Capítulo 11

 

Durante las siguientes semanas, Sophie trató de no pensar en un futuro que seguía siendo muy incierto. Su nuevo médico, Hugh Bryant, le aconsejó que se hiciera una ecografía cuanto antes.

–No hay nada que nos haga pensar que la quimioterapia que recibiste hace años haya podido afectar de alguna manera al bebé –le aseguró el médico–. Pero, aun así, es buena idea controlar de cerca tu embarazo.

Nicolo la llevó a un hospital de Londres para hacerse la prueba. En ese momento del embarazo, el bebé era diminuto y tenía forma de judía, pero el técnico les aseguró que todo estaba bien. Fue increíble poder ver esa nueva vida en la pantalla. Estaba emocionada, pero no se hacía a la idea de que iba a ser madre soltera. Todo iba a cambiar en su vida. Mucho más que en la de Nicolo.

No habían vuelto a hablar de cómo iban a ser las cosas cuando naciera el niño. Suponía que Nicolo le ofrecería ayuda económica y que tendrían que decidir entre los dos sus derechos de visita. Creía que iban a ser capaces de llegar a un arreglo amistoso. Eso esperaba.

Trataba de ser positiva al ver que él quería estar presente en la vida del niño, pero habría preferido que las cosas fueran diferentes y que ellos fueran una pareja normal a la espera de su primer hijo.

Al menos había conseguido no pensar demasiado en esas cosas y tratar de relajarse. Christos aún estaba en Grecia y Jessie se estaba haciendo cargo de atender las llamadas de Lucilla y también las del director general.

Nicolo había contratado a una nueva cocinera, Joan. Su marido, George, era jardinero y estaba limpiando y poniendo a punto los terrenos de la finca.

La transformación estaba siendo increíble. El jardín se había convertido en un lugar muy agradable donde sentarse a leer o a admirar las rosas. Se acercaba ya el final del verano. Aún seguía con náuseas por las mañanas, pero se le pasaba pronto. Y gracias a las maravillosas cenas de Joan comenzó a sentir que le apretaba la cintura de los vaqueros.

Ver que su embarazo avanzaba hizo que tuviera que afrontar por fin la realidad. No podía seguir viviendo con Nicolo de manera indefinida. Él pasaba muchas horas trabajando en su despacho, pero también hacía tiempo para estar con ella.

Aún hacía bastante calor como para que usaran la piscina cada tarde. A veces hacían el amor en una de las tumbonas o sobre la fresca hierba. Y todas las noches volvían a reunirse en la cama de Nicolo, que seguía usando todas sus habilidades para hacerle sentir un placer increíble.

El embarazo no había afectado negativamente su libido. Disfrutaba al máximo de esos momentos de placer en los brazos de Nicolo y esas deliciosas noches dejaban su cuerpo saciado y feliz, pero su corazón seguía sintiéndose vacío. Creía que era culpa suya por enamorarse de él. Sabía que Nicolo se había abierto con ella más que con nadie, pero seguía siendo un hombre solitario y enigmático que se había aislado del resto del mundo y dudaba mucho que llegara a cambiar nunca.

 

 

Nicolo abrió la puerta del jardín amurallado y sintió que se le hacía un nudo en la garganta al ver a Sophie sentada en un banco bajo el sauce. Ya había imaginado que la encontraría allí. Le encantaba ir casi todas las mañanas para leer un rato en el tranquilo jardín que su madre había creado.

Sophie no lo vio y aprovechó para quedarse mirándola un momento. Tenía una belleza imposible de describir, era mucho más que bella. Se fijó en su sedoso pelo, en el brillo de su piel y en unos pechos que ya se veían más llenos. Aún conservaba su cintura, pero sabía que pronto comenzaría a crecer su vientre. Era algo que lo llenaba de orgullo y emoción, pero intuía que Sophie no compartía sus sentimientos. Le había parecido muy tensa cuando habían ido a hacerse la ecografía y, cada vez que él mencionaba al bebé, ella cambiaba de tema.

