Capítulo 10
Cuando Sophie abrió los ojos a la mañana siguiente y vio la cabeza de Nicolo a su lado, lamentó lo que había ocurrido.
Su cama era demasiado pequeña para él y sus cuerpos estaban muy cerca. Le dolían todos los músculos, un recordatorio de lo que había pasado la noche anterior. No podía creer que le hubiera vuelto a ocurrir y que ni siquiera hubiera tratado de resistirse. A Nicolo le había bastado con ir a verla para que ella cayera rendida a sus pies.
Estudió su rostro. Sus rasgos estaban mucho más relajados mientras dormía. Su pelo oscuro y el tono oliva de su piel eran sin duda herencia de su madre italiana. Tenía un aspecto exótico y muy sexy. Se estremeció al recordar lo maravilloso que había sido hacer de nuevo el amor con él. Pero no podía dejar que se saliera con la suya y la siguiera utilizando a su antojo.
Se sentó en la cama y se levantó. Pero sintió de repente náuseas. Se puso el albornoz y corrió al cuarto de baño. No le dio tiempo siquiera a cerrar tras ella la puerta antes de vomitar.
Cuando volvió al dormitorio, Nicolo estaba sentado en la cama. Vio que la miraba con el ceño fruncido y preocupación en los ojos.
–¿Qué te pasa? –le preguntó–. Cuando llamé ayer a tu oficina, una tal Jessie me dijo que has tenido problemas de estómago durante un par de semanas y que piensa que no estás comiendo bien.
–Me parece increíble que hablaras de algo tan personal con mis compañeros de trabajo.
Pero Nicolo ignoró su comentario.
–Después, al verte ayer, me di cuenta de que has perdido algo de peso.
A Nicolo le preocupaba que estuviera así por su culpa. Sabía que había herido sus sentimientos cuando le sugirió que debía volver a Londres. Pero verla así le recordó que había tomado la decisión correcta. Creía que a Sophie no le convenía estar con alguien como él. No era bueno para ella.
–Es cierto que llevo mal un par de semanas. Pero no será nada… –murmuró ella–. Mis síntomas son similares a los que tuve a los dieciséis, antes del diagnóstico –le confesó después–. Me preocupa que haya vuelto el cáncer…
Nicolo se quedó mirándola, estaba demasiado sobrecogido para responder. No podía ser, no quería siquiera pensar en esa posibilidad. Pero no quería tampoco mostrarle sus miedos.
–¿Has ido al médico?
–Tengo una cita la semana que viene –le explicó Sophie.
–¿Cómo? ¡No puedes esperar tantos días! –exclamó Nicolo levantándose de un salto de la cama y poniéndose los pantalones deprisa–. Vamos a un especialista hoy mismo –agregó sacando su teléfono móvil de la chaqueta.
–No, no es necesario…
Nicolo la miró a los ojos y ella se quedó sin aliento. No podía definir lo que veía en su mirada, pero sintió una sensación de alivio al ver que él se estaba haciendo cargo de la situación.
–Seguro que no es nada, pero no estoy dispuesto a esperar para ver qué te pasa. Tengo un amigo, Hugh, que es un médico fantástico. Te verá esta misma mañana, ya verás.
Una hora más tarde, Sophie entró en el lujoso despacho del doctor Hugh Bryant. Aquel sitio no tenía nada que ver con el deprimente hospital donde había sido tratada de su cáncer.
–Muchas gracias por atenderme tan pronto, pero seguro que no es nada, doctor Bryant –murmuró Sophie algo avergonzada.
–Por favor, llámame Hugh –repuso el hombre con una sonrisa–. Nicolo me contó por teléfono que llevas unas semanas con mucho cansancio y náuseas. También me dijo que tuviste cáncer hace unos diez años.
–Sí –contestó ella mirando de reojo a Nicolo.
Estaba sentado a su lado. Le había sorprendido que hubiera querido acompañarla, pero lo cierto era que le agradecía mucho su apoyo. Le explicó brevemente cómo había sido diagnosticada con un osteosarcoma, le habló del tratamiento y también de que la quimioterapia la había dejado estéril.
