Cuando la luz pálida del amanecer entró en el cuarto, Hans abrió lentamente los ojos. No tenía sensación de haber dormido, creía estar viviendo un largo sueño. Pero volvió al presente al ver sobre la mesilla un segundo sobre. Lo acarició con suavidad y se levantó de la cama. Envuelto en un albornoz se sentó junto a la ventana en la misma butaca marrón donde tendió a Leonora por primera vez. La había vuelto a tapizar del mismo color y, muchos días de invierno como aquél, había encendido la chimenea y soñado con las llamas de su pelo rojo.
Llenó la pipa de tabaco y abrió con parsimonia el segundo sobre. Dentro Hans encontró una carta y partituras.
Nuevamente la letra de Leonora le hizo estremecerse.
Viena, 6 de noviembre de 1917
Querido Hans:
En la noche de hoy he terminado mi Novena Sinfonía. Es la última de las que tienes en las manos. Todos los músicos hemos temido cruzar la barrera del nueve. Pero yo he querido volar por las barreras del espacio para llegar con mi Novena Sinfonía a un tiempo sin miedos, un tiempo que sea capaz de entender mi música.
Quisiera haber sido sólo tuya, aunque, ahora que me siento casi rozando el cielo, creo que nadie ha ocupado plenamente mi alma más que tú. Hans, querido, a ti te entregué mi corazón. El amor, el amor que yo he podido entender que debe existir, te lo he dejado a ti. Sé que dentro de mí está creciendo un hijo que es tuyo. Las mujeres —eso decía mi madre— sabemos esos extraños secretos del alma y, aunque nadie lo entienda, el momento en que hemos concebido vida.
En pocos meses me he hecho madura y supersticiosa. Este hijo que llevo en mi vientre me ha puesto años de eternidad encima. Empecé a escribir cuando me di cuenta de que estaba embarazada. Quise contarle mi infancia, mi adoración por la belleza, mi pasión por el piano… Ahora voy a entrar pronto en el infinito, un infinito que debe hallarse lleno de música. Dios ha de ser música. Tengo frío. Me asustan estas premoniciones que sé, como mi madre, que se van a cumplir. Pronto estaré en el calor del cielo, dentro del Sol.
Amor mío, te espero. Una parte de esas Sinfonías están llenas de ti, de tu ternura, de cuando estudiábamos juntos y posábamos desnudos —qué dulcemente ingenuos éramos—, de aquella noche con sabor a bombones y champán, en la que bailaste conmigo un vals…
Siempre tuya
Leonora