Fue hacia ella y Sophie alzó la vista. Vio entonces que tenía el portátil abierto y frunció el ceño.

–Pensé que había otras personas ocupándose de todo lo que pueda necesitar Giatrakos desde Grecia.

–Jessie me está cubriendo estos días, pero no puede seguir haciendo de secretaria de Christos de manera indefinida. Después de todo, trabaja para Lucilla. No hay ninguna razón por la que no pueda volver a trabajar. Sobre todo ahora que ya no tengo náuseas.

Vio que Nicolo miraba la pantalla del ordenador con curiosidad.

–Estoy mirando las páginas de varias inmobiliarias –le explicó ella–. Voy a tener que vivir cerca de Londres, pero los alquileres están mucho más baratos en las afueras. Allí podría encontrar un piso de dos habitaciones por lo mismo que estoy pagando ahora.

–Pero tardarás mucho más en ir al trabajo –le dijo Nicolo con algo de frialdad.

–Eso es verdad –repuso Sophie al ver que iba a tener que gastar más en transporte público–. Pero no puedo hacer otra cosa.

Nicolo se quedó mirando el intrincado diseño que formaban los setos de boj. Su madre los había plantado ella misma. Había puesto todo su amor en ese jardín y le parecía un lugar apropiado para tratar de dejar su pasado atrás y mirar hacia el futuro.

–No tienes por qué trabajar. Hay una solución obvia que nos permitiría a los dos formar parte de la vida de nuestro hijo –le dijo entonces–. Creo que deberíamos casarnos.

Se le encogió el corazón al oír las palabras de Nicolo y se quedó mirándolo. No se lo había pedido, se limitaba a sugerirle un matrimonio por el bien de su hijo.

–No creo que ese tipo de boda sea una solución –repuso molesta–. Me parece una locura.

–¿Por qué te parece una locura la idea de casarte conmigo?

–¿Que por qué? Porque… –comenzó ella–. Nicolo, estoy segura de que tus padres se casaron enamorados y, aun así, su matrimonio no duró. Tampoco lo hizo la relación de mis padres, a pesar de que estaban locamente enamorados cuando se casaron.

–¿Por qué se separaron tus padres? –le preguntó Nicolo.

–Supongo que por la misma razón que lo hicieron los tuyos –respondió ella–. Mi padre le fue infiel a mi madre. Sucedió durante mi enfermedad. Mi madre pasó mucho tiempo en el hospital conmigo. Mi padre me visitaba, por supuesto, pero tenía que seguir trabajando a tiempo completo. Supongo que fueron meses muy estresantes para los dos. A mi padre no le gustaba volver a una casa vacía después del trabajo, así que comenzó a verse con su nueva secretaria cada noche para cenar juntos. Al principio eran solo amigos, pero terminó enamorándose de ella.

Se volvió hacia Nicolo con los ojos llenos de lágrimas.

–Mi padre me dijo que mi enfermedad le había hecho reflexionar sobre su propia mortalidad. Se dio cuenta de que no había sido feliz con mi madre y decidió darse una segunda oportunidad con su amante. No te puedes imaginar cuánto sufrí al ver que el divorcio de mis padres y la infelicidad de mi madre eran culpa mía. Si no hubiera tenido cáncer, nada habría cambiado –le dijo con tristeza–. Como ves, no eres el único que tiene que vivir con complejo de culpa.

–Eso es ridículo, tú no pudiste evitar tener cáncer –repuso él sintiendo que se le rompía el corazón al verla sufrir–. Puede que tu enfermedad fuera un catalizador, pero, si tu padre era infeliz con tu madre, habría pasado tarde o temprano.

–Lo que estoy tratando de decirte es que me parece mala idea que nos casemos solo porque estoy embarazada cuando no… Cuando sé que no sentimos nada el uno por el otro. Si ya es difícil cuando hay amor, nuestro matrimonio no tendría ningún futuro. Creo que será mejor que mantengamos una relación de amistad en vez de arriesgarnos a que nuestro hijo tenga que vivir nuestra separación como nos pasó a nosotros.