–Por tus síntomas, podrías estar embarazada –le dijo Hugh después–. Pero, como me has dicho, parece algo poco probable en tu caso. Diría que incluso imposible si no has tenido relaciones sexuales sin protección.
Al ver que Sophie no podía ocultar su sorpresa, le sugirió que quizás fuera adecuado hacerle una prueba de embarazo para descartarlo por completo.
–De acuerdo, pero estoy segura de que el resultado será negativo. Me hicieron algunas pruebas hace un par de años que demostraron que ni siquiera estaba ovulando.
Sophie fue a otra habitación. Le hicieron análisis de orina y de sangre.
Cuando regresó al despacho del médico, Hugh le hizo algunas preguntas más sobre su salud. Lo llamaron por teléfono poco después y vio que se ponía serio.
Se quedó sin aliento. Se preparó para lo que podía ser un nuevo diagnóstico de cáncer. A lo mejor lo había llamado la enfermera para decirle que tenía un recuento anormal de glóbulos rojos o algo así. Estaba muerta de miedo, pero Hugh la miró con media sonrisa.
–Creo que deberíais prepararos los dos para lo que os voy a decir –les anunció el médico.
–¿Qué quieres decir? –preguntó Nicolo tomando la mano de Sophie y apretándola con fuerza.
–La prueba de embarazo ha dado positiva.
Durante unos segundos, lo miró sin entender. Sus palabras no tenían sentido. Se había preparado mentalmente para que le dijera que iban a tener que hacerle más pruebas para ver si tenía cáncer. No se le había ocurrido que pudiera estar embarazada.
–No es posible –replicó ella–. Me dijeron que la quimioterapia me dejó estéril.
–A veces las mujeres dejan de ovular por la quimioterapia, pero vuelven a hacerlo años más tarde de manera espontánea –le explicó Hugh–. No es muy común, pero ocurre. Si he aprendido algo durante mi carrera profesional es que los milagros existen. Como es obvio que el embarazo es una sorpresa, supongo que necesitarás algo de tiempo para aceptarlo –agregó con amabilidad–. Nicolo, ¿por qué no llevas a Sophie a su casa para que pueda descansar? Está claro que los dos estáis conmocionados por la noticia.
Más que conmocionado, Nicolo sentía que no podía siquiera respirar. Miró a Sophie y vio que estaba pálida, como si estuviera a punto de desmayarse. Era obvio que Sophie había creído que era incapaz de concebir. Lamentó haberse arriesgado y no haber salido a comprar preservativos aquella primera noche, pero ya era demasiado tarde para pensar en ello. Sophie estaba embarazada y él era el padre.
Atrapada en una nube de pura incredulidad, Sophie apenas fue consciente de cómo Nicolo la ayudó a salir del despacho del médico y la llevó a su coche. Hicieron en silencio el trayecto de vuelta a su apartamento. En cuanto entró, fue directa a la cocina y llenó de agua la tetera.
–Déjame hacer eso –insistió Nicolo–. ¿Quieres una taza de té?
–No, ya no me gusta el té… –repuso ella.
Por fin entendía por qué sus gustos habían cambiado tanto durante esas semanas y por qué se había encontrado tan mal.
–Preferiría un zumo –le dijo con un hilo de voz.
Unos minutos más tarde, Nicolo llevó al salón una bandeja con bebidas para los dos. Sophie estaba de pie junto a la ventana. Tenía un aspecto muy frágil y vulnerable. Se le encogió algo en el pecho al verla así.
–Cuando te dije anoche que teníamos que hablar, no tenía ni idea de lo urgente que era que lo hiciéramos ni cuál iba a ser el tema de conversación, por supuesto –comentó Nicolo con ironía.
Sophie se preguntó si Nicolo estaría enfadado con ella. Le agradecía al menos que no le hubiera preguntado si el niño era suyo. Aun así, estaba segura de que no querría tener nada que ver con ese embarazo. Se había distanciado de su familia y del resto del mundo. Sabía que no quería tener hijos.
