había insistido en llevarla a cenar, de todos modos.

Aunque intentaba concentrarse en lo que el veterinario le estaba diciendo, Jamie no podía dejar de observar a Ryan e imaginarse lo que haría con su novia después.

Ryan la sorprendió mirándolo y la saludó con un gesto de la cabeza que ella interpretó como una burla. Sin pensar, aceptó la invitación a bailar de Richard, sabiendo que ella dormiría sola, mientras que Ryan se llevaría a la bonita rubia a la cama.

 

 

Al llegar a casa, Jamie echó de menos por primera vez a su hermana. Le habría gustado tener a alguien con quien hablar.

Ver a Ryan con otra mujer la había dejado fuera de combate. La perspectiva de verlo salir con una lista interminable de rubias, hasta que alguna tuviera la personalidad suficiente para llevarlo al altar, le resultó desesperante. Cuando eso sucediera, ¿sería capaz de seguir sonriendo y fingir que no le importaba? Si no era así, lo único que podía hacer era dimitir de su empleo.

Era la única salida, se dijo y tomó un pedazo de papel para escribir un borrador de lo que podía decir para explicar su dimisión de un puesto bien pagado que siempre le había gustado.

Entonces, sonó el timbre. Era la una y media de la madrugada. Debía de ser Richard, pensó. Igual le había pasado algo.

Cuando abrió la puerta, todavía vestida con su atuendo rojo, pero con zapatillas de andar por casa, se topó con Ryan.

–¿Sueles abrir la puerta a estas horas a cualquiera que llama? – dijo él y, sin esperar invitación, entró– . Es peligroso. Vas a preguntarme qué hago aquí y me pedirás que me vaya. Pero no me iré. Quiero hablar contigo. ¿Dónde está tu novio?

–Me dejó en casa y se fue – contestó ella, titubeando– . Está bien. Yo también quiero hablar contigo – indicó. No quería seguir dándole vueltas a las cosas. Ni quería que él se creyera con derecho a presentarse en su casa de noche a darle sermones.

En la cocina, Jamie le tendió una taza de café y el borrador de su carta de dimisión.

–¿Qué es esto? – preguntó él, como si le costara comprender.

–¿A ti qué te parece? Es mi dimisión – repuso ella con el corazón acelerado por el pánico– . Lo pasaré a limpio y lo dejaré en tu escritorio a primera hora de la mañana.

–Sobre mi cadáver – dijo él, haciendo una bola con el papel– . ¡No acepto tu dimisión! – exclamó lleno de furia– . No te vas a ninguna parte, ni vas a perder el tiempo con ese perdedor con el que sales.