–Es una actitud muy negativa –comentó Nicolo sorprendido.

–Me limito a ser realista.

En realidad, trataba de aceptar la situación aunque habría preferido que las cosas fueran de otro modo. No quería casarse con un hombre que no la amaba.

–Además, no creo que de verdad quieras casarte. Aún te persigue tu pasado y vives recluido y apartado del mundo e incluso de las personas que se preocupan por ti, como tu familia. Ni siquiera te has perdonado a ti mismo. ¿Cómo puedo creer que querrás a este niño cuando no he visto ninguna prueba de que seas capaz de amar?

Dio, Sophie! –protestó Nicolo poniéndose en pie–. Eso es injusto. Claro que lo querré. Ya no soy el mismo de antes. Admito que me sentía tan culpable que no podía mirar hacia el futuro. Pero he cambiado, tú me has cambiado. Me has ayudado a que me vea de manera diferente. Y no vivo tan apartado del mundo como crees.

Quería hablarle a Sophie sobre la fundación que había creado y apoyado económicamente durante los últimos ocho años, pero miró su reloj y vio que no tenía tiempo para hablar con ella en esos momentos. No podía llegar tarde a la conferencia de prensa que iba a tener lugar en Londres. En ella iba explicar el trabajo que había hecho la fundación y hablar de sus objetivos.

La conversación con Sophie iba a tener que esperar hasta que regresara al día siguiente. Creía que entonces podría demostrarle cuánto había cambiado e incluso convencerla para que viera que iba a ser un padre devoto y un buen marido.

–¿Recuerdas que te dije que tenía que ir a Londres para una reunión? –le preguntó–. Es hoy. Me quedaré a dormir allí y volveré por la mañana. Hablaremos más entonces.

Vio que parecía nerviosa y preocupada y le entraron ganas de anular sus planes y quedarse con ella. Pero todo estaba preparado para la rueda de prensa y la fundación necesitaba esa publicidad.

–¿Estarás bien? George y Joan se han ido a visitar a su hija. Vas a estar sola –le recordó.

Sophie se encogió de hombros fingiendo que no le importaba. Era obvio que Nicolo estaba deseando irse. No había tratado de convencerla para que se casara con él y suponía que le aliviaría ver que ella se había negado.

–No estaré del todo sola, tendré a Dorcha a mi lado –le dijo–. Y ese perro es capaz de aterrorizar a cualquier intruso.

–Bueno, a ti no te asustó –replicó Nicolo.

Se inclinó y la besó con tanta pasión y ternura que a Sophie se le encogió el corazón.

–No tardé mucho en descubrir que eres única, Sophie. Nunca he conocido a nadie como tú.

 

 

Horas más tarde, Sophie seguía sin saber si el comentario de Nicolo habría sido un elogio o una crítica. Pero lo único importante era que en realidad no la amaba. Y por eso le había dicho que no podía casarse con él.

Hacía calor en el jardín y dentro de la casa tampoco estaba mucho más fresco el ambiente. El pronóstico del tiempo anunciaba tormentas. Supuso que la ola de calor de la que habían estado disfrutando llegaba ya a su fin.

Estaba demasiado disgustada para comer, pero recordó que tenía la obligación de hacerlo. Igual que Nicolo se había visto en la obligación de pedirle que se casara con ella.

Creía que, aunque ella había rechazado la idea, Nicolo seguiría apoyándola con el niño. Después de sufrir el abandono de su madre, estaba segura de que no le haría lo mismo a su hijo. Cuando regresara al día siguiente, tendrían que hablar ya seriamente sobre dónde iba a vivir ella y cómo se repartirían las vacaciones y los fines de semana.

Se acarició el estómago, empezaba por fin a imaginar a ese bebé como una persona real. No le gustaba la idea de que el pequeño tuviera que ir de una casa a otra, pero tampoco quería un matrimonio sin amor.

Necesitaba distraerse y dejar de dar vueltas a las mismas cosas. Encendió el televisor para ver las noticias de la noche.