–Es irónico. Richard rompió conmigo porque quería ser padre. Tú, en cambio, debes de estar pensando en cómo salir corriendo de aquí después de lo que acabamos de descubrir –susurró ella.
Se le encogió el corazón al oír sus palabras.
–No pienso irme a ninguna parte –le aseguró con firmeza.
–Pero estarás enfadado conmigo.
–No tengo derecho a estarlo. Fui yo quien decidió arriesgarse y hacerlo sin protección –le dijo Nicolo.
Ella lo miró con incertidumbre, sorprendida al ver que parecía aceptar la situación.
–¿Cómo te sientes? –le preguntó ella.
Nicolo supuso que se sentía como la mayoría de los hombres en su situación. La incredulidad inicial había dado paso a una especie de vértigo. También sentía algo que no podía definir. Durante años, había rechazado todo tipo de responsabilidades, pero no podía ni quería desentenderse de un hijo.
–Lo hecho, hecho está –le dijo en voz baja–. Ahora tenemos que decidir lo que vamos a hacer. ¿Cómo te sientes tú sabiendo que estás embarazada?
Su pregunta hizo que tuviera que analizar sus sentimientos.
–No lo sé. Creo que sigo conmocionada. Me sentí tan aliviada al saber que no tenía cáncer que aún no he tenido tiempo para pensar en lo que supone estar embarazada –admitió Sophie–. No me parece real. Las pruebas que me hicieron hace unos años me dejaron muy claro que no iba a poder tener hijos. Al saberlo, se lo conté a Richard. Hasta entonces no había sido consciente de lo importante que era para él tener una familia. No podía echarle en cara que quisiera romper conmigo, pero me dolió ver que no era lo suficientemente buena para él, que de alguna manera, era una mujer… Incompleta, defectuosa.
–Ese hombre era un cretino –replicó Nicolo con un nudo en la garganta.
–Lo que ha pasado es un milagro. Supongo que debería estar extasiada de felicidad, pero no me lo esperaba… Nunca pensé que pudiera llegar a tener una familia –le dijo–. Ya había hecho planes para viajar a África y volar en globo aerostático sobre el Serengeti en primavera, pero creo que no podré hacerlo. ¡Entonces estaré embarazada de ocho meses!
Sintió de repente una oleada de pánico y no pudo contener sus emociones.
–Me siento atrapada –reconoció–. ¿Cómo voy a ser la madre de alguien? No sé cómo hacerlo. Nunca me he preocupado por aprender, ni siquiera visito a mis amigas cuando tienen bebés. Si quieres que te diga la verdad, Nicolo. Estoy muerta de miedo.
Sintió mucho dolor en su corazón al ver así a Sophie. Se dio cuenta de que era el culpable de esa situación. Había hecho que esa mujer hermosa y fuerte estuviera llorando en esos instantes. Se acercó a ella y la abrazó.
–No sé qué hacer –le dijo ella sollozando.
Por un segundo, temió que Sophie estuviera pensando en no seguir adelante con el embarazo. Sin saber por qué, le angustiaba que pudiera tomar esa decisión. Nunca se había planteado tener hijos, pero saber que su bebé se desarrollaba ya dentro de Sophie había despertado en él un fuerte instinto protector.
–Tendré que buscar otro trabajo. Christos viaja mucho y yo tengo que buscar un hogar estable. Voy a necesitar un piso más grande, con una habitación para el bebé…
–Ya, ya… –le susurró Nicolo para tranquilizarla mientras acariciaba su pelo.
Se dio cuenta de que estaba decidida a seguir adelante con el embarazo. Por muy sorprendida que pudiera estar en esos momentos, sabía que iba a ser una madre devota y que ella nunca abandonaría a su hijo como había hecho su propia madre.
Le enterneció verla llorar de esa manera. Sophie parecía creer que él iba a permitir que tuviera que criarlo sola. No le extrañaba que dudara de él, no tenía buena reputación, pero había cambiado mucho.
Tenía que decidir cómo podía ayudarla. Contaría por supuesto con apoyo económico, pero sabía que su hijo iba a necesitar cosas más importantes que el dinero. Por el bien de ese niño, iba a tener que hacer frente a los demonios de su pasado de una vez por todas y tomar el control de su futuro.
–Gracias, estoy bien –le dijo Sophie apartándose de él y limpiándose los ojos con las manos.
Había sido muy agradable estar entre los brazos de Nicolo. Incluso había llegado a fantasear por un momento, imaginándose cómo sería si ellos fueran una pareja normal celebrando una noticia tan increíble. Le habría encantado poder tener el apoyo y el cariño del padre de su bebé, pero sabía que nunca iba a tenerlo.
Nicolo sabía que era verdad, que Sophie iba a estar bien. Era normal que se sintiera sobrecogida por la noticia, pero estaba seguro de que, si tuviera que hacerlo, se las arreglaría perfectamente sin él.
–Es natural que te sientas así –murmuró Nicolo tomándola en sus brazos y llevándola así hasta el dormitorio–. Pero tienes que saber que puedes confiar en mí, Sophie –le dijo con seriedad mientras la dejaba en la cama y la tapaba–. Voy a cuidar de ti.
Sus palabras le llegaron al corazón, pero sabía que solo le hablaba así porque se sentía responsable por lo que había pasado.
–No necesito que me cuides –repuso ella con firmeza–. Las náuseas y los vómitos se me pasarán en unas semanas y podré seguir trabajando como hasta ahora.
Nicolo ignoró sus palabras.
Se quedó perpleja al ver que abría el armario y sacaba su maleta.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó mientras él iba doblando y guardando su ropa.
–Estoy haciéndote la maleta. Te vienes conmigo a casa. No vas a poder ir de Buckinghamshire a Londres todos los días, pero el descanso te vendrá bien.
Se acercó a la cama y tomó su cara entre las manos para que lo mirara a los ojos.
–Tenemos que hablar y decidir cómo vamos a criar a nuestro hijo, Sophie.
–¿Criar a nuestro hijo? –repitió ella.
Ni siquiera se había planteado que Nicolo fuera a querer estar presente en la vida del bebé.
–Nuestro hijo merece ser amado y cuidado tanto por su padre como por su madre, ¿no crees?
Estaba tan cerca de ella que podía sentir su cálido aliento en los labios. No se atrevía a respirar, deseaba que la besara y se sintió decepcionada cuando Nicolo se enderezó y se fue hacia la puerta.
–Voy a prepararte algo de comida y, después, nos vamos a casa –le dijo–. Sé que el embarazo ha sido una sorpresa, pero te prometo que cuidaré de ti y de nuestro hijo, Sophie.
Le hablaba con solemnidad, sabía que podía confiar en él, pero sintió que solo iba a estar a su lado por su sentido del deber, no porque quisiera tener ningún tipo de relación con ella. Aunque creía que debía sentirse agradecida, no pudo evitar que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas en cuanto Nicolo salió de la habitación.
Nicolo condujo por el camino hasta la casa familiar de los Chatsfield con sumo cuidado, maldiciendo entre dientes cada vez que se encontraba con un bache. Decidió que iba a contratar cuanto antes a una cuadrilla para que repararan esa carretera. Miró a Sophie de reojo. Se había pasado casi todo el viaje a Buckinghamshire durmiendo, pero acababa de abrir los ojos.
Llevaba unos pantalones vaqueros y un jersey de color rosa. No parecía embarazada, pero suponía que no tardarían mucho en aparecer las primeras señales de que su hijo crecía dentro de ella. Su hijo…
Apretó con fuerza el volante, no terminaba de creérselo. Pero le bastaba con mirarla para darse cuenta ya de que sus pechos parecían más llenos y que incluso la expresión de su rostro parecía haber cambiado.
–¿Quién ha estado al cuidado de Dorcha mientras ibas a Londres? –le preguntó ella de repente.