 

 

Nicolo se sintió abrumado por los recuerdos al verse en el vestíbulo del hotel Chatsfield. No había estado allí desde el incendio. Habían pasado diecinueve años, pero el hotel seguía casi como lo recordaba. Habían cambiado algo la decoración, pero aún conservaba el mismo ambiente de lujo y exclusividad.

Cuando entró en el ascensor, lo envolvió el aroma que era la insignia de la cadena Chatsfield. Fue poniéndose cada vez más nervioso a medida que el ascensor subía al ático. No había vuelto a ese lugar donde la vida de una joven doncella y la suya habían cambiado para siempre.

Recordó entonces la visita en casa de Marissa Bisek después de la rueda de prensa. Había decidido que tenía que decirle la verdad.

Ella lo había recibido con gusto. Después de ver de nuevo las cicatrices de su rostro, no le habría extrañado que ella lo odiara después de saber la verdad. Pero le había sorprendido abrazándolo con cariño y diciéndole que no tenía nada que perdonarle. Le había dicho que él le había salvado la vida y que siempre le iba a estar agradecida.

Le contó que, de no haber sobrevivido el incendio, nunca habría llegado a ver a su hijo pequeño, que entonces había sido un bebé, licenciándose tras terminar la carrera en la universidad. También le dijo que estaba a punto de casarse con un hombre maravilloso que la amaba a pesar de sus cicatrices.

–Estoy muy feliz con mi vida –le aseguró–. Espero que pueda olvidar el pasado y encontrar la felicidad y el amor.

Sus palabras le habían quitado un gran peso de encima. Como hacía Sophie, también Marissa había optado por vivir cada día al máximo. Se sentía avergonzado ante la fuerza de esas dos mujeres. Había llegado a la conclusión de que Sophie tenía razón, tenía que dejar de castigarse a sí mismo por lo que había hecho en el pasado y abrazar el futuro. Algo mucho más importante después de saber que iba a ser padre. Pero sabía que no iba a poder seguir adelante hasta que no se enfrentara a su propio progenitor.

Le costó entrar en el ático, allí había vivido un verdadero infierno.

Su padre se levantó del sofá al verlo y lo saludó con una tímida sonrisa. Le llamó la atención ver cuánto había envejecido. Seguía siendo un hombre carismático con un brillo especial en sus ojos azules, pero tenía el pelo canoso y andaba algo encorvado.

–¡Nicolo! –exclamó tendiéndole los brazos–. Vi tu rueda de prensa. No tenía ni idea de que tuvieras una fundación para ayudar a las víctimas de incendios. ¿Por qué lo has mantenido en secreto hasta ahora? –le preguntó poniendo las manos sobre los hombros de Nicolo–. Estoy muy orgulloso de ti. Igual que lo está el resto de la familia. También tu madre lo habría estado, hijo mío.

Se le hizo un nudo en la garganta. Había ido a verlo para exigirle explicaciones. Pensaba decirle que lo había visto en la cama con una doncella y que se había sentido traicionado por él, pero recordó entonces las palabras de Sophie. Ella le había aconsejado que perdonara a su padre.

Decidió entonces que quizás hubiera llegado el momento de hacerlo. Cada relación era un mundo y no podía saber lo que había pasado de verdad entre sus padres. Había culpado a Gene por el abandono de su madre, pero ya no era ese niño y entendía que las relaciones eran complejas y el amor, demasiado frágil.

Tragó saliva y fue hacia su padre para abrazarlo.

–Papá –le dijo en voz baja–. Tengo algo que contarte. Vas a ser abuelo.

 

 

Sophie vio las noticias sin conseguir concentrarse en lo que estaba oyendo. Estaba a punto de cambiar de canal cuando vio un rostro conocido en la pantalla. No podía creerlo, no entendía qué hacía Nicolo en la televisión.

Vio que estaba dando una rueda de prensa y no se le pasó por alto lo guapo que estaba. Nicolo miraba a la cámara mientras hablaba.

–Establecí la Fundación Michael Morris de ayuda a quemados con la colaboración de la hermana de Michael, Beth Doyle. Durante los últimos ocho años, ha sido la directora ejecutiva de la fundación y ha trabajado muy duro para aumentar la conciencia pública y reunir todo tipo de apoyos para las víctimas de quemaduras –estaba explicando Nicolo–. Pero Beth ha decidido dimitir como directora para centrarse en su familia. A partir de ahora, combinaré mi papel como encargado de la recaudación de fondos con los deberes de director general y supervisaré el funcionamiento de la fundación. Voy a seguir trabajando incansablemente por esta asociación, también como portavoz de la misma.

Siguió mirando absorta la pantalla incluso después de que desapareciera la imagen de Nicolo. No podía creerlo. Recordó que lo había acusado de vivir alejado del mundo, pero había estado muy equivocada. También lo había acusado de no poder enterrar su pasado, pero estaba claro que había decidido aprovechar su experiencia para ayudar a otros.

Se dio cuenta entonces de que no trabajaba para ganar dinero y hacerse más rico, sino para poder sostener su fundación. No entendía por qué no le había hablado de ello.

Sabía que era un hombre reservado, pero le dolía que no le hubiera contado algo que era tan importante para él. Le avergonzaba haberlo juzgado tan duramente. Él le había dicho que había cambiado, pero ella no lo había creído, no le había dado una oportunidad para demostrárselo.

Se sintió muy mal consigo misma y se fue a la cama con el corazón encogido. Esperaba poder conciliar el sueño y dejar de darle vueltas a lo que le había dicho a Nicolo.

Después de una hora sin poder dormirse, seleccionó una lista de canciones en su teléfono, se puso los auriculares y volvió a tumbarse. Trató de recordar que pasarse toda la noche llorando no le convenía a ella ni al bebé.

 

 

La tormenta se desató mientras Nicolo conducía por la autopista. Había decidido regresar a Buckinghamshire esa misma noche. Vio varios relámpagos a lo lejos y pisó el acelerador al recordar que Sophie estaba sola en la gran casa. No creía que le dieran miedo las tormentas. Sabía que era tan valiente como una leona. Pero, por desgracia para él, era también terca como una mula. Ya se debería haber imaginado que no le iba a resultar fácil persuadirla para que se casara con él. Aun así, había esperado que accediera por el bien del bebé.

Pero se dio cuenta de que él había usado el embarazo como excusa y eso tampoco era justo.

–¿Le has dicho a Sophie lo que sientes? –le había preguntado Beth cuando él la había llamado por teléfono después de la rueda de prensa.

–No, no exactamente –había admitido él.

–Pues deberías hacerlo –le había aconsejado su amiga–. No es difícil, solo son dos palabras.

Pero temía que lo rechazara, sabía que se sentía así por el abandono de su madre. Durante años, había fingido que no le importaba que a algunas mujeres les repeliera el aspecto de sus cicatrices, pero en el fondo, le habían hecho mucho daño.

La Bestia se había escondido entonces en su guarida, hasta que apareció un día la Bella instalándose primero en su casa y después en su corazón. Pero sabía que eso era solo un cuento de hadas y que ellos no iban a tener un final feliz. Sophie no quería casarse con él.

Algunas veces, la había sorprendido mirándolo con una expresión en sus ojos que le había hecho preguntarse si ella podría llegar a… Pero no quería hacerse ilusiones. Creía que no podía hacer otra cosa que ser honesto con sus propios sentimientos.

Salió de la autopista y atravesó unos minutos más tarde la aldea. A la una de la mañana, la única señal de vida que vio por allí fue un zorro escabulléndose entre unos matorrales. Desde lo alto de la colina se divisaba el gran valle y todo estaba oscuro excepto por un resplandor que pudo ver en la distancia.

El resplandor naranja se hizo más brillante según se acercaba. Cuando llegó al camino que iba hasta la casa familiar, se quedó sin aliento al ver la brillante luz por encima de las copas de los árboles. Piso el acelerador y frenó después de golpe al llegar frente a la casa.

Santa Madre di Dio! –susurró aterrorizado.