–Betty se ha quedado en la casa con él. Ese perro te ha echado mucho de menos. Ha estado sentándose a menudo frente a la puerta de tu dormitorio. Tenías que haber visto cómo lloraba.
–Yo también lo he echado de menos.
Pero no tanto como había echado de menos a Nicolo. Contuvo el aliento al ver de nuevo la casa de ladrillo rojo. Tenía un aspecto tan austero y triste como recordaba, pero le alegraba estar de vuelta en Buckinghamshire. Nicolo abrió la puerta principal y los recibió Dorcha. Se puso a ladrar como un loco hasta que Sophie le hizo caso.
–Voy a sacarlo al jardín –le dijo a Nicolo–. Me vendrá bien estirar un poco las piernas después de estar tanto tiempo sentada en el coche.
El césped seguía igual, pero vio al acercarse a la piscina que toda la zona estaba limpia. El agua tenía un aspecto cristalino y apetecía meterse en ella.
–Aún hace el suficiente calor como para usarla –le dijo Nicolo acercándose a ella–. ¿Te apetece nadar?
–Tal vez mañana –repuso Sophie–. Ahora estoy demasiado cansada.
Suspiró y se mordió el labio inferior.
–Sigo sin creerme lo que está pasando, es como si estuviera soñando.
Nicolo vio su cara de preocupación y se sintió muy culpable. Creía que estaba en esa situación por culpa de su irresponsabilidad.
–¿Te gustaría que fuera un sueño? –le preguntó en voz baja–. ¿No quieres este bebé?
Sophie se preguntó si sería muy egoísta admitir que desearía poder tener aún su vida de siempre, con una carrera profesional que le gustaba y maravillosos viajes por todo el mundo. Sabía que su embarazo era una oportunidad única, un milagro, pero una pequeña parte de ella seguía muy asustada.
–No lo sé –le dijo con sinceridad.
Regresaron a la casa en silencio. Le habría encantado saber qué estaba pensando Nicolo.
–¿Qué puedo hacer para la cena?
–Me temo que tendrá que ser carne. No tengo nada más en la nevera.
–Bueno, supongo que me vendrá bien. La carne tiene mucho hierro –repuso ella con ironía.
Nicolo suspiró y sacudió la cabeza.
–Voy a tener que hacer algunos cambios en la casa, empezando por contratar a más personal. Alguien para la limpieza y una cocinera. No creo que tengas ganas de cocinar cuando nazca el bebé –le dijo a Sophie.
–Nicolo, no sé dónde voy a vivir cuando nazca, pero es poco probable que viva aquí. Tendré que estar más cerca de Londres para poder trabajar.
–Pero no vas a poder trabajar durante los primeros meses –repuso Nicolo frunciendo el ceño.
–No, está claro que tendré que tomar algunas decisiones. Por ejemplo, debo encontrar una buena guardería. Aún no he tenido tiempo para pensar en cómo me las arreglaré.
Le daba la impresión de que Nicolo trataba de organizarle la vida y no le gustaba.
–¿Por qué me lo preguntas? ¿Acaso tienes alguna sugerencia? –le preguntó algo molesta.
–Sí, podéis vivir aquí conmigo.
Le habría encantado oír esa invitación después de que se acostaran por primera vez, pero sus palabras llegaban cinco semanas tarde.
–Pero eso no es lo que quieres. Sé que te gusta vivir solo –le recordó ella.
Entendía por qué le hablaba así Sophie, pero lo cierto era que la había echado mucho de menos durante las semanas que habían estado separados.
–Las cosas van a ser diferentes a partir de ahora. Los dos tendremos que hacer ajustes y ceder un poco –respondió él.
Esa noche, mientras cenaban en el comedor, Sophie recordó cómo había reaccionado Nicolo cuando la vio a punto de encender una vela. Temía que no llegara nunca a superar la culpabilidad que seguía sintiendo al haber provocado él el incendio.
–¿Por qué estabas tan enfadado con tu padre cuando fuiste a su suite del ático aquella noche? –le preguntó de repente.
Nicolo la había acusado de hacer demasiadas preguntas, pero intuía que la respuesta le ayudaría a entenderlo mejor. Después de todo, Nicolo iba a ser padre y, si iban a educar juntos a su hijo, necesitaba comprender mejor su carácter.
Pero Nicolo tardó en contestarle.
–Nunca le he dicho a nadie lo que voy a contarte. Ni siquiera a mi padre –le confesó Nicolo–. Una semana antes del incendio, fui a Londres para visitarlo en el hotel. Él vivía allí de forma casi permanente. Mi madre se había ido un año antes y Lucilla hacía lo que podía cuidando a los más pequeños en esta casa. Mi padre estaba demasiado ocupado con los hoteles como para prestarle atención a sus hijos –le explicó–. No le dije que iba, pensaba darle una sorpresa, pero fui yo quien se la llevó. Tenía una llave y entré sin llamar. Escuché entonces la voz de mi padre. Y no estaba solo. Me di cuenta de que estaba en el dormitorio con una mujer. Debería haberme ido entonces, pero tenía curiosidad. La puerta del dormitorio estaba entreabierta y vi a mi padre desnudo en la cama con una de las doncellas del hotel.
–¡Dios mío! –exclamó Sophie.
Podía imaginar lo mal que se habría sentido un niño de trece años al ver algo así.
–Salí del ático sin que me vieran. Nadie sabía lo que había visto. Supe entonces que los rumores que había oído siempre sobre mi padre eran verdad. Estaba convencido de que mi madre lo había descubierto y que por eso se había ido –le dijo Nicolo–. Me sentí muy traicionado. Hasta entonces, había sido mi héroe, pero me di cuenta de que era un mentiroso y quería hacerle tanto daño como le había hecho a mi madre.
–Así que volviste una semana después al ático para destrozar su lujosa colección de botellas de whisky, pero provocaste sin querer el fuego –susurró Sophie suspirando–. Solo eras un niño, Nicolo. Entiendo cómo te sentiste, pero forma parte del pasado y tu padre es un hombre mayor. A lo mejor ha llegado el momento de que lo perdones.
Hasta ese día, habría rechazado de plano la sugerencia de Sophie, pero acababa de descubrir que iba a ser padre y eso le hizo sentir cierta comprensión hacia Gene. Sabía mejor que nadie que todas las personas cometían errores y pensó que quizás su padre tuviera remordimientos sobre lo que había hecho en el pasado. Se había negado a escucharlo cuando había tratado de hablar con él. Llevaban casi veinte años sin hablarse más allá de lo imprescindible.
Esperaba que, si cometía errores en el futuro, su hijo fuera más indulgente con él.
–Quiero ser un buen padre –le dijo con emoción en su voz.
Se inclinó hacia delante y tomó la mano de Sophie entre las de él.
–Tenemos la obligación de ser tan buenos padres como podamos. Cada decisión que tomemos a partir de ahora debe tener en cuenta sobre todo el interés del niño. ¿Estás de acuerdo? –le preguntó Nicolo.
Sophie se quedó mirando sus dedos entrelazados. Se había quedado sin aliento cuando vio que Nicolo tomaba su mano, pero empezaba a sentirse atrapada. La agarraba como si no quisiera que se fuera, pero no por ella, sino por el bebé.
–Sí, por supuesto –murmuró ella mientras se levantaba de la mesa–. Pero faltan aún ocho meses para que nazca y tenemos un montón de tiempo para decidir cómo vamos a hacer las cosas. Bueno, ha sido un día muy largo –agregó con ganas de llorar–. Me voy a la cama.
Fue directa a la habitación de invitados que había ocupado cuando estuvo alojada en la casa, pero no encontraba por ninguna parte la maleta. No sabía dónde la habría puesto Nicolo.
Salió al pasillo y fue al dormitorio de él. El corazón le latía con fuerza mientras llamaba a su puerta. Lo primero que vio al entrar fue su maleta vacía en el suelo. Nicolo estaba tumbado en la cama.
–¿Qué has hecho con mi ropa?
–Lo metí todo en la parte de mi armario que no uso –repuso Nicolo.
Notó que la miraba con una expresión depredadora en sus ojos. Le dio la impresión de que no iba a dejar que saliera de allí así como así.
–Me dijiste que pasar una noche conmigo fue divertido, pero que hacerlo una segunda vez sería un error –le recordó ella.
–Pues parece que tenemos un problema –contestó él con media sonrisa–. Porque anoche fue nuestra segunda noche juntos y creo que ya hemos comprobado que no somos capaces de controlar la atracción que sentimos el uno por el otro.
Esa noche tenía un aspecto de auténtico bandolero. Con su camisa de seda blanca desabotonada y su largo cabello oscuro, le pareció más peligroso y sexy que nunca. No iba a poder resistirse a él.
–¿Cómo sería una tercera noche? –le preguntó ella sin poder contenerse.
Nicolo le dedicó una gran sonrisa.
–Inevitable –murmuró mientras se levantaba de la cama y se acercaba a ella.
Pero no la tocó. Se quedó simplemente mirándola como si esperara a que fuera ella quien decidiera lo que iba a ocurrir a continuación.
–Solo me has traído a esta casa porque estoy embarazada –le susurró ella.
–No lo sabía cuando fui a verte ayer ni lo sabía cuando hicimos el amor después. Lo único que tenía claro era que te había echado mucho de menos –le dijo él–. Lo creas o no, tenía la intención de pedirte que volvieras conmigo.
Sophie se mordió el labio. Quería creerlo, pero una voz en su cabeza le recordaba que debía tener cuidado. Pensaba que, cuando le decía que la había echado de menos, solo hablaba de la atracción que sentía por ella y de la pasión que habían compartido. Y sabía que no podían basar una relación en el sexo. De hecho, ni siquiera sabía qué tipo de relación quería tener con él. Y, si no hubiera estado embarazada, no sabía si habría aceptado volver a esa casa con Nicolo.
Pero algo le decía que habría conseguido convencerla. Ella también lo había echado de menos durante esas últimas semanas. No podía negar cuánto lo deseaba. Incluso en ese instante, su cuerpo ansiaba que la tocara con sus manos, que la besara, que la hiciera gemir entre sus brazos.
Nicolo levantó la mano y acarició su mejilla. Fue un gesto muy tierno y vio algo en sus ojos que la dejó sin aliento. No pudo evitarlo, se acercó a él. Era la señal que Nicolo había estado esperando. Con un gemido ahogado, la tomó en sus brazos y la besó apasionadamente.
La última vez que habían estado en esa habitación, Nicolo la había rechazado, pero no quería pensar en eso. Se dejó llevar por los besos, cada vez más apasionados. Era como si Nicolo tratara de compensarla por la frialdad con la que había reaccionado después de que pasaran la primera noche juntos.
Fue quitándole la ropa sin dejar de besarla. Esa vez, Nicolo se fijó en cómo estaban cambiando sus pechos. Era increíble volver a estar así con ella y saber que esperaba un hijo.
Sophie se estremeció cuando Nicolo comenzó a acariciarle el pecho. El embarazo había hecho que sus pezones fueran aún más sensibles y se quedó sin aliento cuando él comenzó a besarlos y a atraparlos entre sus labios.
La dejó después en la cama y Sophie tiró de él hasta tenerlo sobre su cuerpo. Era más fácil no pensar en el futuro y dejarse llevar por las sensaciones del momento. Nicolo no tardó en hacerle gritar de placer con sus hábiles dedos. Después, cuando la besó íntimamente, Sophie sintió que estaba a punto de perder la cabeza.
Cuando sintió las primeras oleadas de un orgasmo creciendo en su interior, lo agarró por los hombros y envolvió las piernas alrededor de su espalda para atraerlo contra su cuerpo.
Fue increíble sentirlo de nuevo dentro de ella, dos cuerpos que se convertían en uno solo. Sintió en ese instante una conexión con Nicolo que iba más allá de la mera unión física. Era el padre del bebé que crecía en su vientre y se dio cuenta de que siempre iban a estar unidos por ese niño.